Querido Rodolfo:
Tu
carta a la Junta Militar lo previó todo, denunció todo, dijo todo. La
escribiste aquí, en tierra y de frente. Basta comparar tus límpidas,
escuetas verdades, con el último decreto de los militares que decretó la
autoamnistía de los generales en huida, el firmado por aquel Bignone,
el único oficial de la historia que entregó a sus propios soldados para
que los asesinaran. Vos, con la palabra allí, de frente, sin moverte.
Los generales con sus picanas, sus pentonavales, sus capuchas, que ya
pensaban en la fuga. Desde el momento en que cerraste el sobre con tu
misiva ya comenzaba la derrota del plomo. Tu palabra y tu ética,
Rodolfo. Por eso tu nombre ya está en una esquina porteña. Tan pronto,
contigo, la Historia hizo su selección. Vos el 'terrorista', listo a la
discusión otra vez. Los occidentales y cristianos Videla, Massera y toda
su cohorte de amanuenses ya en el techo de la basura de la historia,
por los siglos de los siglos. Vos, sin títulos, sin premios. Es que
marcaste a fuego, sin proponértelo, al resto de los intelectuales
argentinos. Los hubo quienes se sentaron a la diestra del dictador a la
mesa servida del triunfo de la picana y hubo otros que no oyeron ni
vieron ni hablaron cuando los balazos te fueron llevando la vida. Habrás
sonreído cuando leíste la nómina de intelectuales que ahora adhieren a
tu recuerdo. Los que te negaron al tercer canto del gallo hoy se
apresuran a aplaudirte. ¿Y que dirán aquellos científicos de las letras,
faraones y mandarines de cátedras e institutos que te calificaron
esteta de la muerte? Hoy se apresuran a poner tus libros en las vitrinas
oficiales. Pero nunca le diste importancia a esas cosas. Con tu máquina
de escribir te metiste en los intestinos del pueblo, en el dolor y la
humillación de la pobrería, de los azuzados. Mientras otros se dedicaban
a cuchilleros o hacían romanticismo con antiguos generales fusiladores,
vos -decepcionando a los críticos literarios consagrados- te metías en
la actualidad: ¡oh pecado!, y todas sus mafias. Algo imperdonable para
el olimpo y los repartidores de prebendas. Pero ni reparabas en esto.
Trascendías a todas las sectas de café y de cátedra. Estabas en la calle
con los perros y los piojos, los jóvenes y los ilusos, eras el Agustín
Tosco de las redacciones. Agustín Tosco ¿te acuerdas de ese muchachón en
overol que hablaba de cosas como justicia e igualdad, dignidad y deber?
Palabras que no figuran más: hoy todos nos empujamos por aparecer en
tapa. Te tomaste en serio la palabra. Exageraste en eso de la verdad.
Además siempre creíste que había llegado el momento de descifrar ya los
jeroglíficos y las claves. Dedicabas tu tiempo a eso mientras los otros
trepaban, trepaban. En una sociedad maestra del trepar soñabas con
implantar normas que permitieran un país donde todos tuvieran una
canilla con agua y maceta con malvones. ¿Por qué tu insistencia si ya se
había demostrado que todos esos intentos terminaban como le fue a Rosa
Luxemburgo, con un balazo en la nuca y con el rostro en un charco de
lodo? Cometiste otro gran error que tampoco los mandarines de las letras
podían perdonarte: hiciste la mejor literatura con un estilo directo,
claro, preciso, como el de un maestro primario rural. Te entendían y te
entienden todos. Rompiste el mito sagrado que un intelectual debe ser un
travesti de las palabras y no un sembrador de quimeras y rebeldías. Tu
más grande pecado fue hacer arte literario puro con sólo los siete
colores primarios (...).
La
ética es como una cadena sin fin que viene desde el comienzo de la
Historia. Y gracias a esa ética y gracias a los Rodolfo Walsh que se
fueron dando la mano, hoy todavía hay vida en este mundo. Gracias
Rodolfo. Qué alegría nos ha dado el verte de nuevo entre nosotros, para
siempre.