Las restricciones externa y fiscal que prevalecieron durante más de setenta años y analizamos en la nota anterior influyeron en la formación de la opinión pública y las ideas económicas en la Argentina. Las aguas se dividieron en torno de la determinación de las causas y consecuencias de esos problemas.
Para la visión nacional del desarrollo, era posible e imprescindible resolver la restricción externa profundizando el desarrollo industrial y la capacidad exportadora de manufacturas y de productos primarios. En el enfoque del desarrollismo ortodoxo, cuyo mayor exponente fue Rogelio Frigerio, lo fundamental era integrar las cadenas de valor con el pleno desarrollo de las industrias de base (acero, aluminio, celulosa, etcétera) y el autoabastecimiento energético. El capital extranjero era un instrumento del necesario shock inversor y transformador de la estructura y la inserción internacional del país.
Como recordé en mi nota en Buenos Aires Económico del 8 de mayo de 2008, en un diálogo que mantuvimos hace años, Frigerio escuchó la reiteración de mi argumento sobre la importancia relativa del ahorro interno y el capital extranjero. Su comentario fue que la cuestión no era cuán importante eran uno u otro sino que, en las condiciones prevalecientes en el gobierno de Frondizi, no había posibilidad alguna de reorientar la inversión del ahorro interno hacia los objetivos estratégicos del desarrollo. Por lo tanto, el shock inversor había que producirlo con inversiones externas dirigidas a los objetivos buscados.
El enfoque desarrollista aperturista y más apoyado en los recursos propios tomaba nota de los límites de la ISI, aun con el pleno y necesario desarrollo de las industrias de base y el autoabastecimiento energético. Era entonces preciso, también, exportar manufacturas de creciente valor agregado, con la participación de las tecnologías de frontera, como la microelectrónica y la informática. Se trataba, entonces, de formar una “economía integrada y abierta”, con una amplia base de sustentación en los recursos naturales y la industria, con capacidad de gestionar el conocimiento en todo el arco de las tecnologías disponibles y la capacidad original de innovación.
En este escenario del pensamiento del desarrollo nacional, se debatió la relación campo-industria dentro de una estructura desequilibrada, según la expresión de Marcelo Diamand, que demandaba otorgar condiciones de competitividad a toda la producción de bienes sujetos a la competencia internacional, a través de tipos de cambio diferenciales y otros instrumentos de la política económica. Dentro de estas perspectivas, la eliminación de la restricción externa permitía aumentar el ahorro interno, consolidar la solvencia fiscal y los equilibrios macroeconómicos y, por lo tanto, fundar, en los recursos propios la fuente fundamental de la acumulación, fortaleciendo el protagonismo de las empresas argentinas.
Pero las restricciones externa y fiscal promovieron otro tipo de respuesta, la de cuño liberal, la cual, con el agregado dominante de la dimensión financiera y su preferencia por las paridades sobrevaluadas, constituyó la versión neoliberal de la ortodoxia. Este enfoque tuvo éxito en generalizar el convencimiento de que el país no puede funcionar sin crédito externo y, consecuentemente, que el ahorro interno es insuficiente para sostener una tasa elevada de acumulación de capital. De ese modo, una preocupación dominante de la política económica fue atraer capital extranjero como inversiones privadas directas y créditos internacionales. El objetivo era, entonces, “transmitir señales amistosas a los mercados” para atraer los capitales foráneos.
En plena crisis del 2001/2002, este enfoque culminó con la propuesta de la banca offshore y la dolarización lisa y llana del sistema monetario. Es decir, el abandono definitivo de la conducción nacional de la política económica argentina y la subordinación plena del país, a los dictados del FMI y los mercados financieros. Sumergidos en el orden global, terminaríamos con la “restricción externa” porque el país pasaría a ser un apéndice del sistema mundial. De paso, acabaríamos con los disparates de los que piensan que el país puede crecer, sin restricción externa, descansando en sus propios recursos, que cada país tiene la globalización que se merece en virtud de la fortaleza de su densidad nacional y que la Argentina puede estar plenamente integrada al mundo en el comando de su propio destino.
La resolución de las restricciones externa, fiscal e institucional. En los últimos años se ha producido un cambio radical en el comportamiento de la economía argentina. Desde la salida de la crisis del 2001/2002, en el transcurso de esta primera década del siglo XXI, los pagos internacionales vienen operando con un elevado superávit en el balance comercial y en la cuenta corriente del balance de pagos. Este último registra ocho años consecutivos positivos, hecho inédito en la historia económica del país. En el 2009 alcanzó al 3% del PBI y cabe esperar un superávit semejante el 2010. A su vez, la balanza comercial registra saldos positivos anuales superiores a los u$s15.000 millones.
Estos hechos obedecen a causas múltiples. Una de ellas es el notable incremento del volumen de la producción rural, particularmente de cereales y oleaginosas, con el fuerte aumento de las exportaciones favorecido, al mismo tiempo, por las tendencias expansivas del mercado mundial de alimentos. Otra, el abandono de la convertibilidad y la apreciación del peso, que estimuló la producción de manufacturas de origen industrial, tanto para el mercado interno como el internacional.
Como esta década el superávit externo se sostuvo a pesar de un crecimiento acumulado del PBI de más del 60% y un aumento comparable del producto manufacturero, cabe concluir que la restricción externa y el ciclo de stop and go de la ISI son problemas del pasado. Las tendencias actuales de la economía mundial y la dotación de recursos de nuestro país sugieren que perdurará el superávit en los pagos internacionales. Si en este contexto se mantiene un tipo de cambio de equilibrio desarrollista (TCED), cabe suponer que la economía nacional funciona ahora con un superávit externo estructural, de largo plazo.
¿Y qué sucede con la restricción externa y el ciclo derivado de la deuda externa? Entre el 2003 y la actualidad, la relación deuda externa pública y privada/PBI bajó de 160 a 40 por ciento. Desde el momento en que se logró salir del default, con el exitoso canje de deuda del 2005, el pago al FMI y encuadrar los pagos dentro de límites manejables con recursos propios, también aquí se produjo un cambio radical. En el sector privado no financiero, el coeficiente de endeudamiento bajó en 70% y la cartera irregular con los bancos locales del 22 al 7%; es decir, la restricción externa y el ciclo stop and go de la deuda serían, también, problemas del pasado.
La solución de la restricción externa facilitó resolver la restricción fiscal derivada de los déficits crónicos de las finanzas públicas. La recaudación tributaria nacional aumentó en 10 puntos del PBI para ubicarse cerca del 30% del producto, proporción razonable en una economía del ingreso medio argentino. En esto influyeron el aumento de la actividad económica y la mejora en la gestión administrativa del sistema tributario. Del lado del gasto, la quita sobre la deuda resultante del canje contuvo los servicios en límites manejables para el Presupuesto. En el mismo sentido operó la incorporación, en la esfera pública, de los recursos del sistema previsional, que constituyen parte principal del ahorro interno. El comportamiento de las finanzas públicas desde la salida de la crisis del 2001/2002 demuestra, en efecto, que la restricción fiscal puede ser, también, un problema superado.
Estos cambios ocurren en un escenario político institucional también distinto. Desde el regreso definitivo a la democracia en 1983, la Argentina se está acostumbrando a resolver sus problemas en el marco de las reglas de la Constitución, con tensiones, pero en paz y sin violencia. El país tuvo en el pasado una “restricción institucional”, agregada a las externa y fiscal. Ahora, aquélla puede ser también un problema del pasado. En la experiencia reciente, aun los temas más polémicos (por ejemplo, la resolución 125, las reformas de los regímenes previsional y de medios audiovisuales, el uso de las reservas del Banco Central), se procesan conforme a las reglas constitucionales y la división de poderes propio de una sociedad democrática.
* Director editorial de Buenos Aires Económico
http://www.elargentino.com/nota-84339-La-economia-argentina-(segunda-parte).html