19 oct 2010

La impostura seudoprogresista y el 82% móvil Por Ricardo Forster


Ricardo Forster
Una de las acciones más astutas del conglomerado agromediático, cuando se desencadenó el conflicto con el Gobierno por las retenciones móviles, fue no sólo incorporar como aliado a la Federación Agraria, que se convirtió en la verdadera fuerza de choque y en el actor visible de las agresivas demandas de la Mesa de Enlace, sino darle a la defensa de sus intereses político-económicos el ropaje de cierta retórica progresista y republicana que, eso quedaba claro, nunca hubiera podido ser asociada exclusivamente a la Sociedad Rural demasiado comprometida con las derechas restauradoras y los golpes militares como para ofrecerse, ahora, como representante de la institucionalidad democrática y los intereses del pueblo argentino. La participación activa de Buzzi y los suyos fue decisiva para darle forma y contenido a la acción destituyente que de manera intensiva y coordinada se desplegó durante esos meses complejos, calientes y conflictivos.

Bajo otras condiciones y en un contexto diferente al de aquel de mediados de 2008, la aprobación del 82% móvil para las jubilaciones se inscribe en ese “giro”, absolutamente engañoso e hipócrita, de la mayor parte de la oposición, hacia supuestas posiciones progresistas para tratar, ahora, de horadar “por izquierda” al Gobierno. Pero regresemos al 2008 para luego interrogarnos por la actual significación del nuevo voto opositor de nuestro impresentable vicepresidente. Una parte sustancial de la sociedad se sintió interpelada e identificada con el relato espectacular que la corporación mediática construyó desplazando el antiguo imaginario que relacionaba a la Sociedad Rural con los grandes terratenientes, dejando paso a una visión bucólica del “campo” como si fuese una gran familia Ingalls que representaba lo más profundo y lo mejor de la tradición argentina frente a un Estado omnívoro y corrupto que quería quedarse con las riquezas honestamente producidas por los “productores” y “los campesinos”, como llegó a denominar, en una alarde de hipocresía y cinismo memorable el inefable Morales Solá a Biolcati y los suyos. “El campo” versus “la caja”, la “honestidad” del agricultor enfrentada a la avidez del político, la virtud de quien produce riqueza amenazada por la insondable glotonería de un Estado ineficiente y corrupto.
  Quedará como testimonio del grotesco aquella frase del ya olvidado De Angeli en la que pidió que sean ellos, y no el Estado, quienes financiaran a maestras y médicos, haciendo retroceder a tiempos antidiluvianos la vida social e institucional del país sin que a ninguno de los grandes medios de comunicación se les haya ocurrido poner en cuestión propuesta tan retrógrada y reaccionaria.

De la noche a la mañana el antiguo litigio agrario, ese que se remontaba al Grito de Alcorta, a las expropiaciones de los pequeños agricultores que en distintas etapas vieron cómo seguía avanzando la concentración de la tierra, se transformó en un frente compacto en el que grandes y pequeños pasaron a defender no sólo los mismos intereses sino que establecieron un mismo discurso identitario. Lo que en el pasado remitía a la lógica de la expoliación y de la explotación, lo que recordaba el abuso de poder y la acumulación de la riqueza en muy pocas manos, se convirtió, gracias al cambio de época, a las persistencias de un sentido común forjado en la década neoliberal y a la acción compacta y decisiva de la corporación mediática, en una narración hegemónica que logró diluir las diferencias y los enfrentamientos para proyectar sobre el imaginario de la sociedad una nueva y virtuosa imagen del mundo agropecuario.

El gobierno, en aquellos meses de 2008, prácticamente no pudo remontar el peso decisivo de esta construcción mediática. En su momento, el voto no positivo del pequeño señor Cobos vino a sellar la ofensiva agromediática y a legitimar la persistencia, entre no­sotros, de ese sentido común heredado del tiempo menemista y que supo girar alrededor del “ciudadano-consumidor”, quintaesencia del espíritu individualista y cualunquista de gran parte de la clase media.

Bajo otras condiciones, y al calor de la clara recuperación de imagen de parte del Gobierno nacional, una recuperación que preocupa y mucho al establishment y a la oposición que le es funcional y que suele actuar como mera correa de transmisión de los intereses de las grandes corporaciones, la estrategia ha variado un poco apuntando a cuestionar y correr al oficialismo ya no desde perspectivas conservadoras y de derecha, sino utilizando viejas reivindicaciones de hondo contenido social-reparatorio como lo es, sin dudas, la cuestión de las jubilaciones y, en particular, del 82% móvil.

Así como pudieron cooptar a la Federación Agraria transformándola en parte de sus propios intereses, ahora se hizo prácticamente lo mismo con aquellos sectores autodefinidos como progresistas y de centro izquierda (Proyecto Sur, el socialismo, el GEN, etcétera) que le dieron libreto y apoyo a la ofensiva del Grupo A que se apropió del tema jubilatorio para forzar lo que finalmente fue el veto de la Presidenta.

Suena a pura ficción o a mero cinismo ver a los mismos que rechazaron la reestatización del sistema jubilatorio, los que generaron las condiciones para su previa destrucción y los que habilitaron la gigantesca estafa de las AFJP para luego recortar los haberes de aquellos que dicen ahora defender, desgarrarse las vestiduras en nombre de “la reparación” y criticando sin disimulos a un gobierno que logró –aunque todavía queden muchas cosas por hacer– recuperar aquello que había sido prácticamente destruido incorporando como política de Estado y como ley constitucional la movilidad, dos veces al año, de las jubilaciones.

Resulta al menos preocupante que Pino Solanas, Claudio Lozano o Margarita Stolbizer confluyan con quienes buscan el quebranto del Estado y, por consecuencia lógica, del propio sistema jubilatorio al desentenderse de la cuestión del financiamiento y al perder de vista los cambios profundos que se vienen operando en las sociedades actuales y que determinan la imperiosa necesidad de actuar con mucha cautela a la hora de aventurarse por los pasadizos complicados del trabajo, las tasas de crecimiento demográfico y etario que irán determinando los vínculos entre los trabajadores activos y los pasivos. Nada de eso importó en el debate del Congreso, ni tampoco dilucidar las estrategias para financiar tanta generosidad opositora, el único objetivo fue condicionar y exponer al Gobierno, señalarlo como antipopular y como impostor. Y de paso hacer colapsar el sistema rehabilitando, en un futuro cercano, el retorno de las AFJP.

Al menos la oposición se vio obligada a tener que esgrimir una reivindicación progresista a la hora de atacar al oficialismo; tuvo que dejar por un instante su alineamiento absoluto con la lógica neoliberal para disfrazarse con las ropas de un supuesto interés popular. El Gobierno, mientras tanto, tendrá, una vez más, que mostrar con acciones y decisiones quién es el que hoy, en nuestro país, busca ponerle límites a la avidez de las corporaciones ampliando, a la vez, los derechos de los más débiles y quiénes, quitadas las máscaras, siguen defendiendo a los poderosos de siempre. 
http://www.elargentino.com/nota-110840-La-impostura-seudoprogresista-y-el-82-movil.html