14 oct 2010

De la peor de todas a una de las mejores Por Aldo Ferrer

En el último cuarto del siglo pasado y primeros años del actual, entre todas las economías que integran el orden mundial, el comportamiento de la argentina fue el peor. En ningún otro caso significativo se registró, en el período abarcado entre 1975 y el 2002, una caída del PBI per cápita del 10%, y del industrial en 40%, un profundo deterioro de todas las variables sociales y, finalmente, un caos macroeconómico que provocó el default sobre la deuda externa.
En cambio, entre el 2002 y la actualidad, la economía argentina registra una de las mayores tasas de crecimiento dentro del orden mundial, en un contexto macroeconómico ordenado. El único indicador relativamente negativo es el del aumento de precios sin que, de todos modos, existan evidencias de descontrol ni obstáculos insalvables al crecimiento de la producción y el empleo.
Por lo tanto, es necesario explicar por qué la evolución de la economía argentina pasó, de ser una de las peores a una de las mejores del mundo. Influye, en alguna medida, la mejora de los mercados mundiales de alimentos y materias primas, que han fortalecido los pagos internacionales y estimulado el crecimiento de los países exportadores de productos primarios, como el nuestro. Pero esto es sólo parte de la explicación. Entre otras razones porque, aún entre ese grupo de países que incluye a los de América latina, el comportamiento de la economía argentina figura entre los mejores. Además, en ningún otro caso, se verifica un cambio tan radical de tendencia como en el argentino.

Los factores externos influyeron positivamente, pero el cambio de comportamiento es consecuencia, principalmente, de los acontecimientos de fronteras para adentro y las respuestas propias a los cambios de circunstancias y a los problemas planteados. Esto incluye la radical disminución del endeudamiento externo que fue esencial para recuperar los equilibrios macroeconómicos y la gobernabilidad de la economía y resistir, al final de esta década, las consecuencias de la extraordinaria crisis del orden económico mundial, la más severa desde la debacle de los años ’30.

El deterioro de la economía en la Argentina en el período 1975-2002 reflejó las consecuencias del prolongado período de la hegemonía neoliberal, inaugurado con el golpe de Estado de 1976. A comienzos del 2002, las propuestas para el futuro de la economía argentina, fundadas en los mismos principios que culminaron en la debacle, incluían la licuación de los activos monetarios en pesos, la dolarización, el establecimiento de la banca offshore, la renuncia definitiva a conducir la política económica y descansar en el salvataje internacional, bajo la conducción del FMI. Sobre estas bases hubiera sido imposible la recuperación que tuvo lugar después del 2002.

La explicación del cambio entre uno y otro período descansa, esencialmente, en dos causas principales. Por una parte, al cambio de circunstancias impuesto por la misma crisis. Esto incluye, la pesificación de los activos y pasivos denominados en moneda extranjera y la consecuente recuperación de la autoridad monetaria del Banco Central, el superávit en los pagos internacionales debido a la caída de las importaciones y los buenos precios internacionales de los commodities, el ajuste cambiario que abrió espacios de rentabilidad clausurados durante el prolongado período de apreciación del tipo de cambio y la aparición del superávit primario en las finanzas públicas, por el repunte de la economía y el aumento de la relación tributos/PBI.

Por la otra, al cambio de rumbo de la política económica. Ésta abandonó la búsqueda de soluciones a través de la asistencia internacional y se dedicó a consolidar el control de los principales instrumentos de la política macroeconómica: el Presupuesto, la moneda, los pagos internacionales y el tipo de cambio. La fortaleza emergente de la situación macroeconómica, permitió formular una propuesta propia para resolver el problema de la deuda en default, que culminó exitosamente y, poco después, en enero del 2006, cancelar la pendiente con el FMI.

La convergencia de las nuevas circunstancias y del rumbo de la política económica, provocó, en poco tiempo, un cambio radical del escenario macroeconómico y recuperar la seguridad jurídica demolida por la estrategia neoliberal. La respuesta de la oferta al repunte de la inversión y del consumo y al fortalecimiento de la competitividad de bienes transables, fue inmediata, permitiendo un aumento acumulado del PBI del 60 por ciento. La inflación se mantuvo en niveles manejables, pero por encima del límite aconsejable del 10 por ciento.

Las perspectivas de corto y mediano plazo indican que la economía argentina conserva su actual sendero de crecimiento, equilibrio macroeconómico y gobernabilidad. Es decir, puede seguir siendo una de las economías de mayor crecimiento en el orden mundial. Ésta dependerá de que se termine, definitivamente, el “péndulo” entre los modelos alternativos de organización de la economía argentina. Es necesario la inclusión del “campo” en el proceso de transformación. Como sucedió en otros grandes productores agropecuarios que son, al mismo tiempo, economías industriales avanzadas (los Estados Unidos, Canadá y Australia), es preciso insertar los intereses rurales en la nueva estructura, asumiendo un rol de creadores de riqueza no hegemónico, pero protagonistas dentro de un sistema productivo integrado y complejo.

¿Cuáles son las prioridades de la política económica en una Argentina que está aprendiendo a vivir con estabilidad institucional, cuya economía resiste adversidades y en la cual está pendiente la transición, desde el subdesarrollo a la formación de una estructura integrada y abierta capaz de erradicar, definitivamente, niveles intolerables de pobreza e injusticia distributiva?

La política económica debe responder a cuatro desafíos fundamentales: i) la gobernabilidad de la macroeconomía; ii) crear un escenario propicio al despliegue de los medios y talento de los agentes económicos; iii) orientar la asignación de recursos y la distribución del ingreso hacia los objetivos prioritarios del desarrollo y la equidad distributiva; iv) fortalecer la posición internacional de la economía nacional. Estos cuatro desafíos son interdependientes.

La gobernabilidad requiere consolidar la solvencia del sector público en sus tres jurisdicciones (Nación, provincias, municipios) de un Estado federal y el reparto racional de ingresos y responsabilidades, entre las mismas. Debe consolidarse el proceso de desendeudamiento. La solvencia fiscal tiene, como contrapartida, el superávit del balance de pagos, un nivel suficiente de reservas del Banco Central para preservar al sistema de los shocks externos y la administración de la paridad a través de un tipo de cambio de equilibrio desarrollista (TCED). La administración de la paridad es una tarea compleja que debe adecuarse a la evolución de las variables internas y externas de la realidad económica, incluyendo la regulación de los movimientos especulativos de capitales. La instrumentación del TCED recae en la autoridad monetaria, pero su existencia es un requisito del éxito de la política económica y, por lo tanto, responsabilidad primaria de la política económica del Estado nacional.

La gobernabilidad de la macroeconomía es esencial para crear el escenario propicio a la inversión privada. Los agentes económicos deben convencerse de que el lugar más rentable y seguro para invertir el ahorro interno es el propio país y que la puja distributiva, inclusive la relación utilidades-salarios, debe resolverse en el marco de la estabilidad razonable del nivel de precios. Si se consolida la gobernabilidad del sistema, el país dispone del poder necesario para vincularse al orden mundial en una posición simétrica no subordinada. La experiencia de las naciones emergentes de Asia revela que los países con suficiente densidad nacional y recursos propios, tienen la capacidad de decidir su estructura productiva y, consecuentemente, su propio destino en el orden global. Éste es el rumbo necesario y posible, también, en la Argentina.

Para ello es necesario observar los problemas desde la perspectiva de los intereses nacionales, sin prejuicios y buscando las coincidencias para encuadrar y resolver los conflictos. El mayor obstáculo para responder a los dilemas que enfrentamos no radica en la gravitación de los intereses neoliberales ni en las restricciones externas. El problema de fondo es la división de los sectores y actores sociales creadores de riqueza, es decir, la falsa división de las aguas dentro del mismo campo de los intereses nacionales.
Así se frustraron procesos de transformación en el pasado y corre el riesgo, actualmente, de volver a repetir la experiencia. En diversas expresiones políticas, están dispersos actores económicos y sociales, partícipes necesarios y beneficiarios del desarrollo nacional, los cuales, aparecen divididos por cuestiones periféricas a los problemas centrales que tenemos por delante. Ésta es una severa debilidad subsistente en la densidad nacional que debe resolverse para consolidar lo alcanzado en estos últimos años.
* Director editorial de Buenos Aires Económico
http://www.elargentino.com/nota-110245-De-la-peor-de-todas-a-una-de-las-mejores.html