25 jul 2012

Las enseñanzas de la "rebelión del campo" Por Jorge Muracciole

Tan sólo habían pasado tres meses de la asunción de Cristina Fernández y la respuesta de los sectores agroexportadores hasta entonces aliados al anterior gobierno trastocó el escenario político. La decisión del Ejecutivo al modificar los aranceles de exportación puso al descubierto los límites democráticos de los propietarios agrarios y el determinante rol de los medios. 

A cuatro años de los sucesos que desencadenaron la llamada rebelión del campo, hoy se pueden valorar en su real magnitud los profundos cambios acontecidos desde el 11 de marzo de 2008 a nuestros días. El devenir de los acontecimientos develó los escasos márgenes de autonomía económica de los sucesivos gobiernos de la transición democrática con determinadas corporaciones que rigieron más allá de los procesos electorales la agenda política y la hoja de ruta de las decisiones políticas y económicas.
Con posterioridad a la resolución 125 del 11 de marzo, las patronales agropecuarias declararon una serie de medidas con el fin de interrumpir actividades económicas de sus asociados, así como el transporte interurbano y las exportaciones agrarias, realizando cierres patronales parciales (lockout), bloqueos de rutas y puertos y otras medidas de acción directa.

Otro rasgo significativo de esos meses fue el rol protagónico ejercido por los medios hegemónicos en su posicionamiento en favor de las patronales agrarias. Amplificando mediáticamente a través de los canales de noticias que durante las 24 horas intercalaban reportajes a los dirigentes de las entidades ruralistas de la Mesa de Enlace, con conexiones directas de los cortes de ruta o seguimiento en vivo de las asambleas de base de las entidades agrarias, ponderando los discursos de los De Angelis, los Bussi, o los sistemáticos exabruptos de los chacareros sojeros y arrendatarios contrarios al gobierno. Los análisis posteriores al "voto no positivo" del vicepresidente devenido en opositor de los escribas de la oposición mediática dejaban en claro que la histórica decisión de Julio Cobos en favor de las demandas de los ruralistas se convertiría en el punto de inflexión y a su vez en el inicio de la cuenta regresiva del kirchnerismo. Más allá de la euforia inicial y del crecimiento opositor en las elecciones de 2009, las enseñanzas de la revuelta campestre permiten extraer una caracterización históricamente comprobable. Un sector numéricamente minoritario pero económicamente poderoso articulado con significativos sectores de las capas medias, herederos del modelo cultural neoliberal, nacido con el golpe cívico-militar de 1976, conformaron junto a la irremplazable tarea de la corporación mediática un bloque que permitió esperanzar a los sectores más concentrados del establishment con el norte puesto en el desgaste creciente del gobierno, y en última instancia generar las condiciones para el cambio de rumbo del modelo iniciado en el otoño de 2003.
Pero esos presagios sobre el fín del kirchnerismo fueron alterados por una batería de medidas que permitieron retomar la iniciativa política más allá de las elecciones de 2009 y la crisis económica internacional. Desde la estatización de Aerolineas, el proyecto de movilidad previsional, los incrementos en las asignaciones familiares, el subsidio de la llamada garrafa social, implementando medidas contracíclicas que permitieron preparar al país ante los negros nubarrones por el derrumbe bursátil y la crisis financiera. Otra enseñanza que dejó al descubierto la asonada ruralista fue la profunda debilidad comunicacional del gobierno con los medios concentrados, quedando en evidencia la imperiosa necesidad de democratizar las múltiples voces cercenadas por la corporación hegemónica y sus más de 300 licencias. Transformar esa profunda asimetría permitiría aprender de la derrota de la 125, e instalar en la agenda política y social una nueva Ley de Medios Audiovisuales, y la ruptura del monopolio de la producción y distribución del Papel Prensa.
Poder transformar la batalla perdida por perspectivas de triunfo en la guerra cultural contra la Argentina de la exclusión y el privilegio fue el gran desafío abierto tras los sucesos del otoño de 2008. Con un rejunte opositor encolumnado en el tristemente célebre Grupo A, el gobierno de Cristina Fernández, tras la dura pérdida del compañero de toda la vida, trocó el profundo dolor por una incansable tarea gubernamental con la intensificación de canales de comunicación directos que se hicieron cotidianos con los más diversos sectores de la población. Tras la muerte del ex presidente, los opinólogos del Todo Negativo vertían múltiples presagios por demás complejos sobre el futuro del modelo. Ante tanta mediocridad opositora, un sinfín de iniciativas políticas ligadas a la vida cotidiana de la gente: desde la Asignación Universal para los sectores más vulnerables, el Matrimonio Igualitario, la estatización de los fondos de pensiones en manos de los inciertos negociados de las AFJP y la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central permitieron al gobierno consolidar la autonomía de recursos para profundizar las políticas distributivas y generar un clima cada vez más favorable en los sectores medios. Factores que derivaron en un aplastante triunfo en las elecciones de octubre del año pasado que hizo añicos la prédica sistemática que desde la asonada de las patronales agroexportadoras, el complejo comunicacional opositor ha intentado instalar en el imaginario de las clases medias. Hoy, a ocho meses del contundente triunfo electoral, los poderosos de siempre con su aparato mediático opositor buscan hacer pie en otros temas para poder socavar los cimientos del modelo de desarrollo con distribución aún hoy inconcluso. Desde la inflación, las regulaciones en materia de importación, el publicitado cepo de la compra de dólares o la pesificación del mercado inmobiliario, toda iniciativa que apueste al sostenimiento del mercado interno es tergiversada mediáticamente en defensa de supuestos derechos propios de una cultura especulativa y profundamente individualista, pretendiendo extender el humor de la élite de Recoleta al mal humor social. En ese cometido para magnificar los supuestos errores gubernamentales, los principales medios opositores necesitan invisibilizar la debacle de la Eurozona y el drama social y económico de España, Italia. Portugal y Grecia. A cuatro años de la revuelta sojera hay algo que no ha cambiado, las cacerolas de teflón son agitadas por los mismos protagonistas, esta vez por el sagrado derecho a especular con la verde divisa del gran país del norte.