21 nov 2011

La confianza: ¿de quién y para qué? La contratapa de Aldo Ferrer, embajador argentino en Francia.

17 - 11 - 2011
Días pasados, en una entrevista radial, me preguntaron qué se debe hacer para recuperar la confianza. Mi respuesta fue que depende de la confianza de quién y para qué. Porque, en efecto, se pueden, al menos, distinguir dos tipos de confianza. Por un lado, la de los mercados financieros. Por el otro, la confianza real, la de la gente de trabajo, los productores del campo y las ciudades, de los auténticos creadores de riqueza que integran el tejido social y económico.
De la confianza de la cual más se habla, particularmente, en estos tiempos de crisis internacional, es de la de los mercados. Se recupera aplicando las políticas ortodoxas de desregulación, el achicamiento del Estado, las privatizaciones indiscriminadas, el ajuste fiscal incluyendo la reducción de gastos sociales e inversiones públicas de infraestructura esenciales, la independencia de los bancos centrales para que la política y los objetivos del desarrollo y el empleo no contaminen el manejo de la moneda, la designación de funcionarios convencidos de la sabiduría superior de los mercados y que estamos en un mundo global, sin fronteras, en donde las políticas públicas no deben ni pueden interferir con las decisiones privadas.

El paradigma de la confianza de los mercados es el Estado neoliberal. Esa confianza es la que se despliega durante el prolongado período de financiarización, de subordinación de la economía real y el bienestar social a la especulación financiera. En la Argentina, esa confianza culminó en el derrumbe económico y social del 2001 y, en el mundo, en el terremoto financiero inaugurado con las hipotecas subprime norteamericanas y la caída de Lehman Brothers, que se prolonga, actualmente, en la crisis de deuda soberana en la Unión Europea, el estancamiento, el desempleo y el deterioro del bienestar social, prevaleciente en las antiguas economías avanzadas del Atlántico Norte. A pesar de semejantes calamidades, la confianza de los mercados, como diría Borges, es incorregible. Contra viento y marea, la recuperación de la misma sigue descansando en los mismos principios.
Que impere uno u otro tipo de confianza es un hecho político. En la Argentina, la transición desde el Estado neoliberal al Estado nacional, a partir de la crisis de principios de la década pasada instala la necesidad de consolidar la confianza real, la de los trabajadores y los auténticos creadores de riqueza y empleo. Conviene recordar algunos elementos de la confianza real, necesaria para el desarrollo económico y social.
Uno de ellos es el convencimiento, en la opinión pública, que la economía seguirá un curso favorable de crecimiento y estabilidad, sin cambios traumáticos en la producción, el empleo, los precios y los pagos internacionales. Incluye, también, una idea dominante de que aumentará el empleo y habrá oportunidades de aplicar el ahorro y la iniciativa privada, en la creación de nuevos emprendimientos y la ampliación de los existentes. Todo esto, en un marco institucional y político estable, como, también, de relaciones positivas con el resto del mundo. Estos componentes fundacionales de la confianza real culminan en la creencia de que los argentinos somos capaces de administrar nuestra economía y de mantener estrechas relaciones externas, preservando el derecho de trazar nuestro propio camino. En resumen, la convicción en nosotros mismos y en un futuro promisorio y compartido.
La historia argentina, en la mayor parte del tiempo transcurrido desde el 6 de septiembre de 1930, hasta la debacle del 2001, registra períodos de agresiones a la confianza en todos esos planos. La mayor parte del tiempo, la economía siguió un curso inestable e incierto y registró, en varios momentos, verdaderos cataclismos. En semejante escenario, las expectativas de empleos estables con mejores remuneraciones y de oportunidades para invertir el ahorro y el talento disponibles, brillaron por su ausencia. A su vez, el contexto institucional y político y las relaciones internacionales, incluyeron los golpes de Estado, la violencia, el terrorismo de Estado y la guerra de Malvinas. Es comprensible que, vista la situación en una perspectiva histórica, la confianza real haya sido un atributo escaso en la Argentina. La consecuente “desconfianza”, prevaleciente en aquellas circunstancias, dio lugar al pesimismo y al fatalismo en el sentido de que, al fin y al cabo, las cosas siempre van para peor y terminarán mal.
Desde el retorno a la democracia, bajo el liderazgo de Alfonsín, en 1983, se ha ido afirmando el convencimiento de que la Constitución volvió para quedarse y de que, por complejos que sean los problemas y los conflictos, sólo podemos enfrentarlos en democracia. Hemos recuperado un marco institucional estable y esto es un paso fundamental para sostener la confianza. Después de la salida de la crisis del 2001/2002, el país se recuperó con recursos propios, ordenó la deuda, recuperó soberanía cancelando la deuda con el FMI, logró fuertes superávits en el presupuesto y el balance de pagos y, consecuentemente, demostró que dispone de los recursos necesarios para crecer, sin pedirle nada a nadie. Fue un verdadero shock de confianza.
Para consolidar lo logrado, es preciso fortalecer la gobernabilidad y los equilibrios macroeconómicos, incluyendo la competitividad, a través del tipo de cambio de equilibrio desarrollista y otros medios. Es indispensable generar el convencimiento de que el lugar más rentable y seguro para invertir el ahorro y el talento argentinos, es la Argentina. Lo que es preciso hacer para fortalecer confianza real está, actualmente, al alcance de las propias decisiones del país.
En resumen, la confianza real es necesaria para evitar la fuga de capitales, crecer, generar empleo y poder ocuparnos, de la resolución de los problemas sociales pendientes. Están dadas las condiciones para consolidar los avances importantes de los últimos años, remover obstáculos y colocar al país real, el que actualmente tenemos, a la altura del país posible en virtud de su extraordinaria dotación de recursos materiales y humanos.