19 jun 2014

Justicia rapaz Por Ricardo Aronskind * (En Página 12)

El pasado volvió a aparecer. Esta vez bajo la forma de un tramo menor e irresuelto de la monumental deuda externa que heredó el gobierno. En ese sentido, el fallo de la Corte de Estados Unidos, convalidando el miope fallo de las instancias judiciales previas, frena una notable línea de cierre de conflictos internacionales que venía llevando adelante el gobierno argentino.

Poco resta decir de jueces que no entienden de qué se trata una convocatoria de acreedores, pero sí vale pensar qué significa que la Corte Suprema norteamericana, en este momento de crisis financiera global irresuelta, decida que todo país en problemas para pagar compromisos debe hacerlo aunque no pueda hacerlo.

Entre las especulaciones previas al fallo, algunos observadores críticos de la política imperial norteamericana se mostraban optimistas, porque sostenían que por la propia salud de las futuras reestructuraciones de deuda, como por el prestigio de la plaza judicial neoyorquina, habría una intervención política que finalmente contribuiría a poner las cosas en su lugar. Sin embargo, otros observadores, aún más desconfiados de las intenciones norteamericanas, señalaban que golpear a uno de los países pilares del Mercosur y activo promotor de la autonomía sudamericana podía ser un interesante motivo para dejar que la resolución judicial de las instancias menores –sintetizable en las palabras “paguen todo”– quedara firme. Sin saber qué ocurrió finalmente en la gigante caja negra de la política norteamericana, vemos que primó un juridicismo de escuela primaria, compatible con los intereses del más rapaz de los actores financieros.
La propia Corte, constituida por mayoría republicana, no puede pensarse ajena, en materia de afinidades electivas, a los prósperos dueños de los fondos especulativos, frente a los “argies” siempre denostados por la prensa “seria” del Primer Mundo. El fallo representa, en un sentido sistémico, el triunfo del cortoplacismo extremo del capital financiero sobre cualquier otra consideración estratégica, sea económica o política, y es la prolongación de tendencias que venimos observando desde los años ’80: el creciente predominio del capital, y en especial del capital financiero sobre los Estados nacionales, y la brecha creciente entre los Estados centrales y los periféricos.
En un plano abstracto, se podría decir que el problema es manejable, ya que Argentina no presenta un problema de insolvencia permanente, sino que presenta un futuro cercano muy prometedor en cuanto a su capacidad de generar riqueza y divisas. No podemos esperar ni suponer “buena fe” negociadora de parte de los fondos buitre. Pero sí saber que quieren dinero y que el país, bajo determinadas condiciones, puede afrontar esos pagos, siempre y cuando no se cruce una línea roja vital que tiene la Argentina, que es el nivel de las reservas del BCRA.
Sabemos, por experiencia propia, que las finanzas internacionales son capaces e imaginativas a la hora de inventar negocios. Quizás ésta sea la ocasión de recurrir a determinadas ingenierías para salir de esta crisis innecesaria en que han puesto al país. En el arco político local hay quienes velan, desde diferentes posturas, por el interés nacional, y quienes están tan preocupados por el “prestigio” ante la comunidad especulativa internacional, que no dudarían en sacrificar la estabilidad del país.
Así como la deuda, la política acuñada en los noventa reaparece en los razonamientos que prefieren hablar de “impericia” o de “falta de profesionalismo” para negociar por parte del actual gobierno, ocultando vergonzosamente el origen histórico de esta deuda, y lo desatinado del fallo norteamericano. Si vivieran en Estados Unidos, estarían acusando a los bomberos de “impericia” cuando se les cayeron las Torres Gemelas encima.
Como muchas otras cosas, todo depende de lo que hacemos con los datos de la realidad. Si los sectores de poder económico deciden que ésta es otra oportunidad para ganar plata fácil con prácticas especulativas, y para ello generan una estampida de miedo, tendremos una severa contracción económica. Si, en cambio, establecemos y sostenemos una inteligente política nacional de negociación, en tanto protegemos y fortalecemos el mercado interno, mitigando eventuales impactos de las transitorias turbulencias, no habrá consecuencias graves.
Los comportamientos de manada nunca son buenos, y menos frente a los buitres (salvo que alguien esté apostando a su triunfo). Levantando la cabeza, se debe pensar el fallo a favor de los buitres como un revés que debe y puede afrontarse, sin catastrofismo y con la mirada puesta en un país que está en condiciones de desplegar un notable potencial productivo. Lo saben los de afuera, y es hora de que se enteren los locales.
* UNGS-UBA.