5 oct 2010

El espejo ecuatoriano Por Ricardo Forster


Ricardo Forster
Las sombras ominosas del pasado amenazaron con regresar; un oscuro “destino sudamericano” pareció querer sellar aquello que en los últimos años viene insistiendo desde lo profundo de un continente cansado de injusticias, desigualdades y golpismos. El jueves, durante gran parte del día, los latinoamericanos sentimos que lo viejo y lo nuevo se engarzaban en un combate cuyo final no tenía como único y exclusivo referente al Ecuador de Rafael Correa. Las consecuencias de lo que se estaba jugando en Quito se hacían y se harían sentir en nuestros países.
Un temblor indignado recorrió la columna vertebral de una región que conoció la brutalidad de infames dictaduras, la impunidad del terror de Estado y la discrecionalidad de los poderes corporativos. De una región que con el giro del siglo inició, en la diversidad de procesos nacionales, un camino inédito de revisión profunda del modelo neoliberal que nos venía gobernando desde los años ’90 y que dejó entre nosotros un daño social, económico y cultural inmenso cuya remoción está en el centro de lo nuevo que escandaliza a las derechas continentales y que mantiene en constante inquietud la política zigzagueante del imperio del Norte. Lo que se vio en Ecuador ya se había desplegado en Honduras. Formas de un neogolpismo que apela a una retórica seudorrepublicana y que denuncia los peligros que amenazan “desde adentro” de nuestras democracias a la propia democracia; peligros nacidos del “giro populista y autoritario” que atormenta a las instituciones y que asume las características de caudillos que buscan perpetuarse en el poder atentando contra el propio estado de derecho. Correa, Chávez, Evo, Lugo o los Kirchner, vienen a representar, para esta retórica que emana de los grandes medios de comunicación y de sus periodistas estrella, la demagogia populista, el clientelismo en sus peores formas, la opacidad institucional y la sujeción de los otros poderes a las decisiones supuestamente arbitrarias del Poder Ejecutivo.

Leer la prensa ecuatoriana es leer la del resto de los países de la región. Allí, entre las rotativas y las cámaras de televisión, es posible encontrar el rostro destituyente de las derechas latinoamericanas. Lo propio habría que decir de los medios estadounidenses y europeos que suelen replicar, cuando hablan de algunos de nuestros países (los considerados “malditos”, como Venezuela, Bolivia, Argentina y el propio Ecuador), lo peor de las argumentaciones de las derechas sudamericanas. La mayor parte de los medios progresistas del Primer Mundo se vuelven reaccionarios al hablar de nosotros.

Lo que triunfó en Honduras no pudo pasar en Ecuador porque se estrelló contra la decisión mancomunada de un presidente, de su pueblo que salió masivamente a las calles a respaldarlo y de la inmediata respuesta de la Unasur, que contribuyó a cerrar cualquier puerta por donde pudiera infiltrarse el golpismo como sí lo había logrado con Zelaya en Honduras y gracias a la complicidad y el beneplácito de los Estados Unidos.

La convocatoria relampagueante que se hizo ese mismo jueves en Buenos Aires, la llegada pronta de casi todos los presidentes sudamericanos (faltó Lula, que siguió todo lo que ocurría desde Brasilia, atento con un ojo a la defensa de la democracia ecuatoriana y con el otro al cierre de una campaña presidencial fundamental para seguir garantizando esa misma democracia en cada uno de nuestros países), y la unidad plena que no distinguió entre aquellos procesos de matriz popular y aquellos otros más inclinados al liberalismo de derecha. Piñera y Evo, Santos y Mujica, Alan García y Cristina Fernández, Chávez y Néstor Kirchner como máximo representante de la Unasur, mostraron su decisión mancomunada de apoyar a Correa, de sostener la democracia y de impedir cualquier atisbo de negociación con el golpismo.

Seguramente esa reacción inmediata y solidaria es el resultado de lo mejor que viene aconteciendo en América latina a partir, justamente, de aquellos gobiernos que le han dado otra impronta a la región. ¿Puede resultar extraño que sean las derechas las que intentan limitar y hasta liquidar los procesos democráticos allí donde los grandes medios de comunicación, usinas de esas mismas franjas reaccionarias, vienen martillando obsesivamente contra los “populismos autoritarios” y sus gobiernos? ¿Qué diferencia a la prensa ecuatoriana, baluarte del golpismo, de las nuestras que inundan a la ciudadanía con veneno informativo que apunta a desgastar la institucionalidad democrática? ¿Es casual que Lula haya tenido que salir a defender a su candidata del ataque impiadoso del establishment comunicacional brasileño o que Cristina Fernández sea blanco recurrente de una crítica impiadosa del mismo modo que al inicio de su mandato sufrió la ofensiva destituyente agromediática? Los grandes medios de comunicación están en el nudo de las ofensivas restauracionistas. Los policías ecuatorianos son apenas la cara visible, las tropas de choque de nuestros eternos desestabilizadores.

Llamó la atención que el candidato Serra, adversario de Lula y de Rousseff y exponente del poder concentrado brasileño, al ser interrogado durante la jornada caliente del jueves por lo que estaba sucediendo en Ecuador, sólo atinó a responder que no tenía suficientes elementos de juicio para hacer una declaración. Esa pusilanimidad unida a una ambigüedad sospechosa (la misma que tuvo la administración estadounidense que sólo salió a respaldar a Correa cuando comprobó el repudió total que desde la Unasur se había hecho) ofrecen el “rostro verdadero” de las derechas continentales y los límites que los procesos populares, democráticos y progresistas les han impuesto (otra hubiera sido la respuesta de un Piñera o de un Santos si no estuvieran entre nosotros los Lula, los Chávez, los Kirchner, los Mujica o los Evo garantizando con inédita potencia la continuidad democrática).

Honduras fue una experiencia amarga que dejó sus lecciones, allí se aprendió el rostro “original” del neogolpismo, su capacidad para horadar las instituciones en nombre de las propias instituciones, el poderosísimo brazo mediático y la complicidad imperial. A la madrugada ya del viernes los presidentes de Sudamérica dieron una extraordinaria muestra de madurez política. Tal vez estemos frente a un antes y un después en la historia amarga y sufrida de un continente que parece haber encontrado el rumbo. Tal vez seamos testigos de una genuina consolidación de las democracias, aunque también sepamos que si Correa sigue siendo el presidente de Ecuador es por la voluntad de su pueblo, por su coraje y por la potencia nueva y sostenida que vienen expresando los procesos democráticos y populares.

La trama del neogolpismo ecuatoriano nos sirve para indagar sin ingenuidades por las formas que han ido adquiriendo, entre nosotros, las estrategias de la derecha restauracionista. Formas, ya lo dijimos, que entrelazan la espectacularidad mediática, la complicidad de algunos de los otros poderes (en Honduras sin la participación activa de la mayoría de los legisladores y de los jueces no hubiera podido prosperar el golpe) y la retórica seudorrepublicana de quienes denuncian el extravío institucional de gobiernos “corruptos, venales y populistas”.

Tal vez también sirva, el ejemplo de Correa, para que algunos progresistas de paladar negro, de esos que se desgarran las vestiduras ante la supuesta falta de la tan cacareada de calidad institucional y que denuncian que todo es una “impostura”, descubran de dónde y a través de quiénes y de qué intereses vienen las amenazas verdaderas, no ficticias, a la continuidad democrática y a los proyectos latinoamericanos que buscan invertir las condiciones de injusticia y de desigualdad que todavía atraviesan nuestra siempre inquietante realidad.
http://www.elargentino.com/nota-109088-El-espejo-ecuatoriano.html