“Hay un discurso que casi festeja la derrota electoral en la Capital”
Una charla sobre los porteños, el macrismo y el kirchnerismo, más que útil para entender las marchas con cacerolas.
–Sí, una primera manera de sintetizar lo aprendido,
en relación con las causas de la derrota, es reformularla y decir por
qué perdió el kirchnerismo. Digo, porque a la luz de que el kirchnerismo
ha ofrecido al electorado porteño distintas alternativas, algunas me
gustaron más, algunas menos, pero ninguna de ellas tuvo un rendimiento
electoral exitoso. Hay alguna dificultad casi intrínseca del
kirchnerismo y es que cuesta compatibilizarlo con la sensibilidad, con
las expectativas, con las posturas e inclinaciones de un porcentaje
importante del electorado porteño. El problema de esta primera
observación es que puede habilitar una interpretación que es falsa,
según la cual los porteños son congénitamente antiperonistas y eso
clausura la discusión. Porque entonces el kirchnerismo podría dedicarse a
no ofrecer candidaturas, directamente.
–O deberíamos ampliar, como dijo alguien, una especie
de Zanja de Alsina y ampliar la Capital Federal hasta el segundo cordón
industrial…
–Claro, porque hasta el primero no alcanzaría, ahí
estaría el problema. En realidad, en el año 2011 también hay una señal
que ayuda a desacreditar esa explicación en clave cultural según la
cual, supuestamente, de este lado de la General Paz habría una cultura
política incompatible con el peronismo, lo cual me parece que no es
cierto. No es un argumento que alcance a explicar el rendimiento
electoral del kirchnerismo en la Ciudad. Porque el mismo año el
kirchnerismo ganó las elecciones a presidente. Lo cual me parece
suficiente como para empezar a revisar cuáles son las
conceptualizaciones sobre las cuales se edifican las estrategias
políticas y electorales.
–Cristina Fernández de Kirchner, en comparación con
Filmus, no sacó una diferencia tan grande ni para decir que el problema
fue el candidato ni para decir que el problema es el peronismo.
–No, exacto. Además hay datos muy elocuentes para
desacreditar esas explicaciones. En primer lugar, y hay estudios que
respaldan estas ideas, Daniel Filmus era en ese entonces el candidato
que aseguraba el mayor rendimiento electoral. Dentro de las variantes
que podía ofrecer el kirchnerismo era el que potenciaba las
posibilidades electorales. Como mínimo, aseguraba un piso competitivo. A
ese piso hay que agregarle…
–Es un piso del 25, 27 por ciento.
–Exactamente. Y no es que Daniel Filmus saboteaba el
éxito que el kirchnerismo tenía, para nada. Interpretaba, digamos,
ciertas características constitutivas del kirchnerismo, compaginadas con
algunas características más propias del distrito. En ese sentido era un
buen candidato. La fórmula integrada también por Carlos Tomada era una
buena síntesis, condensaba distintas tradiciones… Dos dirigentes
conocidos, respetados, con algunas credenciales interesantes para la
Ciudad de Buenos Aires, de manera que no había un problema propio de la
fórmula.
–¿Y qué pasó?
–Y la otra explicación, vinculada a la del peronismo,
es que a veces aparece un discurso que casi festeja la derrota
electoral. Como que la derrota electoral revelaría la naturaleza gorila
de la Ciudad y que, por lo tanto, merece y requiere ser castigada, ser
maltratada. Hay como un orgullo épico de la derrota, perder en San
Isidro y hay que festejar perder en San Isidro.
–La estrategia de "pegame y llamame Marta…"
–Y una cosa es perder en San Isidro y otra perder en
la Ciudad de Buenos Aires. Así que, en relación con el peronismo, puede
ser que sea un componente que intervenga en una explicación mucho más
amplia. A su vez, el macrismo ha sido exitoso a la hora de interpretar
algunas orientaciones y expectativas de los porteños, pero está siendo
muy torpe a la hora de dar el salto y darle densidad y proyección
nacional a su propuesta. Queda muy restringido a lo local, por el
momento. Hay unas cosas que son funcionales a su posicionamiento porteño
y son disfuncionales al posicionamiento nacional de Mauricio Macri.
–Ante esta última observación sobre la dificultad de
la construcción nacional de Macri hay quien dice que a lo mejor el
kirchnerismo puede abortar la candidatura presidencial de Macri, pero no
a constituirse en una fuerza local para el año 2013 y para 2015.
–No, la situación del kirchnerismo en la Ciudad de
Buenos Aires después de aquella derrota no ha mejorado. Tampoco se ha
fortalecido la situación de Macri y del PRO. Pero de cualquier manera,
Macri y el PRO, a lo largo de los años han venido cultivando una
identidad, algo que quizá sea un exceso semántico; porque el PRO no
tiene identidad, tiene un posicionamiento, una arquitectura
manufacturada de imagen. Se empieza a recortar el PRO como una
modalidad, un estilo, una gestualidad política, dentro de todo el
escenario político en la Argentina. El kirchnerismo sí tiene como
principal activo estar apoyado en una identidad, eso es una virtud. Eso
es algo que no tiene que ser disimulado, ni escondido, esa densidad
política que ha resucitado el kirchnerismo. Pero otra cosa es confundir
eso con una comunicación o un registro estrictamente militante o
únicamente militante, como si no existieran otros registros con los
cuales uno se vincule y se comunique con la ciudadanía, con la sociedad.
–Vos definiste al macrismo como un fenómeno cultural. ¿Cuáles serían esas características del macrismo como fenómeno cultural?
–Hasta el año pasado otra de las enseñanzas que había
dejado la campaña era la de cierta dificultad a la hora de
conceptualizar al macrismo. Hay una especie de negación. El macrismo es
un hecho político que está ahí y que se impone y que requiere, exige,
ser interpretado y analizado. Había muchísimas dificultades a la hora de
conceptualizarlo, lo que no significa elogiarlo, ni, mucho menos,
imitarlo. El macrismo ha capturado y ha interpretado una sensibilidad
que también forma parte de esta época, cierta sensibilidad y cierta,
casi atávica, demanda de autonomía, de independencia. No en clave
altanera, pero sí de una Ciudad que se recorta del resto del país, en
algún sentido. El proyecto nacional, por definición, viene a diluirlo
eso.
–Esto que estás diciendo estaba en las cualitativas
del año pasado, en relación con el tema de "la subordinación a la
Nación", la "pérdida de independencia", de autonomía, la "injerencia de
Cristina". ¿Por qué le cuesta tanto al kirchnerismo entender y aceptar
esta perspectiva?
–Esos fenómenos que describís son, a la hora de
explicar esa derrota electoral, más importantes que los otros argumentos
que discutíamos. Y en la medida en que no se atiendan esos desafíos,
cuesta imaginar un escenario distinto. El kirchnerismo tiene vigente y
probablemente agudizado ese desafío de atender algunas necesidades o
características propias de esta ciudad. Y de armonizar su propia
naturaleza con las aspiraciones de los porteños. Es interesante que la
campaña electoral del macrismo, durante el año pasado, se llamó "Buenos
vecinos". No había que ser muy lacaniano para interpretar cuál era el
vecino con el que había que llevarse bien. El macrismo desactivó esa
estrategia en el 2012 e inauguró una estrategia de abierta beligerancia
que probablemente obedece a una lectura distinta, de otra etapa.
–¿Pero esa estrategia no tiene que ver con la
estrategia nacional del PRO, de colocarlo a Macri como la principal
referencia nacional?
–Sí, pero en el sentido de un objetivo estratégico:
no hay que medirlo inmediatamente. Probablemente aparezcan resultados
adversos en un primer momento. Hoy la imagen de Macri está peor que hace
seis, siete meses, se ha desdibujado. Supo tener unos umbrales de
imagen positiva relativamente interesantes a lo largo del año pasado.
Conserva a nivel local cierto volumen de adhesiones importantes y sí se
ha consolidado el PRO como instrumento. Ese es otro riesgo que tienen:
agotar al PRO en un instrumento para hacer oposición al kirchnerismo. Un
instrumento que utilizan los porteños enojados para expresar su bronca
con el kirchnerismo. Aunque nos cueste aceptarlo, otro porcentaje
importante de porteños valora la gestión de Macri y, sobre todo, el
estilo de gobernar. Es un enigma que merece ser descifrado.
–¿En qué consistiría esto?
–El estilo es un conjunto de características y de
valores, y, sobre todo, de actitudes ligadas a lo sensible, a lo
posmoderno, a la buena onda, digamos, que es fácil de frivolizar, ¿no?
Se nos ocurren un montón de chistes al respecto. Sin embargo, ahí está y
es un estilo que suscita ciertas simpatías y adhesiones y que ha sido
inteligentemente construido.
–¿Y en términos de valoración de la gestión?
–Ahí se destaca la gestión del espacio público, el
mantenimiento del espacio público, que también sería fácil
ridiculizarlo. Pero a través del espacio público, del esfuerzo
concentrado del macrismo en el espacio público, es una manera también de
disolver algún estigma que traía el PRO: que el PRO venía a privatizar
todo. Era un fantasma que también se había agitado y que no ayudó
tampoco, porque finalmente no se privatizó nada. Se agitó un fantasma
que, en la medida que no tuvo exacta correspondencia con lo que vino
después, descalifica algunas caracterizaciones tan ideologizadas,
digamos.
–Gestión del espacio público es, por ejemplo, el embellecimiento urbano…
–Es esa relación del macrismo por salpicar la ciudad
de amarillo y de estética. Y de democratizar el derecho a la belleza y a
la estética y al estilo. Es el enclave de estilo en barrios populares
y, desde ya, embellecer los lugares más turísticos. Pero eso que puede
ser leído como reforzando la lógica y la matriz privada del macrismo, es
leído por una parte de la opinión pública como una señal de que no se
trata de un espacio político, enemigo del espacio público. El espacio
público es, por definición, el espacio de lo diverso, donde se
sintetizan las diferencias.
–¿Y en el tema del transporte?
–En ese aspecto se valora, por ejemplo, el tema de
las bicisendas. No todavía como una medida eficaz a la hora de resolver
el tema del transporte ni mucho menos del tránsito. Pero sí se deduce un
estilo también y una apuesta posmoderna, posicionar a la Ciudad… El
abordaje, recuerdo, del kirchnerismo respecto a las bicisendas había
sido muy zigzagueante, no hubo una postura clara al respecto. Y después
hay algo de las ideas que el PRO supo apropiarse. Si el kirchnerismo se
para en el lugar de las convicciones, el macrismo trabaja en el lugar de
las ideas. También es una matriz más gerencial, de tirar buenas ideas.
La administración, la gestión, casi como un ejercicio de creatividad,
cuando el kirchnerismo lo entiende como un ejercicio de convicciones y
de voluntad y pelea por el poder. Son dos matrices completamente
antagónicas.
–Entonces hay una presunta valoración positiva de lo que ha hecho Macri en el tema de transporte. ¿O solamente es el Metrobus?
–El Metrobus y las bicisendas, como actitud
subyacente, como promesa aspiracional. Pero no es que hay una evaluación
positiva de lo que ha hecho el macrismo con el transporte, empezando
por lo sucedido en relación al subte. Por supuesto tiene otros déficits
muy visibles que no ha logrado corregir y uno de ellos es darle cierta
densidad a su gestión. Se lo percibe como un buen arquitecto de lo
aparente, digamos, un buen gestor de lo visible, pero que todavía falta,
todavía tiene deudas en materias y en áreas más profundas, más
estructurales. En general Macri aparece, ante la opinión pública,
desbordado ante la presión de cualquier conflicto. Hay una sociedad más
consciente, que en los últimos años ha metabolizado una serie de
aprendizajes, uno de ellos es la relación entre el conflicto, el poder,
la democracia. Hay una visión menos edulcorada de la convivencia
democrática, en ese caso eso también se deriva en una expectativa y una
demanda de dirigentes con cierta capacidad para surfear, para mediar,
para arbitrar, para articular, y que no se desborden ante la presión del
primer conflicto.
–¿Y en el caso del subte? A varias semanas del último conflicto, ¿tenés una lectura de lo que pasó?
–Todavía es temprano. En un primer abordaje, habíamos
visto, por supuesto, un malhumor que impregnaba cualquier indicador.
Cualquier mirada de la realidad, en ese momento, estaba impregnada y
teñida por ese malhumor, todo era feo en ese momento. Ese malhumor se
está disolviendo y te diría que hoy la situación se parece a la
anterior, a la aparición y surgimiento del conflicto. Muchas veces, en
general, es común que ante cualquier episodio nos llamen, nos pregunten
por el impacto que tuvo eso sobre la imagen de la presidenta. Como
cuando hubo desencuentros con Scioli, por ejemplo. La verdad es que no
cualquier episodio produce un impacto sobre la imagen de un dirigente o
sobre los niveles de aprobación de un gobierno, que son fenómenos más
estables de lo que se cree. No son tan coyunturales, no son tan
intermitentes, no son tan epidérmicos. En ese caso, el kirchnerismo
sigue sostenido sobre pilares bastante estables, digamos. El
kirchnerismo sí ha construido una clara identidad para la sociedad; está
consolidado en una identidad apoyada en la imagen de la presidenta, que
es una de las piezas de toda esa imagen general. Una imagen que conjuga
rasgos emocionales ligados a la audacia que se le reconoce, la
valentía, lo emocional, que es un atributo posiblemente más reciente en
su imagen, su personalidad. Esos atributos emocionales se conjugan con
otros más vinculados a competencias intelectuales, como estadista, que
siempre se le reconocieron. Por un lado la imagen de la presidenta; pero
por otro lado hay un dato central que está en el centro de todo el
ecosistema cultural que respira la Argentina los últimos años, que es la
centralidad de Estado. Si tuviera que ponerme a elegir un dato que
condensa el kirchnerismo es que no es sólo un gobierno, es una etapa, es
un ecosistema cultural, y es la centralidad del Estado. Es la
reivindicación y la revitalización de los valores asociados a lo público
y a un Estado presente, activo. Eran dos rasgos que estaban muy
presentes en la política argentina. Es decir, no son rasgos, elementos
que el kirchnerismo fundó, pero lo que sí, en algún sentido resucitó,
revitalizó, fortaleció y les dio sentido y contenido. Contenido
efectivo, no es un discurso, es la recuperación de YPF. El kirchnerismo
aterriza permanentemente esos valores sobre medidas…
–Ahora, da la sensación de que todos estos valores, en la Ciudad de Buenos Aires, no logran pasar del 33, del 34 por ciento...
–Están las políticas y están los valores subyacentes.
La adhesión, por ejemplo, a la recuperación de YPF, con todo lo que eso
connota y simboliza, en la Ciudad de Buenos Aires fue mucho más amplia
que esos umbrales de aprobación al kirchnerismo. Entonces, no hay una
ciudadanía porteña mayoritariamente de espaldas a esos valores, no hay
que confundir las posturas ante determinados espacios políticos o ante
determinados folklores, con los valores subyacentes, con la cultura
política. En la Ciudad de Buenos Aires no hay una matriz y una cultura
política propia, distinta a la del resto del país. No se trata de una
ciudad que se pronuncia a favor de las privatizaciones, por oposición a
un interior nacional, popular y federal.
–Voy a preguntas un poco más delicadas. ¿Te da la
sensación de que dentro del kirchnerismo de la Ciudad de Buenos Aires
hay una especie de hegemonía cultural, en su caracterización del
macrismo, que le hace muy complicado encontrar una estrategia
inteligente para poder mejorar el rendimiento electoral?
–Sí, el kirchnerismo en la Ciudad tiene una
particularidad. Cuando hablamos del 54% que respaldó la legitimidad
democrática sobre la cual descansa el actual ciclo político, ese
universo de acompañamiento tiene muchos matices. Pero vamos a
simplificar, esquematizar y distinguir dos segmentos, o los dos espacios
distintos. Hay un universo dentro del 54% de acompañamiento, que
aprueba al gobierno nacional por distintas razones. Pero eso no comporta
una identificación emocional o ideológica; hay una aprobación pero no
hay una adhesión. Ahora, el kirchnerismo sí introdujo la interesante
novedad de que existe un porcentaje importante de quienes aprueban su
gestión que además desarrollaron una identidad alrededor de ese
sentimiento, de esa coincidencia, y que pone en juego cuestiones
afectivas, ideológicas, conceptuales. Eso es interesante, algo que no
pasaba en la política argentina desde hacía mucho tiempo. Esa minoría
intensa, digamos, eclipsa el otro segmento de quienes acompañan pero con
menos épica. En la Ciudad se da una paradoja: porque el porcentaje de
aprobación es más bajo pero la tasa de militancia, por decirlo de alguna
manera, es muy alta. El desafío es tener, digamos, no sólo un 30% de
adhesión militante, sino un 55% de acompañamiento y mayoría democrática.
Para recorrer ese camino la estrategia es distinta, no es lo misma que
para reforzar la convicción de la familia.
–El macrismo tiene un problema, siendo que Macri no tiene la posibilidad de ser candidato...
–Yo creo que Macri tiene un problema en el país. En
la Ciudad han generado distintos candidatos, pero todos idénticamente
funcionales para el distrito y disfuncionales para el país. Al PRO le
falta un candidato menos parecido al PRO. Pero va a presentar
candidatos, a la hora de construir candidatos competitivos, en términos
de imagen, tiene buenos fierros. Así que no creo que ellos estén muy
preocupados. Sí tienen desafíos que son muy visibles –y no tengo dudas
de que deben tener mucha conciencia de eso–, de darle una escala, una
perspectiva nacional al PRO, como fenómeno muy restringido, muy
homogéneo, demasiado homogéneo.
–¿Solanas podría volver a ser una figura importante?
–Sí, Solanas era una figura rara porque en una política que se había
reducido a dos espacios, kirchnerismo y macrismo, él suma y resta,
desordenaba el panorama. Era muy difícil ubicarlo en la geografía
política porteña, porque la adhesión a Solanas fue perdiendo un
componente ideológico y ganando un componente de posición, precisamente,
de quienes se identificaban con él por oposición al gobierno, no por
los valores de su recorrido político personal. Era una figura en
tránsito, un equilibro difícil de sostener. Hay que ver cuando
reaparezca qué impacto produce, porque hoy la figura de Pino está
ausente.«