25 dic 2009

¿La hora de la convergencia? Por Alejandro Horowicz INFORME ESPECIAL


Agustín Rossi y Ricardo Alfonsín tendrán un rol destacado en estos dos años en la Cámara de Diputados. Las posibles convergencias políticas entre las dos fuerzas mayoritarias de la Argentina se apoyan en la trayectoria y el compromiso de ambos dirigentes. Frente al embate de la derecha más recalcitrante, es hora de que los mejores militantes de los espacios populares busquen ejes comunes.

La batalla parlamentaria no se salió de madre, al menos por ahora; ni la oposición exigió lo que la otra parte no puede ni debe otorgar, ni el oficialismo dejó de reconocer el nuevo mapa político. En la trabajosa conformación de las comisiones terminará de plasmar la nueva lógica sistémica. Lógica que tiene dos polos: uno, la oposición puede pretender que gobierna a través del Congreso; el otro, el Gobierno puede ignorar mediante el veto presidencial sistemático las leyes opositoras. Entre un polo y el otro, la trastienda parlamentaria que tramita intereses contrapuestos. Una precisión: no siempre la percepción de la diferencia coincide con el antagonismo real, en una sociedad que hace décadas no puede conformar el mapa de sus problemas y, por tanto, tiende a alucinar.

Allí la relación radicalismo peronismo cobra una súbita significación, muestra que la recomposición de las fuerzas políticas –al menos en su fase instrumental– esta vinculada al Congreso. Ésa es la temperatura del parlamento, pero esta muy lejos de la sensación térmica de la política. Al menos, la que se registra en los medios, sin olvidar la que agita algunos sectores de la actividad productiva.
La pregunta: ¿el Congreso será la caja de resonancia de la dinámica social o sólo orientará su pulso? Imposible saberlo. Esta última posibilidad vincula al oficialismo con la oposición o, si se prefiere, la relación que peronistas y radicales supieron conseguir.
Una historia compleja. Tras la II Guerra Mundial, en los albores del peronismo, un mundo estaba desapareciendo para dar lugar a otro. El Estado de bienestar o, si se prefiere, una sociedad donde el estatuto de ciudadanía abandonaba las hueras declaraciones liberales, para transformar derechos teóricos en ejercicios reales, se abrió paso. Las tres banderas que el coronel Perón sintetizó (independencia económica, soberanía política y justicia social) no an ajenas a la sensibilidad radical. La tradición que abreva en Hipólito Yrigoyen las escuchó con cierto agrado; remitían a una corriente interna que las tematizó, tras las crisis del 30 y el Pacto Roca-Runciman, mediante los folletitos –dicho con todo respeto– de Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche.
No fue ése, sin embargo, el vínculo que primó. La competencia electoral y la polarización social –la incorporación de los trabajadores a la lucha política no resultó sencilla en un país tan conservador– dificultaron las cosas. La irrupción proletaria del 17 de octubre desorganizó una mesa donde las fichas estaban repartidas. Las víctimas del nuevo reparto no fueron pocas y la Unión Cívica Radical terminó siendo el partido de la oposición al peronismo. El mundo anterior al ’45 coloreó sus tendencias internas y supo contener desde la Intransigencia modernizadora del Programa de Avellaneda, hasta el unionismo conservador de las capas medias portuarias.
El golpe del ’55 no sólo derroca al gobierno constitucional de Perón, además divide al radicalismo en Unión Cívica Radical Intransigente y Unión Cívica Radical del Pueblo. De un lado, los que estaban dispuestos a pactar con el “tirano prófugo” y, del otro, los que exigían la proscripción tout court.
Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio, John William Cooke y Juan Domingo Perón suscribieron en Caracas el pacto que posibilitó a Frondizi acceder a la presidencia. No bien la Ucri concesionó la extracción de petróleo a compañías extranjeras ardió Troya. La huelga petrolera de septiembre del ’58 quebró el pacto; de allí en más, las relaciones se volvieron ríspidas. Ni Frondizi reconoció el pacto –sostuvo con la peor mala fe que ésa no era su firma– ni Perón aceptó que su acuerdo con la Standard Oil of California no difería tanto del programa de Frondizi. A la hora de la verdad, cuando Frondizi no pudo derrotar en las urnas al peronismo, tras anular el resultado de los comicios fue depuesto por otra asonada militar.
Arturo Humberto Illia surge de la tómbola electoral del ’63, gracias a la proscripción del peronismo y el error de cálculo de Ricardo Balbín, para anular los contratos petroleros. Era la primera vez que el voto en blanco –ordenado por Perón– no obtuvo la mayoría. Al poco andar la CGT lanza un Plan de Lucha con toma de fábricas, y la Ucrp –expresión del radicalismo más tradicional– agota su exiguo capital político.
Una befa poco amable daba cuenta de la situación. Al parecer Illia tenía dos carpetas: en una llevaba los asuntos pendientes; en la otra, los resueltos. Cuando un asunto pendiente se resolvía, lo cambiaba de carpeta. Ésa era la percepción que los sectores politizados tenían del gobierno. Por eso, cuando el general Juan Carlos Onganía decide destituir a Illia, ninguna resistencia se produjo. En taxi, el ex presidente abandonó la Casa Rosada. Corría el año 1966.
La Revolución Argentina no tuvo plazos, sino objetivos, no cumplió los objetivos y agotó los plazos. En las barricadas del Cordobazo –29 de mayo del 69– primero, y en las del Viborazo –12 de marzo de 1971– después, la lucha de calles jaqueó al gobierno, y ante la amenaza de la marea roja el impensable retorno de Perón se volvió inevitable.
Antes, Jorge Daniel Paladino –delegado del general– junto a Balbín y representantes de formaciones menores constituyeron la Hora del Pueblo. Verdadera novedad: un conglomerado de partidos exigía una salida electoral que incluyera al peronismo. Una cosa era el peronismo, otra, el propio Perón; la Hora del Pueblo entendía perfectamente la diferencia y prudente alentó el acuerdo con el general Alejandro Agustín Lanusse.
Perón intentó quebrarlo; fracasó. Ni la dirección de la CGT ni el radicalismo estaban dispuestos a una lucha cuya dinámica los excedía. Perón, que seguía proscripto, empujó sus “formaciones especiales” al enfrentamiento y la fuga de la dirección guerrillera de la cárcel de Trelew puso en vilo la sociedad argentina. Los que no lograron escapar a Chile fueron recapturados, trasladados a la base naval Almirante Zar y asesinados a mansalva bajo el viejo cuento del intento de fuga.
Con anterioridad, Paladino fue obligado a renunciar –se decía que era el representante de Lanusse ante Perón y no al revés– y una nueva/vieja figura ingresa a la política: Héctor J. Cámpora. El 17 de noviembre de 1972, acompañado de más de un centenar de personalidades variopintas, el general regresa. Semanas atrás lo había visitado Frondizi en Puerta de Hierro, su residencia madrileña, y el restaurante Nino terminaría siendo el escenario de su encuentro histórico con Balbín en Buenos Aires. No sólo enterraban el hacha de la guerra, se proponían una suerte de estrategia común: gobernar la Argentina impulsando el último proyecto de transformación económica anterior al ’76: el programa de la CGE, el proyecto de José Ber Gelbard.
Cámpora gana las elecciones del 11 de marzo del ’73, Balbín sale segundo, y por primera vez en una campaña radical ni una sola consigna gorila salió de sus labios. El hombre que Perón había metido preso acompañó un giro copernicano de la sociedad: ser gorila sonaba retrógrado y lo era, Balbín había dejado de serlo. El acuerdo con el peronismo era posible.
La muerte del general cambia las cosas, Balbín despide sus restos con modulación republicana e Isabel Martínez de Perón, tras derrotar a la guerrilla, acorralar al movimiento obrero y sintetizar la nueva orientación económica con Celestino Rodrigo, abre la compuerta del ’76.
Y, lo demás, lo leímos en la tapa de los diarios. El retorno de los gobiernos con parlamento en 1983, de la mano de un acuerdo pentapartidario con la UCR y el PJ; los pactos del ’89 entre Carlos Saúl Menem y Raúl Alfonsín, en medio de la hiperinflación y los saqueos; la reforma constitucional del ’94 para la reelección, y la salida de la crisis del 2001 a consecuencia del estallido de la convertibilidad. En suma, la negociación entre radicales y peronistas recorre la historia nacional, no sólo no es un trámite posible, sino que suele marcar la cancha de la política argentina.
http://www.elargentino.com/nota-69404-medios-123-La-hora-de-la-convergencia.html