31 dic 2010

2010, APUNTES PARA UN BALANCE Concluye un año de fuertes emociones

Por Alberto Dearriba
La Argentina despide un año de emociones cambiantes, signado por la tristeza generada por la muerte de Néstor Kirchner y por el encendido festejo del bicentenario, donde emergieron sentimientos populares encontrados, pero totalmente ajenos a la "crispación" que describen cotidianamente los grandes medios de comunicación.

No es casual que la presidenta de la Nación concluya un año de profunda tristeza personal al tope de los sondeos de opinión, lo cual preanuncia por otra parte su reelección en octubre próximo.
La imagen positiva y la intención de voto de la cual goza Cristina Fernández en los sondeos premia la gestión de gobierno y demuestra la reversión del malhumor reinante en 2009, cuando la economía acusó el impacto de la crisis internacional, tras seis años de tasas chinas de crecimiento.Luego del traspié electoral del año pasado, no pocos observadores consideraban que el ciclo kirchnerista estaba agotado, la oposición se veía entrando victoriosa a la Casa Rosada aún antes de la elección del 2011 y las encuestas señalaban el punto más bajo en la popularidad de Kirchner.

Los distintos bloques de diputados opositores se aliaron en la cámara baja con el objetivo de recortar el poder del gobierno y trabar su accionar, pero el oficialismo consiguió contener la ofensiva en virtud de la homogeneidad propia y la heterogeneidad de su oponente.

Entre marzo y noviembre, los opositores consumieron un período ordinario de sesiones completo en discusiones estériles como la referida al pago de deuda externa con reservas del Banco Central, en tanto el kirchnerismo daba muestra de que su extraordinaria voluntad política no había sido quebrada.

Pese a la enconada oposición, el gobierno consiguió remover al presidente del Banco Central en rebeldía, designar a su propia candidata que emergió como nueva estrella política, pagar los servicios de la deuda y llevar el nivel de reservas a 52 mil millones, lo cual constituye un récord histórico.

Los legisladores opositores sólo lograron sancionar una ley de glaciares que contó con el apoyo de una parte del oficialismo y la referida al 82 por ciento del salario mínimo para los jubilados, que fue vetada por Cristina Fernández.

En nueve meses, la oposición unida sólo consiguió arrancarle un veto a la Presidenta, que pudo rechazar una medida de alto voltaje sin declinar en las encuestas, en virtud de la autoridad de una fuerza política que ha mejorado sensiblemente la situación de los jubilados.

La desaparición física de Kirchner dejó en claro que la oposición sólo se constituía con la demonización del ex presidente, por lo que el cimbronazo impactó tanto al gobierno como a las fuerzas agrupadas en el llamado Grupo A en el Parlamento.

Pese a la pérdida, Cristina Fernández logró mantener el lugar de liderazgo en los sondeos que compartió con su marido hasta su muerte. Seguramente algunos de los puntos favorables del sondeo obedecen al impacto emocional, pero el trasfondo es el incremento del nivel de empleo, el consumo y las asignaciones sociales.

Sin embargo, el conflicto de los trabajadores tercerizados y las ocupaciones de predios en demanda de viviendas, demostraron que el crecimiento del PBI y el reparto más justo de la renta propiciado desde 2003 no alcanzó para desactivar protestas sociales. Es cierto que las airadas demandas pueden estar siendo motorizadas interesadamente desde derecha e izquierda, pero se asientan sobre problemas reales.

Contrariamente a los planteos opositores que exigieron una flexibilización del modelo kirchnerista luego de la caída electoral del año pasado, la recuperación del apoyo popular al gobierno se asienta, sin duda, en la profundización del modelo de mercado interno generoso alejado de la cultura del ajuste.

Pese a los observadores interesados que creyeron ver cambios notorios en el gobierno tras la muerte de Kirchner, la Presidenta adoptó decisiones como los aumentos en asignaciones y premios a los jubilados, que ponen la proa hacia el año que viene con el mismo sentido. En verdad, la mayor obsesión de Cristina Fernández es alcanzar el mítico reparto de la torta por igual entre capital y trabajo. Ese 50 y 50 con el cual soñó su compañero de vida y de utopías.
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