21 dic 2013

GENERALES SON LOS NUESTROS Por Mario Paulela


Así cantaban los compañeros en aquellos jubilosos días del '73 y más luego en la década del ochenta, cántico intacto con las mismas razones ideológicas y la más perfecta síntesis de una línea histórica bien definida: "Generales, generales, generales de cartón. Generales son los nuestros, San Martín, Rosas, Perón".
Dijo una vez la compañera Cristina Fernández de Kirchner que en la Argentina, en cuanto al desarrollo de las circunstancias histrórico-políticas y sobre todo socio-económicas, fue como si en los Estado Unidos la guerra civil la hubiera ganado el Sur. Fue un concepto profundo, que en realidad reveló la comprensión notable que la compañera conductora tiene de los procesos históricos nacionales. De hecho, podemos afirmar aquí sin ningún temor al error, que Cristina es la primer Jefa de Estado revisionista que tuvo este país.
Más allá de ello, el concepto que toma como ejemplo a la guerra civil norteamericana ayuda a entender muy sencillamente qué intereses y qué alianza de clases fueron los que "triunfaron" en la Argentina y en base a su ideología, dieron forma el Estado y a las Instituciones de la República. La oligarquía rentista, parasitaria y esclavista impuso su modelo liberal y extranjerizante frente a la desarticulada resistencia de los caudillos provinciales. Planteada por la historiografía mitrista como una victoria virtuosa de la civilización y el progreso sobre alzamientos de características feudales por parte de pequeños señores comarcales, la fuerza de la Argentina federal, profunda, fue ahogada en sangre por la patrullas punitivas que el presidente Mitre lanzó hacia las provincias. Los fusiles y el genocidio del gaucho argentino tuvieron dos "logros": imponer a las provincias la supremacía porteña y, acaso más importante, apropiarse de las tierras, destruir las economías domésticas por medio de la fuerza, primero y por la libre navegación de los ríos, después. Hacia 1870, los ponchos que vestían los gauchos que habían quedado vivos, llegaban manufacturados desde las hilanderías de Leeds, aunque fabricados con lana argentina. El modelo liberal.
En este modelo, que con sus debidas excepciones personales, monopolizó el sesgo ideológico y cultural de la joven República, propulsor de un modelo agroexportador y dependiente de la lejana metrópolis británica, se dio forma definitiva al Ejército Argentino. No podía ser de otra manera: el sistema requería de un brazo armado organizado que protegiera los intereses de las élites gobernantes.
Volviendo al inicio, el sentirse parte de ese bloque de clases dominantes, fue siempre el plexo ideológico-cultural del Ejército y de la Marina (aún hoy, los marinos argentinos llevan en sus gorras una banda de luto por la muerte del almirante Lord Horatio Nelson, jefe de la escuadra británica en la guerra contra Bonaparte, muerto en la Batalla de Trafalgar el 21 de octubre de 1805, es decir, antes aún de que ocurriera la Revolución de Mayo), quienes en cada momento decisivo de la historia institucional, pusieron en juego su condición de gendarmes de esos intereses.
En particular en el Ejército, siempre perduraron dos líneas muy marcadas: una, decididamente liberal a ultranza y otra, menos clara, inclinada en términos generales hacia el bando "nacional", lo cuál no siempre significó algo bueno para el pueblo. Pero puede decirse que hubo un ejército "yrigoyenista" como hubo uno "peronista", por proponer a las dos expresiones populares que predominaron en el siglo XX. 
Fue el general Juan Perón quien trazó el diseño filosófico de una nueva República, alejada (y acaso opuesta) de la República Liberal que venía desde la llamada Organización Nacional: la Comunidad Organizada. Un concepto totalizador de los diferentes componentes de la comunidad nacional puestos en pos de la grandeza nacional. El componente intelectual claramente laborista de Perón, así como su formación militar, propusieron esa alianza hasta entonces desconocida entre Pueblo y Ejército: los elementos de base fundacional de el nuevo Estado Justicialista, la superación práctica del individualismo liberal y del colectivismo forzado del marxismo. Y en tal sentido, Perón se ocupó en adoctrinar a las Fuerzas Armadas para que abandonaran esa "prescindencia" falsa y se sintieran parte del proceso popular que las incluía.
Fue sembrar en el agua. Si bien el Ejército fue más permeable al Justicialismo y la Fuerza Aérea era casi una creación peronista, la Armada mantuvo su cerrado elitismo, su odio de clase, su cipayismo de origen. Por fin, en 1955, fueron otra vez los militares quienes saldaron una ecuación de poder muy difícil. La oligarquía liderando una alianza de clases insólita, la Iglesia y TODA la oposición lograron un golpe de Estado restaurador y de claro sesgo clasista. El Estado de Bienestar se derrumbó. Nacía la definición moderna del modo liberal de gestionar: el Estado Gorila; y el partido que lo sostendría, el Partido Militar, purgó a las Fuerzas Armadas del mínimo vestigio de peronismo. Había que borrar la existencia del peronismo en la historia argentina. Y por casi sesenta años, desde la destitución forzada de Franklin Lucero, no volvió a haber un sólo general que se definiera a sí mismo como "peronista" al frente de la Fuerza. 
En diciembre de 1973, el presidente Perón promovió al Teniente General Anaya como Jefe del Ejército. No se trataba ya de revivir el viejo proyecto de la Comunidad Organizada. Era elegir el menos refractario a la gestión peronista entre un generalato absolutamente gorila cuya expresión política estaba intacta. Es decir, Juan Perón, como antes brevemente Héctor Cámpora, debieron gobernar con lo que había, literalmente. Las FFAA escindidas por completo del proceso popular y un sector de clase hostil, no ya al peronismo como expresión socio-política sino también con esa forma de gobierno que es la democracia. 
Por eso 1976 es, en el plano estrictamente militar, apenas un movimiento de tropas. La democracia imperfecta de aquél tiempo no podía aplicar el plan económico que demandaba la alianza de clases dominantes. Intentó hacerlo, sin embargo, la inverosímil vicepresidenta en ejercicio de la presidencia, María Estela Martínez. Pero era una pieza sacrificable en un ajedrez que no comprendía. El Partido Militar se hizo cargo de la situación con sus aliados habituales. Y hasta la debacle de 1982, se mantuvo intacto. El terror y la inicial "plata dulce" que eran el cóctel liberal en aplicación, constituyeron un eficiente disciplinador social. Tan sólo el sindicalismo peronista resistió, con sus más y sus menos, el cambio cultural que recién comenzaba.
La nueva democracia surgida de la derrota militar en Malvinas, soportó también la presión del Partido Militar, cuya retirada del poder no había socavado los resortes sociales sobre los que venía pivoteando desde 1955. La democracia que en estos días cumplió 30 años sin interrupciones institucionales por parte de las FFAA empezó bajo un condicionamiento fuerte. El Ejército seguía siendo gorila. Y hasta Cristina en su segundo mandato, ningún presidente de la Democracia pudo tener unas FFAA que supieran cabalmente consustanciadas con la soberanía popular y sometidas sin dudas, en su totalidad, a la obediencia al poder civil.
Es este esquema ideológico, el mismo que sostuvo el genocidio de la última dictadura cívico-militar, el que ha estallado en estos días con la aprobación del pliego de ascenso a la máxima posición en el escalafón militar del Tte. Gral. César Milani. Ese viejo conglomerado de fuerzas antinacionales ve suceder horrorizadas la repetición de un evento que creían exorcizado desde hace mucho: un general peronista y además, abiertamente comprometido con el Proyecto Nacional, al frente del Ejército. El demonio mismo. La última pesadilla.
A esto se reduce el escándalo que otra vez junta a los extremos del arco ideológico. Por decir ejemplo, se indignan por igual la revista Barcelona y el diario La Nación. Como en los mejores tiempos de la Patria, la izquierda es el furgón de cola de la oligarquía, en gran medida porque comparten ese sentimiento que es el odio al peronismo, el miedo al Pueblo. El gorilismo, para abreviar.
Hoy, el gobierno justicialista de Cristina Fernández de Kirchner cuenta con un Ejército cuyo jefe se halla plenamente alineado con el Proyecto. Acaso lentamente, el viejo sueño de la Comunidad Organizada siga respirando en el pecho de la Conciencia Nacional. 
Los gorilas viven su pesadilla. El pueblo, puede ser que retome un viejo sueño.
MP