24 dic 2009

La lógica del delirio nacional Por Alejandro Horowicz

El caso de la familia Pomar tiene una extraña virtud: permite observar en movimiento la ideología de la sociedad argentina, las presuposiciones que regulan su sistema de valores compartidos, y contrastarlos con sus problemas reales. Y desde allí organizar una especie de mapa sobre la lógica del delirio nacional.

La secuencia de los hechos facilita la comprensión del sentido: Luis Pomar, Gabriela Viagrán y sus dos hijas de 3 y 6 años partieron el sábado 14 de noviembre desde su casa –en la localidad bonaerense de Mármol– hacia Pergamino. Cerca de las 19 avisaron por mensaje de texto: “Estamos yendo”. Alrededor de las 20 Gabriela mantuvo una conversación telefónica con una amiga, abogada, que los esperaba a cenar en Pergamino. A su vez, el padre de Gabriela recibió un mensaje de texto en el que le informaron que estarían en Pergamino a eso de las 22. Por cierto no llegaron.
La ruta provincial 31 –acceso obligado para los que abandonan la 7– no fue revisada por tierra a pesar de esto, según confirmaron los pobladores de Gahan, pueblo en cuya entrada hallaron a los Pomar muertos. Todo lo que hacía falta hacer era subir a una bicicleta, recorrer sin apuro desde el peaje de Villa Espil para terminar topándose con el auto accidentado.
No se hizo, ni siquiera se pensó. Para hacerlo era necesario considerar posible un accidente de tránsito. Una sociedad aterrada por su propio discurso sobre la seguridad, que vive crispada esperando robos, secuestros y asesinatos, no visualiza la posibilidad del accidente. Dicho de un tirón: el accidente se percibe como un asesinato hecho por killers tan buenos, e investigado por policías tan corruptos, que no se descubre: el accidente no existe en el mapa de los problemas nacionales. Y sin embargo ocurre, en la Argentina, en una cifra diez veces superior a la de las víctimas de asesinato.
A lo largo del 2008 algo menos de 750 personas fueron asesinadas, por muy diversos motivos. En el mismo lapso casi 8.000 murieron en accidentes de tránsito. Un año de víctimas fatales de accidentes equivale a diez años de muertes por asesinato. En los últimos diez años murieron unas 75.000 personas en accidentes, con un añadido: por cada víctima fatal quince reciben daños colaterales, daños que van de la pérdida de un dedo a quedar tartamudo. Vale decir que en la última década el número de víctimas en accidentes de tránsito supera el millón de personas.
Aun así, casi no tiene visibilidad mediática, y por cierto no motivó ninguna campaña seria sostenida en el tiempo por parte de las autoridades policiales, ni integró la lista de demandas que la sociedad continuamente formula a las autoridades, ni forma parte de la biblia de los bibliófilos de la seguridad.
Un millón de víctimas carecen de visibilidad. Sin embargo, todos conocemos a alguien que sufrió un accidente, y aun así el tema no está incluido en la agenda pública. Y este escándalo tampoco escandaliza.
Dicho con sencillez: no registramos lo que sucede, y por tanto no nos defendemos de lo que hay que defenderse, y como lo que “no sucede” no debe ser evitado, ni investigado, ni explicado, el caso Pomar se vuelve un ejemplo de inoperancia policial. Por cierto que también lo es, pero no es ésa de ningún modo la principal arista del problema.

ESTRUCTURA DE PERCEPCIÓN. Para la imaginación colectiva, en los tiempos primordiales –sostiene Frazer– no existía la muerte natural, el accidente mortal, o una vida que se extinguiera normalmente. Todos los muertos eran la consecuencia de una actividad premeditada. Alguien los había matado. Por eso los enterraban, para evitar la venganza; para evitar que los muertos –que los espíritus de los muertos– atacaran a los vivos. El peso de los muertos siempre atormentó la conciencia de los vivos.
En su ensayo monumental “La rama dorada”, Frazer escribe: “La magia positiva o hechicería dice: ‘Haz esto para que acontezca esto otro’. La magia negativa o tabú dice: ‘No hagas esto para que no suceda esto otro’. Estas reglas inmutables no atienden cambios, lo similar siempre reproduce lo similar”.
La única amenaza que la sociedad argentina imagina es una suerte de pordiosero armado hasta los dientes, harto de serlo, condenado a una vida inenarrable, y que no bien pueda se ocupará de cortarle la yugular a todos los propietarios; su despiadada venganza debe ser evitada, dado que no bien se inicie no podrá ser detenida. Esta amenaza permanente se resuelve bajando la edad de la imputabilidad penal, construyendo cárceles y evitando el garantismo jurídico; no se trata de reeducar, basta con impedir todo contacto contaminante para ejecutar una política genocida.
Policía y seguridad se vuelven términos intercambiables, y la experiencia sobre el accionar de la policía durante las últimas tres décadas no sirve para sacar conclusiones; la sociedad para “protegerse” no debe detenerse ante nada. No se trata de averiguar qué pasa, con alucinar en el mismo sentido que la TV, que retroalimenta el sistema alucinatorio, es suficiente.
La sociedad argentina fabricó, votando a Menem, tres veces, y a De la Rúa, los millones de excluidos cuya venganza hoy la aterra. Por eso, incapaz de registrar lo que sucede, acostumbrada a no requerir explicaciones causales, adopta un repertorio de consignas huecas a modo de sustitución analítica; es decir, no se está a tanta distancia del terror primitivo y fundante del que habla Frazer.
De ahí que nos recuerde: “La vieja idea de ser el salvaje el más libre de los humanos es contraria a la verdad. Es un esclavo, y no sólo de un amo visible sino del pasado, de los espíritus de sus antecesores muertos, que rondan sus pasos desde que nace hasta que muere y le gobiernan con cetro de hierro”. En esa dirección marchamos.
http://www.elargentino.com/nota-70993-La-logica-del-delirio-nacional.html