22 ago 2010

La fractura del neoliberalismo y la importancia de profundizar el modelo nacional Por Mario Rapoport Economista.

Un primer balance del período 2003-2007 a partir de una comparación histórica puede quizá permitir entender mejor su performance, no ya respecto de la larga noche del neoliberalismo sino con las otros dos etapas de mayor semejanza de la historia económica argentina en cuanto a los procesos de industrialización: la de 1946-1955 (el primer peronismo) y la de 1964-1974 (con gobiernos civiles y militares).
El mayor crecimiento puntual del PIB es en 1947, con 11,1%, luego en 1964 con 10,3%, y 1965 y 2005, con 9,2%. Si tomamos ciclos de años, el promedio anual del primer período (con dos caídas en 1949 y 1952) fue del 4,2%. Sin caídas, el segundo período (1964-1974) resultó el más largo y su crecimiento medio fue del 5,1%. En el transcurso del último gobierno (contabilizando también el despegue del 2003) se creció al 8,9% anual, el más alto para todas las épocas involucradas, aunque también el más breve. Los índices per capita nos dan una relación parecida. Pero el crecimiento del PIB no vale por sí mismo: existen otros indicadores que podrían facilitar la comparación, como las tasas de inversión, las de inflación, y los indicadores de distribución de los ingresos.
En relación con la tasa de inversión, que explica el ritmo del proceso de acumulación de capitales (no su calidad), su vínculo con el producto (IBIF/PIB) es muy parecido en los tres períodos: 21,9% (1964-1974), 21,4% (1946-1955) y 19,2% (2003-2007). La tasa de inflación es más volátil y difícil de apreciar. Durante el primer peronismo se registró un máximo del 38,6% en plena crisis de 1952 y un mínimo del 3,8% en 1954, con un promedio del 19,6%. En el segundo período (1964-1974), y salvo un año, las tasas estuvieron por encima de los dos dígitos, con un promedio del 29,7% y un pico del 60% en 1973.
Por último, en 2003-2007, los índices de precios, aunque no se admitan plenamente las cifras del Indec, fueron muchos más bajos que los de aquellos años, un 9,4% en promedio. En cuanto a la distribución de los ingresos y los niveles de empleo, no cabe duda de que el primer peronismo fue el más igualitario e inclusivo, seguido por la década del 1960 y la época actual. Una gran diferencia es que el gobierno de Kirchner recibe la pesada carga del endeudamiento, altos índices de desempleo y pobreza, y una crisis casi terminal, algo que no ocurrió ni en el primer peronismo ni en el período 1964-1974. En cambio, en el sector fiscal y en el externo, la ventaja es para el período 2003-2007.
Algunos analistas juzgaban que gran parte de los resultados obtenidos en este último período se debieron al “viento de cola” de una coyuntura receptiva a las exportaciones argentinas. Sin embargo, el primer escollo grande que la economía debió atravesar desde el inicio de la recuperación fue el quiebre en las condiciones externas generado por la crisis mundial, que constituye el fracaso de un modelo económico en los países más desarrollados que la Argentina ya había experimentado. Y el impacto fue menor que el que algunos esperaban.
Aunque se desaceleró el crecimiento y el sector externo resultó afectado, la economía fue recuperándose en forma mucho más rápida que los años ’30. En un país como la Argentina, que ha recobrado la estabilidad democrática pero donde pujan diferentes intereses corporativos, como se expresó en el conflicto con el sector agropecuario en 2008, es preciso no retroceder a épocas pasadas y al predominio de ideologías que ya mostraron su fracaso. Para ello se requieren políticas de Estado basadas en una nueva cultura nacional, cuyo principal objetivo sea la defensa de los intereses del conjunto de la población y no el de minúsculas élites de poder.  Lo más importante que le sucedió a la Argentina, así como al resto de los países sudamericanos desde los inicios del siglo XXI, es que se comenzó a advertir en la mayor parte de la región la fractura de la hegemonía neoliberal, después de las fuertes crisis que mostraron su fracaso. Se produjo, sobre todo, una seguidilla de triunfos electorales que llevaron al poder a un nuevo tipo de líderes y fuerzas sociopolíticas. Esto significó, a su vez, la realización de cambios, de mayor o menor profundidad según los gobiernos, en sus políticas económicas, sociales e institucionales; en la forma de relacionarse con sus vecinos y en su posicionamiento con respecto al orden económico y político mundial. Con los nuevos gobiernos se amplió la voluntad política en el proceso de integración. Así, el 8 de diciembre de 2004, los mandatarios de los 10  países sudamericanos se reunieron en Cusco para cumplir uno de los más ambiciosos sueños bolivarianos. Las cifras del posible bloque sudamericano, tal como se plantea con la creación de la Unasur, son contundentes. En efecto, con doce países y una población que ronda los 400 millones de habitantes parece proyectarse hacia el futuro como un espacio económico y geopolítico de gran peso. Estamos atravesando una etapa en la cual la mayoría de los gobiernos sudamericanos se han dado cuenta de que tienen por delante la tarea de recuperar la dirección de su propio desarrollo. Mientras que en los años ’90, el proceso de globalización y los proyectos de integración regional surgieron diferenciados pero sin vínculos claros con estrategias nacionales propias, en la actualidad se conforma una ecuación más compleja: desarrollo nacional, integración regional y globalización. La cuestión consiste en reconocer, dentro de ese esquema, la necesidad de compatibilizar las políticas económicas y sociales a fin de hacer frente a un mundo cada vez más complejo.
La Argentina está indudablemente inserta en ese proceso.
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