19 ago 2010

Soja, retenciones y la “góndola del mundo” Por Aldo Ferrer

19-08-2010 / 

Aldo Ferrer
La producción de soja es actualmente el componente más dinámico del sector agropecuario argentino. Contribuye al aumento de las exportaciones y la demanda interna y al crecimiento de la economía nacional. En la actividad tienen lugar algunas de las principales transformaciones del agro, como la siembra directa, el empleo de agroquímicos y los llamados “paquetes tecnológicos”. La llamada “agricultura de precisión”, que opera en la frontera tecnológica del agro mundial, se refiere principalmente a la soja. Su expansión ha transformado el uso del suelo, las cadenas de valor y la organización de los factores de la producción. La ampliación de la frontera de la soja transfigura la estratificación social del campo y crea nuevos grupos de gran poder económico en que convergen el liderazgo empresario, las tecnologías de punta, la reorganización de los mercados y el financiamiento de todo el ciclo productivo. Es comprensible que un proceso de semejante magnitud provoque conflictos de intereses y visiones encontradas sobre sus consecuencias sobre el desarrollo, la protección de la naturaleza y el medio ambiente, el bienestar social y la ubicación del país en la globalización. Sobre esto último cabe destacar el impacto de los cambios en el orden mundial sobre la realidad argentina. En efecto, la actual revolución industrial de China e India implica la incorporación de centenares de millones de personas a las cadenas de valor y los mercados transnacionales. Una de sus consecuencias es el aumento de la demanda de alimentos y materias primas y la elevación de sus precios. Precisamente, uno de los ejemplos notables es la soja y sus derivados.
No es la primera vez que se registra un hecho semejante. A mediados del siglo XIX, la primera Revolución Industrial, bajo el liderazgo de Gran Bretaña, también provocó el aumento de la demanda internacional de productos primarios y la valorización de los recursos naturales. La Argentina se incorporó al nuevo orden mundial como un proveedor de alimentos y materias primas e importador de manufacturas y capitales. Fue el estilo de desarrollo que mucho después, en la década de 1940, Raúl Prebisch denominó “centro periferia”. A medida que el país fue creciendo, el modelo le fue quedando chico. Además, era incompatible con el despliegue del potencial argentino y la incorporación del conocimiento que requería, simultáneamente, integrar las cadenas de valor del agro y de­sarrollar las ramas industriales portadoras de la ciencia y la tecnología, incluida la producción de maquinarias y equipos. Es decir, conformar una estructura industrial integrada y abierta, con una ancha base de producción primaria.

La crisis mundial de 1930 puso fin, definitivamente, al modelo agroexportador, y desde entonces hasta la actualidad no hemos logrado generar el necesario consenso mayoritario acerca de la estructura productiva necesaria y posible. Antes bien, los cambios actuales en el orden mundial y el dinamismo de la soja y otros productos del agro han reavivado la ilusión de un nuevo próspero futuro como “granero del mundo”, que, con la agregación de valor para producir alimentos, podría ser la “góndola del mundo”. La góndola es un avance importante sobre el granero, pero tampoco alcanza. Toda la cadena agroalimentaria emplea como máximo 1/3 de la fuerza de trabajo y es, por sí sola, incapaz de incorporar la ciencia y la tecnología en todo el tejido productivo y social del país, que es la base fundamental del desarrollo en la Argentina y el resto del mundo.

El actual debate sobre la soja, en todas sus dimensiones económicas, sociales y ambientales, requiere ser colocado en el contexto del desarrollo del país y su inserción internacional. Porque el campo no es un apéndice del mercado mundial sino un sector fundamental de la economía nacional. Sin embargo, algunas opiniones, surgidas del ruralismo, levantan su voz por la injerencia del Estado en la transferencia de los precios internacionales a los precios internos argentinos.

De allí, por ejemplo, que las retenciones se interpreten como la confiscación de un ingreso perteneciente al productor. Se escucha, a veces, la protesta que dice que, de tres camiones cargados con soja, uno lo confisca el Estado. O, desde una postura más benévola, destacar el esfuerzo especial que está haciendo el campo para financiar al Estado y sus programas sociales. Ni una cosa ni la otra son ciertas si no se las refiere al tipo de cambio al cual se aplican las retenciones. Porque en la década del ’90 y en otros momentos, no había retenciones sobre tipos de cambio sobrevaluados que sacrificaron, simultáneamente, al campo y la producción de manufacturas industriales, endeudaron y empobrecieron al país hasta llevarlo a la crisis terminal del 2001/02.

No hay evidencias de que las retenciones hayan frenado el crecimiento del campo en el transcurso de esta década. No es concebible ese crecimiento, entre los más altos del agro mundial, sin condiciones positivas de rentabilidad ni que la eliminación de las retenciones (inconcebible sin una fuerte apreciación del tipo de cambio), aumentaría la inversión en vez de desviar fondos excedentes a otros fines.

En realidad, las retenciones no son un impuesto especial aplicado a la soja y a otros productos primarios. Son la diferencia entre los tipos de cambio necesarios para otorgarle competitividad a toda la producción de bienes sujetos a la concurrencia internacional. Porque en la Argentina, como en el resto del mundo, los precios relativos internos son distintos de los internacionales, y es por eso que todos los países con políticas funcionales al interés nacional se administra, con una multiplicidad de instrumentos, el impacto de los precios internacionales sobre los internos. Las retenciones son apenas uno de esos instrumentos y no pueden tratarse desvinculadas del tipo de cambio de referencia.

Las retenciones, aparte de su función esencial de expresar la brecha entre los tipos de cambio necesarios para la competitividad de los diversos sectores de la producción interna sujeta a la concurrencia internacional, cumplen otras dos funciones. Por un lado, sin ser estrictamente un impuesto, generan un ingreso fiscal que debe asignarse conforme las reglas constitucionales.

Segundo, atendiendo a que la producción exportable incluye bienes que forman parte de la demanda y cadenas de valor internas, desacoplar los precios internos de los internacionales. Son dos objetivos importantes a los cuales se reduce la justificación oficial de las retenciones y, también, la crítica ruralista que considera injusto poner sobre los hombros del campo semejante carga. Al no incluir la explicación de las retenciones como un instrumento esencial para la transformación y el desarrollo de la economía argentina, el debate sigue encerrado en los contenidos distributivos de la cuestión.

Sea como fuere, la soja es protagonista principal en el actual debate sobre la situación del país y su futuro. Ese debate no debe perder de vista el lugar de la soja y del campo desde la perspectiva del desarrollo de toda la economía argentina y sus regiones. Estos temas fundamentales seguramente serán objeto de debate y, esperemos, de acuerdo, en el programa puesto en marcha por el ministerio del ramo para trazar un plan agroalimentario de vasto alcance, con la cooperación de universidades y los sectores sociales vinculados al agro.

Director Editorial
http://www.elargentino.com/nota-103323-Soja-retenciones-y-la-gondola-del-mundo.html