22 dic 2009

El ilustre visitante imperial y sus lacayos nativos Por Ricardo Forster

Hacía falta que aterrizase un funcionario subalterno del Departamento de Estado para que pudiéramos observar de qué modo se comportan los distintos actores del escenario político, empresarial y mediático argentino. Algunos “presidenciables”, de esos que sueñan con convertirse en los herederos del poder, se apresuraron a reunirse con el señor Valenzuela. Lo escucharon con gran atención, como se escucha desde una cierta sensibilidad de colonizado, y le transmitieron sus hondas preocupaciones ante el avance inclemente del populismo y de la consiguiente inseguridad jurídica que tanto atormenta y perjudica a las empresas transnacionales. Cobos, Macri y De Narváez se pusieron, cada uno, el traje que mejor les calza a la hora de expresarle a tan ilustre visitante toda su rastrera condición de súbditos del imperio. La “seriedad” con la que el vicepresidente asume su condición de gran elector, ¿de qué y de quiénes?, los gestos adustos del consecuente republicano con el que desea ser identificado mientras horada sin disimulos y sin ningún inconveniente la idea misma de república al permanecer en su cargo, resulta entre cómica y preocupante, expresión definitiva de quien no duda, como no lo ha hecho desde su famoso y ruin voto “no positivo”, en debilitar la tan reclamada institucionalidad en nombre, vaya paradoja, de esa misma institucionalidad.

Cobos dialogó con Valenzuela desde ese extraño lugar forjado a partir de un gesto que destituyó su propia supuesta virtud de autoproclamado republicano para convertirlo en un conspirador de tiempo completo. Macri y su maquiavélico socio De Narváez simplemente fueron a la reunión con el subsecretario para Asuntos Latinoamericanos (suerte de oficina para atender, desde la visión imperial, al patio trasero) para decirle aquello que ni siquiera hacía falta que le dijeran: que desde siempre, desde niños y cuando todavía no habían heredado los dinerillos con los que pudieron hacerse un lugar en la política, han defendido y seguirán defendiendo sus propios intereses que se corresponden perfectamente con los del imperio. En ellos no hay simulación, son lo que son, exponentes de la derecha neoliberal que sigue soñando un retorno a esa “maravillosa” década del ’90 de la que fue tan elogioso el enviado de un Obama cada vez más devaluado y cada vez más cercano a las posiciones de sus antiguos adversarios (el discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz es una memorable pieza de cinismo y de hipocresía que pone en evidencia la degradación de quien llegó a la presidencia abriendo una supuesta esperanza de giro progresista respecto de las políticas belicistas de Bush y, también, de la misma institución que ha quemado lo que le quedaba de prestigio al generar un hecho inédito: darle el premio a quien no sólo no hizo nada a favor de la paz sino que, en el inicio de su mandato, profundiza el envío de tropas a Afganistán y hace, en su pieza oratoria, un elogio de la guerra como fuente de la paz).
En verdad, la provocación de Valenzuela (reivindicada como no podía ser de otro modo por la corporación mediático-empresarial y sus principales voceros), su inadmisible intromisión en los asuntos de un país soberano, vino precedida por las declaraciones de Hillary Clinton días antes cuando, al modo de la Realpolitik propia de los republicanos aunque ella, como Obama, sean demócratas, fustigó a aquellos países sudamericanos que habían recibido al presidente iraní, aunque sin hacer mención, en un claro gesto oportunista e hipócrita, de Brasil que también lo recibió con todos los honores abriendo una relación más que rentable con “el eje del mal”. Para el imperio, el peligro se llama Chávez, Evo y Correa (¿acaso entrará Cristina en esa lista de malditos? ¿Nos harán ese honor?), mientras que Lula representa la moderación y los negocios. No resultó para nada llamativo, que al aterrizar en estas tierras, el subalterno de Hillary haya querido doblar la apuesta de su jefa al reivindicar la década menemista en detrimento de un presente interpretado como la manifestación de políticas incompatibles con el libre mercado y con la búsqueda de inversiones extranjeras. Así como Lula no lo recibió en su visita al Brasil (ni siquiera lo hizo su canciller), tampoco lo hizo Cristina Fernández.
También corrieron a encontrarse con el señor Valenzuela los gerentes argentinos de las empresas norteamericanas que volvieron a recitar a coro sus quejas contra la falta de seguridad jurídica, esa que tanto extrañan de los años en los que el país fue un territorio de la corrupción más feroz junto con el total desguace del Estado y de sus principales empresas. Añoran una Argentina arrodillada, servil, colonial, gobernada por una canalla política que transformó el Estado en un ámbito de saqueo. Esa década reivindicada por Valenzuela es la misma que lanzó al país a una crisis casi terminal al mismo tiempo que destrozaba el tejido social arrojando a millones de compatriotas a la más absoluta de las intemperies. El subsecretario, como nuestra oposición de derecha, sueña con esa década dominada por el neoliberalismo, aquella de las relaciones carnales y de la rapiña generalizada de nuestros recursos.
Cobos, Macri y De Narváez se sienten a gusto con ese discurso, no los sobresalta ni les incomoda. Ése es su proyecto, ése es el país que añoran y al que desean retornar destituyendo lo hecho en estos últimos años por un gobierno que fue modificando, con dificultades y contradicciones pero con fuerte decisión, la matriz neoliberal, esa misma que les permite, a nuestros ilustres opositores, dialogar y acordar con el señor Valenzuela. Tal vez no han tomado nota de que estamos por entrar en el año del Bicentenario, ese mismo que nos permitirá recoger y repensar aquello que surgió un mayo de 1810 descubriendo, en el itinerario que siguió la nación en estos 200 años, la complejidad de la lucha, que todavía no ha concluido, contra toda forma de vasallaje. En esa gesta de los Moreno y Castelli, de los Monteagudo y de los Belgrano se guarda la memoria de todos aquellos que han venido batallando por una patria libre, justa y soberana. Nada de eso sabe ni le interesa al señor Valenzuela, mientras que sus visitantes –políticos opositores, empresarios y periodistas “serios e independientes”–, esos que desparramaron elogios y lo siguen haciendo en algunos periódicos que dicen haberse forjado con la nación, se comportan como si entre nosotros hubieran triunfado los realistas. ¿Será así?
http://www.elargentino.com/nota-70745-El-ilustre-visitante-imperial-y-sus-lacayos-nativos.html