21 mar 2013

La elección de Bergoglio Por Lido Iacomini


La elección de Jorge Bergoglio, en adelante Francisco, como el Papa argentino, provocó un clima de algarabía nacional. Un cóctel que reúne desde resonancias poco profundas de un cristianismo suave pero mayoritario además de fervientes católicos practicantes, con una suerte de nacionalismo futbolero, dando como resultado una “argentinidad al palo”. Ese apoyo esperanzado de las mayorías argentinas, se contrapone nítidamente con la resistencia a absolver a ese cura de cuño conservador popular de sus pecados de la época dictatorial, por parte de la militancia progresista vinculada a la lucha por los DDHH y de algunos sectores kirchneristas que no quieren olvidar su encono contra Néstor y Cristina. Pero a partir de la recepción que Francisco le prodigó a la Presidenta y a fuertes gestos simbólicos de distensión, gran parte del kirchnerismo abre, desde paréntesis expectantes a manifiestas esperanzas e incluso decidido apoyo.
Bergoglio en el resto del mundo es políticamente virgen y como en sus dotes personales se aúnan austeridad y sagacidad política, la cristiandad le otorga un crédito que le resultará indispensable para hacerse cargo de una crisis vaticana de proporciones inéditas. El Vaticano, aún envuelto en oropeles magnificentes que Francisco desprecia, no puede ocultar problemas que de graves, extendidos y revulsivos se han vuelto estructurales.

La debacle de los bancos e inversiones vaticanas, resultado de la corrupción de sus principales vicarios y de la sujeción a la crisis financiera internacional que hizo ”saltar la banca”, se entremezcla con la decadencia moral provocada por sus ya centenarias e hipócritas represiones sexuales, que han desembocado en escándalos cortesanos vinculados a la pederastía, los abusos y violaciones. Vatileaks mediante, empujaron a la renuncia de Benedicto.
No alcanza con un severo y buen administrador. La necesidad de un drástico reordenamiento y saneamiento de la vida de la Iglesia en sus estratos dirigentes, incluida la Curia vaticana, se impone si aspiran a recuperar la influencia sobre vastas masas, revertir el vaciamiento de las filas sacerdotales y reconstruir el entramado con los poderes mundiales. La figura de Francisco provoca auténticas y valederas expectativas como disciplinador de la vida interna del catolicismo. Bergoglio para llegar a ser Francisco tuvo que leer la crisis moral de su Iglesia ofreciendo una alternativa de salida en el momento más álgido de la crisis: él mismo, un personaje jesuítico, sagaz, inteligente y minuciosamente construido. Sólo el tiempo dirá si es suficiente. De aborto, divorcio, matrimonio igualitario, ni hablar. E improbable el fin del celibato.
Pero el poder de la Iglesia (que como decía Stalin no tiene ni divisiones ni tanques propios) no es aislable de la renovada disputa entre las grandes potencias, enderezadas a eludir los rasgos mas destructivos de la crisis internacional haciéndoselas pagar a otros y de ser posible capitalizando a su favor el proceso de salida de la misma. Alemania, la patria del renunciante Benedicto, no vaciló en desarticular a Grecia y Portugal, arrinconar a España e Italia y poco menos que hundir la Isla de Chipre. El Vaticano corre serios riesgos azotado por los mismos e impiadosos vientos. Bergoglio, hoy timonel de esa resistencia, aspira a que la Iglesia, la que él concibe, encuentre un lugar expectable en la reconversión que se está produciendo en el escenario geopolítico mundial.

1) Bergoglio, el argentino
Jorge Bergoglio, a partir de estos tiempos Francisco, deberá articular su origen argentino (con un pasado inexcusable), su visión latinoamericana y su misión global como Obispo de Roma en una política coherente. En una Argentina signada por el kirchnerismo, la mejor experiencia que nos ha tocado vivir en décadas, -luego de haber visitado un infierno concreto con el beneplácito de ésta misma Iglesia- y enmarcada en una radicalización latinoamericana, paso a paso pero permanente, no es fácil reconciliar el silencio, acaso la complicidad, seguro la tolerancia, con hechos aberrantes ocurridos durante la dictadura. Horacio Verbitzky y Emilio Fermín Mignone han documentado acusaciones que no se pueden diluir con el sambenito del anticlericalismo. A quienes no queremos cerrar los ojos ante la verdad histórica, la comentada probable beatificación del sacerdote mártir Murias, nos huele a jugada de alto vuelo y de vasto alcance para diluir las acusaciones sobre su pasado. Por supuesto de un valor simbólico innegablemente fuerte, al punto de sacrificar los apoyos por derecha de los esperanzados represores, hoy juzgados, y todo el arco que los acompaña. Sin embargo una beatificación no abandona los límites de lo simbólico. Más audaz y efectivo sería abrir los archivos vaticanos y curiales donde residen las informaciones sobre el destino de los desaparecidos, especialmente los hijos apropiados aún no recuperados y avanzar en el reconocimiento de las responsabilidades y complicidades de la Iglesia con la Dictadura.
Fueron rápidos los medios opositores en señalar, a partir del viaje de Cristina, que los kirchneristas, incluida su jefa, se cuelgan de los faldones del Papa para flotar a salvo del descrédito que ya alcanzaron. Pero silencian que Francisco, para navegar en aguas latinoamericanas y mundiales, necesita apaciguar el frente argentino, particularmente empequeñeciendo las voces que señalan su período más oscuro entre las tinieblas dictatoriales. Por cierto no mucho más oscuro que muchos de los personajes que aún transitan nuestra vida política, de todos los colores. En ese marco, su olvido de los enconos pasados con el kirchnerismo más que amplitud de espíritu, huele a necesidad estratégica.

2) Un Papa latinoamericano
Su origen latinoamericano cobra significación a la luz del fenómeno emergente de la Patria Grande. Luego de que Francisco se refiriera a ella, a la patria que soñaron San Martín y Bolívar, es necesario decir que los imaginarios sobre la Patria Grande son distintos según de quien se trate. Los campesinos bolivianos, los obreros del conurbano o los gaúchos de Río Grande do Sul tienen en sus mentes y sus corazones una Patria Grande distinta a la de los industriales de San Pablo o la clase media porteña. Un Bergoglio, originario de Guardia de Hierro que hoy entrelaza su historia pretérita con las exigencias del IOR en caída y los intereses generales y permanentes del Vaticano, seguro tiene en mente una Patria Grande diferente. Iremos viendo que tienen en común y hasta que punto, en que medida y con que horizonte coincide con los anhelos e intereses de los movimientos latinoamericanos que ya han emergido, que ya han hecho un camino propio y un recorrido hacia la emancipación, la unidad y el bienestar de nuestros pueblos.
También nos preguntamos si la elección de un Papa de nacionalidad argentina corre a favor de la transformación social de nuestros pueblos y de autonomía de los tradicionales poderes mundiales o si por el contrario favorece los intereses internacionales que se alegran de contar con una personalidad fuerte para usarla como ariete engañoso, caballo de Troya vil, en una reformulación política destinada a reconstruir su poder perdido. Sabemos que esa imagen fantasmal del Papa Wojtila, antecedente ineludible a la hora de encarar esta cuestión, pertenece a otros tiempos irreproducibles, cuando la URSS ya venía en caída libre y el Papa de entonces potenció al gremio Solidaridad que lideraba Lech Walesa hasta lograr horadar la Cortina de Hierro.
América Latina hoy es otra cosa y si bien hemos sufrido grandes pérdidas, como la muerte de Néstor y ahora la de el Comandante Chávez, la destitución golpista de Lugo e incluso la crisis internacional que ha ralentizado el crecimiento, la actitud política de nuestros pueblos va al frente y se hace difícil imaginar un paralelo.

3)El Papa Francisco y su rol mundial
La Iglesia no ve posible rescatar su poderío apoyándose en las fuerzas tradicionales de una Europa exhausta que se disgrega y en lo poco que le puede aportar el imperio americano acosado por sus propios problemas y enfrascado en su propia estrategia. Francisco y un Vaticano depurado en sus cuadros y reconstruido en su disciplina y su moral podrían recostarse en el poder emergente en Latinoamérica. Después de todo allí residen la mayoría de sus fieles. Pero arrebatarles el “bastón de mando” a los auténticos líderes que protagonizaron este inédito proceso latinoamericano, verdadera vanguardia popular en este mundo convulsionado que viene mostrando los límites del capitalismo imperialista, sería un despojo injusto que sólo la perspicacia de los pueblos podrán impedir.
Para asimilarlo a los dilemas de la Argentina se me ocurre que Francisco, que no es otro que un Bergoglio mundializado, puede proponerse ser para Latinoamérica una especie de Scioli inteligente y sinuoso ante la perspectiva que la sucesión de los liderazgos esté obturada. En realidad el kirchnerismo sobrevivió a otras alianzas forzadas. Y Francisco no es más indigerible que Scioli. Y además tiene altas probabilidades de fracaso. Para la Iglesia Católica las escisiones económicas y políticas de los capitales financieros son fenómenos contingentes y siempre reconstituibles. Después de todo Roma no está tan lejos de Berlín. Y hasta ahora los intereses de la Iglesia Vaticana han sido más consistentes que los Papas. Ahora sabemos que los Papas no sólo pueden morir sospechosamente. También pueden renunciar.
Por ahora Francisco sigue para arriba, exitosamente. A la que no le va tan bien es a nuestra oposición: otro liderazgo se les escurre entre los dedos entre la maraña de la geopolítica, a la que nunca entendieron.