El filósofo sostiene que para el periodista y la ensayista "nada de lo
realizado en estos años constituye un cambio en un sentido popular sino
un engaño más". "Escriben y hablan, piensan y actúan, ironizan y
trivializan, movilizando la espesa trama de prejuicios, banalidades,
cuentapropismos morales, ombliguismos varios y sentido común
obnubilado", sostuvo.
Todos los cañones del dispositivo mediático
están dirigidos, sin medias tintas, a horadar no sólo y exclusivamente
al gobierno nacional, a debilitar sus políticas, a describir un
escenario de catástrofe que siempre está cumpliéndose o por cumplirse, a
demostrar que el rumbo económico que sigue el país nos conduce
directamente al precipicio mientras avanza la impunidad delincuencial
asociada a una justicia inoperante que se deja seducir por el garantismo
que, como es sabido, se preocupa por los criminales y no por los
ciudadanos. Hay algo más.
Jorge Lanata
El principal objetivo de algunos de sus “comunicadores” estrella es
“deconstruir” (para utilizar un lenguaje más acorde con los juegos
semiológicos de los artículos de Beatriz Sarlo), demoler y desbaratar
(en sintonía con la jerga efectista de Lanata) los discursos y las
intervenciones públicas de Cristina Fernández. De lo que se trata es de
rebajar esas intervenciones políticas de quien está al frente del
Gobierno y que, día tras día, toma decisiones significativas ante la
impasibilidad de una oposición reducida a comparsa de la corporación
mediática, a un ejercicio banal propio de un aficionado al stand up. Una
retórica de imitador que pone en evidencia, eso señala una y otra vez
Sarlo en sus columnas de La Nación (véase en especial la última del
lunes 13 de agosto), que la Presidenta no aspira a otra cosa que a la
construcción verosímil de una ficción que poco o nada tiene que ver con
la realidad pero sí con su abrumador “personalismo” que parece hacer
girar toda la espesura del mundo alrededor de sus cuestiones privadas.
Siempre se trata de la impostura que sería la marca de origen de aquello
que inició Néstor Kirchner y que continúa, con libreto mejorado, su
compañera. Una impostura, eso dicen, que se disfraza de producir
transformaciones que en realidad sólo existen en el relato. La Argentina, desde esta visión compartida por Sarlo y Lanata, sigue
atrapada en la lógica del simulacro y en la persistencia de la más
abrumadora y humillante desigualdad. Para ellos, en definitiva, nada de
lo realizado en estos años constituye un cambio en un sentido popular
sino un engaño más. De la política de derechos humanos a la recuperación
de YPF, de la reconstrucción del trabajo a la reestatización del
sistema jubilatorio, del desendeudamiento a la formulación de una
política latinoamericana de matriz emancipadora, de la ampliación de
derechos sociales a la asignación universal, de la defensa del salario y
del mercado interno a la ley de medios, nada real ha sucedido en el
país, apenas el gesto virtuoso de quien domina con maestría el arte de
la simulación y la retórica ficcional.
Beatriz Sarlo
Escriben y hablan, piensan y actúan, ironizan y trivializan,
movilizando la espesa trama de prejuicios, banalidades, cuentapropismos
morales, ombliguismos varios y sentido común obnubilado propio de
amplios sectores medios urbanos (particularmente afincados en las
grandes ciudades) que suelen analizar la realidad desde esos esquemas
construidos alrededor de frases ruidosas e impactantes,
conceptualizaciones simplificadas al extremo, retórica que bordea lo
soez, individualismo autorreferencial, y profundo y significativo
rechazo de la política. La reaparición de lo popular democrático los
espanta y en sus afiebrados cerebros los fantasmas del populismo se
afincan provocándoles un pavor atávico. La figura de Cristina, su indudable capacidad para abrirse un lugar
en el sentimiento de los más humildes, su coraje para enfrentar a los
poderes corporativos y por afianzar una política a contramano de las
hegemonías del capitalismo neoliberal, se les ha convertido en una
obsesión a la que buscan destruir de cualquier manera. Saben que ahí se
encuentra el blanco fundamental. Y contra él disparan su artillería
mediática. Se combinan bien: una escribe utilizando los sofisticados
instrumentos de la crítica del discurso y del análisis de las estéticas
contemporáneas; el otro movilizando todos los recursos del efectismo
televisivo y de las retóricas del golpe bajo con una buena dosis de
gestualidad cool y posmoderna destinada a impactar en un target joven y
urbano. ¿Se preguntará Sarlo por qué los lectores de La Nación festejan y
se sienten tan identificados con sus artículos obsesionados por la
figura de Cristina? ¿Y que los dueños del principal diario de la derecha
argentina la tengan como una de sus columnistas estrella no le hace el
mínimo ruido cuando revisa su historia? ¿Todo da lo mismo? ¿Encontrará
Lanata el hilo secreto que le permite ser el fundador de Página 12 y
actual periodista todoterreno del Grupo Clarín? ¿Qué continuidades
existen entre cierto “progresismo” que proliferó en la década del ’90 al
calor de la desideologización y las retóricas sarliana y lanatista?
"Suelen analizar la realidad alrededor de frases
ruidosas e impactantes, conceptualizaciones simplificadas al extremo,
retórica que bordea lo soez, individualismo autorreferencial, y profundo
y significativo rechazo de la política".
Nunca, en estos comentadores que despliegan su tarea de “demolición”
desde los grandes medios de comunicación sin siquiera interrogarse por
el famoso “lugar de enunciación”, aparece una reflexión crítica respecto
de los intereses de aquellos que atacan sin contemplaciones al gobierno
nacional. Nunca emergen los rostros del poder económico, nunca
despliegan una contextualización histórica ni se preocupan por pensar la
disputa en el interior de la sociedad. No existe, para ellos, crisis
económica mundial, concentración de la riqueza, neoliberalismo,
impunidad de un capitalismo afincado en la acumulación financiera,
intentos sistemáticos de debilitar a los gobiernos populares de
Sudamérica, conjuras restauracionistas de una derecha que siempre está a
la espera de su oportunidad para recuperar las riendas del poder
político, golpes de mercado, corporaciones mediáticas, acciones
destituyentes que utilizan recursos constitucionales (¿les dice algo los
nombres de Honduras y Paraguay?), impunidad para los genocidas y
manipulación de la historia bajo las premisas de la reconciliación y el
olvido. ¿No resulta extraño que haya desaparecido de su vocabulario
cualquier referencia a la derecha, al poder corporativo e, incluso, al
neoliberalismo? Los actuales “progresistas” prefieren desviar su
atención hacia los semblantes, las estéticas, el estilo discursivo de
Cristina, los simulacros, las “carencias republicanas”, el “hegemonismo
autoritario” expresado en el uso de la cadena nacional, la supuesta
falta de “calidad institucional” y el infaltable latiguillo de la
“corrupción”. Lo demás es silencio.
Ricardo Forster
Un profundo obstáculo epistemológico (para utilizar la certera
categoría inventada por Gastón Bachelard) les impide comprender la
novedad que viene aconteciendo en esta región del mundo. El obstáculo,
en ellos, se corresponde con su elección política y su identificación
con el poder económico-mediático. Por eso le han declarado la guerra
(munidos de una impiadosa munición discursiva) al kirchnerismo bajo la
modalidad de disparar, casi siempre, hacia la figura presidencial. Lo
llamativo es que siguen insistiendo con aquello de que es el propio
kirchnerismo el que ha transformado el escenario argentino en una guerra
sin cuartel mientras se dedican, sin sonrojarse, a alimentar el odio de
ciertos sectores de las clases medias. Sarlo y Lanata escriben y hablan desde una abstracción mediática;
siguen, con absoluta consecuencia, por los andariveles de la
espectacularización discursiva tan afín a la época dominada por el
esteticismo, el golpe de efecto, la ficcionalización y la reducción de
lo real a pura virtualidad. Les encanta moverse (no sólo a Lanata) por
los escenarios que conducen hacia las candilejas de las celebridades. Y
para eso, para adecuarse a las exigencias de la sociedad del
espectáculo, diluyen el espesor de la realidad, la compleja trama en la
que se expresan los distintos intereses sociales, políticos, económicos e
ideológicos, a discursividades vacías y de rápida digestión
intelectual. En el mundo en el que se mueven todo es impostura que se
adapta, sin inconvenientes, al guión de turno, ese que requiere cada
stand up del capocómico del periodismo, y que tiene como principal
objetivo, como núcleo estratégico de la oposición “real”, reducir a risa
y a sarcasmo aquello identificable con el kirchnerismo. El odio
violento, el prejuicio salvaje se disfraza de ejercicio grotesco y de
imaginativa comicidad. Horadar, dañar, esmerilar, vaciar de contenido, despolitizar, son
algunas de las intenciones de estas “críticas” que siempre giran
alrededor de los discursos de Cristina. Sarlo y Lanata, como ejemplares
representantes de cierta clase media aficionada a leer La Nación y a
regodearse con el stand up dominguero, dejan que su imaginación se
impregne de la totalidad del prejuicio que enfervoriza el reaccionarismo
contemporáneo y que asume, como decía Nicolás Casullo, la forma del
cualunquismo antipolítico. En el fondo no han salido de la década del
’90. Su visión del mundo sigue respondiendo a la matriz hegemónica de
una época que vino, cual nuevo evangelio, a anunciar el fin de la
historia y la muerte de las ideologías. Nada quedaba del espesor de una
realidad convertida, por arte y magia de los lenguajes audiovisuales, en
una pugna de imágenes y relatos virtuales responsables por el
desvanecimiento de la materialidad histórico-social. Era, y para ellos
sigue siendo, el tiempo de la ficción y de lo que Beatriz Sarlo llamó
“celebrityland”. Nada de conflicto real, nada de disputa de poder ni de
politización, nada de contradicciones sociales ni económicas, fin de
toda forma localizable de dominación, evaporación de la lógica
capitalista transformada, ahora, en globalización sin contenidos.
Por eso no pueden interpretar los discursos de Cristina sin recurrir,
una y otra vez, al paradigma baudrillardiano de “la realidad virtual”
que le permitió al filósofo francés reducir la primera Guerra del Golfo a
un videogame. Capturados por la ideología noventista, fascinados por
los lenguajes mediáticos y atrincherados en su fobia ante la amenaza del
“retorno” del conflicto propio del genuino lenguaje
político-democrático, ese que recupera la dimensión material de los
asuntos humanos, no pueden sino reducir la disputa que puso en evidencia
el kirchnerismo a un mero asunto de ficciones en pugna. Y en esa disputa de relatos artificiales tampoco aparece, en Sarlo y
Lanata, la descripción crítica del “otro relato”, de ese contra el que
ejerce su batalla “épica” Cristina. Nada de interrogarse, aunque sea de
pasada, por los espectros corporativos a los que hace referencia el
kirchnerismo. Detrás de bambalinas no hay nada. No hay concentración de
la riqueza, no hay manipulación mediática, no hay derecha ni políticas
neoliberales dispuestas a regresar a escena, no tienen ideología ni
intereses La Nación y el Grupo Clarín, nada significan los procesos
populares que se vienen desarrollando en América latina ni tampoco hay
lugar para detenerse a pensar qué significación tiene la crisis del
capitalismo central ni, claro, establecer algunas relaciones entre lo
que sucedió entre nosotros en los ’90 y el salvajismo de las políticas
de ajuste que se vienen llevando adelante en la Europa mediterránea.
Como ya no hay historia ni realidad, como de lo único que se trata es de
la virtualidad y de sus evanescencias lingüísticas, no es necesario
regresar sobre anacronismos insustanciales que, en verdad, sólo nos
conducen hacia un pasado convertido en pieza de museo. Ellos son
hipermodernos, sofisticados cultores de las nuevas tecnologías de la
comunicación y estetas del más allá de la política y de las ideologías.
Cruzados, aunque la palabra los horroriza, contra el “retorno”, así lo
sienten, del populismo profusamente representado por la impostura de las
imposturas: el kirchnerismo. Artículo publicado en la Revista Veintitrés