25 nov 2009

Crisis global II: Las tendencias de la etapa (Parte I) Por Claudio Katz


El año transcurrido desde el inicio de la crisis global ha ilustrado varias tendencias del capitalismo contemporáneo. Analizar estos rasgos es más importante que dilucidar las secuelas del estallido en el corto plazo. El vaivén coyuntural de las acciones, los títulos o las divisas no esclarece el devenir del sistema, pero algunas diferencias con la depresión del 30 ofrecen un buen punto de partida para esa clarificación.

Intervención y coordinación

Mientras que en 1929 predominaron las vacilaciones oficiales y los rescates a medias, el temblor reciente desató un socorro estatal unánime de los grandes bancos. Los funcionarios neoliberales no dudaron en utilizar todos los recursos del Tesoro para contener el colapso, con subsidios, reducciones de tasas y emisiones de moneda.
Esta conducta no fue improvisada. La experiencia del 29 legó un trauma a los administradores del estado burgués, que durante generaciones fueron educados en la adopción de contundentes medidas frente a un peligro de crack. Esta actitud ha sido la norma del establishment y de los principales exponentes del pensamiento económico dominante. Por esta razón predominó una generalizada aprobación del salvataje bancario, cuándo la quiebra de Lehman Brothers hizo temblar al sistema financiero.
La diferencia con los años 30 puede mensurarse en la magnitud del déficit fiscal creado para auxiliar a los financistas. Estas erogaciones desbordaron ampliamente cualquier socorro del pasado y han estado a tono con la dimensión del gasto público contemporáneo. Hace siete décadas ese agregado rondaba en torno al 2,5% del PBI y en la actualidad no baja del 20%.
Ningún gobernante esperaba la llegada de un estallido financiero tan profundo. La crisis volvió a irrumpir en forma intempestiva, sobrepasó los paliativos iniciales y ha generado desequilibrios más acentuados. Este alcance ha potenciado también la política oficial de contener la tempestad con las reservas del Tesoro. Pero la novedad del último año fue el carácter global de esa reacción. El tradicional panorama de varios estados aplicando la misma receta, ahora incluyó mayor coordinación internacional.
En este plano se verificó otra diferencia con los años 30. La crisis incentivó la concreción de varias cumbres presidenciales, tanto en el pico (Londres) cómo en el reflujo de la eclosión (Pittsburg). Las políticas comunes negociadas en estas reuniones no figuraban en la agenda de la gran depresión. Este cambio refleja los imperativos de la gestión económica contemporánea.
El capitalismo del siglo XXI exige tramitar globalmente el alcance y destino nacional del gasto público. Las principales economías del planeta están asociadas y necesitan acordar cierto manejo del impacto económico, que tiene cada erogación estatal. Esas tratativas modifican el efecto local y foráneo que genera el financiamiento público. Con el mismo presupuesto se pueden incrementar las importaciones o la producción interna y (o) crear más empleo en el exterior que dentro de un país. Estos equilibrios se negocian al más alto nivel.
El principal punto de discordia entre Estados Unidos y Alemania o Francia durante las Cumbres del G 20 fue justamente la dimensión y orientación de las erogaciones estatales. Las grandes corporaciones de cada país hicieron valer sus intereses a través de los funcionarios de cada estado. Estas divergencias se zanjaron (o pospusieron) con salidas intermedias.
Nadie sabe si esos acuerdos perdurarán o no en el próximo período, pero a diferencia de los años 30, actualmente existen empresas transnacionales que están directamente interesadas en preservar la continuidad de transacciones globales. Estas compañías gestionan en común, una amplia gama de negocios que no existían en la entre-guerra.

Entrelazamientos y comparaciones

La asociación entre capitalistas de distinto origen explica también, la reacción financiera convergente que exhibieron todas las potencias frente a la crisis actual. No se repitió el repliegue nacional de los años 30. Estados Unidos, Europa y Japón sostuvieron el movimiento internacional de capitales y acordaron un relanzamiento del FMI, para reordenar la estructura bancaria global.
Las principales gobiernos decidieron reformar esa entidad para administrar el curso de la eclosión, redistribuyendo las atribuciones que cada país detenta en ese organismo. En la época de la gran depresión no operaban instituciones de este tipo, ni regía un funcionamiento mundializado de las finanzas.
El mismo contraste se verifica a nivel comercial. A diferencia de lo ocurrido durante la primera mitad del siglo XX, la crisis no ha modificado la primacía del libre-comercio sobre el proteccionismo. Los gobiernos continúan actuando bajo el paraguas de la OMC y mantienen en pie los tratados bilaterales y multilaterales. Hasta el momento, los incrementos de aranceles han sido marginales, la presión aduanera se ejerce por la vía indirecta de las devaluaciones y las medidas de “compre nacional” han sido muy limitadas.
Las empresas transnacionales se oponen a todo incremento de aranceles que desate una escalada de reacciones recíprocas. Esta andanada que afectaría seriamente los negocios globalizados, por el momento no se avizora. Para revertir la fuerte reducción de tarifas aduaneras que se registró entre 1986 y el 2007 (del 26 % al 8,8% del promedio mundial) se requeriría un gran viraje proteccionista, a su vez precedido por drásticas retracciones del comercio internacional.
La continuidad del libre-comercio es congruente con la persistencia de inversiones cruzadas entre capitalistas de distintos países. La crisis no ha debilitado esta interacción. Al contrario, continúan floreciendo las adquisiciones entre firmas de variado origen. Lo ocurrido en la industria automotriz es un ejemplo de estos enlaces. Mientras que Renault (Francia) estrecha vínculos con Nissan (Japón), Tata (India) adquiere marcas de Ford (norteamericana), Fiat (Italia) compra parte de Chrysler (estadounidense), General Motors vende marcas y activos a Hummer o Geely (chinas) y Beijing Automotive se asocia con Volvo y Opel (Alemania). (1)
Este avance de la internacionalización no ha creado un capital transnacional único, sin centro y ni fronteras. El capitalismo continúa operando a través de múltiples estados nacionales. Pero el entrelazamiento de las empresas ha forzado una gestión más colectiva de las potencias. La mundialización económica y la ausencia de confrontaciones bélicas inter-imperialistas, han creado un escenario muy distinto al imperante durante la gran depresión.
En los momentos más álgidos de la crisis reciente, aparecieron frecuentes analogías con esa época, que omiten esas diferencias. Este olvido simplemente retrató la desesperación de la elite financiera durante el estallido. La sensación de catástrofe condujo a presagiar la inminente repetición del 29, en comentarios de la prensa y opiniones de los economistas más afamados. Las semejanzas entre ambas situaciones estuvieron en boca de muchos analistas durante varios meses. (2)
Pero en estos paralelos se compararon episodios (septiembre 2008 y octubre de 1929) sin evaluar correctamente los contextos. Este error fue muy visible en la tesis que postuló la total equivalencia entre ambas crisis. (3)
Resulta imposible predecir si el clásico crack del pasado reaparecerá en el futuro próximo. Pero hasta ahora la intensidad de la crisis ha sido muy inferior a la gran depresión. El desmoronamiento de las Bolsas -desde el inicio de la eclosión (septiembre del 2008) hasta el punto más bajo (marzo 2009)- acumuló una caída del índice SP de Wall Street del 53%. Este derrumbe superó el 48% registrado en 1929, pero el precio de las acciones recuperó posteriormente un 40% de esa caída (octubre pasado).
También la contracción del comercio mundial del 2008 dista mucho de la retracción de 1929-1934 (66%). Por otra parte, las estimaciones del PBI indican una probable recesión mundial del 1,3% (2009), cuya duración ya superó en Estados Unidos los 16 meses. Este bajón no se aproxima a la caída del 33% registrada en 1929-33, ni presenta la extensión de 43 meses que siguió al desmoronamiento de 1929. En cualquier caso es ocioso especular sobre la repetición de ese desplome. Lo importante es caracterizar adecuadamente el contexto que singulariza a cada período. (4)

El rol de Estados Unidos

La economía norteamericana fue el epicentro de la crisis reciente, pero el temblor se extendió rápidamente hacia otros polos del mundo desarrollado. Especialmente en Europa los niveles de recesión, desempleo y retracción de las ventas han sido superiores.
Este mayor impacto en el Viejo Continente se observó en los quebrantos financieros e inmobiliarios, que afectaron a los países más emparentados con el modelo estadounidense (Gran Bretaña, España e Irlanda). También las economías alejadas de ese esquema -como Francia o Alemania- enfrentaron los duros coletazos de una crisis, originada en la otra costa del Atlántico.
La eclosión ha puesto de relieve la profunda heterogeneidad de la Unión Europea, dónde cada estado salió a defender a sus propios capitalistas. En el debut de la crisis predominó incluso un aliento a las exportaciones a costa del vecino y una escalada de aumentos de gastos públicos nacionales, en desmedro de las finanzas comunitarias. El temblor ilustró, además, la existencia de prioridades internacionales muy diferentes, entre quiénes protegen sus negocios en el Este (Austria) y quiénes jerarquizan sus relaciones con otros continentes (España- América Latina).
Mientras que Estados Unidos volvió a utilizar su consolidado aparato estatal, la Unión Europea gestionó con precariedad una estructura comunitaria en construcción. La clase capitalista norteamericana exhibió una cohesión que sus pares del Viejo Continente no han logrado forjar. Esta debilidad proviene de la ausencia de un capital genuinamente europeo, ya que las firmas de esta zona se han internacionalizado con más operaciones a nivel global, que a escala continental.
También Japón fue golpeado por la crisis con más severidad que Estados Unidos. Aunque este país logró evitar la burbuja inmobiliaria y el festival especulativo, no pudo eludir la contracción de su economía. Cuándo empezaba a emerger de la larga depresión de los 90, volvió a chocar con un contexto externo desfavorable. La retracción del comercio global impactó en forma más directa, sobre una economía muy atada al comportamiento de sus exportaciones.
Estados Unidos pudo afrontar con más soltura una crisis originada en su territorio por la gravitación que mantienen sus grandes corporaciones. Es evidente que esa influencia ha declinado drásticamente en comparación a los años 50, cuándo aportaban la mitad del producto industrial mundial. Pero con el avance de la mundialización esas firmas han preservado un lugar significativo en el escenario global. (5)
La crisis ilustró cómo se ejerce el poder estadounidense a través de las finanzas. Toda la política de socorro estatal a los bancos implementada a nivel internacional fue definida en Washington. La Reserva Federal (FED) y Wall Street anticiparon el grueso de las iniciativas, que posteriormente adoptaron otros países.
Esta gravitación fue muy visible en las negociaciones para reorganizar el sistema bancario. Estados Unidos le impuso a Alemania y a Francia la preservación del actual esquema de finanzas liberalizadas, con la introducción de algún ajuste cosmético en los paraísos fiscales. Además, el reordenamiento de las normas bancarias internacionales quedó subordinado al ajuste previo de las entidades norteamericanas.
El control sobre las calificadoras, la supervisión de los fondos buitres, la regulación de los capitales mínimos y las restricciones al apalancamiento que se dispongan en Estados Unidos, fijarían la pauta a seguir en todo el planeta. El modelo de la FED sería primero adoptado por el FMI y posteriormente exportado al resto de las naciones. Los tiempos de esta renovación dependen de las tensiones internas que afronta la administración de Obama.
La FED actuó durante la crisis como un Banco Central con influencia mundial y definió la política predominante de bajísimas tasas de interés. Japón volvió a exhibir sometimiento financiero al padrino estadounidense y el ente rector de las finanzas europeas fue incapaz de adoptar medidas significativas. Mantuvo una postura conservadora y restringió su radio de acción al Viejo Continente. Estas vacilaciones expresaron las dificultades que enfrentó el euro en medio del temblor. Esa moneda fue creada en una coyuntura de bonanza y ha debido testear por primera vez su consistencia ante una gran crisis.
El sostenimiento del euro obliga a un ajuste permanente, que deteriora la competitividad de las economías más frágiles de la Comunidad. Esos países han perdido soberanía monetaria y no pueden recurrir a la devaluación. Dependen de un anclaje impuesto por el Banco Central Europeo, que maneja tasas de interés superiores a Estados Unidos. Esta política obstaculiza seriamente la adopción de medidas contra la recesión.
La Unión Europea debió socorrer también a las economías de su periferia, que buscaron convertirse en paraísos financieros (Irlanda, Islandia) y tuvo que lidiar con tormentosas fugas de divisas. Soportó, además, el quebranto fiscal de los países de Europa del Este, que han buscado solventar su pasaje al capitalismo con créditos externos. Esta financiación ha creado una situación de cesación pagos entre muchos acreedores austriacos, suecos y alemanes. (6)
La crisis permitió corroborar el papel central que mantiene Estados Unidos cómo protector mundial del capital. El dólar y los Bonos del Tesoro se convirtieron en los principales refugios frente al desmoronamiento de los bancos. Los acaudalados del planeta colocaron sus ahorros en esos papeles.
Con la distensión financiera posterior el dólar ha vuelto a caer. Esta baja no sólo evidencia la sobre-valuación de esa divisa. También refleja la búsqueda de un equilibrio monetario, que exprese las nuevas relaciones de fuerza vigentes entre la primera potencia y el resto del mundo.
Estados Unidos intenta mantener la primacía de su moneda, manejando esa devaluación. Busca imponer una cotización que le permita reducir el déficit comercial, sin afectar la afluencia internacional de capitales a Norteamérica. Negocia con sus rivales esos dos objetivos contradictorios en todos los encuentros ministeriales. Sus competidores intentan aminorar la gravitación de la divisa norteamericana, pero evitan cualquier sustitución de esa moneda. El euro no se perfila cómo reemplazante del dólar, el yen ni siquiera ambiciona disputar ese rol y el yuan es todavía un signo inconvertible. Nadie avala tampoco un retorno a las áreas monetarias cerradas de entre-guerra.
En los hechos, muchos países dependen de la estabilidad del dólar para continuar vendiendo sus productos. Por eso persiste una gran indefinición monetaria. Estados Unidos no puede dictar sus preferencias, pero Europa y Asia tampoco pueden fijar esos patrones.
Todos evalúan dentro del FMI distintas alternativas complementarias para el rebalance de las divisas y contemplan la posibilidad de nuevas canastas, signos compartidos o recursos complementarios (como los Derechos Especiales de Giro). Pero es evidente que la viabilidad de estos ensayos dependerá del carácter manejable o descontrolado que asuma la crisis.
Notas:
1) Vesslillier Jean Claude, “Automobile. La fin d´un cycle”, Inprecor 545-546 janvier-fevrier 2009.
2) “El mundo enfrenta la “peor crisis financiera desde la Gran depresión de 1930”, Dominique Strauss-Kahn, presidente del FMI ecodiario.eleconomista.es, 26-10- 2008. “Se está procesando la turbulencia es en realidad más severa desde la gran depresión”, George Soros, lwww.cincodias.com/articulo, 21-2- 2009. “La clase de problemas que caracterizaron a buena parte de la economía mundial en los años treinta, ha hecho una reaparición sensacional”, Paul Krugman, De Vuelta A La Economía de la Gran Depresión, www.bazuca.com/libro, 2009. “Los errores de política económica conducirían a un colapso del 29” planteó Paul Samuelson, paulinocardenas.wordpress.com10-7- 2009. Advertencias del mismo tipo formuló Niall Ferguson, “Economía global pode entrar na terceira grande depressao”, Folha de Sao Paulo, 13-7-09.
3) Eichengreen Barry, O¨Rourke, “Una comparación histórico-estadística de la Gran Depresión con la crisis presente”, Sin Permiso, 12-4-09.
4) Las cifras que diferencian a ambas situaciones pueden consultarse en: The Economist-La Nación “El proteccionismo es un riego en alza”, 27-12-08 y Clarín, 24-3-09.
5) Algunas estimaciones destacan que las compañías norteamericanas constituyen el 48% de las 500 principales firmas transnacionales, lideran los cinco primeros puestos de ese ranking y se ubican en 16 de los 22 lugares preeminentes de esa escala. Estos datos son congruentes con la nominación en dólares del 80% del comercio y el 65% de las reservas mundiales. Petras James. “Los imperios euro-americano en la era neo-mercantilista”. Laberinto, n 7, octubre 2001, Málaga.
6) El endeudamiento de las economías del Este Europeo se consumó durante la última década para financiar el déficit comercial creado por la cirugía de la industria, la apertura agraria y consumo de los nuevos ricos. A diferencia de los países del sur europeo -que ingresaron a la Comunidad con el auxilio de subsidios- la región oriental debe financiar su incorporación con endeudamiento. Por esta razón, esa zona sufre el tipo de conmociones que tantas veces sacudió a Latinoamérica. Ver : Samary Catherine, “Vers un tsunami bancaire et social Est-Ouest européen”, Inprecor 549-550, mai-juin 2009.
http://www.argenpress.info/2009/11/crisis-global-ii-las-tendencias-de-la.html