2 dic 2010

El kirchnerismo: un desafío para la sociedad, la política y la teoría política argentina. Entrevista exclusiva de Espacio Iniciativa a Eduardo Rinesi

Por Ariel Goldstein
“El kirchnerismo representa uno de los más interesantes desafíos que haya enfrentado la sociedad, la política y la teoría política argentina en las últimas décadas” fue una de las expresiones de Eduardo Rinesi, flamante Rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), entrevistado en forma exclusiva por Iniciativa. El politólogo reflexionó sobre el escenario que se abre luego de la muerte de Néstor Kirchner, la relación de los intelectuales con la política y la universidad, así como el desafío que supone el kirchnerismo para la teoría política.
¿Qué escenario político imagina que se abre a partir de la muerte de Kirchner?
Estamos asistiendo en estas semanas a una reconfiguración de la escena política nacional y a algunos indicios de cómo va a ser lo que se viene. La sensación es la de una fortaleza muy grande del gobierno, de una ratificación muy decidida del rumbo que venía siguiendo y de una desorientación fenomenal de la muy dispersa oposición. En las primeras horas posteriores a la muerte de Kirchner hubo más de cuatro que sugirieron que era el momento de cambiar, la “oportunidad” para cambiar: un disparate completo que partía de una comprensión muy inadecuada de la naturaleza del actual gobierno y de la presunción –o bien malintencionada o bien prejuiciosa o bien simplemente torpe– de que el personaje que organizaba la orientación política del actual gobierno era el ex presidente y no la actual presidenta. Ése, evidentemente, no era y no es el caso, y entonces me parece que la primera cosa muy clara que ha ocurrido en estas últimas semanas es la ratificación, la confirmación de un rumbo.
La segunda cosa muy evidente es la fortísima adhesión popular que recogió la presidenta en los días inmediatamente posteriores a la muerte de Kirchner, donde no solamente hubo un hecho muy masivo de reconocimiento, expresiones de dolor públicamente manifestado de modo muy visible, sino además de acompañamiento muy fuerte al actual gobierno. De modo que el gobierno sale no solo ratificado en sus orientaciones fundamentales, sino también muy fuerte en cuanto a la adhesión popular de la que goza, posiblemente de manera más visible que nunca. Por otro lado, la oposición navega entre sus torpezas, sus miserias y su incapacidad de configurar liderazgos más o menos verosímiles. Ofrece todos los días algún espectáculo más o menos lamentable de inconsistencia argumental, de incapacidad para sostener una discusión en el parlamento, de apelación –incluso, como el otro día– a las trompadas. Es todo muy grotesco: la oposición da todos los días una muestra diferente de no estar a la altura de la ambición, que no la ha abandonado, de gobernar este país alguna vez.
Me parece que ése es el panorama. Al que hay que sumar, por supuesto, un actor fundamental, que son los grandes medios. Clarín. Que todos los días nos presenta una nueva versión de la leyenda negra de un gobierno que, de creerle, estaría compuesto por una manga de corruptos espantosos, de apretadores profesionales, de violentos consumados. De manera que estamos ante un combo complicado: el combo de una oposición inepta e irresponsable y de unos medios que están decididos a llevar a las últimas consecuencias del disparate informativo y de la pérdida de su propia verosimilitud el mezquino combate que sostienen con el gobierno nacional, que pueden inventar una denuncia de no sé qué cosa y batir después el parche durante una semana con esa denuncia inventada (lo que sea: el “escándalo en Diputados”, la “vuelta de las coimas”, cualquier cosa) hasta que se vuelve evidente para todos que no hay ahí nada de nada y entonces salir al día siguiente con una foto del año del moño de un ex funcionario del anterior gobierno para volver a acusarlo de corrupto o decir por enésima vez que Guillermo Moreno tiene mal aliento y grita demasiado o que la trompada a Kunkel está mal, cierto, pero que no fue una trompada sino una cachetada (¿notaron eso?: todo el grupo, todo, usó al día siguiente, y no dejó de usar desde entonces, la palabra “cachetada”. Sólo los traicionó Sabat, que en el resumen de la semana la dibuja a la buena de Camaño con guantes de box) y que la verdad es que Kunkel había estado muy mal y para hablar el resto del día de lo malo es que es Kunkel y olvidarse de que lo mal que estaba la cachetada, o incluso para darle páginas de diario a la voz de alguna diputada que ya a esta altura es un personaje del grotesco nacional felicitando a las carcajadas a la diputada golpeadora. Todo esto es una locura. Pero hay algo de interesante, a pesar de todo, en toda esta locura, que es lo que yo llamaría un efecto de transparentización de la situación, de develación de quién es quién, muy importante. Quiero decir: que a esta altura del campeonato, lo que hace un par de años era una consigna política de un grupo, “Clarín miente”, hoy es una evidencia para todo el mundo que no se chupa el dedo. Y esto es interesante. Miren: después de la Semana Santa del 87, un tipo que estaba muy atento a las formas de organización de los discursos políticos en esos años, que era Oscar Landi, escribió unos artículos muy interesantes mostrando cómo la ostensible mentira de Alfonsín el domingo de esa Semana Santa, cuando el presidente dijo “no hemos pactado” y fue evidente para toda la sociedad argentina que sí había pactado, produjo un efecto muy importante. Algo de la legitimidad de la palabra política, que tenía una fuerte centralidad en la constitución de la escena pública durante los años de oro del alfonsinismo más exitoso, algo de esa centralidad de la política y de la legitimidad de la palabra política, de la verosimilitud de la palabra política, se fue al tacho. Me parece que hoy estamos asistiendo a una escena parecida pero invertida. Me parece que mientras la palabra de los políticos –de los más serios sobre todo– cobra nuevamente una fuerte verosimilitud social, es tan evidente, tan escandalosa, tan transparente para todos la mentira y la intencionalidad de algunas otras voces, las de los medios, que éstos pierden en el mismo movimiento la legitimidad que podían haber conquistado en esos años pasados. Y eso no deja de ser un hecho interesante que marca y marcará la discusión política y el tono de la coyuntura en los próximos meses.
Quisiera preguntarle respecto del odio que existía previo a este momento que marca el fallecimiento de Kirchner, un odio que se expresaba en algunos sectores medios y en los medios de comunicación. Un discurso muy virulento del estilo “maten a la yegua”, portador de una violencia furiosa. En esta nueva situación en la cual hay una presidenta que se encuentra fortalecida por el apoyo popular, y en la cual se vuelve difícil atacarla directamente por esta situación de luto que vive, ¿Cómo puede resurgir y volver a expresarse ese odio que se manifestaba en ciertos sectores medios y a través de los medios de comunicación?
Yo supongo que se van a cuidar de seguir diciéndole barbaridades de ese tipo por lo menos algunas semanas. Ahora, yo creo que esa descalificación, ese desprecio y esa falta de respeto estuvieron desde la primera hora después de la muerte de Kirchner, cuando muchos periodistas, y algunos colegas de las ciencias sociales también, empezaron a escribir sobre cómo debía gobernar la presidenta que se había quedado sin su marido y sin su guía, como leí por ahí. Cuando empezaron a levantarle el dedo índice para explicarle que ahora tiene una oportunidad inmejorable de hacer por fin bien las cosas. Esas observaciones pueden tal vez haber sido formuladas con menos virulencia o con palabras menos insultantes que algunas de las que habíamos leído u oído en meses anteriores, pero creo que las animaba una presunción de fondo igualmente agraviante, que es la de que el cuadro político más importante de la Argentina de las últimas décadas estaba allí repitiendo el libreto de su marido. Y me parece que eso no ha desaparecido: sigue muy presente. El prejuicio sexista y el odio al que vos aludías están absolutamente presentes en los mismos sectores en los que estuvo antes de que la presidenta enviudara.
¿Qué reflexión extrae a partir de la cantidad de jóvenes que se movilizaron durante esos días por la muerte del ex presidente? ¿Qué continuidad ves para este fenómeno o en que medida cree que esa movilización espontánea podrá traducirse en algo más estable?
Me parece un hecho importante y novedoso. Hay una generación de argentinos que nació a la vida política bajo los auspicios de este gobierno y del anterior y eso es muy interesante. Hay un reencuentro, un tono de militancias, de entusiasmos, la idea de que es posible cambiar el mundo, que es muy novedoso en relación con la Argentina de los años de la absoluta corrupción (en el sentido de la absoluta degradación) de la política que fueron los 90, e incluso en relación con los años del resignado posibilismo que signó también a las dirigencias políticas juveniles de los 80. Me parece que aquí hay un hecho interesante y creo que sí tiene posibilidad de perdurar. Sobre todo si uno no apuesta demasiado, no se entusiasma demasiado con esta cuestión que vos mencionabas, que es la cuestión de la real o presunta “espontaneidad” de esas movilizaciones juveniles. La verdad, a mí no me entusiasma especialmente esta idea de la espontaneidad. No me entusiasma especialmente que los jóvenes hayan ido “espontáneamente” a la plaza. Me entusiasma que los jóvenes hayan ido a la plaza. Y además creo que no fueron espontáneamente. Lo que yo vi en la Plaza, la noche del velorio y todo el día siguiente, no fueron jóvenes “espontáneos”. Fueron jóvenes organizados. Fue organización. Y eso me pone contento. Lo que encontré en la Plaza fue organización política. Fue a La Cámpora, la Evita, la no sé qué más… Es la organización y no la espontaneidad, que es una consigna del 2001, una consigna antipolítica, lo que me hace tener fuertes esperanzas sobre la participación de los jóvenes en la política que se viene.
¿Cree posible que esta politización juvenil tenga efectos en la política universitaria?
Supongo. En el último año hemos asistido a un hecho interesante que produjo muchas reacciones, exasperaciones, enojos de la prensa y de la derecha. Asistimos a una fuerte politización de los sectores más jóvenes: de los estudiantes de las escuelas secundarias, sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires, aunque no solo allí, organizándose, militando, protestando, tomando escuelas, logrando algunas cosas y enfrentando a los poderes públicos. Eso con todas las cosas que se pueden decir, por supuesto, respecto de cierta mezcla de inocencia, desprolijidades y torpezas. Pero en cualquier caso creo que eso es un hecho político muy importante que en primer lugar hay que celebrar y solo después criticar, porque es un hecho muy importante la organización de los más jóvenes, que están empezando a hacer política en la escuela secundaria. En las universidades, en cambio, una politización de signo más interesante que la que habitó las universidades en los últimos años tiene que convivir con formas mucho más institucionalizadas, más establecidas de la politicidad estudiantil. Viejas mañas, viejas agrupaciones, viejos tics. Yo creo que una politización en un sentido más interesante de los estudiantes en los próximos años requerirá de muchos debates, de muchas discusiones. Hay allí un sistema político estudiantil hecho de viejas organizaciones, en algunos casos muy acostumbradas al manejo de aparatos políticos y económicos de ciertas facultades. En algunos casos, también, muy acostumbradas a cierto cómodo discurso impugnacionista obvio, cantado, torpe, moralizante, ingenuo. Pero yo veo una posibilidad de que aparezca algo interesante entre esas dos cosas, entre las agrupaciones que hace años vienen formando parte de las formas más conservadoras de gobierno de las universidades y las organizaciones que hace años que vienen diciendo lo mismo respecto de la necesidad urgente de que se acabe el capitalismo en el planeta. Pero deberá aparecer con discusión, organización y argumentación.
¿Cuál crees que debería ser el papel de los intelectuales en este proceso creciente de politización de la sociedad argentina que ha producido el kirchnerismo desde 2003 y en particular en este momento político?
Yo en general desconfío de la pregunta por el rol de los intelectuales. En general desconfío de las preguntas por los roles. No se si hay un rol del intelectual. Me parece que estamos ante un gobierno que ha convocado a muchas personas que suelen caracterizarse como intelectuales a participar muy activamente. A veces a partir de posiciones de militancia intelectual, teórica, escrituraria, aportando ideas a los debates. Otras veces en cargos de fuerte responsabilidad gubernamental. Éste es un gobierno de cuadros intelectuales potentísimos, quizás más que ninguno que los que podamos tener memoria por lo menos desde el 83 para acá. Es un gobierno de intelectuales refinados, de cuadros teóricos de primer nivel.
¿En quién está pensando?
En casi todos los ministros del gabinete nacional. En buena parte de los diputados y senadores de mayor presencia pública. Qué sé yo: por decirte algo, Carlos Tomada abre la boca y se le cae la historia del movimiento obrero de la Argentina, que enseña en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA desde hace años. Ése es un cuadro intelectual de primer nivel. Y podría decir lo mismo de muchos otros. Entonces: me parece que sí, que los intelectuales tienen un papel importante en esta coyuntura porque estamos ante un gobierno que ha sacudido de tal modo el tablero, que ha introducido posibilidades tan novedosas, que no nos imaginábamos hace algún tiempo, que ha avanzado por líneas tan insospechadas, que nos ha hecho ver que eran posibles alternativas que no imaginábamos, que está planteando un conjunto de discusiones de extrema importancia, que hace que los intelectuales naturalmente se vean convocados a intervenir en esa discusión. Hemos salido de los lugares comunes de lo que en los 90 se llamaba el “pensamiento único”. Hemos salido de las pavadas de que solamente hay un modo posible de hacer las cosas. Se demostró que no hay un solo modo posible de hacer las cosas, que era posible pensar en términos de la ampliación de ciertos derechos que durante los 90 no solamente estaban obturados, sino que nos habíamos habituado ya a no pensar siquiera como derechos, que era posible pensar que el Estado pudiera volver a tener una injerencia en el sostenimiento de derechos básicos de la población: derechos provisionales, derechos laborales mínimos, derecho a mandar a los chicos a la escuela… Cuando vuelven a aparecer algunas novedades tan perturbadoras del sentido común que dominaba hasta hace poco todas nuestras cabezas, naturalmente los intelectuales tienen motivos para sentirse impulsados a participar en estas discusiones.
Entre otras cosas, en referencia a tu reciente conferencia “El kirchnerismo como desafío para la teoría política”, ¿cómo relacionar la actual vibración política existente en la sociedad argentina con la producción de conocimiento en la universidad?
Eso siempre es un problema. Cómo pensar la relación entre las carreras académicas, entre la vida profesional de los académicos que producen dentro del circuito propio de esa corporación, y los compromisos públicos de individuos (que eventualmente pueden ser esos mismos académicos) que buscan una circulación de otro tipo de discursos. Eso no me parece que sea una novedad que haya introducido el kirchnerismo. Me parece que lo que el kirchnerismo introduce es una fuerte interpelación para actuar en el espacio público de muchos tipos que durante los 90 podían sentirse mucho más tentados a hacer una simple carrera académica sin mayor intervención en otros debates. Me parece que muchos se ven impulsados a participar del espacio público de las discusiones y es evidente que en ese espacio público de las discusiones no se habla igual que como se habla en la academia, no se cita igual que como se cita en la academia y no se progresa como se progresa en la academia. Son otras reglas de juego, son otras reglas de constitución del campo, como diría un sociólogo. Lo otro es que, dentro ahora del campo académico, del campo de la “teoría”, digamos así, de la teoría política, el kirchnerismo representa un desafío fenomenal. Quiero decir: que, más allá del compromiso público que muchos académicos han decidido asumir en relación con las actuales discusiones, me parece que como problema teórico el kirchnerismo representa un desafío interesantísimo. Posiblemente de los más interesantes que haya enfrentado la sociedad, la política y la teoría política argentinas en las últimas décadas, porque, en efecto, el kirchnerismo tiene una gran complejidad. Es un fenómeno político de una gran sofisticación y difícil de entender y de pensar. Muchas veces, cuando algo resulta difícil de pensar y de entender para la teoría, la teoría tiene un recurso fácil, que es declarar que eso que ella no entiende es una anomalía, algo que esta mal, que no debería ser así. Despreciarlo rápidamente y decir que las cosas deberían ser de otra manera y llamar a eso que no entienden con nombres despreciativos que denuncian más bien, antes que ninguna falta particular de ese objeto, una gran capacidad del pensamiento para dar cuenta de él.
De ahí salen teorías muy normativas, muy ingenuas y sin ninguna capacidad para explicar nada. Yo creo que hay que hacer un esfuerzo para explicar al kirchnerismo, que es un fenómeno complejo que articula de forma muy novedosa diversas tradiciones culturales y políticas, porque esa articulación que se produce en el kirchnerismo es una novedad en la historia argentina. En el kirchnerismo hay un fuerte componente que proviene de la tradición nacional-popular-democrática, que a veces se llama populista, que envuelve a los grandes movimientos de masas de la Argentina del siglo XX, y al peronismo en primer lugar. Pero hay en el kirchnerismo otras cosas, también: hay, por ejemplo, un fuerte componente liberal en el kirchnerismo, un componente liberal que en general no es suficientemente atendido por la discusión teórica sobre el asunto. La decisión (que me parece a mí una de las novedades más importantes de los últimos años de la Argentina) de permitir que todo el mundo pueda expresarse en el espacio público, decir cualquier cosa, pedir lo que se le ocurra, sin temor a ser reprimido, es una decisión que está fundada en la mejor tradición del liberalismo político, como está fundada en la mejor tradición del liberalismo político el hecho (novedoso, originalísimo y avanzado, que nadie ha destacado, me parece a mí, lo suficiente) de la eliminación de la figura de las calumnias y las injurias promovida por este gobierno, al que se le puede decir cualquier cosa, incluidas mentiras, sin que nadie tenga que temer el peligro de que se le venga un juez en encima. Y como está fundada en la mejor tradición de ese liberalismo político, también, la reivindicación que suele hacer la presidenta de la nación en muchos de sus discursos, sobre todo en varios de los que produjo en las semanas tan intensas del conflicto alrededor de la Resolución 125, sobre la superior legitimidad de los representantes del pueblo, cuya condición de tales les permite presentarse como genuinos portadores de una vocación por el bien común, frente a los líderes de las corporaciones, cuyos intereses son, por definición, particulares. Eso también pertenece a la mejor tradición liberal, que antes que el kirchnerismo había encarnado en la Argentina el alfonsinismo: políticos versus corporaciones, representantes de intereses del pueblo versus representantes de intereses facciosos.
Por cierto, hay también un fuerte componente republicano en el kirchnerismo. Eso también, me parece, es algo que no suele decirse, pero no suele decirse porque la idea de república que da vueltas hoy por el debate político argentino es extraordinariamente sesgada, extraordinariamente estrecha. Yo invitaría a pensar la idea de república en la gran tradición de Cicerón, de Maquiavelo y de Hegel, no en la de Augusto Roa y Eduardo Van Der Kooy. Me parece que la idea de República es una idea que está muy presente como orientación general de las políticas que impulsó el gobierno anterior y ahora éste. Así, es absolutamente republicana, por ejemplo, la decisión de retirar el cuadro de un dictador de un edificio público. Es absolutamente republicana, también, la decisión de promover juicios a los autores de delitos gravísimos durante la última dictadura militar. Es absolutamente republicana, asimismo, la decisión de sanear la Corte Suprema de Justicia. Y es absolutamente republicana, por último, y en un importantísimo lugar, la decisión de que sea el Estado el que garantice los derechos de los ciudadanos. En la tradición republicana el Estado no es lo que amenaza la libertad: es lo que la garantiza. Y eso me parece que es un concepto fuerte que tiene el actual gobierno y que proviene de lo mejor de esa gran tradición republicana.
Finalmente, hay en el kirchnerismo un decidido componente que yo llamaría jacobino. Entendiendo por jacobinismo, para decirlo muy rápido, la combinación entre un cierto ideario de transformación progresiva de la sociedad –izquierdista, para decirlo en los términos de la Revolución Francesa– en el sentido de una mayor igualdad, una mayor justicia, de una ampliación de los derechos, y al mismo tiempo un modo de comprender el Estado asociado a la idea de centralidad de un equipo gubernamental muy eficaz, muy conciente, muy concentrado, actuando desde el centro de ese estado, en una relación del Estado hacia la sociedad, que hace del Estado el gran promotor de los cambios. Me parece que algo interesante que trae el kirchnerismo es la idea de que la ampliación de los derechos y la ampliación de la libertad, los grandes avances democratizadores que se han producido en los últimos años no provienen de las fuerzas instituyentes de una sociedad civil movilizada y crítica, sino que provienen de la fuerza instituyente de los poderes instituidos. Es decir, es el Estado el principal promotor de los cambios democratizantes que se han producido en la sociedad en los últimos años. Y eso, que cambia nuestro modo habitual de pensar las cosas, es un desafío para la teoría importante. Yo creo, en fin, que la teoría política, por todas estas razones, tiene frente al kirchnerismo un desafío, una cosa para pensar, y debería tomar ese problema interesante para pensar en lugar de despreciarlo rápidamente y decir que son todos feos, sucios y malos. Porque de ese modo lo que hace es confesar su propia impotencia teórica para pensar los problemas que realmente importan.
¿Cuáles cree que deberían las próximas medidas de Cristina Fernández de aquí en más? ¿A partir de que aspectos se podría pensar en un accionar para la continuidad en la profundización del proyecto kirchnerista?
Este gobierno tiene una vocación fuertemente democratizadora, de ampliación y universalización de derechos, que es bueno que profundice y que es evidente que se ha impuesto profundizar. Junto a esa vocación, y para garantizar, como decíamos recién, la misma posibilidad de esa expansión de los derechos, hay también una fuerte preocupación por fortalecer las capacidades del Estado. Hay que volver al Estado más adecuado a la defensa de esos derechos, y es necesario volverlo también más democrático. Más inclusivo, más participativo. Y menos colonizado: hay que terminar de sacudirse el yugo de algunas corporaciones nacionales o transnacionales que siguen presionando fuertemente sobre la capacidad del Estado de definir políticas autónomas, eso es evidente. Creo que el gobierno ha avanzado muchísimo en esa dirección, es evidente también que esa tarea no esta completada. Hay que garantizar también los recursos para hacer posible una política tan ambiciosa como la que este gobierno se ha impuesto en estos planos. En ese sentido, una cosa muy importante que se ha hecho en los últimos dos gobiernos es la promoción de una Ley Nacional de Educación que establece las propias condiciones materiales al establecer un porcentaje del Producto Bruto Interno que debe ser asignado a la educación, lo cual se esta cumpliendo y garantiza las condiciones materiales para una expansión del derecho universal en la educación. Ésta es una preocupación de este gobierno, la educación secundaria y universitaria es cada vez más posible pensarlas como un derecho efectivo y no meramente teórico o constitucional. Hoy es un derecho efectivo y real para un montón de jóvenes que hace veinte años no habrían sospechado con cruzar algún día la puerta de una universidad. La agenda del gobierno vendrá determinada por estas grandes líneas de fuerza que la presidenta explicita todo el tiempo, que forman parte de la matriz más fuerte de su discurso y tienen una orientación fuertemente democratizadora.
¿Qué piensa respecto de las políticas universitarias del kirchnerismo?

Los últimos siete años han sido de fortísimo crecimiento para el sistema universitario en general y para las distintas universidades en particular. Allí ha habido varias cosas. Por un lado, una política de recomposición muy decidida de los salarios de los profesores universitarios argentinos, que estaban absolutamente deprimidos antes del 2003. Por otro lado, ha habido un fuerte impulso a la política de Ciencia y Técnica, eso ha sido extraordinario en los últimos años en la Argentina. Eso plantea para las universidades un desafío interesante, que es el desafío de cómo se articula esa política de Ciencia y Técnica, a nivel de las propias instituciones, con una política de desarrollo de las universidades. Una política de Ciencia y Técnica muy activa sin políticas universitarias inteligentes en relación con ella puede ser incluso un problema para la universidad, puesto que puede constituir una tentación para muchos investigadores-docentes la alternativa de dedicarse más a la investigación en los organismos correspondientes del Estado que a la propia actividad docente en la universidad. De modo que esas políticas de Ciencia y Técnica deben articularse con políticas inteligentes de la universidad para retener y permitir que investigadores-docentes ahora bastante mejor pagos que hace una década se sigan dedicando a la enseñanza universitaria.
Se han creado condiciones materiales muy interesantes para el desarrollo de la actividad académica en la universidad por parte de los investigadores y docentes, ha habido fuertes refuerzos de los presupuestos de las universidades para permitirles incorporar una mayor cantidad de investigadores y docentes con dedicaciones exclusivas y semi-exclusivas que permiten un compromiso mayor con las tareas y condiciones de vida más adecuadas. Ha habido un esfuerzo muy significativo por reincorporar a la vida política argentina a cantidad de científicos que se habían ido del país y estaban probando suerte por ahí. Ha habido también una expansión muy importante de los sistemas de becas, de becas de estudio, para los estudiantes universitarios. Ha habido un impulso muy fuerte a la creación de muchas universidades nuevas. En efecto, la Argentina transita hoy el tercer momento en su historia reciente de muy dinámico crecimiento del sistema universitario. Hubo uno a fines de los 60 y comienzos de los 70, hubo otro en los 90, y hay uno ahora, con la creación de muchas nuevas universidades que me parece que nos permiten imaginar en el futuro más o menos inmediato un aumento real muy significativo de las posibilidades efectivas y del derecho efectivo de cientos de miles de jóvenes argentinos de asistir a la universidad, que tienen ahora más cerca de sus lugares de residencia. Tenemos por supuesto el desafío de lograr que todas esas universidades sean muy buenas universidades y que lo sean cada vez más las que ya están funcionando, de mejorar los niveles –que en todo el sistema universitario argentino son malos– de retención, promoción y graduación de nuestros estudiantes. Entran muchos aspirantes y se reciben pocos profesionales. Tenemos allí mucho que mejorar, porque esos números son muy malos. Tenemos que mejorar muchas cosas, pero me parece que en líneas generales uno puede decir que la política universitaria del gobierno argentino de los últimos siete años ha sido decididamente de avanzada y muy auspiciosa.
¿Qué puede contarnos sobre las actividades que viene realizando como rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento?
Empezamos en agosto una gestión de cuatro años al frente del rectorado de la UNGS con un equipo de colegas de primer nivel. Eso me tiene muy entusiasmado, y muy ocupado también. Hay muchas cosas para hacer. Una en la que estamos embarcados ahora, y que nos importa mucho, es una revisión de conjunto de la oferta formativa de la Universidad. De la oferta que tenemos, que creemos que podemos mejorar, y de la que no tenemos y eventualmente querríamos tener. En efecto, tenemos la impresión de que podemos mejorar mucho nuestros planes de estudio, de que podemos volverlos más cursables, más ágiles, más pertinentes y mejores. Y tenemos además la perspectiva de incorporar nuevas áreas de formación a las que hoy tiene nuestra Universidad. Nuestra Universidad tiene licenciaturas en varios campos, sobre todo en las ciencias sociales, tiene ingenierías diversas, especialmente relacionadas con el mundo de la industria, varios profesorados y cuatro tecnicaturas. Tenemos la pretensión de ampliar el espectro de ofertas que la Universidad puede realizar a los jóvenes de la zona en la que está inserta, que es una zona muy heterogénea, pero en términos generales muy castigada, del segundo cordón del Conurbano bonaerense. De modo que una de las cosas que hemos impulsado como propósito es avanzar en esa revisión de la oferta formativa de la Universidad. Nos importa mucho, también, contribuir fuertemente al desarrollo social, económico, educativo, cultural de la zona de referencia de la Universidad. Por eso nos importa mucho el trabajo con organizaciones sociales, nos importa mucho el trabajo con distintos niveles del aparato del Estado, nos importa muchísimo el trabajo con el sistema educativo. Nuestra universidad tiene una fuerte relación con el sistema de escuelas medias, con institutos terciarios, institutos de formación docente, y allí estamos trabajando con mucho entusiasmo. Tenemos una biblioteca que es una referencia importante en la región, en el noroeste del conurbano bonaerense: también ahí hay mucho para hacer. Nos importa, en general, lo que solemos llamar “trabajo y acción con la comunidad”, y evitamos nombrar como “extensión” –porque no suponemos que la universidad “extiende” sus saberes hacia afuera–, que consiste en la relación muy intensa que establecemos con distintas organizaciones de la sociedad. Éste es un campo de trabajo importante. De manera que hay mucho para hacer: es un trabajo muy entusiasmante, muy grande y una linda posibilidad de poner a prueba las posibilidades efectivas de llevar adelante una gestión en una institución compleja dentro del marco más general de un movimiento de democratización muy interesante de la vida política y social.
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