27 ago 2010

La mirada en abismo Por Ricardo Forster


Ricardo Foster
No resulta sencillo enfrentarse a la noche del pasado. Sus pesadumbres, sus fantasmas y sus pesadillas siguen insistiendo como recordándonos que las tareas de la verdad y de la justicia todavía no han concluido. No es ni fácil ni gratuito para una sociedad que se quiere democrática y que busca reparar en algo el daño causado reabrir los expedientes en los que se guarda la memoria del horror y de la impunidad de militares y civiles confluyendo en un mismo escenario de violencia y negocios. Algo de esa mirada en abismo que produce toparse con los relatos de la barbarie recorrió nuestra sensibilidad mientras escuchamos el discurso preciso y contundente con el que Cristina Fernández puso a consideración del pueblo argentino la historia envenenada de Papel Prensa. Palabras cuidadas que buscaron descubrir lo velado por décadas de férreo dominio del “relato” de aquellos que intentaron borrar las huellas de sus ilícitos, esas antiguas complicidades que nacieron en los peores días del año 1976, días en los que resulta entre cínico, hipócrita y falsario hablar de “decisiones libres”, de “funcionamiento de las garantías jurídicas” mientras se destruía el derecho, la libertad y la Constitución. Palabras que sobrevolaron las cuevas de la memoria retrotrayéndonos a ese tiempo en el que dominó la impunidad de quienes fueron beneficiados por el poder militar. Palabras que constituyeron una inflexión en nuestra historia contemporánea al confrontarnos, en tanto sociedad democrática, a los “olvidos” y a las manipulaciones estratégicamente montadas por los poderes que habilitaron entre nosotros primero el terror dictatorial y, luego, y como corolario necesario, la construcción de un modelo económico neoliberal que encontró su punto de partida entre la acción del terrorismo de Estado y el plan de Martínez de Hoz.

En esa encrucijada de la Argentina fue que se “firmaron con todas las garantías” (sic) la venta de las acciones del grupo Graiver. Más allá de la tarea que le espera a la Justicia, demostrar el ilícito, resulta claro el núcleo “moral” de aquel negocio sellado entre la dictadura de Videla y los grupos Clarín y La Nación. Tal vez ese sea el punto de la indisimulable complicidad con la dictadura, complicidad que la acompañó hasta sus últimos días y que, para cualquier lector interesado en recorrer los archivos de alguna hemeroteca, se le mostrará con claridad con sólo leer sus títulos de tapa o el montaje de las noticias en las que siempre morían los “subversivos” en “enfrentamientos armados con las fuerzas del orden”. Silencio abrumador y complicidad mientras miles de compatriotas eran salvajemente torturados y asesinados. Papel Prensa, la construcción del enorme poder de acumulación y de chantaje que generó, fue el meollo del “acuerdo”, el precio convenido para intercambiar favores. En el caso de La Nación, ferviente defensora de la dictadura, ni siquiera hacía falta ese favor de Videla y los suyos para que siguiera expresando su total acuerdo con la función “regeneradora de las instituciones de la República” que, como en otras oportunidades de nuestra historia, quedaba en manos de nuestras “virtuosas” Fuerzas Armadas. En el caso de Clarín significó su entronización y la exponencial acumulación de un poder inédito en la historia de los medios de comunicación. Algo de ese poder padeció Raúl Alfonsín y, aunque bajo otras condiciones, lo sufrió el gobierno de un impresentable Fernando de la Rúa. Extraño silencio y desmemoria de algunos dirigentes radicales que buscan en Clarín, en su abrazo de oso, su tabla de salvación y su catapulta nuevamente al gobierno.

Por eso resulta inverosímil que una parte no menor de la oposición se encolumne detrás de los intereses de grupos económico-mediáticos que construyeron parte central de su poder y de su capacidad de presión en los días de la dictadura, cuando la República, de la que tanto hablan con emoción lacrimógena, se había convertido en coto de caza de asesinos y especuladores y mientras caían todas las garantías y el plan sistemático de represión y genocidio era llevado adelante con la complicidad de esos mismos medios gráficos que fueron beneficiados al quedarse con el control absoluto de Papel Prensa. Resulta, insisto, inverosímil que quienes suelen defender la libertad de mercado y las leyes antimonopólicas tan caras a la tradición liberal se vuelvan agentes directos de una concentración inédita de la producción de celulosa de papel en manos de los directos interesados en quedarse con la totalidad del negocio. Pero resulta todavía más inverosímil que salgan con gesto adusto y sobreexpuesto a defender la “libertad de prensa” cuando lo que busca el Estado nacional es garantizar una producción y una distribución en igualdad de condiciones para todos los medios gráficos, pequeños y grandes, capitalinos y provincianos, rompiendo la discrecionalidad a través de la que los grupos Clarín y La Nación han venido manejando, desde el horroroso año 1976 hasta la actualidad, el negocio de Papel Prensa. Cualquiera diría que hay una suerte de incompatibilidad entre desgarrarse las vestiduras en defensa de la libertad de expresión y el encolumnamiento detrás de los intereses de dos empresas que dominan monopólicamente la producción de la pasta de celulosa. Extrañas parábolas para evidenciar la caída en picada de una oposición que se ha vuelto cómplice de los peores intereses.

2. Más de tres décadas nos separan del comienzo de la dictadura, de ese tiempo dominado por los heraldos de la muerte en un país que fue preparando las condiciones para la realización de una barbarie inédita que dejó, en el cuerpo y en la memoria social, una herida que todavía no ha cicatrizado. Pero en aquellos años opresivos y oscuros también se tejió un manto que cubrió gran parte de la sociedad, un manto cuyos hilos principales fueron la indiferencia, la complicidad, las nuevas prácticas de una inmoralidad entramada con el crecimiento de la desconfianza hacia el otro y de la impunidad de los poderosos. Mientras los perros de la noche hacían su trabajo asesino desplegando una lógica del terror que dejó sus marcas indelebles entre los argentinos, una parte de esa misma sociedad se lanzó a la histeria banal del “déme dos”, de esa “plata dulce” que sirvió para ocultar los rostros de la violencia, la absoluta brutalidad del poder que supo, con astucia, comprar el alma de una mayoría que, de diversos modos, se convirtió en cómplice de un sistemático proyecto de aniquilación de cuerpos y de ideas. De un proyecto que dibujó el destino del país en las siguientes décadas, y del que aún, pese al giro decisivo de los últimos años, bregamos por salir mientras vemos cómo reaparecen ciertas expresiones que nos devuelven a lo “reprimido” de ese pasado, en un tiempo argentino, el actual, que intenta recuperar, con dificultades pero no sin intensidad, la idea de la política como núcleo indispensable para la reinvención democrática y la reapropiación actualizada de antiguas tradiciones emancipatorias.

Mario Wainfeld, en su columna del miércoles 25 de Página 12, revisa con claridad la lógica del Terror, sus mecanismos de implementación y la interpretación parcial e interesada que tanto Clarín como La Nación hicieron a lo largo de estos días para justificar la legalidad de su accionar. Lo que Wainfeld nos muestra es el porqué de esa interpretación y su hipócrita actitud frente a las víctimas de la represión. Lo que señala es que el discurso de Cristina Fernández, al que califica de “memorable” y “uno de los más redondos de su mandato, sino el mejor”, habilitó un debate indispensable que tiene que ver con el pasado y con el presente, que hunde sus raíces en el terrorismo de Estado y en los entramados cívico-militares pero que también se extiende sobre el rol de la prensa en una sociedad democrática y la preservación genuina de la libertad de expresión. Wainfeld destaca el cinismo de ambos grupos y la más que evidente complicidad de la mayor parte de la oposición con los intereses corporativos (sería muy bueno que los opositores de centroizquierda no dejaran de emitir sus opiniones en este momento tan significativo de la realidad política y que lo hicieran recordando lo que está en juego, lo todavía no reparado por la Justicia y desprendiéndose de cálculos electorales y posibles apoyos mediáticos). Dice Wainfeld: “Fue –cita a ambos diarios– una operación legal y pública, anunciada por todos los diarios de la época”, sintetiza “el editorial a dos manos. O sea, contra toda prueba y contra sus propios alegatos cuando se justifican por haber escamoteado data sobre 30.000 desaparecidos, alegan que en ese tiempo los diarios informaban la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. Es ese recurso a la “verdad” el que hoy arrojan en tándem para justificar su posición. Toda su retórica busca, al mismo tiempo, destacar las condiciones de legalidad de la operación mientras reconocen, en otros lados, que la época de la dictadura fue “horrorosa” aunque, según parece, no lo fue para quienes hicieron espléndidos negocios, quedándose con el control de un área tan sensible para esa misma dictadura con la que supuestamente no tenían nada que ver.

Se trata, una vez más, del terror y de sus consecuencias, pero también, y bajo otro registro, de las metodologías utilizadas para imponer una visión del país y para amplificar intereses y lógicas corporativas. Porque junto con ese origen espurio que la Justicia tendrá que dirimir, está lo que vino después: la concentración absoluta de la producción de pasta de celulosa con la que ambos grupos terminaron por dominar a su antojo el mundo de la prensa gráfica. Entre el agujero negro generado en su momento por la impunidad dictatorial, la avidez monopólica que aprovechó su oportunidad y la complacencia actual de la oposición se abre, sin embargo, el infatigable deseo de memoria, verdad y justicia en un país que sigue teniendo en lo más profundo de su cuerpo las marcas del miedo, la represión y la complicidad. Algo se hizo y se dijo el martes, cuando caía el día, en el salón de los patriotas latinoamericanos para desgarrar esos velos de impunidad y mentira. 
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