31 dic 2009

Bicentenario: ¿importa el calendario? Por Eduardo Anguita


Arranca un nuevo año que tendrá como dato sobresaliente ser el del Bicentenario del grito de Mayo. Ya se anticipan celebraciones y hasta muchas iniciativas públicas serán bajo el paraguas de los 200 años de aquel paso inaugural de algo que solemos llamar el principio del fin de la dominación española. La Presidenta, días pasados, informó de un plan que incluye la apertura de 200 espacios para alimentar el conocimiento de la historia y también el debate sobre el país que queremos. Surgieron también más iniciativas bajo esa denominación como el Fondo del Bicentenario, consistente en la colocación de una letra del Tesoro para pagar deuda externa con reservas llamadas excedentes.

Este artículo no se propone la justeza o no de reabrir el canje de deudores que quedaron fuera de las cancelaciones del 2005. Pero ya que se utiliza un nombre tan sentido, lo menos que cabe es preguntarse si un fondeo “patriótico” es el que sirve para cancelar compromisos financieros o debería servir para encarar con fervor las deudas sociales que el capitalismo vernáculo tiene con sus pobres y desheredados.
Ese sería un debate apasionante. Sobre todo, porque ya se pusieron en marcha mecanismos como los fondos del ANSES para la asignación por hijo. Y eso fue posible porque se puso coto al capital financiero, que será el beneficiario de este Fondo del Bicentenario. Por otra parte, la ANSES no es un banco de desarrollo y su institucionalidad es completamente precaria para pensarla como una herramienta permanente a la hora de fondear políticas sociales. Abundan politólogos, economistas y diseñadores de políticas públicas que podrían contribuir con estudios comparados, con iniciativas surgidas de la sociedad civil y de las organizaciones de base respecto de cómo afrontar la deuda social. Sin embargo, aunque esa discusión se diera, ya no podría ser bautizada porque lo urgente está por encima de lo importante y el Fondo del Bicentenario ya se gastó en las finanzas.

TIEMPO DE REFORMA. Algunos, como el juez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni, advierten que es tiempo de reforma constitucional. Por un lado porque resultaría muy estimulante pensar que en el Bicentenario se convocara a una asamblea constituyente capaz de debatir federalismo, parlamentarismo versus presidencialismo, nuevas formas de propiedad social o mecanismos de participación directa. Pero no se nota un clima en la política como para pensar que los líderes y pensadores estén enderezados a buscar nuevos envases para las generaciones venideras. Más bien, este año pinta como uno conflictivo, en el cual los ánimos destituyentes estarán a la orden del día. Y si la reforma constitucional tuviera alguna chance de ganarse un espacio es porque llegarán al máximo tribunal de justicia una serie de temas complejos que ponen en grado máximo de tensión lo precario de la reforma de 1994.
La Corte falló dos veces en un año contra ciertos artículos de la Ley de Asociaciones Profesionales, un bastión de la vida política del peronismo. Eso es un anticipo de un tema que puede tener tratamiento parlamentario o, incluso, más fallos de la Corte.
Otro tema caliente en la Justicia será la coparticipación. Y mucho más movido será algo menor, pensado en términos históricos. Clarín pretende instalar que la Corte es la tabla de salvación del mal llamado “periodismo independiente”. Lo trasmite la mayoría de sus títulos de tapa, que viraron de la “inseguridad” a los casos judiciales. Así como antes reforzaba la redacción con periodistas de temas policiales, ahora sumó plumas para castigar al kirchnerismo a partir de una selección amañada de temas que están en tribunales federales o en fuero penal económico.

¿UN CICLO? La idea de que un número redondo es indicativo de cambios importantes forma parte de un mito. Habría que meterse con Federico Nietzsche y Mircea Eliade para ahondar en el mito del eterno retorno. Pero esa es otra perspectiva, muy rica por cierto, que escapa al eje de este artículo. Aunque éste no será un año electoral, ya se instaló la idea de que los liderazgos se mantendrán o se crearán en este año. Esa es la escena principal de la política argentina: la disputa por quiénes serán las primeras figuras, las que tendrán un lugar en las internas abiertas y las presidenciales del 2011.

Es comprensible que así sea pero es muy pobre. Parece que habrá debate histórico y de temas de fondo para unos pocos mientras que las grandes mayorías sólo asistirán a quiénes son los candidatos.

Los temas de fondo no deberían estar moldeados por una cultura del calendario. En vez de rescatar y potenciar los debates y necesidades que están bajo la superficie se recurre a una sacralización de acontecimientos pasados cuya conmemoración es periódica y estable.

Un repaso de lo que fueron las celebraciones del Centenario indica qué lejos estuvo el país real de los actos del gobierno de José Figueroa Alcorta. Era el vice de Manuel Quintana, quien murió apenas asumió y por eso llegó al sillón presidencial. Era el tiempo del voto cantado y por eso las huestes radicales de Hipólito Yrigoyen boicoteaban las urnas. Pero la oligarquía no sólo estaba, para 1910, peleada con “la chusma”, sino dividida. Y era a tal punto que Figueroa Alcorta cerró el Congreso ante las peleas con los seguidores de Julio Roca en el Senado, de quien eran todos descendientes políticos. Pero además, gobernaban con estado de sitio por la acción de anarquistas y socialistas, que ni por asomo se limitaba a algunas bombas sino que era una acción de masas encaminada a mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los obreros de aquellos tiempos.

No sólo los maximalistas se preocupaban por el destino de los pobres. Hasta el responsable de las masacres de indios y diseñador del Estado oligárquico, Julio Roca, tomó dimensión del tema. En 1904, cuando ya terminaba su segundo mandato, desgastado por el crecimiento de socialistas y radicales, encargó al médico y jurista catalán Juan Bialet Masse, que hiciera una radiografía de la vida social argentina. Publicado bajo el título de “Estado de las clases obreras argentinas”, no esconde ninguna de las vergüenzas de entonces. Sin la retórica ni la pretensión literaria de Charles Dickens o Emile Zola, el conservador Bialet Masse hizo un aporte para que, años después, intentaran debatirse leyes que mejoraran las condiciones de trabajo y de vida. Pero todo parecía en vano porque hubo que esperar a la revolución de 1943 para que empezar a pintar el movimiento político más importante de la historia argentina. El peronismo –y el cambio para los trabajadores argentinos– no fue el fruto de ninguna cita ajustada al calendario. Tampoco llegó de la mano de una alianza tradicional sino de la irrupción política de abajo y de la interpretación de un líder popular excepcional.

Todavía hay quienes desconocen lo sorprendente que son los acontecimientos históricos y prefieren apostar a ceremonias del calendario. Otros, muchos otros, sin despreciar las fiestas y celebraciones, están atentos a lo que pasa por abajo. Y eso no es sinónimo de auspicios permanentes. Por el contrario, significa aceptar que hay períodos en los cuales los pueblos son protagonistas de los cambios y otros en los que parecen ser objetos pasivos. El asunto es contar con una dirigencia que sepa auscultar e interpretar los movimientos de cambio. Para evitar que otros impidan o malversen los deseos y los intereses del único soberano, el pueblo.
http://www.elargentino.com/nota-71892-Bicentenario-importa-el-calendario.html