28 nov 2009

La negación perversa, un estilo político poco pro que esconde más cosas Por Jorge Muracciole


De regreso de su viaje de la península Ibérica, el jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires dijo muchas cosas después de la andanada de escuchas telefónicas efectivizadas por Ciro James, el funcionario que desempeñó, formalmente, tareas de asesoramiento en el Ministerio de Educación porteño.

El abogado polifuncional, viejo conocido del jefe de la discutida policía metropolitana Jorge “Fino” Palacios, se desempeñó en sus tareas de inteligencia telefónica a las órdenes del otrora alabado comisario –hace tan sólo un mes– y avalado por el actual jefe de Gobierno capitalino.

Lo sorprendente de los dichos del ingeniero Mauricio Macri fue la batería de acusaciones efectuada hacia “un supuesto plan orquestado por el Ejecutivo nacional con el objetivo de impedir que los porteños tuviéramos policía propia”. En otro momento del encendido discurso afirmó que “el matrimonio presidencial viene por todo”, encuadrándose a full en el discurso alarmista de la corporación mediática, que poco dice de los que fueron capaces de hacer en la década de los noventa, la cofradía neoliberal que privatizó y flexibilizó todo menos sus niveles de ganancias.

Esta postura orientalista cuasi futbolera de “la mejor defensa es un buen ataque” atravesó el contenido del discurso del ex dirigente deportivo. Destacándose en el mismo que “la Justicia es la que deberá juzgar los supuestos ilícitos de sus funcionarios, sin olvidarse de criticar al juez Oyarbide , “por sus aseveraciones temerarias”. Esta elegante verónica política –en consonancia con su última visita a la tierra de la tauromaquia–, más que despistar a sus adversarios en la actual crisis institucional, lo que hace es sorprender a propios y a extraños, al no hacerse cargo de la más importante turbulencia institucional de sus dos primeros años de gobierno.

Mas allá que el inexperto líder político, en posteriores reportajes, se autoculpara de “que esto le ocurrió por ser demasiado inocente”, y que terminó convirtiéndose en el chivo espiatorio “del odio de los representantes de la vieja política”. A propósito de la “vieja política”, el siglo XX estuvo atravesado por episodios de negación flagrante de personajes notables, que en el escenario internacional supieron, sin quererlo, hacer visible una de las peores patologías de la política, “la negación perversa”.

Según un clásico del psicoanálisis, Jaques Lacán, que algunos escritos dedicó a la patológica negación del discurso amo, en las situaciones más disímiles de buena gana conceptualizaría esta grosera psicopatiada del jefe de Gobierno, que niega lo evidente de una típica “negación perversa”. Ejemplos hay de sobra,desde los más terribles a los más nimios. La negación del nazismo a los muertos del Holocausto judío, acusando a las víctimas y al sionismo internacional de multiplicar publicitariamente las cifras de traslados y detenciones en los campos de exterminio.

La negación de los “pies negros” a las matanzas sistemáticas de argelinos en la lucha por la liberación del colonialismo francés, culturalmente arraigado en el cuerpo social galo, salpicando a intelectuales de renombre, con honrosas excepciones. O sin irnos tan lejos la negación durante los gobiernos de la llamada Revolución Libertadora de todo símbolo que se relacionara con el gobierno popular del general Perón, haciendo desaparecer de los libros y periódicos de época los nombres de Eva Duarte y Juan Perón. O la famosa conferencia del genocida Rafael Videla, donde negaba la existencia de prisioneros políticos y de campos de exterminio en la Argentina, con su tristemente célebre frase, “no existen, no tienen entidad, han desaparecido”.

Hechos todos que por sus consecuencias no resisten comparación, pero lo que resulta por lo menos intolerable es que en nombre de una supuesta “nueva política”, se incurra en la mentira más flagrante para negar perversamente la realidad. En nombre de la “nueva política”, se insiste con una política cuasi fascistoide, que niega al semejante, se lo discrimina y se lo reprime con el afán antiético de que “si hay miseria mejor que no se note”, y así se armó entre gallos y medianoche un cuerpo de tareas de persecución y represión en el espacio público de los indigentes, y de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires en situación de calle.

Toda una política discriminatoria y segregacionista que comenzó a semanas de iniciado el gobierno Pro, en la represión del acampe cartonero en protesta por la eliminación del tren Blanco, en el bajo Belgrano, tan necesario para la subsistencia de miles de familias excluidas del mercado de trabajo, que inventan su sobrevivencia revolviendo entre las basuras de los vecinos incluidos en el consumo, reciclando y malvendiendo lo que otros tiran.

El gobierno del ingeniero Macri, a pesar de su sonrisa perpetua y de sus modales elegantes, esconde detrás de su discurso descafeinado y supuestamente desideologizado, la tradición de la derecha conservadora en su concepción mercantilista de la salud pública, la sistemática desinversión en la educacion estatal y su desprecio y exabruptos hacia los trabajadores docentes, su falta de política habitacional, priorizando sus conexiones con el negocio inmobiliario sin límites que hace peligrar hasta zonas enteras asignadas a hospitales, como el caso de los neuropsiquiátricos Borda y Moyano en el sur de Buenos Aires.

De confirmarse en los próximos años esta forma autista de afrontar la realidad, y de reafirmarse en sus políticas tanto de seguridad –puesta en marcha de la polícia metropolitana, cueste lo que costare para antes de fin de año–, negativa a ampliar el presupuesto educativo, centralización y vaciamiento de los hospitales públicos e inexistencia de planeamiento habitacional ante un déficit en creciente expansión, los problemas de estos dos primeros años se multiplicarán y le resultará imposible negar la realidad.

La utopía neoliberal de la derecha conservadora de restaurar la década de los noventa en pleno bicentenario es el desafío de gran parte del establishment, pero para lograrlo deberá contar con la dócil aceptación de las mayorías, a una vuelta atrás que agudice aún más las profundas asimetrías entre los vecinos que más tienen y los pobres de toda pobreza.

Una ciudad de Buenos Aires para todos, con mejores transportes públicos, trabajo de calidad, salud y educación de excelencia e igualdad de posibilidades no, se logrará nunca desde el paradigma mercantilista, cuyo Norte no sea otro que la máxima “negocios son negocios”, y en su afán de lucro, priorice las ganancias de pocos sobre la mala vida de muchos. Sólo así va a estar bueno Buenos Aires.
http://www.elargentino.com/nota-67453-La-negacion-perversa-un-estilo-politico-poco-pro-que-esconde-mas-cosas.html