23 jul 2010

La mancha venenosa Por Alberto Dearriba


Alberto Dearriba
Estaba todo preparado para que después del receso invernal se lanzara una vigorosa ofensiva opositora en el Congreso Nacional, con proyectos que apuntan por un lado a mellar el poder político del kirchnerismo y por el otro, a desfinanciar la caja fiscal para quitarle margen de maniobra al gobierno.
El paquete incluye reformas a la limitación de los decretos de necesidad y urgencia, la reforma al Consejo de la Magistratura y al INDEC, la eliminación de los llamados superpoderes, el aumento del piso jubilatorio al 82 por ciento del salario mínimo vital y móvil y la rebaja de las retenciones a las exportaciones agrícolas.
Claro que para poder concretar esta ofensiva a fondo, el llamado “Grupo A” debería mantener cierta cohesión que le permitiera al menos sentar a sus legisladores el mismo día y a la misma hora, con la decisión de votar en el mismo sentido. Faltaban limar diferencias en torno de las retenciones agrícolas, ya que los diputados de centroizquierda no se mostraron dispuestos a apoyar un proyecto que favorecería a sectores exportadores concentrados en detrimento de las arcas fiscales a las cuales se le está exigiendo además aumentar las jubilaciones y extender la asignación para los chicos. Pero más allá de esta diferencia, las baterías estaban listas en los temas institucionales, algunos de los cuales ya tienen la sanción de la Cámara baja y ahora deben atravesar la ciénaga del Senado, donde la aritmética se ha tornado una ciencia inexacta. Cayó piedra. Éste era el escenario más o menos previsible en el que el gobierno se preparaba para aguantar la segunda mitad del año hasta que se instalara definitivamente el clima preelectoral. En la Casa Rosada especulaban con razón que hacia fin de año, cuando se avecinaran las elecciones de 2011, las aspiraciones encontradas de los referentes del Grupo A les complicarían las acciones conjuntas en el Congreso.

Pero de pronto aterrizó el autojuicio político de Mauricio Macri, que sorprendió a propios y extraños. Está claro que el jefe de Gobierno porteño quiere sacarse la mancha venenosa de encima lo antes posible, para que la acción combinada de la Justicia y la política no termine triturando definitivamente su averiado proyecto presidencial.

Macri debe haber observado con preocupación las críticas que comenzaban a colarse por los medios que lo protegieron hasta ahora, al tiempo que los aliados de otrora tomaban cierta distancia para que no los alcance la mancha venenosa. El más férreo defensor del jefe de Gobierno porteño terminó siendo el ex presidente Eduardo Duhalde, quien apareció por estos días con una posición más conservadora que Macri al cuestionar el avance social que producirá la habilitación del matrimonio entre personas del mismo sexo.

Sus ex aliados, Francisco de Narváez y Felipe Solá, fueron comprensibles pero no pusieron las manos en el fuego. Elisa Carrió, que había considerado “impecable” el fallo de la Cámara que confirmó el procesamiento dictado por Oyarbide, consideró el “autojuicio” como “una locura”. Los radicales apoyaron la investigación. Con su padre afirmando que votaría por Kirchner, Macri apareció más sólo que hombre malo el día del amigo.

Dos conchabos. La estrategia del jefe de Gobierno porteño fue mostrarse como la víctima de una sórdida operación urdida en la Casa Rosada. Pero no fue Néstor Kirchner el responsable de haber contratado a un jefe de policía de perfil represor ni el que empleó a un espía. En realidad, Macri conchabó a “Fino” Palacios y éste al espión Ciro James. Dijo que se lo habían recomendado en Estados Unidos e Israel. Los dos empleados se dedicaron a espiar –entre otros– al cuñado de su jefe y él asegura que no sabía nada. Difícil de creer.

Será la Justicia la que determine finalmente si Macri montó premeditadamente una asociación ilícita para espiar opositores, ya que el bloque de PRO en la Legislatura tiene el número suficiente para garantizar un final absolutorio de su jefe si no se producen traiciones como las que terminaron con el gobierno de Aníbal Ibarra. El jefe de gobierno comenzará a ser juzgado por comisión de delito, o por mal desempeño en sus funciones, apenas termine el receso invernal.

Transparencia. Pero en realidad, lo que más importa será la lectura que la sociedad realice de las decisiones del líder conservador porteño. Más allá de su responsabilidad penal, está claro que si se contrata a un represor no se puede pretender el estricto cumplimiento de la ley.

Macri jamás se atrevió a confesar sus convicciones más íntimas, porque sabe que no conviene ponerlas al aire libre. Pero su ideología quedó al desnudo al contratar a Palacios. Nadie pone a un hombre afín a la represión al frente de una policía que se quiera construir con perfil moderno y democrático. Se perdió allí la oportunidad de que la Ciudad Autónoma fuera custodiada por una fuerza confiable y eficiente, lejana a los chanchullos habituales en otras fuerzas de seguridad argentinas.

De todos modos, sería un error que las fuerzas progresistas de la ciudad apuraran la destitución de Macri con una cucharada del mismo remedio que el PRO le suministró a Ibarra. Es mucho más saludable para las instituciones que se aclare la maniobra y quede al desnudo el carácter profundamente conservador del Gobierno de la Ciudad. Que al margen del fallo absolutorio del juicio político, el trámite se convierta en un juicio a las ideas que sostienen la gestión macrista, para que los porteños lo tengan en cuanto a la hora de volver a votar. 
http://www.elargentino.com/nota-99835-La-mancha-venenosa.html