24 ene 2011

Tucson (Arizona): el M-16 orgánico y las 6 muertes. Violencia simbólica y material en los EE.UU. y el mundo actual

Por Pablo Edgardo Martínez Sameck*

El clima se venía urdiendo de largo. Arizona era una de esas zonas críticas en donde se aguzan las contradicciones en su más plena radicalidad. Una Arizona problemática; de ese tipo de conflicto que, en ciernes, arrastra consigo, extendido en el tiempo, la sociedad norteamericana. Una sociedad que habiendo sido un ámbito geográfico mexicano, sean perseguidos sus actuales viejos oriundos como migrantes indeseables. Fuertemente sesgada por una violencia simbólica y política que confluye con la cruel realidad de descalificación racista, aunque ciertamente sea más bien étnica y de clase. Más o menos encubierta, más o menos desembozada. Un tipo de descalificación que, sin grandes esfuerzos, hasta se pueda llegar a mostrar sin ambages ni hipocresías.
Constituye un componente estructural del universo simbólico, cultural e ideológico sobre el cual plasma sus conflictos los Estados Unidos de América. Pero, para que mi hija -residente en NYC- no se enoje una vez más conmigo, también esa problemática se encuentra inscripta dentro de una inmensa y abierta multilateralidad. Dentro de una verdaderamente plural e inconmensurable diversidad de encuadres y enfoques. Los EE.UU. son en sí un continente, donde conviven las posiciones más divergentes y extremas, las más de ellas difícilmente conciliables.
Pero es justamente allí, para no caer en ningún centrismo ni cesarismo inconducente, en donde se debe realizar el esfuerzo de un análisis político con el mayor rigor intelectual posible que permita colocar a prueba nuestra capacidad interpretativa y las mejores alternativas de un juicio responsable bien fundado. Pese a la señalada diversidad propia de USA, el “paralelogramo de fuerzas” resultante de tan diferentes vectores de esa sociedad, sí posee potenciada productividad. No resulta ser una lucha pareja, entre iguales. No es un suma cero. Hay no pocos medios progresistas y de izquierda. Mas que deben hacerle frente a una lucha desigual ante una Nación inmensa, irreductible, diversa. Y que ese contrapeso sea siempre una reacción fuerte, basada en fundamentos y valores de derecha. Valores que siempre, naturalmente, tienden al puritanismo, la irreductibilidad, el egoísmo, el individualismo; muy constituyentes ellos de la cosmología norteamericana, en definitiva, tendientes al pragmatismo utilitario y el resultado inmediato. Se decía recién: todo un continente diverso.

Para el lector de esta nota, en lo específico, seguramente ya ha visto Bowling for Colombine, de Michael Moore, una suerte de Jorge Lanata mucho más serio, crítico y útil, en donde se reconocen con tino los fundamentos de la masacre ocurrida en esa localidad y a los supuestos de la cultura armamentista norteamericana. Se recuerda en particular la escena del difunto Charlton Heston -presidente de la ARN (Asociación Norteamericana del Rifle)- y su estupefacta huida frente a las preguntas comprometidas. Sin embargo, del mismo autor, no se debiera soslayar por sus procedimientos metodológicos y analíticos a Fahrenheit 9/11. Aquella magnífica película con los brumosos interrogantes sobre el derrumbe de las Twins y sus más que sospechados acontecimientos conexos. Con un George W. estupefacto, leyendo un libro de niños al revés en una escuela primaria de Florida, y la gran familia Bin Laden, socios petroleros saudíes del presidente, huyendo de USA. ¿Y por qué Fahrenheit 9/11 como pauta de lectura? Porque es a la sociedad norteamericana la que se la vislumbra como la más consumada en su implicación con los estímulos audiovisuales que la Revolución Científica y Técnica, con su cambio de paradigma tecnológico, coronando una nueva y mucho más compleja realidad comunicacional y política a ser “decodificada”. ¿Qué se procura decir? Por una parte, que estas vidriosidades siempre existieron. El terrorismo ideológico del maccarthismo, en tanto cruzada civilizatoria preparatoria de la guerra fría luego de la colaboración aliada en la segunda guerra mundial. Los magnicidios irresueltos: John F. Kennedy, Robert Kennedy, Malcolm X, Martin Luther King, entre las figuras más prominentes, al que se le podría agregar sin gran esfuerzo el “suicidio” de Marilyn Monroe, o la matanza estudiantil de Ohio, para no acompañar a sus apoyaturas institucionales como el “Informe Warren” y la sorprendente teoría de “la bala loca” que asesinara al primer presidente católico de la gran nación del norte. Y no se sabe bien porqué uno no puede dejar de asociar todo esto con la tan sensual como vulgar figura de Sarah Palin, apóloga del armamentismo y autoindulgente con sus responsabilidades frente a los crímenes de Arizona, y con los universos expiatorios de los Lee Harvey Oswald, y los sospechados sectores conexos con la mafia, como Jack Ruby, su asesino. Y no es por el estímulo especulativo de JFK de Oliver Stone. Más bien sobre cómo ha evolucionado el sistema informativo de masas, cómo los media se han instituido como un factor constituyente e insoslayable de la agenda pública política, luego de las difusiones no deseadas con la guerra de Vietnam, en un condicionante gran censor, con su complicidad en las postreras aventuras belicistas. Un gran acuerdo de partes -tal como ocurriera con los cinco grandes medios (The New York Times, The Guardian, El País, Der Spiegel y Le Monde) frente a los documentos del Departamento de Estado y el fenómeno wikileaks-, esto es entre el poder mediático, el poder estatal, las grandes corporaciones y la guerra como gran dinamizador del desarrollo económico social de la vida norteamericana. Y todo ello travestido detrás de los grandilocuentes conceptos de la “libertad de expresión” y demás hiperbólicos valores supremos del viejo liberalismo.

Durante mucho tiempo, aún para acabados cuadros intelectuales de rigurosa formación, incluso marxistas, este tipo de fenómenos pasaban desapercibidos cual elefantes que transitan delante de nosotros. Como que la problemática de lo ideológico y del poder quedara cristalizada en el tiempo bajo viejas recetas por las cuales la política resultara meramente ser un emergente economicista que hacía sólo eje en la materialidad de la infraestructura y sus agentes productivos. Y su potencial contra-soporte -proveniente de las ciencias del lenguaje: lingüística, semiótica y análisis del discurso- los encontraban al margen de toda comprensividad política comprometida, cualquier lectura hermenéutica o de una visión culturalista de orden gramsciana o multiculturalista de matriz angloamericana. En lo que no se ha reparado es en cómo se ha ido produciendo una transformación integral acerca de en qué forma se constituye la realidad para el sujeto tardocapitalista. Los hechos, las cosas, ni qué hablar de los procesos que los soportan, se presentan inasibles para los actuales niveles de socialización y comprensión política que posee el hombre tanto finisecular como de principios del siglo XXI. Las transformaciones han sido tan radicales y sustantivas que la vieja idea de sujeto, en tanto potencial protagonista independiente de un futuro cierto, auto-forjado, permanecen en un limbo imposible de asir. El modo y los soportes en los cuales se fundamenta el actual modelo de socialización de la información básica, resulta ser, como se decía, inasible para sus protagonistas. Es que justamente eso, ya no son protagonistas. La angelical e ingenua aseveración de los ’60 y ’70 de medios masivos de comunicación social, nada más evidente que todo ello se ha perdido como un absoluto.

Los actuales niveles de constitución de la realidad –sobre todo con la sofisticada irrupción de la tecnología- han demostrado con holgura que los modos y sus soportes ya no se encuentran ni resultan ser fácilmente elucidables bajo el dominio de los involucrados de cualquier proceso de socialización que implique comunicación. Las novedosas formas de mediación, la multimediación de los procesos reales, esto es la infinita red de mediaciones sígnicas e interpretaciones por las que transita un acontecimiento hasta el juicio en acción que el ciudadano se compromete con una praxis, son componentes que no se encuentran a disposición de sus usuarios ni bajo el dominio pleno de los actos de conciencia. La múltiple intermediación de los procesos de la cadena significante lleva a la sospecha de toda ausencia de una adecuada “decodificación” de la nietszcheana de que “no existen hechos, sólo interpretaciones”. Y para quienes crean que este es un acto de subjetivismo unilateral, les señalo el actual concepto de punto de bifurcación (Álvaro García Linera) en el que se encuentra la realidad política actualmente concebida. Algunos pensamos que la realidad, de manera independiente de las convicciones y sistemas de creencias, se encuentra sometida a condiciones materiales, sociales, culturales e históricas, que son las que generan las posibilidades y restricciones que forja esa propia realidad para su registro. Que es justamente en ella, precisamente, donde se estructuran las condiciones de producción, de circulación y de reconocimiento como para que, dadas ciertas circunstancias, permitan su adecuada interpretación. Existen otros: Durán Barba, el grupo multimedial Clarín, y demás, que consideran que lo importante y autónomo sea el dominio de las prácticas. Justamente, el aturdimiento a través del dominio de las prácticas significantes y del mundo de los prejuicios, anteojeras, motivaciones circunstanciales y demás. Que sea precisamente allí, realizando toda una sumatoria de “tácticas” distractivas, léanse mentiras, sobre los pequeños sucesos y que es allí donde se constituye la coyuntura. En donde, por rutina, o por influencia en la convicción, o en la memoria, donde se puede llegar a primerear brindándole a los acontecimientos sociales la orientación y el sentido deseados. Vale decir, que la realidad posee una posibilidad de manipulación plena, casi a piacere, a partir de presionar unilateralmente sus condiciones de producción, y alterando sus condiciones de reconocimiento, para lograr la significación social deseada.

Como se procura demostrar, la situación de la política ha variado. No sólo incide como parte de la falsa conciencia de la teoría crítica de las ideologías marxista, ni de la racionalidad neokantiana de la sociología del conocimiento mannhemiana, heredera de la lectura weberiana de medios / fines. Tampoco, pese a su aporte foucaultiano, estructuralista y postestructuralista, una teoría del discurso que amplíe, mas que no se compromete de manera adecuada al análisis político integral de la novedosa complejidad societal actual. Toda esta serie de esfuerzos centrífugos ha dejado de lado aquello que el sistema social tardocapitalista en la práctica ya ha resuelto. La práctica eficiente de la fetichización de la realidad, la farandulización de la política, la institucionalización de la nueva era de las desigualdades, el desarrollo desigual y combinado de las culturas, pero ahora sí uniformadas por el influjo consumista derivado de la producción tardocapitalista globalizada así disparada, todo ello ha producido que no se encuentren con facilidad las marcas así perdidas frente a tanto acto especulativo. La conformación de una subjetividad vulnerable a instrumentaciones, que alimenta al subjetivismo y el particularismo, así como los intereses perentorios, de corto plazo y los valores económico corporativos, todo ello resulta ser una de las claves por la cual el supuesto progreso ad infinitum de la humanidad, lejos de producir un avance para el conjunto de la humanidad, se encuentra condicionado por un orden sometido a asimetrías insalvables bajo la hegemonía neoliberal, la globalización y las relaciones mercantiles resultantes de la mundialización de los mercados, la producción y los consumos, logrando generalizar estándares de pobrísimos niveles de conciencia, reflexión y consideración de instancias colectivas. Ahora, ¿esto es generalizable así, como un absoluto? ¿Resulta ser ésta, entonces, una derrota extrema e irreversible de la humanidad? ¿Un derrumbe definitivo de los valores de la izquierda, la democracia y el socialismo? Para nada. Sí resulta ser un nuevo severo desafío para que la intelectualidad comprometida, ahora sí, cobre la máxima organicidad posible. O es que acaso, si el sistema tardocapitalista fuera tan pero tan hegemónico y dominante, ¿podría sufrir sus cimbronazos y la ausencia de dominio del malestar cultural e identitario actual 2008/2010? ¿Se podría haber constituido la actual realidad sudamericana, la UNASUR, la Argentina en el G20, presidente del G77 + China y todo lo demás? De allí que esta compleja sociedad en que nos toca vivir demanda de suma sagacidad, la acumulación plena de conocimientos y convalidar el saber de manera fundada. La formación de plena ciudadanía, no ya para el cumplimiento de una realidad liberal decimonónica que la era tecnotrónica ha dejado en el pasado y en la ingenuidad, sino en el entrenamiento dentro de una cultura política que posea un correlato en la praxis responsable y en la toma de posiciones políticas identificables y comprometidas. La idea de tomar partido frente al “chamuyo” consuetudinario de los media y de los políticos de la política del sistema o sin objetvos trascendentes.

Lo primero que se debe aceptar es que se ha constituido una nueva realidad. Y que esa realidad es plenamente política. Pero política porque el poder material real, el hegemónico, se mueve en las sombras y puja por una significación social que cristalice un uniforme sistema de creencias que le sea afín, permanente e instrumentable. Desde ya una delirante y codiciosa utopía. Y tal sentido del poder, lo es en un sentido bastante diverso del anteriormente adquirido. Aquello que la letra de la época del cuarto poder colocaba como la mosca en la oreja del poder, cual la impensada redención que la joven María O’ Donnell ha reflotado. Pero en dónde podemos encontrar al poder. ¿En las instancias políticas? Por supuesto que allí también está. Pero es en el ámbito de los poderes concentrados del “Business as Usual”, del ámbito económico financiero concentrado, donde se procura dirimir para su beneficio el futuro de la humanidad. De allí que todavía las anteojeras neoliberales se presenten tan presentes, tan vigentes. Pero el poder real se encuentra en una posición crecientemente incómoda, porque tal poder ha cobrado visibilidad. Hoy la lectura de la realidad política arma de manera adecuada y desnuda los sofisticados mecanismos de la manipulación.

Las lecturas que se han realizado de los acontecimientos de Arizona vienen a expresar, más o menos trabajosamente, lo que compendiadamente se ha procurado señalar hasta aquí. Quienes señalan y reducen todo al estado mental del atacante, expresan con suma claridad su posición ideológica. El entorno de Gabrielle Giffords denuncia que la congresista demócrata sufría de manera permanente amenazas, no sólo metafóricamente, sino que en los hechos demostraron que se encontraba en la mira del movimiento ultraderechista Tea Party. Que formaba un lugar preferencial entre “los enemigos” a ser batidos tanto para las pasadas legislativas como en su Estado. Su atacante material, Jared Lee Loughner, no puede ni debe ser entendido como un “loquito” que se pasó… , tal como indulgentemente la derecha insufla. Loughner posee 22 años y se encuentra detenido. Hirió a 19 personas. Seis de ellas murieron. Entre sus víctimas: una nena de 9 años, Christina Green, quien fue por primera vez a un meeting, porque tenía inquietudes de ahondar en las políticas públicas, un juez federal, John Roll, progresista, y una colaboradora de Giffords. Forma parte de un hecho aislado, tal como se lo pretende “plantar”, cuando nadie puede asegurar que no sea una nueva oleada de violencia, tal como aquella que asolara en los ’60 contra la lucha por los derechos civiles y a la guerra de Vietnam. Hacer hincapié en la inestabilidad del atacante es no ver la realidad aleccionadora socialmente construida a determinados efectos, en diluir la trama real dentro de la cual transcurre el bloque ideológico cultural de la vida norteamericana. Giffords fue el blanco del tiroteo. El prejuicio y la intolerancia constituyen esa trama. Y la estrategia ha sido urdida desde el mismo día del triunfo de Barack Obama. Ha sido una derrota que iban “a vender cara” desde su mismo reconocimiento. Arizona, un Estado protagonista del último año de gestión gubernamental con motivo del debate sobre la inmigración ilegal, posee una derecha con fuerte base social en determinados niveles de la población. Giffords, gravemente herida por un disparo en la cabeza, estaba casada con el astronauta Mark Nelly. Electa en 2006, con 36 años, era partidaria de una reforma progresista en materia de migración. Investigaba sobre la temática de células embrionarias, y también centraba sus esfuerzos a la idea de recurrir a energías alternativas, situación que la ubicaba con una visibilidad manifiesta de ser entendida como una “enemiga”. Era un blanco móvil para la extrema derecha. Para todo el Tea Party. Sarah Palin la publicó en su sitio web como un objetivo para sus seguidores partidarios. En un mapa distrital de los congresistas había 20 representantes marcados con la mirilla de un fusil. Del tan amado M-16, posiblemente. Ese que provoca tanta pasión entre los militaristas de la política. Todo por haber apoyado la propuesta de reforma sanitaria que impulsaba el presidente Obama. Por ello, su oficina también recibió destrozos. Página 12 reprodujo el diálogo de un amigo congresista, quien dijera: “Gabby me dijo que estaba preocupada por el crecimiento de la violencia en Arizona y que la tenía muy mal que Sarah Palin la tuviera en la mira”. Su rival en las urnas de Arizona fue un ex infante de marina, un ex marine, Jesse Kelly, a quien se lo pudo ver cuando sus afiches de campaña con una actitud amenazante portando el afamado fusil de guerra. Representaba desde principios de enero a Arizona en el Capitolio, con un inequívoco mensaje donde se decía: “Ayuda a sacar a Gabrielle Giffords… Dispara el cargador completo de un M-16 automático con Jesse Kelly”. Una locura, inequívoco, por fuera de toda sensatez. Sin embargo, para quienes desde la derecha se manejan así en la realidad bajo el orden de lo explícito, nunca faltará un anónimo Loughner disponible. Y es allí en donde se debe dar cuenta de la expiación, como estándar del chivato de la derecha. Para ellos son sólo hechos, cosas que pasan, no tienen responsables, sólo un trasnochado. Todo un modo de concebir la vida, el mundo, los hombres.

Las grandes tragedias también brindan nuevas oportunidades para los hombres. El incidente de hace poco más de una semana en Tucson, Arizona, reclamó lo mejor de Obama, para no continuar con el clima de decepción y blandura que rodea a su gestión. Sarah Palin, con su pensamiento mecanizado bajo sus supuestos individualistas neoliberales recurrió a la poco feliz figura de “libelos de sangre”. ¿Yo señor?, No señor… La ex gobernadora de Alaska, a través de un video, en su página web, no quiere perder su posición dominante lograda por el conglomerado ultraderechista del Tea Party en las últimas elecciones y que le resulta más que útil para la interna republicana. De allí que arremetiera contra quienes la responsabilizaran por sus acciones. Y en su fogosa retórica expresó que sus acusadores eran los culpables de portar y cometer “libelos de sangre”. “En vez de señalar con el dedo o de repartir culpas, expandamos nuestra imaginación moral para escucharnos más detenidamente, para preparar nuestros instintos para la empatía y para recordarnos que nuestros sueños y esperanzas están unidos”, le contestó con otra altura el presidente. No poseo mayores expectativas sobre el futuro de la gestión Obama. Todavía no se encuentran las circunstancias para el surgimiento de un NK en los EE.UU. Un Franklin Delano Roosevelt también es el producto de circunstancias excepcionales como el jueves negro de Wall Street del 29, o de la depresión de los años 30. Pero tampoco puedo dejar de comparar sendas alturas. Que aún en el profundo EE. UU. existen reservas políticas con vocación democrática que sostienen y desnudan este espíritu y convicción por la vida y el compromiso social de la política. La derecha se ha lanzado a disputar palmo a palmo las mentes, los corazones, las memorias de lo ocurrido y de lo que realmente ocurre. Poseen a los media como un poder constituyente que ya no es un soporte, sino el medio fundamental para esta operación. Sepamos munirnos de paciencia y sabiduría, y estar a la altura de las circunstancias. América del Sur así lo atestigua, cuando los argentinos esperábamos menos que poco, tras tantas derrotas, sin dar crédito a lo que estaba por venir…
*Sociólogo