Tras la larga agonía del régimen de convertibilidad y el colapso económico, financiero y social de fines del 2001 y comienzos del 2002, se produjo un importante proceso de recuperación económica y productiva. Cuando muchos elementos hacían prever que se podía ingresar en un pozo depresivo y un proceso que profundizara aún más el grave cuadro de regresividad social, desarticulación del aparato productivo e incluso rasgos de disolución nacional y territorial, se produjo un viraje, un punto de inflexión y un cambio ciertamente inesperado.Por esos tiempos no sólo se hablaba de dolarización sino que incluso muchos sectores promovían reemplazar el sistema financiero nacional por una suerte de banca offshore, donde los ahorros de los argentinos fueran manejados en otras latitudes. E incluso se llegó a mencionar en algún afiebrado laboratorio de investigación de una universidad estadounidense la posibilidad de constituir un comité supranacional que defina y monitoree los destinos económicos del país.Lejos de ello, el régimen económico implementado a partir del 2003 permitió, a partir de una gestión más heterodoxa de la macroeconomía, una fuerte recuperación del aparato productivo y de los grados de libertad para hacer política económica. En este marco, se generó una situación fiscal de mayor holgura, se recuperó el superávit externo y se reestructuró la deuda externa con una considerable quita.
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En todo caso, es indispensable el rol activo del Estado para controlar, negociar y regular a estas empresas. Pero, nuevamente, el Estado argentino ha sufrido un fuerte proceso de desmantelamiento en las últimas décadas y tiene serias debilidades para posicionarse ante estos gigantes globales. Y el problema se agrava cuando esa relación asimétrica se traslada a los estados provinciales que tienen que tratar, desde una posición aún más débil, con gigantes mundiales del petróleo o la minería, por citar un par de ejemplos.
http://www.elargentino.com/nota-54984-Concentracion-y-transnacionalizacion.html
