Las enseñanzas de la "rebelión del campo" Por Jorge Muracciole
Tan sólo habían pasado tres meses de la asunción de
Cristina Fernández y la respuesta de los sectores agroexportadores hasta
entonces aliados al anterior gobierno trastocó el escenario político.
La decisión del Ejecutivo al modificar los aranceles de exportación puso
al descubierto los límites democráticos de los propietarios agrarios y
el determinante rol de los medios.
A cuatro años de los sucesos que
desencadenaron la llamada rebelión del campo, hoy se pueden valorar en
su real magnitud los profundos cambios acontecidos desde el 11 de marzo
de 2008 a nuestros días. El devenir de los acontecimientos develó los
escasos márgenes de autonomía económica de los sucesivos gobiernos de la
transición democrática con determinadas corporaciones que rigieron más
allá de los procesos electorales la agenda política y la hoja de ruta de
las decisiones políticas y económicas.
Con posterioridad a la resolución 125 del 11 de marzo, las patronales
agropecuarias declararon una serie de medidas con el fin de interrumpir
actividades económicas de sus asociados, así como el transporte
interurbano y las exportaciones agrarias, realizando cierres patronales
parciales (lockout), bloqueos de rutas y puertos y otras medidas de
acción directa.
Otro rasgo significativo de esos meses fue el rol protagónico
ejercido por los medios hegemónicos en su posicionamiento en favor de
las patronales agrarias. Amplificando mediáticamente a través de los
canales de noticias que durante las 24 horas intercalaban reportajes a
los dirigentes de las entidades ruralistas de la Mesa de Enlace, con
conexiones directas de los cortes de ruta o seguimiento en vivo de las
asambleas de base de las entidades agrarias, ponderando los discursos de
los De Angelis, los Bussi, o los sistemáticos exabruptos de los
chacareros sojeros y arrendatarios contrarios al gobierno. Los análisis
posteriores al "voto no positivo" del vicepresidente devenido en
opositor de los escribas de la oposición mediática dejaban en claro que
la histórica decisión de Julio Cobos en favor de las demandas de los
ruralistas se convertiría en el punto de inflexión y a su vez en el
inicio de la cuenta regresiva del kirchnerismo. Más allá de la euforia
inicial y del crecimiento opositor en las elecciones de 2009, las
enseñanzas de la revuelta campestre permiten extraer una caracterización
históricamente comprobable. Un sector numéricamente minoritario pero
económicamente poderoso articulado con significativos sectores de las
capas medias, herederos del modelo cultural neoliberal, nacido con el
golpe cívico-militar de 1976, conformaron junto a la irremplazable tarea
de la corporación mediática un bloque que permitió esperanzar a los
sectores más concentrados del establishment con el norte puesto en el
desgaste creciente del gobierno, y en última instancia generar las
condiciones para el cambio de rumbo del modelo iniciado en el otoño de
2003.
Pero esos presagios sobre el fín del kirchnerismo fueron alterados
por una batería de medidas que permitieron retomar la iniciativa
política más allá de las elecciones de 2009 y la crisis económica
internacional. Desde la estatización de Aerolineas, el proyecto de
movilidad previsional, los incrementos en las asignaciones familiares,
el subsidio de la llamada garrafa social, implementando medidas
contracíclicas que permitieron preparar al país ante los negros
nubarrones por el derrumbe bursátil y la crisis financiera. Otra
enseñanza que dejó al descubierto la asonada ruralista fue la profunda
debilidad comunicacional del gobierno con los medios concentrados,
quedando en evidencia la imperiosa necesidad de democratizar las
múltiples voces cercenadas por la corporación hegemónica y sus más de
300 licencias. Transformar esa profunda asimetría permitiría aprender de
la derrota de la 125, e instalar en la agenda política y social una
nueva Ley de Medios Audiovisuales, y la ruptura del monopolio de la
producción y distribución del Papel Prensa.
Poder transformar la batalla perdida por perspectivas de triunfo en
la guerra cultural contra la Argentina de la exclusión y el privilegio
fue el gran desafío abierto tras los sucesos del otoño de 2008. Con un
rejunte opositor encolumnado en el tristemente célebre Grupo A, el
gobierno de Cristina Fernández, tras la dura pérdida del compañero de
toda la vida, trocó el profundo dolor por una incansable tarea
gubernamental con la intensificación de canales de comunicación directos
que se hicieron cotidianos con los más diversos sectores de la
población. Tras la muerte del ex presidente, los opinólogos del Todo
Negativo vertían múltiples presagios por demás complejos sobre el futuro
del modelo. Ante tanta mediocridad opositora, un sinfín de iniciativas
políticas ligadas a la vida cotidiana de la gente: desde la Asignación
Universal para los sectores más vulnerables, el Matrimonio Igualitario,
la estatización de los fondos de pensiones en manos de los inciertos
negociados de las AFJP y la reforma de la Carta Orgánica del Banco
Central permitieron al gobierno consolidar la autonomía de recursos para
profundizar las políticas distributivas y generar un clima cada vez más
favorable en los sectores medios. Factores que derivaron en un
aplastante triunfo en las elecciones de octubre del año pasado que hizo
añicos la prédica sistemática que desde la asonada de las patronales
agroexportadoras, el complejo comunicacional opositor ha intentado
instalar en el imaginario de las clases medias. Hoy, a ocho meses del
contundente triunfo electoral, los poderosos de siempre con su aparato
mediático opositor buscan hacer pie en otros temas para poder socavar
los cimientos del modelo de desarrollo con distribución aún hoy
inconcluso. Desde la inflación, las regulaciones en materia de
importación, el publicitado cepo de la compra de dólares o la
pesificación del mercado inmobiliario, toda iniciativa que apueste al
sostenimiento del mercado interno es tergiversada mediáticamente en
defensa de supuestos derechos propios de una cultura especulativa y
profundamente individualista, pretendiendo extender el humor de la élite
de Recoleta al mal humor social. En ese cometido para magnificar los
supuestos errores gubernamentales, los principales medios opositores
necesitan invisibilizar la debacle de la Eurozona y el drama social y
económico de España, Italia. Portugal y Grecia. A cuatro años de la
revuelta sojera hay algo que no ha cambiado, las cacerolas de teflón son
agitadas por los mismos protagonistas, esta vez por el sagrado derecho a
especular con la verde divisa del gran país del norte.