24 jun 2010

Salarios y productividad en la economía mundial Por Aldo Ferrer


Aldo Ferrer Los actuales desequilibrios de la economía mundial culminaron en el descalabro financiero iniciado a fines del 2007 y, en los últimos meses, la crisis en varios países de la Unión Europea y en el régimen comunitario. En notas anteriores, exploré la naturaleza de estos problemas y las relaciones entre los desequilibrios de las principales economías, la desregulación financiera y el predominio de la especulación en las transacciones monetarias internacionales.
En un estudio reciente (“Global economic prospects: the recession may be over but what next? South Centre”, Ginebra, 2010), Yilmaz Akyuz destaca un factor que ha contribuido a provocar la crisis actual, cuya resolución es necesaria para el crecimiento y un orden estable en las relaciones internacionales. Se refiere a la pérdida de participación de los salarios en la distribución del ingreso en las mayores economías industriales (los Estados Unidos, Alemania y Japón) y en China.
En todos ellos, los salarios reales crecieron menos que la productividad, provocando, consecuentemente, el aumento de la participación del capital en el ingreso. En China, en esta década, la participación de los salarios en el PBI declinó del 53 al 40%, provocando una caída semejante del consumo en la demanda agregada. La baja de la participación de los salarios fue menor en las otras economías señaladas, pero también significativa.
La globalización. El comportamiento del sistema global impulsó esta tendencia. En las últimas décadas, se triplicó el número de trabajadores que producen para el mercado internacional. En ese contexto, la subcontratación de diversos componentes de las cadenas de valor en terceros países de salarios inferiores debilitó la demanda de empleo y la capacidad negociadora de los trabajadores en los países industriales avanzados. En las economías industriales avanzadas, estos hechos promovieron la flexibilización de las normas protectoras del empleo y la “deflación competitiva” vía el retraso salarial, aumentando aún más la brecha salarios-productividad. En China, fue principalmente la abundancia de mano de obra lo que permitió que los salarios crecieran menos que la productividad, un antiguo problema estudiado por los economistas estructuralistas latinoamericanos.

A pesar de que, en promedio de la economía mundial, los mercados internos son el destino del 80% de la producción y fuente de la mayor parte del empleo, la debilidad de la demanda de trabajo y el comportamiento de los salarios en los sectores globalizados, contagian a la totalidad del empleo de las economías nacionales. En la economía global, influyó también que las ganancias del sector financiero absorbieron proporciones crecientes de las ganancias totales del capital. Frente a este hecho, cabe suponer que la brecha entre el incremento de los salarios y la productividad contribuyó a mantener los márgenes de ganancias del capital empleado en la producción de bienes y servicios no financieros.

Demanda agregada y crecimiento. La baja de la participación de los asalariados provocó el subconsumo y depositó, en los otros componentes de la demanda agregada (inversión y exportaciones), el aumento del nivel de actividad, salvo en los Estados Unidos. En este país, la disponibilidad de crédito a bajas tasas de interés y el aumento del precio de los activos, con su efecto riqueza y nuevo impulso a la toma de deuda, compensó la pérdida de participación de los asalariados en la distribución del ingreso y promovió el sobreconsumo. En China, la baja de la participación del consumo en el gasto fue más que compensada por un extraordinario aumento de la inversión (que llegó a representar el 50% del PBI) y, en menor medida, de las exportaciones, lo cual permitió sostener tasas de crecimiento del PBI del 10% anual. En Alemania y Japón, las exportaciones fueron el principal recurso para compensar la debilidad del consumo, registrando un crecimiento mediocre: entre 1 y 2% del PBI.

Las tendencias señaladas en la evolución del ingreso y el gasto en las mayores economías se reflejó en sus pagos internacionales. Antes del estallido de la crisis, a fines del 2007, el superávit en el balance de pagos en cuenta corriente era, en miles de millones de dólares, de 250 en Alemania, 210 en Japón y 370 en China. En términos de valor agregado, las cifras son distintas porque, en el caso de China, sus exportaciones incluyen una alta proporción de insumos importados.

De todos modos, del total acumulado del superávit en cuenta corriente de esos tres países, casi el 50% se registró con los Estados Unidos. En este país, la brecha entre el ingreso y el gasto sostenido, en buena medida por la expansión del crédito, se reflejó en el déficit de sus pagos internacionales, el cual proporcionó una solución a la debilidad del consumo de las otras tres mayores economías y una inyección de demanda sobre el resto de la economía mundial.

Por otro lado, un grupo de países emergentes de Asia más los exportadores de petróleo lograron generar sustantivos superávits en sus pagos internacionales (principalmente con los Estados Unidos) y acumular reservas por más de u$s5 billones. A su vez, varios países de América latina, incluida la Argentina, lograron fortalecer sus pagos internacionales vía la expansión de sus exportaciones, el fortalecimiento de las finanzas públicas y el manejo ordenado de la deuda.

La crisis y el ajuste. Cuando a fines del 2007 estalló la burbuja especulativa de las hipotecas subprime norteamericanas y se desencadenó la crisis financiera global, los Estados Unidos sostuvieron la demanda con el salvataje a los bancos, recortes de impuestos, transferencias sociales y flexibilización monetaria. China insistió con el aumento del gasto de inversión, incluido el crédito para el sector inmobiliario. Alemania y Japón descansaron en el salvataje del sector financiero a través del gasto público y la flexibilización monetaria.

Los Estados de las mayores economías industriales comprometieron una inmensa masa de recursos públicos para rescatar al sistema financiero y sostener el nivel de actividad, llevando el déficit fiscal de posiciones de equilibrio a déficits del orden del 10% del PBI. Ahora, frente al impacto negativo de estos hechos sobre las expectativas de los mercados, están promoviendo el ajuste fiscal y el endurecimiento de la política monetaria, a pesar de que, todavía, la economía real no presenta evidencias firmes de recuperación del consumo y la inversión.

El ajuste es particularmente doloroso para los países de la Unión Europea sujetos al euro y vulnerables por los déficits preexistentes en sus finanzas públicas y/o pagos internacionales y la existencia de niveles de deuda, pública y privada, que reclama el refinanciamiento en los mercados. En este escenario, estos mismos países están poniendo en marcha recortes de programas sociales, normas laborales y regímenes jubilatorios, para reducir el déficit y recuperar la confianza de los mercados. Estas políticas aumentarán la brecha salarios/productividad, deprimirán la producción y el empleo y no resolverán los desequilibrios existentes.

Por otra parte, los países emergentes, como la Argentina, que lograron consolidar sus finanzas públicas y pagos internacionales antes de la crisis, han logrado evitar el ajuste impuesto a las economías vulnerables. En estos países, la dinámica de la relación salarios/productividad y la distribución del ingreso responde a procesos, en buena medida, distintos del de las grandes economías industriales y, en todo caso, tiene una influencia marginal en el comportamiento del sistema global.

Como señala Akyuz, la depreciación del dólar respecto de las monedas de los países superavitarios, como China, Alemania y Japón, puede estimular las exportaciones norteamericanas a esos mercados, pero no resuelve los problemas del sobreconsumo y la insuficiencia del ahorro interno de los Estados Unidos. De hecho este país experimentó fuertes déficits en sus pagos internacionales en los últimos cuarenta años a pesar de la variación de la paridad del dólar con sus principales competidores. Los ajustes de paridades no resuelven, en las mayores economías, los desequilibrios provocados por la brecha salarios-productividad y la pérdida de participación de los salarios en el ingreso, ni la vulnerabilidad generada por la desregulación de la especulación financiera.

* Director editorial de Buenos Aires Económico
http://www.elargentino.com/nota-96127-Salarios-y-productividad-en-la-economia-mundial.html