24 dic 2009

Las tareas inconclusas del pueblo sudamericano Por Federico Bernal

SIN UN PROCESO DE UNIFICACIÓN NO HABRÁ VERDADERA INDEPENDENCIA

En los albores del siglo XIX, la independencia del yugo español brindó a América del Sur la oportunidad histórica de constituirse en el primer Estado nacional transcontinental del Nuevo Mundo. Sin embargo, y a diferencia de lo acontecido en las colonias británicas de América del Norte, semejante obra no pudo concretarse. Una vez rechazada por España la iniciativa suramericana de crear un imperio en Hispanoamérica (proyecto de decreto redactado por Simón Bolívar y entregado al embajador de España en Londres, durante el reinado de Fernando VII) la victoria militar de los ejércitos libertadores no desembocó en la unidad política y económica del sistema virreinal. Las clases privilegiadas criollas, exportadoras y terratenientes –por lo general vinculadas con el imperio británico– sólo pensaban en romper con España para proseguir su enriquecimiento a costa de las mayorías excluidas por siglos de atraso. Al comienzo, propulsaron y hasta financiaron las campañas libertadoras. Pero una vez conseguidos sus objetivos netamente emancipadores, iniciaron una larga y letal conspiración contra los partidarios de una confederación de Estados en el Sur del continente. Los principales centros secesionistas de la unidad suramericana fueron Buenos Aires, Caracas, Bogotá y Lima, seguidos por ciudades menores de la Banda Oriental, el Alto Perú y Chile. De poco sirvió alzarse o frenar sus maquinaciones separatistas: en esa América hispánica la unidad carecía de las necesarias y obligadas leyes aglutinantes y centrípetas que todo Estado-nación precisa para erigirse.

Efectivamente, a las fuerzas unionistas les faltaba una estructura socioeconómica, comercial y financiera capaz de oponerse y someter a las balcanizadoras. Ningún sector social, urbano o rural, se interesó en luchar por la conformación de un mercado interno que optimizara sus negocios, proveyéndole de un sinfín de nuevas almas compradoras y materias primas para el abastecimiento de sus talleres o fábricas. ¡Siquiera había talleres o fábricas! Asimismo, muy pocos conocían los beneficios detrás de la expansión y la unificación económica. Apenas un puñado de visionarias voces solitarias profesaban la unidad político-económica, el proteccionismo aduanero, el desarrollo manufacturero, las actividades económicas con fines sociales, entre otras acciones. Sin embargo, todo fue en vano. Mientras la Europa Occidental y las ex colonias británicas de la periferia en América y Oceanía experimentaron el nacimiento de Estados nacionales modernos y poderosos, nuestra América viviría lo opuesto: naciones ficticias, enanas y atrofiadas, atadas de pies y manos. Como retrató el Bosco en el panel central de su soberbio Jardín de las delicias, la humanidad de esta parte del mundo y al Sur del “descubierto” continente también sucumbió al pecado, aunque en este caso uno plagado de manufacturas importadas, improductividad y cultura rentista. El final fue previsible: la desunión, el subdesarrollo y el sometimiento de la América latina.

Ahora bien, ¿dónde deben rastrearse las causas del prácticamente nulo desarrollo de las fuerzas productivas, de la ausencia de clases sociales interesadas en el progreso del capitalismo en la América hispánica al momento de la emancipación? La decadencia del imperio español, su sometimiento a las potencias hegemónicas de la época y su desmembramiento territorial en Europa se trasplantaron al Nuevo Mundo hispánico. Sin una economía autocentrada que la impulsara y sostuviera, la unidad de la “nación colonial” española no pudo mantenerse en la independencia. América latina se había convertido en una nación inconclusa. Efectivamente, fue el carácter de la conquista y la colonización española, esto es, la naturaleza de la España que conquistó y colonizó América donde reside la explicación de la derrota unionista, y con ella, todo el drama contemporáneo. La disección de nuestro pasado colonial, de los casi tres siglos y medio vividos entre la conquista y la muerte del padre de la unidad suramericana, Simón Bolívar, permite no sólo comprender las causas del fracaso del plan bolivariano y sanmartiniano entre 1810 y 1830, sino advertir que en la América del Sur del siglo XXI, en resuelto proceso de unificación, no habrá verdadera independencia ni unidad sin la resolución de las tareas nacionales y democráticas pendientes. ¿Cuáles son dichas tareas?

Durante más de tres siglos el tipo de colonización española (regida por el expansionismo militar y no por parámetros demográficos, comerciales o económicos) engendró y consolidó oligarquías a lo ancho y a lo largo de toda la región. Hasta donde España lo permitió, las estructuras sociales más “modernas” en el Nuevo Mundo fueron rentistas no burguesas, interesadas en la desvinculación interna proporcionalmente a su conexión externa a los centros manufactureros de la época. “Si [España] unificaba América hispánica a través de la lengua, el régimen jurídico y el poder real, creaba las premisas de su disolución por la presencia de focos de capital comercial conectados a la exportación de los productos americanos. Dichos productos eran consumidos por el mercado mundial, y si pasaban por manos españolas, en verdad concluían bajo el control de las potencias europeas rivales de la península. El único vínculo que mantenían las Indias con el progreso de Occidente consistía en su dependencia de España” (Jorge Abelardo Ramos, Historia de la nación latinoamericana, pág. 103). Así fue como, promediando las últimas décadas del siglo XVIII y principios del XIX, las únicas clases con conciencia de sí y para sí existentes al otro lado del océano fueron las oligarquías locales y las burguesías importadoras y comerciales creadas por el contrabando de mercancías. La gran ausente fue la burguesía manufacturera. A la fuerza centrífuga de las metrópolis importadoras –en connivencia con el poder internacional– no se le opuso fuerza centrípeta alguna.



BURGUESÍA. Los exiguos retoños de burguesía autóctona estaban dispersos entre sí y alejados de los centros de poder locales. Incipientes, concentrados en las entrañas mismas de los virreinatos, crecían endebles y retardadas al carecer de la disponibilidad de divisas –control aduanero– para dominar el mercado interno y proveerse de recursos naturales y capitales. Las condiciones para que la independencia evolucionara hacia la unificación política y económica no estaban dadas porque, como se dijo, fue la ausencia de desarrollo lo que posibilitó la balcanización de las colonias hispanoamericanas en el siglo XIX. En efecto, lo que se unía por las armas y la tradición histórica se desunía por la acción centrífuga de intereses comerciales y localistas antagónicos al proyecto “continental” de los libertadores. Ramos lo sintetiza magistralmente: “De aquellas regiones iberoamericanas débilmente vinculadas entre sí y explotadas genéricamente por España, único centro aglutinante, surgirán las ‘naciones’ particulares atraídas por el imán de otros centros mundiales más poderosos y estables que España. Estas potencias controlarán a través de las economías exportadoras creadas por el viejo capital mercantil la endeble nación colonial, disgregándola en Estados ‘soberanos’ con independencia política”. Entonces, si la balcanización reposa sobre estos hechos, queda en evidencia no sólo la necesidad de desarrollar un capitalismo industrial autóctono (original y propio, esto es, suramericano, popular y socialmente justo), a la vez que superador de la rémora “mercantilista” y el parasitismo oligárquico, sino la relación directamente proporcional entre ese capitalismo “suramericano” y la unificación regional. Desarrollo económico basado en la industrialización masiva en un marco de unidad absoluta y fraterna, aquí las tareas pendientes del pueblo suramericano. Pero una industrialización que deberá ser armónica y proporcionalmente equilibrada de toda la región, encarada y comandada por y desde cada uno de los Estados involucrados, en alianza con los trabajadores obreros, rurales y públicos, los estudiantes, los profesionales y técnicos, los sectores nacionalistas de las fuerzas armadas y la intelectualidad de raigambre popular, todos por supuesto igualmente enlazados a los sectores de la burguesía nacional (la pata productivo e industrial de este gran frente debe proceder mayoritariamente de las pequeñas y medianas industrias) que estén dispuestos a industrializar al país en un contexto socialmente justo y unificador.
http://www.elargentino.com/nota-70081-Las-tareas-inconclusas-del-pueblo-sudamericano.html