30 jun 2010

LA "VENEZUALIZACIÓN", LA GUERRA MEDIÁTICA Y LA CRISIS DE UNA MATRIZ POLÍTICA De Antonini a Sadous Por Edgardo Mocca

La denuncia de irregularidades en el  comercio entre nuestro país y Venezuela ha pasado a ser el arma principal de la oposición mediático-política en su lucha contra el Gobierno. No es mucho, si se lo compara con la “ofensiva final” que se insinuaba a comienzos de este año y que incluía, entre otros puntos fuertes, el bloqueo del uso de reservas para el pago de deudas; la “autonomía” del Banco Central, entendida como su desvinculación del conjunto de la política económica oficial; la desfinanciación del Estado nacional sobre la base de la reforma del impuesto al cheque y el fin de las retenciones a las exportaciones y la paralización de la aplicación de la ley de medios audiovisuales. La “venezuelización” del discurso opositor cierra un curioso círculo: fue el escándalo de la valija entrada al país por el empresario de ese país Antonini Wilson el que cubrió los primeros días del período presidencial de Cristina Kirchner y marcó el comienzo.
Treinta meses después es posible comparar escenarios y establecer un balance.
El escándalo de la valija tuvo un doble filo. Permitió denunciar un supuesto caso de corrupción y, al mismo tiempo, lesionar la legitimidad del Gobierno recién asumido, puesto que se afirmaba que el dinero de la valija formaba parte de la financiación espuria de la campaña electoral oficialista. La puesta en cuestión de la elección de octubre de 2007 había sido tempranamente lanzada por Elisa Carrió, la segunda candidata más votada entonces. Primero, mediante la atribución de fraude a una elección que se definió por una diferencia mayor a los veinte puntos porcentuales; después, por medio del argumento de que la elección se había decidido por el voto de los pobres, supuestamente cautivos de la dádiva oficial. Nunca, desde 1983, un triunfo electoral había sido tan amplio; nunca un resultado había sufrido un nivel semejante de impugnación.
De modo que los habituales días de la “luna de miel” presidencial se convirtieron en jornadas tormentosas, signadas por acusaciones y desmentidas, a las que no le faltó el vergonzoso condimento de que las prácticas políticas argentinas fueran evaluadas por un tribunal de Miami, con el beneplácito de políticos y medios de comunicación opositores.  Con el tiempo se generalizaría en esas mismas usinas el término de “crispación” para juzgar el clima político en el país. Solamente tres meses después, en marzo de 2008 se pondría en acción el conflicto agrario, que llevaría los modos de la confrontación política a los puntos más altos de tensión y polarización. En aquel momento no estaba tan claro como hoy la existencia de una conjunción de actores económicos y políticos que procuraban impedir que se consolidara el nuevo gobierno. No se trata de una “visión conspirativa”, como suele decirse desde algunos círculos justamente expertos en conspiraciones de lo más variadas. La conspiración presupone secreto y discreción, lo que claramente no exhiben hoy las principales empresas de los medios de comunicación y otros actores corporativos.
Hemos asistido a manifestaciones públicas a favor de la renuncia anticipada de la presidenta (Biolcati-Grondona); a la aseveración de que la estrategia es el desgaste del gobierno (Buzzi); a la afirmación de que en la calle la gente dice que “los quieren matar” a los Kirchner (Carrió), y a un insospechado derrape del grupo Clarín hacia un formato periodístico más cercano a la guerra política que a cualquier atisbo de objetividad.
De modo que no hay conspiración. Hay desde hace treinta meses una orientación pública y evidente, por parte de un influyente sector del mundo empresario y de los políticos encolumnados con él a deteriorar al Gobierno, sin que la tan meneada “calidad institucional” señale límite alguno a esa estrategia. Hubo más de un momento desde el agitado otoño de 2008 en que la ofensiva parecía coronarse con el éxito definitivo. Las más críticas fueron las horas posteriores a la votación contraria a las retenciones móviles en el Senado y los días siguientes a la elección de junio de 2009, en los que el Gobierno sufrió un acentuado retroceso. La puesta en marcha del Congreso con sus nuevas relaciones de fuerza, a comienzos de este año, fue otro importante mojón.
Todo este proceso estuvo signado por una matriz política central: la marcada centralidad de los medios de comunicación concentrados en el discurso y en el trazado de la agenda política opositora. En realidad es una centralidad que viene desde antes, particularmente desde la crisis de diciembre de 2001, en un proceso de extremo ensanchamiento de la brecha de credibilidad entre la dirigencia política y la sociedad. La crisis debilitó al máximo la autonomía de la política en su relación con los poderes económicos. Curiosamente, fueron los mismos grupos que impulsaron y sostuvieron el rumbo que condujo al cataclismo a la sociedad argentina, los que situaron a la clase política en el sitio exclusivo de los culpables. Esa coalición de hecho entre grupos corporativos poderosos fue la que en la práctica dirigió a los sectores más duros de la oposición. La ecuación fue relativamente sencilla: cuanto más extrema fuera la oposición al Gobierno mejor sería el trato en los principales medios y mejor, en consecuencia, la colocación en la grilla de aspirantes a la sucesión después del colapso gubernamental.
Hoy, asistimos a la crisis de esa matriz. Crisis no significa desaparición y reemplazo por una matriz diferente. Crisis significa que no hay una sola tendencia hegemónica. Significa que la apuesta a todo o nada a favor de los generales de la guerra mediática no asegura triunfos. Veamos, si no, las peripecias de Julio Cobos en el radicalismo, después de haber sido ungido casi desde la nada por los medios como la gran esperanza del “nuevo consenso” entre los argentinos. O la situación de Carrió, tal vez la más astuta y desprejuiciada de los cultores de la matriz política mediático-dependiente, hoy resignada a un segundo plano en la batalla de la periferia panradical. O las dificultades para sostener a Mauricio Macri, a pura condescendencia comunicativa con sus enredos políticos y judiciales. Y así podría seguirse con la espera desesperada de la crisis y la diáspora peronista y la ilusión renovadora puesta en el ex presidente Duhalde.
De manera que entre Antonini y las  denuncias del embajador Sadous pasó mucha agua bajo los puentes de la política argentina. Y habrá que ver cómo se hace para mantener en la cartelera la saga venezolana cuando se desarrollen acontecimientos como el resultado del examen genético de los hijos adoptivos de la señora de Noble, las revelaciones de Papel Prensa, el muy probable desbloqueo de la ley de medios y los nuevos pasos judiciales en el caso Macri.
Es necesario insistir: no estamos ante una situación definida en sentido contrario a los intereses de los grupos económicos concentrados y su esfera de influencia en la dirigencia política. Se trata más bien de una situación fluida e imprevisible. En esa fluidez e imprevisibilidad consiste la gran ventaja de la democracia. Ventaja que hay que preservar de los intentos de someterla a la manipulación de los poderosos.
http://www.revistadebate.com.ar/2010/06/25/3001.php