Jorge Giles
Allí estaremos.
Casi al mismo tiempo, el Juez Baltasar Garzón se abrazará emocionado con los familiares de las víctimas de la AMIA.
La Argentina late en un momento crucial de su historia.
La memoria se abre paso como puede y debe.
Hay una sola garantía contra la impunidad y es la que dice León Gieco en su canción: Todo está guardado en la memoria. En tiempos del menemismo, cuando los indultos sepultaban todo afán de justicia, un puñado de diputados nacionales encabezados por el Maestro Alfredo Bravo, viajaron hasta Madrid a golpear las puertas del digno despacho de Baltasar Garzón.
Buscaban cumplir del otro lado del océano, el mandato popular y democrático que aquí se les negaba, indultos mediante.
Alfredo contó su calvario, denunció a Camps y Etchecolatz, dejó el reclamo en nombre de todos los maestros y maestras desaparecidas, testimonió emocionado recordando a Isauro Arancibia, su compañero en CTERA, asesinado en Tucumán por los criminales del genocida Domingo Bussi.
Marcela Bordenave testimonió por los trabajadores reprimidos salvajemente durante la dictadura en La Plata y alrededores.
Y nosotros revivimos el tormento de los argentinos masacrados en las afueras de aquel pueblo chaqueño por el delito de querer un país más igualitario.
Aquella vez, vimos llorar en silencio y dignamente a Baltazar Garzón conmovido por los relatos. Seguramente, sin querer, ahondábamos las ausencias y todos los dolores de la vieja república masacrada por la dictadura franquista y que aún estaban sin que se haya hecho justicia.
Por intentar abrir esa causa de plena humanidad, el Juez sería sancionado muchos años después.
Las cosas misteriosas de la vida de los pueblos hace que ese Juez español que entonces fue un solidario y solitario justiciero, hoy recorra la AMIA y ayer la ex ESMA para recibir un emotivo y justo reconocimiento, en el Centro Cultural de la Memoria que lleva el nombre de un escritor ilustre: Haroldo Conti.
Entre aquel testimonio de los años noventa a este recorrido por los lugares por donde anduvo el horror de los criminales, pasó el viento de la historia.
Es otro país el nuestro.
Donde habitó la muerte y el martirio, hoy levanta sus alas la verdad, la memoria y la justicia.
En el Chaco sucederá lo mismo que sucedió en Córdoba; se juzgará a los jerarcas del terrorismo de estado. Los que dieron las ordenes y las ejecutaron a la vez. Los señores de la muerte. Los negadores de vida. Se llamen Videla, Menéndez o Patteta.
Seguramente el testimonio recordará las últimas palabras de Néstor Sala al iniciar su doloroso tránsito hacia el cadalso más atroz del que se tenga registro.
Ellos sabían que los trasladaban a la muerte. Y no rindieron la palabra.
Por el contrario, Sala hizo uso de ella para dejar grabado en la memoria y para siempre, la libertad de amar y luchar por la justicia y la igualdad.
En el amanecer del jueves, el Senado de la Nación dio un paso trascendente en igual sentido libertario.
Y es ese paso, sostenido en las calles y en las plazas, en las aulas y en las fábricas, el que los devuelve a la vida a todos los que creyeron y murieron por los mismos valores.
Será por eso que los testigos no regresan al pasado para testimoniar hacia atrás, sino para mirar al futuro, deseando justamente que aquel pasado de odios no regrese nunca más.
Sin darnos cuenta casi, la vida en la Argentina ha dado un giro copernicano.
De tener sobre la piel lacerada un Estado terrorista, pasamos a tener este presente de un Estado en plenitud buscando la igualdad, la inclusión, la belleza, la justicia, el amor y la hermandad.
Es la diferencia entre una dictadura de muerte y una democracia, que aunque incompleta, está llena de vida.
Si hoy somos más libres es porque desde el 2003 un pueblo y sus gobernantes cuidaron que el rescoldo de la memoria no se apague nunca más.