23 nov 2009

La reimplantación de la pulcritud o el fin de la Argentina bárbara Por Federico Bernal

La ejecución de un plan destituyente que termine con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no puede ser más evidente. Conseguido este objetivo, el neoliberalismo argentino se habría anotado un poroto más a los derrocamientos de Yrigoyen, Perón, Frondizi, Illia e Isabel Perón.

Sin embargo y a diferencia de entonces, la Argentina “verde y competitiva del Eje Rosario-Córdoba” (el país pretendido por la Sociedad Rural) no requiere de los cuarteles para dar el gran zarpazo. Otras fuerzas y sectores sociales han probado más eficiencia, menor derramamiento de sangre y mejor anuencia social, política y diplomática, tanto en los planos local como internacional. En países del calibre de la Argentina, ya no queda espacio para un golpe militar. Como en diciembre de 2001, la vía social demostró bastar y sobrar para acabar con un gobierno legítimo. Y para acabar con un gobierno legítimo pero de impronta nacional y popular, nada más oportuno pues que recurrir al exitoso, tradicional e histórico frente social destituyente. En efecto, a pocos meses del bicentenario los argentinos asistimos a un neoliberalismo desenfrenado, en plena y aparatosa gestación de un nuevo “diciembre de 2001”. Si así se les escabulló de las manos el poder político a los discípulos de Rivadavia, Mitre y Tejedor, así habrán de recuperarlo. La punta de lanza de la nueva intentona golpista consta de las siguientes cuadrillas o columnas.

En primer lugar, la estratégica columna de las cacerolas y los chacareros de la provincia de Buenos Aires y del interior, esto es, la amplísima mayoría de las capas medias urbanas y rurales (las primeras azuzadas por el mito del “sin campo no hay país”; las segundas por la versión mitrista del federalismo). En segundo lugar, la columna de las agrupaciones políticas, estudiantiles, gremiales y sindicales cooptadas por la ultraizquierda, el peronismo neoliberal o el progresismo socialdemócrata antiperonista. En tercer lugar, la columna conformada por sindicatos creados a imagen y semejanza del empresariado del sector (sindicalismo de opereta). Y en cuarto y último lugar, la columna eclesiástica, la fuerza político-social con la mayor cantidad de fieles en el país. Desde la resolución 125 que la Argentina semicolonial viene echando mano a su tropa social, intercambiando las columnas en el frente según dicte la conveniencia o bien juntándolas cuando la situación así lo demande. Entre 2008 y las elecciones legislativas de junio, la columna de las cacerolas y los chacareros cumplió en frenar la 125 y en reposicionar al neoliberalismo a escala nacional. No obstante y desde entonces, el estatismo, lo popular y lo latinoamericano (léase, la barbarie) no dejan de expandirse. La inesperada y amenazante contraofensiva kirchnerista debe terminar de una buena vez. Parafraseando al gran maestro Rodolfo Kusch: “La suciedad deberá ser remediada y la pulcritud nuevamente implantada”.

Presenciamos pues la higienización generalizada de la Argentina bárbara, por cierto inaugurada hace rato por el grupo comando del jefe de la Ciudad, semillero del cual germinarán los primeros represores del siglo XXI. La higienización de la República está en marcha y no parará hasta conseguir un nuevo “diciembre de 2001”. Pero, ¿cómo llegar a semejante situación con una clase media no afectada por ningún corralito, ningún ajuste ni maltrato económico del estilo? La respuesta es obvia: más violencia en las calles, más inseguridad, crispación y miedo en la población. La sociedad entera debe percibir estar viviendo el inicio de una guerra civil; la clase media debe sentir estar siendo irresponsablemente alejada de la época de oro del modelo agroexportador (1880-1930) por una camarilla rasputiniana de dirigentes. A tales efectos y apuntalada desde los medios gráficos, radiales y televisivos, la tropa social del neoliberalismo presenta batalla. En primera fila y perfectamente sincronizadas, embiste la columna de mayor influencia moral y credibilidad entre el medio pelo argentino, la Iglesia; a su lado, la más combativa, estoica y experimentada del país, la ultraizquierda.

En un comunicado oficial emitido el pasado miércoles 11, la Iglesia pidió al Gobierno que “adopte políticas para cohesionar y pacificar al pueblo argentino”. Y como se entiende que sólo se pacifica aquello que obviamente está en guerra, se sobreentiende que para el cardenal Jorge Bergoglio la Argentina está en guerra. Poco importa que los manifestantes no superen el millar de una población de 40 millones de habitantes (el 0,0025% del total); tampoco que las protestas se reduzcan a unos centenares de metros cuadrados sobre un territorio de 2,7 millones de kilómetros cuadrados (aproximadamente el 0,000003% del total nacional); mucho menos interesa que los dirigentes gremiales o piqueteros involucrados, lejos de ser fieles devotos, sean un menjunje de infieles marxistas-leninistas-trotskistas-maoístas-guevaristas (en última instancia, la Iglesia siempre ha comulgado y apoyado a dichas expresiones ideológicas). Pero no es esto lo más anecdótico del comunicado eclesiástico. Tal como refiere el diario Clarín (12/11/09): “El comunicado se inscribe en una evocación de la mediación del papa Juan Pablo II entre la Argentina y Chile por el diferendo limítrofe del canal de Beagle, al cumplirse a fin de mes 25 años del Tratado de Paz y Amistad firmado por ambos países que selló un acuerdo”. Errores de redacción al margen, vaya la siguiente y nunca mejor ponderada frase de Don Arturo: “La deformación histórica tiene por objeto privarnos de bases ciertas para la existencia de una política nacional. Sin conciencia histórica no existe conciencia nacional”. Entender qué ocurrió con el Beagle permite explicar la verdadera y sutil intención del obispado en utilizar, tal como se indica en el mismo comunicado: “Los principios que dieron origen a aquel tratado como inspiradores también en el presente de las políticas que han de adoptar las autoridades a fin de cohesionar y pacificar al pueblo argentino”.

Con la contundente victoria del “Sí” en el plebiscito de 1984, la Argentina debió desprenderse de una zona geopolíticamente estratégica y riquísima en recursos pesqueros e hidrocarburíferos (tal como se demuestra en la actualidad). Más que haber basado la consulta popular en el falso dilema “Sí-No” (el radicalismo ligaba el “Sí” a un inminente conflicto armado), hubiese sido más justo haber planteado el siguiente interrogante: ¿es provechoso al interés nacional permitir la expansión del único país latinoamericano que dos años antes apoyó logística y diplomáticamente al Reino Unido en la Guerra de las Malvinas, a la sazón gobernado por un gobierno de facto y genocida? Retornando al presente, el mensaje de la Iglesia no puede ser más claro: una sociedad aturdida, espantada y engañada es fácil de manipular. Al igual que aquella de la década del ’80 que compró la inminencia de una guerra con Chile, la del 2009 deberá sentirse viviendo en los prolegómenos de una guerra civil. En consecuencia, de la misma manera que la Argentina cedió y perdió en 1984 para “conservar la paz” con Chile, el Gobierno nacional deberá ceder y perder, no ya ante una nación hermana, sino ante el 0,0025% de la población o, para ser más exactos, ante la Argentina sojera del Eje Rosario-Córdoba. El conflicto alrededor de la 125 tuvo la misma impronta beagleística: ante la amenaza de guerra por parte de los chacareros, la paz sólo se alcanzaría si el Gobierno cedía a las demandas de la Mesa de Enlace. La misma huella beagleística en el “no positivo” de Julio Cobos: en palabras del vicepresidente, su voto contribuyó a la “pacificación del país”. La misma beagleización en el debate parlamentario de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual: si el Gobierno no cedía ante las enmiendas opositoras, el nuevo marco regulatorio carecería de legitimidad y representatividad.

Beagleizando a la sociedad, la columna eclesiástica avanza y ataca. Mientras tanto, el sindicalismo de opereta le cubre la retaguardia y la ultra pasa al frente con todo, sustituyendo a la clase media cacerolera y chacarera, cansada de su última y gran intervención durante todo 2008 y junio pasado. Está claro, la inesperada contraofensiva kirchnerista amerita una fuerza de choque o frente social (descripto en la primera parte de esta nota) más experimentada que las señoras gordas de Núñez, Palermo, Caballito y La Recoleta. Una vez más, nada más objetivo y preciso que Clarín. En su edición del 12/11 (páginas 3 a la 9), no sólo se retrata perfectamente dicho frente social al destacar el rol de las columnas de la ultra, el del “sindicalismo alternativo” (así lo define) y el de la Iglesia, sino que además confirma la táctica guerrerista empleada: eliminar o debilitar al máximo a la CGT representada por Hugo Moyano, único aliado interno de peso del Gobierno (el otro pasa por la alianza estratégica con Venezuela, igualmente defenestrada).

A la dupla Gobierno-CGT, se la procurará minar parlamentariamente con una reforma a la ley sindical vigente, ley que sustenta al sistema actual de un único sindicato por actividad o rama de actividad principal. Políticamente se la atacará (ya se la está atacando) con un desembarco masivo de la ultraizquierda, el peronismo en su versión neoliberal y la socialdemocracia progresista. Analizada dicha estrategia a la luz de la bastardeada cuestión federal en la Argentina, la arremetida contra la CGT de Moyano no es ni más ni menos que la provincialización del sindicalismo argentino, esto es, su atomización y descentralización absoluta e irreversible. Pero atomizar y descentralizar provincializando –únicamente posible dado el preocupante nivel de provincialización de los recursos estratégicos hidrocarburíferos, mineros, etc. en la Argentina– multiplicará exponencialmente la aparición ilimitada de nuevos sindicatos y microsindicatos (sindicatos por oficio) en cada una de las provincias del país. Una vez más, Clarín nos brinda la clave: “Los petroleros de la Patagonia, los repositores de supermercados, los tareferos de la yerba en Misiones y los mineros de San Juan” son los “nuevos sindicatos que quieren su participación”. ¿Quiénes serán los beneficiarios de esta nueva modalidad sindical? La provincialización del sindicalismo, la propagación de las personerías gremiales y su escisión de la CGT –todas, banderas excluyentes de la ultraizquierda y del progresismo socialdemócrata– beneficia a los patrones al disminuir el poder de negociación del sindicato. Similares efectos se vienen observando con la creación de empresas provinciales en vez de una única empresa nacional: ante las multinacionales –por ejemplo en el sector petrolero– el poder de negociación de las primeras es incomparablemente menor que el de la Nación.

A modo de cierre, una última reflexión. De la misma manera que la provincialización de recursos es el freno natural al avance de una política centralizadora y aglutinante por parte del Estado nacional, la provincialización sindical se erige como la gran barrera al “sindicalismo estatizante”, tal como las principales voces opositoras califican a la alianza entre la CGT liderada por Moyano y el Gobierno nacional. Una alianza que para nosotros nacionales, no es más que la lógica afinidad entre el movimiento obrero y un Estado nacional y popular, fiel parámetro de estar transitando por el camino correcto.
Federico Bernal
Director Centro Latinoamericano de Investigaciones Científicas y Técnicas (CLICET)
http://www.elargentino.com/nota-66847-La-reimplantacion-de-la-pulcritud-o-el-fin-de-la-Argentina-barbara.html