La
primera vuelta de las presidenciales francesas ponen de manifiesto un
malestar de la democracia y un malestar de la inserción europea, pero
también resalta un horizonte de cambios.
En
primer término, se insiste -considerablemente en los grandes medios- en
el nivel de votos alcanzado por la ultraderecha de Marine Le Pen, el
17,90%.
Sin
duda, el malestar de la inserción europea atraviesa casi todo el
electorado porque el presidente saliente al recoger nada más que el
27,18% luce con una desaprobación generalizada tanto de la gestión del
quinquenio estrictamente en Francia, como de su brillo internacional y particularmente europeo, en sus danzas y contradanzas con la canciller alemana.
El
eje Merkozy consigue, en consecuencia un cuestionamiento de los más
consistentes en los últimos años, lo que va a desbordar más de un vaso.
El
horizonte de cambios se avizora desde la primera posición de François
Hollande con el 28,63% de sufragios, en situación capaz de unificar las
fuerzas de izquierda, pero también de dar expresión al antisarkozismo y
canalizar el rechazo del neoliberalismo instituido en la Unión Europea.
Con
una abstención mínima, inferior al 20%, la primera vuelta del 22 de
abril da signos sin ambages. Los ciudadanos franceses se han hecho cargo
de la importancia del momento político en Francia y puede colegirse que
tienen completamente claro que estas elecciones son decisivas para el
panorama europeo.
Si
las opciones propuestas por Nicolas Sarkozy están rechazadas, lo están
también las políticas empleadas para enfrentar la crisis y sus efectos,
es decir la austeridad de los ajustes y la recesión. Eso es lo que muy
difícilmente pueda volver con la segunda vuelta.
Todos
los comentaristas y voceros políticos recalcan -y por lo menos, saben-
que por primera vez en la Quinta República un presidente en ejercicio
pierde en la primera vuelta frente al líder de la oposición. Algo que
desmiente sus cualidades de timonel, por lo menos vistas desde los
tripulantes y los pasajeros.
Entre
los críticos más acérrimos se destaca Jean-Luc Mélenchon, cuarto de los
contendientes con el 11,11% de papeletas, animador de grandes mitines
multitudinarios en París, Marsella y otras grandes localidades, con la
participación de gran proporción de jóvenes, hartos de ver taponados sus
futuros y entusiastas seguidores de un dirigente abiertamente opuesto a
la Europa neoliberal.
Los
partidarios de Mélenchon y el Frente de Izquierda, además de tener
claro que hay que renegociar los tratados europeos -empezando enseguida
por el Tratado de Lisboa- fueron protagonistas en una campaña alegre y
multitudinaria y no están pensando en disolverse, sino en organizarse
para las nuevas responsabilidades: apoyar al candidato de izquierda más
votado -Hollande- y posicionarse para el futuro político del país y de
Europa. En su campaña, Mélenchon mentó a menudo a América Latina, habló
del apoyo que recibió de Rafael Correa, presidente de Ecuador, y
encomiásticamente de Cristina Fernández de Kirchner por la reciente
estatización de YPF.
Sin
duda, el horizonte de cambios no empieza en el futuro, sino ahora
mismo. El rechazo a Sarkozy es el disgusto de verle subordinado a Angela
Merkel, la confirmación de que la Unión Europea así no va, el temor de
que los ajustes se lleven por delante lo que queda del Estado Social
francés, y de cuajo, el fin del márketing de la crisis con eso de que
solo se puede ayudar a los bancos, apretarse el cinturón y aceptar los
peores años grises -o negros- de la vida. Basta ya, dicen los electores.
Y no cambiarán de idea por más que les presenten la marioneta de un
gran capitán en medio de la tormenta.
Desde
la noche de la primera vuelta Sarkozy empezó a pedir públicamente tres
debates. Un debate entre las dos vueltas es lo usual, la regla.
Hollande respondió de inmediato a periodistas que lo interrogaban: ¿por qué no cuatro o cinco?
Por
cierto, Nicolas Sarkozy quiere dar a entender que él es el mejor
debatiendo y también que Hollande se escabulle, pero salta a la vista
que es una chicana, justamente propia de un presidente chicanero que
estuvo hastiando a la mayoría de los franceses de todos los signos
políticos. Por prueba podemos tomar que varios dirigentes del partido
presidencial, UMP, adviritieron que votarían por Hollande y entre ellos
nada menos que Jacques Chirac.
La
cuestión de la cantidad de debates se asoció en la misma noche con “el
voto de sufrimiento” que según un patético candidato vencido atribuyó al
abultamiento de los votos de Marine Le Pen.
Pero
atraerse esos votos de la ultraderecha más que depender de sus dotes de
seductor va a depender del discurso oficial de los dirigentes del
Frente Nacional, que tienen la oportunidad como nunca de establecerse en
el parlamento nacional y convertirse en fuerza relevante de la
oposición cualquiera sea el ganador de la segunda vuelta en las
inminentes legislativas.
Es
decir que la lógica de destrucción de la influencia política de la
derecha oficial por parte del Frente Nacional preanuncia una campaña
ostensible contra el candidato Sarkozy y contra la unidad de su partido,
la UMP.
Hollande
fue por más de diez años primer secretario del Partido Socialista y no
está exento de las críticas a que se hicieron merecedoras las
formaciones socialdemocráticas, en Europa, por su connubio con la
derecha europea en la construcción neoliberal de la U.E.
Sin
embargo, ha dejado claro que -entre otras cosas- hay que “renegociar
los tratados” y que su tarea será “reorientar Europa al camino del
crecimiento”.
En
torno a Hollande se aglutinarán, además del Frente de Izquierda, los
electores de Europa Ecología-Verdes (Eva Joly obtuvo un 2,31% de votos) y
posiblemente la mitad de los votantes del Modem, el partido de
centrista dirigido por François Bayrou (que obtuvo un 9,13%). Es posible
imaginar que se agreguen votantes que siguieron a Dupont-Aignan,
disidente de la UMP, (1,79%) y de los tres menos votados: Nuevo Partido
Anticapitalista (1,2%), Lucha Obrera (0,6%) y del partido de Jacques
Cheminade (0,2%) y en general de un antisarkozismo larvado sin
preferencias de partido.
François Hollande -y con él, millones de electores franceses- creen que van a alcanzar la victoria el 6 de mayo.
En
la segunda vuelta, además de todas las contraposiciones ideológicas y
políticas se van a enfrentar el llamamiento de Nicolas Sarkozy a los
electores de Frente Nacional y la capacidad de arrastre de todos los
disgustados con Sarkozy, por parte de François Hollande.
IPSOS ofreció anoche el primer sondeo: François Hollande 54% y Nicolas
Sarkozy 46%. Pero al freír será el reír.
Y el 6 de mayo, el día revelador.