23 nov 2009

Una sociedad binorma Por Alberto Dearriba

La red de espionaje descubierta en la nonata policía porteña y las negociaciones del gobernador de Corrientes con el gobierno nacional, pusieron de manifiesto la semana pasada las distintas varas que utilizan los medios de comunicación para medir las acciones políticas. En el affaire de la Metropolitana, Mauricio Macri no sólo perdió la alegría de la foto con el rey de España, sino buena parte de la credibilidad que lo llevó al gobierno hace dos años con el 60 por ciento de los votos.

Pero podría ser peor si no contara con la benevolencia de los medios, que intentan instalar la idea de “una cierta inocencia” para capear temporales. Para descartar la versión naif del problema, basta con revisar la renuncia del propio ex jefe de la Policía Metropolitana. Fino Palacios escribió en su renuncia las razones que lo llevaron a actuar más allá de los límites que impusieron las normas. Palacios se quejó allí de las limitaciones que estableció un “sistema progresista” regulatorio y admitió que para salvar las trabas estuvo “trabajando de manera reñida con los preceptos legales”.
A confesión de partes relevo de pruebas: está en contra de todo “sistema progresista”, al igual que quién lo eligió para diseñar una policía de perfil represivo. No se puede alegar inocencia o echarle la culpa a otros, cuando se puso al zorro a cuidar el gallinero. No es falta de pericia como sugiere el publicista ecuatoriano Jaime Durán Barba, ni de escaso training político. En realidad, Macri es un conservador que actúa como tal e intenta armar una policía de perfil represivo porque cree en esos métodos.
Para ello necesita hombres capaces de cumplir con esa misión, sin demasiado pruritos. Esos policías son capaces de actuar por los bordes legales y de crear una red de espionaje como kiosco propio o dispuesta a brindar información, para reprimir luego cuando el poder político lo necesite. Pero después que se le da cuerda, el monstruo camina solo.

¿DIALOGUISTA O DÉBIL? Los medios y la oposición cuestionan al kirchnerismo por su escasa vocación dialoguista, pero cuando negocia proyectos de ley, se lo presenta como débil o tramposo. En esa lógica, también son condenados quienes acuerdan con el gobierno. Cuando los bloque de centroizquierda apoyaron proyectos de ley que encuadran en sus idearios, los medios los pusieron a parir por resultar “funcionales al gobierno”.

Tan es así que la única razón para que el bloque de la UCR no haya apoyado un marco para los partidos políticos hecho a su medida, fue precisamente “no aquedar pegado al gobierno”. En los pasillos del Congreso, los diputados radicales le aceptaban a los kirchneristas que “la ley es buena”. Pero para los medios, la sanción de la reforma constituyó una nueva derrota oficialista, ya que debió realizar 50 concesiones para aprobarla. No fue el resultado de la búsqueda del consenso que reclaman, sino una muestra de debilidad.

EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS. Quienes creen que el diálogo puede solucionar per se, todos los males de la sociedad argentina, desconocen la naturaleza contradictoria de cualquier sociedad capitalista: inequidad, corrupción, puja por el ingreso.

En el país de las maravillas con el que sueñan los “dialoguistas”, Cristina debería sentarse con los caballeros de la corporación agroexportadora y pedirles sonriente que no se molesten porque el Estado afectará sus intereses a favor de todos. O imaginan que la Presidenta debió juntarse con los banqueros que manejaban las jubilaciones de los argentinos, para decirles con la mejor sonrisa: “No se enojen, pero me voy a llevar la gallinita de los huevos de oro”. O reunirse con los barones de la corporación mediática para anunciarles cordialmente que “deberán desprenderse, sin chistar, de centenares de estaciones de radio y televisión”.

Es cierto que el gobierno debe buscar consensos. Pero quienes creen que todo se soluciona de ese modo, desconocen la naturaleza conflictiva de los cambios que afectan intereses y sueñan con el país de Alicia, en el cual nada se modifica y las crisis sólo se administran conservadoramente.

¿TRÁNSFUGAS O DEMÓCRATAS? Quién negoció sin pudores fue el nuevo gobernador correntino, Ricardo Colombi. Tras ser electo en su provincia con el respaldo de la UCR, proclamó su apoyo a la continuidad del kirchnerismo, en medio de las acusaciones de émulo de Borocotó, que le propinaban sus correligionarios.

En una entrevista con el ministro Julio De Vido, el primer gobernador radical triunfante bajo el gobierno de Cristina Fernández, se aseguró el envío de fondos para tres obras estratégicas para su gestión: la ruta 14 y las represas Garabí y Yaciretá. En realidad, los vínculos entre Colombi y el kirchnerismo son tan añosos como los de Cobos, que sigue sentado en el sillón de vicepresidente del gobierno que denosta.

En su primer mandato, Ricardo Colombi fue uno de los gobernadores radicales K y en 2005, como diputado nacional, hizo bloque aparte y votó todas las leyes del kirchnerismo. Es una muestra más del descarnado pragmatismo que campea en la política argentina, en la cual las necesidades de la gestión se superponen siempre a las ideas y a los principios. Pero no se entiende como Colombi es acusado de ser un tránsfuga peor que Borocotó, cuando el precandidato presidencial de la UCR abandonó primero a su partido y después dejó en la estacada a su compañera de fórmula.

Una visión más ecuánime indica que si Colombi es un tránsfuga que debe ser castigado partidariamente, también lo debería ser Cobos. Con el mismo patrón, no podrían ser exaltados por la oposición y los medios Francisco de Narváez -que pasó del peronismo de derecha a la derecha conservadora del Pro- o Felipe Solá, que abandonó al propio Macri después de jugar con él en las elecciones. O son todos tránsfugas o paladines de la democracia. A no ser que el nuevo diccionario de lo políticamente correcto, indique que sólo es condenable aliarse con el oficialismo, pero bueno y deseable pasarse a la oposición.

DISTINTAS VARAS. En un lúcido artículo publicado en la web, el periodista Hugo Presman –que conduce con Gerado Yomal el programa “El Tren” por Radio Cooperativa- advierte sobre la utilización aviesa de las palabras para designar de modo positivo o negativo un hecho similar o la misma idea. Detrás de esa manipulación de las palabras, se esconde un extendido doble estándar político.

Cuando la presidenta de la Nación señala a algún sector del poder económico, está contribuyendo a la “crispación”, pero cuando los principales medios echan leña al fuego, están defendiendo “la sagrada libertad de prensa”. Todo se mide con varas distintas, que se encojen o dilatan de acuerdo a los intereses en juego.

Cuando una administración liberal se preocupa por las cuentas públicas, está cuidando el sacrosanto equilibrio fiscal, pero si lo hace un gobierno popular está “haciendo caja”. Cuando la seguridad social era manejada por los banqueros las magras jubilaciones no desataban tormentas mediáticas.

Pero cuando lo hace el Estado, se multiplican las sospechas porque “los Kirchner se llevan todo” y se advierte la inconveniencia de utilizar los fondos de los viejos para cuestiones tan indignas como asegurarle comida a los chicos. Si con un criterio redistribucionista más justo, el gobierno hubiera aplicado un impuesto a la renta financiera para solventar la asignación infantil, los bancos hubieran instalado a través de sus voceros la idea de un nuevo “capricho” presidencial.

Y hubieran vuelto a endilgarle al gobierno su profunda vocación por el conflicto, como si los cambios que afectan intereses poderosos pudieran realizarse pidiendo permiso. Cuando el gobierno concede un subsidio a una empresa privada está promoviendo “la inversión productiva”, pero si subvenciona a los sectores más postergados “está fomentando el clientelismo”.

Si se muestra insensible frente a la desnutrición infantil, es porque su progresismo es solo verbal. Pero cuando dispone al menos una cuota dineraria mínima de subsistencia, se trata en realidad de una manganeta contable que le permitirá mejorar las cuentas de Tesorería. La limitación a un monopolio mediático es “un ataque a la prensa libre”, pero la derogación de las penas de calumnias e injurias sancionada esta semana no merece siquiera un título demasiado destacado.

La obligación de someterse a un análisis de ADN –presentada como un proyecto contra la propietaria de Clarín- fue condenada por los medios como una muestra del peor autoritarismo, pero en el Senado fue aprobada esta semana sin ningún voto en contra, sólo con una abstención. Cuando Elisa Carrió vaticina un inminente Apocalipsis, no está promoviendo el mal humor social, sino defendiendo los “valores republicanos”.

Carrió expulsó de sus filas una enorme lista de dirigentes honestos y lúcidos, que formularon alguna disidencia, pero acusa de nazi al ex presidente Néstor Kirchner. Y acogió en cambio a figuras cuestionadas que desfilaron por varios partidos políticos sin que por eso sean tránsfugas.

Es la misma binorma que permite concluir que si los piquetes son rubios responden a una legítima de defensa de sus intereses, pero cuando están compuestos por trabajadores o desheredados, hay que aplicarles la solución del taxista porque no hacen más que generar “caos”, que es lo contrario de la palabra mágica que anticipa los palos: “orden” Paralelamente a la binorma política, asoma en la sociedad argentina una doble conciencia moral: cuando un empresario evade impuestos no comete un acto de corrupción, sino que defiende su medio de vida de los “políticos corruptos”. Si un dirigente político se enriquece, es un ladrón, pero si lleva una vida moderada, es un boludo.
http://www.elargentino.com/nota-66860-Una-sociedad-binorma.html