29 may 2010

PRESIDENTE DE LA HIPOCRESÍA Por TARIQ ALI

¿Cómo se ha alterado el Imperio estadounidense en el año que ha transcurrido
desde que la Casa Blanca cambió de manos? Con la Administración
Bush, la opinión generalizada, tanto en la corriente de opinión dominante
como en gran parte de la sección amnésica de la izquierda, era
que Estados Unidos había caído en un régimen aberrante, producto de un
virtual golpe de Estado de una camarilla de fanáticos de derechas –o, alternativamente,
de corporaciones ultrarreaccionarias– que habían secuestrado
la democracia estadounidense para desarrollar una política de agresión
sin precedentes en Oriente Próximo. Como reacción, la elección para
la presidencia de un demócrata de una raza mixta que prometía curar al
país de sus heridas internas y restaurar su reputación exterior, fue recibida
con una oleada de euforia ideológica que no se veía desde los días de
Kennedy.
Una vez más, Estados Unidos podía mostrar al mundo su verdadera
cara: decidida pero pacífica, firme pero generosa; humana, respetuosa
y multicultural. Naturalmente, reuniendo en su persona los ingredientes
de un Lincoln o de un Roosevelt de nuestro tiempo, el joven
nuevo dirigente del país tendría que llegar a compromisos, como tiene
que hacer cualquier hombre de Estado. Pero, por lo menos, el vergonzoso
interludio de arrogancia y criminalidad republicana había acabado.
Bush y Cheney habían roto la continuidad de un liderazgo estadounidense
multilateral que había servido al país adecuadamente durante y después
de la Guerra Fría. Ahora Obama lo restauraría.
Pocas veces la mitología interesada –o la credulidad bienintencionada– ha
quedado al descubierto tan rápidamente. Al margen del fondo musical
que acompaña a la diplomacia, no hubo ninguna ruptura fundamental en
la política exterior entre las Administraciones de Bush I, Clinton y Bush
II; tampoco ha habido ninguna entre los gobiernos de Bush y Obama. Los
objetivos e imperativos estratégicos del Imperio estadounidense son los
mismos, como siguen siéndolo sus principales teatros y medios de actuación.
Desde el colapso de la URSS, la doctrina Carter –la construcción de
otro pilar democrático de derechos humanos– ha definido al gran Oriente
Próximo como el campo de batalla central para la imposición del poder
estadounidense por todo el mundo. Es suficiente mirar cada uno de
sus sectores para ver que Obama es el vástago de Bush, como Bush lo
fue de Clinton y Clinton de Bush padre, como tantos engendros apropiadamente
bíblicos.
Ignorando Gaza
La actitud de Obama respecto a Israel se manifestaría incluso antes de que
tomara posesión. El 27 de diciembre de 2008, la Fuerza de Defensa Israelí
(FDI) lanzó una ofensiva total, aérea y terrestre, sobre la población de
Gaza. Los bombardeos, incendios y asesinatos continuaron sin interrupción
durante veintidós días, durante los cuales el presidente electo no
pronunció ni una sílaba de reprobación. En virtud de un acuerdo previo
y para no aguar la fiesta, Tel Aviv suspendió su campaña unas cuantas
horas antes de su investidura, el 20 de enero de 2009. Para entonces,
Obama había escogido como jefe de Gabinete al doberman ultrasionista
de Chicago Rahm Emanuel, un antiguo voluntario de la FDI. Una vez que
hubo tomado posesión, Obama hizo un llamamiento, como hacen todos
los presidentes de Estados Unidos, a favor de la paz entre los dos pueblos
que sufren en Tierra Santa y, de nuevo, como todos sus antecesores,
para que los palestinos reconocieran a Israel y para que Israel detuviera
sus asentamientos en los territorios que ocupó en 1967. Una semana después
del discurso del presidente en El Cairo, prometiendo oponerse a
nuevos asentamientos, la coalición de Netanyahu estaba ampliando las
parcelas judías en Jerusalén Este con total impunidad. En otoño, la secretaria
de Estado Hillary Clinton estaba felicitando a Netanyahu por las «concesiones
sin precedentes» que había hecho su gobierno. En una conferencia
de prensa en Jerusalén, recibió la siguiente pregunta de Mark Landler,
de The New York Times: «Señora secretaria, cuando usted estuvo aquí en
su primera visita en marzo, hizo una fuerte declaración condenando la demolición
de viviendas en Jerusalén Este. Sin embargo, esa demolición ha
continuado sin tregua y, hace unos pocos días, el alcalde de la ciudad ha
emitido una nueva orden de demolición. ¿Cómo describiría actualmente
esta política?». Ella no se dignó responder1.
Un mes antes, la Misión de Investigación de la ONU constituida para examinar
la invasión de Gaza informó que la FDI no había respetado siempre
las normas, aunque lógicamente fuera consecuencia de los ataques
con cohetes de Hamas. Presidida por uno de los más notables oportunistas
de la «justicia internacional», el juez sudafricano Richard Goldstone, fiscal
del preorquestado Tribunal de la Haya sobre Yugoslavia y sionista
confeso, las denuncias de la Misión contra Israel difícilmente podían haber
sido más tenues, en asombroso contraste con el testimonio que habían
escuchado en Gaza y que estuvo disponible en su página web2. Pero
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ARTÍCULOS
1 «Observaciones con el primer ministro israelí Binyamin Netanyahu», Jerusalén, 31 de octubre
de 2009, disponible en la Web del Departamento de Estado.
2 En una entrevista con la cadena de radio del Ejército israelí, realizada en hebreo, Nicole
Goldstone, hija del juez, decía: «Mi padre aceptó este trabajo porque pensó que estaba ha-
desacostumbrado a recibir cualquier clase de crítica del establishment, Tel
Aviv reaccionó con indignación y por ello Washington dio instrucciones
a su satélite en la dirección de la OLP, Mahmoud Abbas, para que se opusiera
a cualquier consideración del tema en la ONU3. Esto fue demasiado
incluso para los propios seguidores de Abbas y, en medio de las protestas
que se produjeron, tuvo que retractarse, desacreditándose todavía más.
El episodio confirmó que el control que tiene el AIPAC sobre Washington
sigue siendo tan fuerte como siempre, en contra de las falsas ilusiones de
la izquierda estadounidense de que el lobby israelí del pasado, que realmente
nunca había sido una gran fuerza, estaba siendo reemplazado por
una rama más ilustrada del sionismo estadounidense.
En el teatro palestino del sistema estadounidense, la falta de cualquier novedad
significativa no implica una falta de movimiento. Vista con una
perspectiva más amplia, la política de Estados Unidos ha sido durante algún
tiempo convencer a Israel, por su propio interés, de la creación de
uno o más bantustanes4. Desde luego, la condición para ello ha sido la
supresión de cualquier proyecto de una auténtica autoridad palestina o
de cualquier Estado palestino real. Los Acuerdos de Oslo fueron un primer
paso en este proceso, ya que destruyeron la credibilidad de la OLP
al establecer una «Autoridad Palestina» que era poco más que una fachada
al estilo Potemkin de la verdadera autoridad en los territorios ocupados:
la FDI. Incapaz de alcanzar ni siquiera una independencia simbólica, la
dirección de la OLP en Cisjordania se dedicó a ganar dinero, dejando indefenso
a la mayor parte del pueblo palestino: hundido en la pobreza y
regularmente sometido a la violencia de los colonizadores. Por el contrario,
Hamas fue capaz de conseguir suficiente apoyo popular como para
vencer en las elecciones palestinas de 2006 mediante la creación de un
sistema de asistencia primitivo pero eficaz capaz de distribuir alimentos y
ayuda médica en los barrios pobres y prestar atención a los más débiles.
Europa y Estados Unidos reaccionaron con un inmediato boicot político
y económico, llevando de nuevo a Al Fatah al poder en Cisjordania. En
Gaza, donde más fuerte era Hamas, Israel había estado durante algún
tiempo instigando un golpe de Mohammed Dahlan, el matón favorito de
Washington en el aparato de seguridad de la OLP. El ministro de Defensa,
Ben-Eliezer ha testificado públicamente ante el Comité del Knesset de
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ARTÍCULOS
ciendo lo mejor para la paz, para todos y también para Israel […]. No fue fácil. Mi padre no
esperaba ver y oír lo que vio y oyó». Manifestó a la emisora que, si no hubiera sido por su
padre, el informe hubiera sido más duro. Uno puede añadir que, si no hubiera sido por
la presencia en la Misión de una batalladora abogada pakistaní, Hina Jilani, el informe hubiera
sido más suave todavía.
3 Los israelíes presionaron con la sanción final: si Abbas refrendaba el Informe Goldstone,
el acuerdo de telefonía móvil entre una compañía israelí y el personal dirigente de la OLP
estaba roto.
4 Aunque hay que señalar que tanto el obispo Desmond Tutu como Ronnie Kasrils, antiguo
secretario del Ministerio de Defensa en el gobierno de Mandela, cuestionan vehementemente
la analogía. Insisten en que las condiciones de los palestinos en los territorios ocupados
son mucho peores que las de los negros en los bantustanes.
Asuntos Exteriores y Defensa que en 2002, cuando la FDI se retiró de
Gaza, él había ofrecido la Franja a Dahlan, que estaba totalmente dispuesto
a desencadenar una guerra civil palestina, algo que desde hacía tiempo
hacía brillar la codicia en los ojos de muchos colonos israelíes. Cuatro
años más tarde, Dahlan fue preparado por Washington para dar un golpe
militar en Gaza5, pero Hamas le ganó la mano y se hizo con el control
de la Franja a mediados de 2007. Después de que Europa y Estados
Unidos castigaran política y económicamente a sus votantes por desafiar
a Occidente, llegó la aportación militar israelí con el asalto de finales de
2008, al que Obama guiñó el ojo.
Pero el resultado no es el punto muerto tan regularmente deplorado por
los bienintencionados defensores de un «acuerdo de paz». Bajo repetidos
golpes, y en medio de un creciente aislamiento, la resistencia palestina
está siendo debilitada gradualmente hasta un punto en que la propia Hamas
–incapaz de desarrollar cualquier estrategia coherente o de romper
con los Acuerdos de Oslo, de los que también se ha convertido en prisionero–
está aproximándose hacia la aceptación de la miseria que le
ofrece Israel, adornada con una reparación de Occidente. No existe una
Autoridad Palestina significativa. Los representantes electos de Cisjordania
o de Gaza son tratados como ONG mendicantes: recompensados si permanecen
de rodillas y siguen los mandatos occidentales, sancionados si
se salen de la línea. Racionalmente, los palestinos harían mejor si disolvieran
la Autoridad e insistieran en los mismos derechos de ciudadanía
dentro de un Estado único, respaldados por una campaña internacional
de boicot, desinversión y sanciones hasta que las estructuras del apartheid
israelí fueran desmanteladas. En la práctica, son pocas o ninguna las
posibilidades de ello en un futuro inmediato. Con toda probabilidad, lo
que está por delante es la convergencia de Obama y Netanyahu –ya aclamado
en Haaretz como incluso más progresista, inteligente, que Rabin6–
sobre una solución final de las entidades «palestinas» con las que Israel
puede vivir y en las que Palestina puede morir.
Cosechando en Bagdad
Sin embargo, por el momento hay preocupaciones más apremiantes: zonas
de guerra más al este tienen prioridad para la atención imperial. Iraq
puede haberse caído de los titulares, pero no de las reuniones diarias sobre
seguridad del despacho oval. En 2002, en su ascenso por la escalera
política como un discreto senador de Illinois, Obama se opuso al ataque
sobre Iraq; políticamente no había nada que pagar por hacerlo. En el momento
en que fue elegido presidente, las fuerzas estadounidenses llevaban
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ARTÍCULOS
5 David Rose, «The Gaza Bombshell», Vanity Fair, abril de 2008.
6 Por ejemplo, Ari Shavit, «Netanyahu is Positioning Himself to the Left of Rabin», Haaretz,
6 de diciembre de 2009.
ocupando el país seis años y su primer acto fue mantener en el Pentágono
al secretario de Defensa de Bush, Robert Gates, durante mucho tiempo
funcionario de la CIA y veterano del escándalo Irán-Contra. Difícilmente
se podía haber concebido una muestra más cruda y expresiva de continuidad
política. En los dos últimos años de la Administración republicana, las
tropas estadounidenses fueron aumentadas en una quinta parte hasta los
150.000 hombres, en un «incremento» que fue saludado por el espectro de
partidos por haber aplastado a la resistencia iraquí, dejando dispuesto el
país para un futuro prooccidental estable, quizá incluso democrático. La
nueva Administración demócrata no se ha salido de este guión. El Acuerdo
Trianual sobre el Estatuto de las Fuerzas Estadounidenses, firmado por
Bush y sus colaboradores en Bagdad, estipulaba que todas las tropas de
Estados Unidos abandonarían Iraq en diciembre de 2011, aunque un
acuerdo posterior podía evidentemente prolongar su estancia, y que las
fuerzas «de combate» estadounidenses abandonarían las ciudades, pueblos
y localidades iraquíes en junio de 2009. Antes de su elección, Obama prometió
una retirada de todas las tropas «de combate» estadounidenses de
Iraq en un plazo de dieciséis meses a partir de su toma de posesión, es
decir, en mayo de 2010, adornada con una cláusula de seguridad de que
esta promesa podía «refinarse» a la luz de los acontecimientos. No tardó
mucho en refinarse: en febrero de 2009 se anunciaba que las tropas de
combate abandonarían Iraq en septiembre de 2010, mientras que un «resto
» de 50.000 hombres también podrían implicarse en operaciones de combate
para «proteger nuestros actuales esfuerzos civiles y militares»7.
La masacre y devastación sembradas en Iraq por Estados Unidos y sus aliados,
principalmente Gran Bretaña, son ahora bien conocidas: la destrucción
del patrimonio cultural del país, el brutal desmembramiento de su infraestructura
social, el pillaje de sus recursos naturales, la ruptura de sus
barrios mixtos y, por encima de todo, la muerte y desplazamiento de muchísimos
de sus ciudadanos –de acuerdo con cifras del gobierno, más de
un millón de muertos, tres millones de refugiados y cinco millones de huérfanos8–.
Sin gastar palabras en nada de esto, el comandante en jefe y sus
generales tienen otras preocupaciones. ¿Puede considerarse ahora a Iraq
como una avanzada tolerablemente segura del sistema de Estados Unidos
en el Oriente Próximo? Tienen razones para regocijarse y razones para dudar.
En comparación con la situación existente en 2006, en el punto álgido
de la insurgencia, la mayor parte del país está ahora bajo el control de
Bagdad y las bajas estadounidenses son pocas y están más distanciadas.
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ARTÍCULOS
7 Discurso de Obama en Camp Lejeune, Carolina del Norte, 27 de febrero de 2009.
8 Raymond Baker, Shereen Ismael y Tareq Ismael (eds.), Cultural Cleansing in Iraq. Why
Museums were Looted, Libraries Burned and Academics Murdered, Londres, Pluto, 2009. Contiene
datos y fuentes detalladas entre los que se encuentra el hecho de que, entre 2003 y
2007, Washington solamente permitió la entrada en Estados Unidos de 463 refugiados, principalmente
profesionales iraquíes de origen cristiano. Para una esclarecedora investigación
de la historia del petróleo iraquí y del saqueo privatizador que se está produciendo, véase
Kamil Mahdi, «Iraq’s Oil Law. Parsing the Fine Print», World Policy Journal (verano de 2007).
Se ha entrenado y armado hasta los dientes a un ejército mayoritariamente
chií, de unos 250.000 hombres, para hacer frente a cualquier resurgir de
la resistencia. La limpieza sectaria de la capital, a una escala de la que el
Haganah estaría orgulloso, ha barrido la mayoría de los barrios suníes,
dando por primera vez al régimen de Maliki establecido por Bush un firme
control sobre el centro del país. En el norte, los protectorados kurdos
siguen siendo bastiones incondicionales del poder estadounidense. En el
sur, las milicias de Moqtada al-Sadr han tenido que hacer las maletas. Y lo
mejor de todo, los pozos de petróleo están volviendo a manos de aquellos
que saben hacer buen uso de ellos, con las subastas que han repartido
contratos de 25 años de duración a empresas extranjeras. Algunos excesos
pueden estropear el panorama en Bagdad9, pero el nuevo Iraq tiene
la bendición de la piadosa sonrisa del gran ayatolá Sistani.
Sin embargo, todavía persiste la preocupación de que la resistencia iraquí,
capaz ayer mismo de causar tanto daño a la maquinaria militar estadounidense,
pueda estar aguardando que llegue su hora después de sus
fuertes pérdidas y de la deserción de un importante segmento, y que todavía
podría hacer estragos en los colaboradores el día de mañana si Estados
Unidos se retirara totalmente10. Para protegerse contra cualquier peligro
semejante, Washington ha establecido puestos en los equivalentes
modernos –mucho más grandes y horrorosos– de las antiguas fortalezas
de los cruzados. La base militar de Balad, fácilmente al alcance de los
bombardeos desde Bagdad, es una pequeña ciudad-Estado. Con un aeropuerto
que según los datos es el de más tráfico del mundo después de
Heathrow, puede albergar a 30.000 personas entre soldados estadounidenses
y personal auxiliar, una mano de obra emigrante compuesta mayoritariamente
por trabajadores del sur de Asia que limpian casas, cocinan
y atienden bares subterráneos para tomar sándwiches; los traficantes
de droga no escasean, mientras que prostitutas de Europa del Este se ocupan
de otras necesidades de la base. Quince líneas de autobuses complementan
el aeropuerto, pero los desplazamientos siguen siendo un proble-
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ARTÍCULOS
9 «De nuevo se están volviendo familiares los viejos hábitos de la era de Saddam Hussein.
La tortura es habitual en los centros de detención del gobierno […]. La policía iraquí y el
personal de seguridad de nuevo están arrancando las uñas y apaleando a los detenidos, incluso
a aquellos que ya han confesado. Un renqueante antiguo interno de la prisión cuenta
cómo comprendió que había sido relativamente afortunado. Cuando le reunieron con
otros prisioneros, vio que muchos habían perdido miembros y órganos. El aparato de seguridad
interior está más ocupado que nunca desde que Saddam fue derrocado hace seis años,
especialmente en la capital. En julio, la policía de Bagdad volvió a imponer el toque de queda
nocturno, haciendo más fácil que la policía, cumpliendo órdenes de los políticos, arreste
a gente que disgusta al gobierno chií.» «Could a Police State Return?», The Economist, 3 de
septiembre de 2009.
10 El general Petraeus anunció recientemente que los ataques sobre las fuerzas estadounidenses
en Iraq habían bajado hasta «solamente» 15 al día. Financial Times, 2 de enero de
2010. No es Maliki sino Muntadhar al-Zaidi, el lanzador de zapatos de Bagdad, el que representa
los sentimientos de la mayoría de los iraquíes al margen de su origen étnico o
confesional.
ma para el personal de servicio11. Otras trece bases de las fuerzas de tierra
y aire están dispersas por todo el país, entre ellas Camp Renegade cerca
de Kirkuk, para proteger los pozos de petróleo, Badraj en la frontera
iraní, para el espionaje sobre la República Islámica, y una base británica
que se remonta a la década de los años treinta en Nasiriyah, actualizada
para servir a los apetitos estadounidenses. En el mismo Bagdad, el procónsul
estadounidense puede disfrutar de la mayor y más cara embajada
del mundo, del tamaño de la Ciudad del Vaticano, en el enclave fortificado
de la Zona Verde.
Después de apoderarse de Iraq como presa colonial en 1920 y de instalar
a la dinastía hachemí como su instrumento local, Gran Bretaña se encontró
con una rebelión en toda regla que aplastó no sin dificultades y
con una violencia total. Durante los siguientes doce años, Londres gobernó
el país como una dependencia del Imperio, antes de renunciar a su
«mandato», concedido por la Sociedad de Naciones en 1932. Pero el régimen
satélite que dejó detrás duró otro cuarto de siglo, hasta que finalmente
fue derribado en la revolución de 1958. La toma estadounidense
de Iraq provocó una insurgencia total incluso más rápida y de más duración,
contra una ocupación que disfrutaba esta vez del mandato de Naciones
Unidas. El Imperio de Estados Unidos también dejará detrás un régimen
marioneta para contener el país en el futuro inmediato. En esa
empresa no podría haber muchos sucesores que encajaran mejor con
Ramsay MacDonald –aquella anterior figura apuesta y esbelta que siempre
encontraba palabras con las que levantar los espíritus– que Barack
Obama. Pero la historia se ha acelerado desde aquellos días y por lo menos
hay una oportunidad de que Maliki y sus torturadores sigan la suerte
de Nuri al-Said más rápidamente, en otro levantamiento nacional para
acabar con las bases militares extranjeras, las enormes embajadas, las
compañías petrolíferas y sus colaboradores locales todos a la vez.
Amenazante Teherán
Para las elites estadounidenses, Irán siempre ha supuesto un rompecabezas:
una «república islámica» que públicamente echa fuego sobre el Gran
Satán mientras silenciosamente le presta asistencia donde más la necesita,
ya sea la connivencia con la contrarrevolución en Nicaragua, la invasión
de Afganistán o la ocupación de Iraq. Los dirigentes de Israel no son
los receptores de ninguno de estos beneficios y ven con peores ojos la
retórica de los mullahs, que se dirige contra ellos y contra el Pequeño Satán
de Londres con mayor ferocidad que contra sus patronos en Washing-
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ARTÍCULOS
11 «A Mila, masajista de Kirgistán, le lleva una hora trasladarse en autobús al trabajo en esta
extensa base estadounidense. Su salón de masaje es uno de los tres que hay en las 2.500
hectáreas de la base y se encuentra pegado a una tienda de sándwiches de la cadena Subway
instalada en un tráiler, rodeada por paredes de hormigón, arena y roca.» «Big US Bases
Are Part of Iraq, but a World Apart», The New York Times, 8 de septiembre de 2009.
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ARTÍCULOS
ton. Sobre todo, una vez que el proyecto de un programa nuclear iraní,
que socava el monopolio israelí de armas de destrucción masiva en Oriente
Próximo, empezó a asomar por el horizonte, Tel Aviv galvanizó sus recursos
en Estados Unidos en una campaña para asegurar que Washington
se comprometiera a acabar con él a toda costa. Habida cuenta del grado
en que, desde hace mucho tiempo, los objetivos israelíes han sido asumidos
por los responsable políticos estadounidenses como poco menos que
la segunda naturaleza de la política de Estados Unidos, no encontraron
mucha resistencia para lograrlo. Desdeñando en 2003 las aperturas del
gobierno de Jatami en pro de un acuerdo general para toda la región, la
Administración republicana buscó forzar la conformidad de Irán con el
monopolio israelí igualando las diatribas verbales de Teherán y reforzando
las sanciones económicas.
Sin decirlo demasiado explícitamente, Obama llegó al gobierno dando a
entender que ésta no era la manera de hacer las cosas. Mucho mejor sería
iniciar un diálogo basado en el borrón y cuenta nueva, contando con el
tradicional pragmatismo del régimen y el americanismo manifiesto de la
clase media y de los estratos jóvenes de la población en general, para alcanzar
un acuerdo diplomático amistoso en interés de todas las partes, despojando
a Irán de capacidad nuclear a cambio de un abrazo político y económico.
Pero el momento fue desafortunado y los cálculos se vieron
trastornados por la polarización política en el propio Irán. Las luchas de facciones
en el estamento clerical llegaron hasta las elecciones presidenciales
de junio de 2009, cuando una tentativa de su ala más abiertamente prooccidental
para tomar el poder, sobre una oleada de protestas (mayoritariamente)
de la clase media, fue sofocada por un contragolpe de la corriente
dominante que combinó el fraude electoral con la violencia de la milicia.
Para Obama, la oportunidad para un discurso ideológico fue demasiado
grande como para resistirse a ella. En un incomparable despliegue de hipocresía
moral, lamentó con ojos húmedos la muerte de un manifestante
en Teherán, el mismo día en que sus drones acababan con sesenta habitantes
de un pueblo de Pakistán, la mayoría mujeres y niños. Con los medios
de comunicación occidentales llorando detrás del presidente, el frustrado
candidato de las elecciones iraníes –históricamente uno de los peores
carniceros del régimen, responsable de ejecuciones en masa en los años
ochenta– se convirtió en otro icono del mundo libre. Los planes para una
gran reconciliación entre los dos Estados tuvieron que dejarse de lado.
Después de este percance, la Administración demócrata ha regresado al
planteamiento de su predecesora, intentando ganarse a Rusia y China –el
consentimiento europeo puede darse por hecho– para un bloqueo económico
sobre Irán, con la esperanza de que, con el estrangulamiento del país,
su líder supremo, o bien sea derrocado, o bien se vea obligado a llegar a
un acuerdo. Si estas presiones fallaran, queda en la reserva la amenaza de
un ataque aéreo de los bombarderos israelíes o estadounidenses sobre las
instalaciones nucleares iraníes. Aunque todavía sea poco probable, no puede
descartarse una incursión semejante, aunque sólo sea porque una vez
que Occidente en su conjunto –en este caso no sólo Obama, sino Sarkozy,
Brown y Merkel– ha considerado que cualquier capacidad nuclear iraní es
algo inaceptable, queda poco espacio retórico para excluirla12. En el pasado,
el miedo a las represalias iraníes contra las inestables posiciones estadounidenses
en Iraq probablemente hubiera sido suficiente para disuadir
de semejante ataque. Pero la influencia de Teherán en Bagdad ya no es lo
que era. La confianza de antaño de que Iraq se convertiría en breve en una
república islámica hermana ha pasado y, por consiguiente, no puede seguir
estando segura de que las relaciones entre las dos serán mejores que las
que hay entre los diversos Estados suníes de la región. Por el momento, el
gobierno de Maliki sabe a quién halagar; Irán no podría igualar los dólares
y las armas que obtiene de Estados Unidos, mientras que las pretensiones
de Sistani de tener un lugar preeminente sobre un surtido de clérigos del
otro lado de la frontera vienen de lejos. Tampoco está claro el que las milicias
de Moqtada al-Sadr sean ahora igualmente manejables.
No obstante, hasta la fecha el Pentágono se opone a cualquier aventura en
la que corre el riesgo de tener que desplegar sus fuerzas desde el Litani
hasta el Oxus, si los Guardianes de la Revolución instigaran operaciones
en Líbano o Afganistán occidental. Tampoco habría que descartar la amenaza
de represalias de Teherán con misiles convencionales contra ciudades
israelíes. También hay que tener en cuenta a los demás aliados de
Washington. Israel y sus grupos de presión pueden ser los principales artífices
de la agitación en contra de Irán, pero no están solos. La monarquía
saudí, una dictadura confesional sui generis, se muestra temerosa ante una
posible combinación Teherán-Bagdad que pudiera desestabilizar la península:
los chiíes constituyen la gran mayoría en Bahrein y en la región petrolífera
del propio Estado saudí. Pero los saudíes también son conscientes
de que cualquier ataque directo sobre Teherán puede suponer una
amenaza todavía mayor a su dominio, provocando levantamientos chiíes
que pudieran engullirlos a ellos. Para Riad, es preferible una ruta alternativa
que se estudia en Washington: insertar a Turquía en el esquema regional
como un destacamento suní-OTAN del imperio, reforzando los petrodólares
saudíes ofrecidos a Siria para que rompa con Irán. Esto serviría de
contraataque contra cualquier futuro eje Teherán-Bagdad y aislaría a Hezbollah
de Damasco, debilitándola para otro asalto de la FDI.
Inventando Kabul
Desde Palestina a Irán pasando por Iraq, Obama ha actuado como otro
servidor del Imperio estadounidense y ha persiguido los mismos propósitos
que sus predecesores, con los mismos medios pero con una retóri-
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ARTÍCULOS
12 En Illinois en 2004, vi la entrevista a Obama en televisión en la precampaña para las elecciones
al Senado, que posteriormente ganaría. Preguntado si respaldaría a Bush si éste decidiera
bombardear Irán, el futuro presidente no lo dudó un momento. Con una mirada belicosa,
aseguró que sí lo haría.
ca más conciliadora. En Afganistán ha ido más lejos, ampliando el frente
de la agresión imperial con una escalada de la violencia, tanto tecnológica
como territorial. Cuando tomó posesión, Afganistán llevaba ocupado
siete años por Estados Unidos y sus fuerzas satélites. Durante la campaña
electoral, Obama, determinado a superar a Bush en llevar a cabo una
«guerra justa», prometió más tropas y capacidad militar para aplastar a la
resistencia afgana y más incursiones terrestres y ataques desde sus drones
en Pakistán para arrasar el apoyo que recibe por la frontera. Esta promesa
sí la ha mantenido. Una nueva fuerza de 30.000 hombres está actualmente
siendo enviada al Hindu Kush. Esto elevará a cerca de 100.000
hombres el ejército estadounidense de ocupación, bajo el mando de un
general escogido por Obama por el éxito de sus brutalidades en Iraq,
donde sus unidades formaban una elite especializada en el asesinato y la
tortura. Simultáneamente, está en marcha una intensificación masiva del
terror aéreo sobre Pakistán. The New York Times, en lo que describía con
delicadeza como una «estadística que la Casa Blanca no ha publicado», informaba
a sus lectores que, «desde que el señor Obama llegó al poder, la
CIA ha organizado más ataques de los drones Predator en Pakistán que
durante los ocho años de mandato del señor Bush»13.
La razón de esta escalada no es ningún misterio. Después de invadir Afganistán
en 2001, Estados Unidos y sus auxiliares europeos impusieron
un gobierno títere que ellos mismos crearon y que se confeccionó en una
conferencia en Bonn, encabezado por un personaje de mucho valor para
la CIA y secundado por una colección de señores de la guerra tayikos,
con las ONG presentes como pajes en una corte medieval. Esta falaz
construcción nunca tuvo la más mínima legitimidad en el país, careciendo
incluso de un atisbo de la estrecha pero dedicada base de la que habían
disfrutado los talibanes.
Una vez instalado en Kabul, el gobierno concentró sus energías en enriquecerse.
La ayuda fue desviada, la corrupción se generalizó y las drogas
–reprimidas por los talibanes– volvieron a florecer. Karzai y compañía
amasaron una gran cantidad de riqueza: más del 75 por 100 de los fondos
de países donantes fueron entregados directamente a los compinches
de Karzai, a la Alianza del Norte o a los contratistas privados que
ambos utilizan. La construcción de un nuevo hotel de cinco estrellas y de
unos grandes almacenes se convirtieron en prioridades, en uno de los
países más pobres del mundo, mientras que a poca distancia se producían
rutinariamente torturas y asesinatos; Bagram se ha convertido en una
cámara de los horrores que hace que Guantánamo parezca algo civilizado.
La producción de opio alcanzó un récord histórico, creciendo en un
90 por 100 sobre los niveles de 2001, cuando todavía estaba limitada a
áreas controladas por la Alianza del Norte, extendiéndose hacia el sur y el
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ARTÍCULOS
13 David Sanger, «Obama Outlines a Vision of Might and Right», New York Times, 11 de diciembre
de 2009.
oeste bajo la égida del clan Karzai. La masa de pobres afganos ha recibido
poco o nada del nuevo orden impuesto por el extranjero exceptuando
un mayor riesgo para su integridad física, a medida que los reorganizados
neotalibanes golpean de nuevo a la ocupación y a medida que las bombas
de la OTAN llueven tan indiscriminadamente sobre los pueblos que,
incluso Karzai, se ha visto obligado a protestar repetidas veces14.
En junio de 2009, las guerrillas afganas controlaban grandes franjas del
país y se habían infiltrado en la policía y en las unidades militares. Adoptando
las tácticas iraquíes de artefactos explosivos en las carreteras y
bombas suicidas en las ciudades, estaban infligiendo golpes cada vez mayores
a los ocupantes occidentales y a sus colaboradores. Dentro del propio
campo imperial, la confusión estaba aumentando15. Los diplomáticos
y los militares estadounidenses se contradecían públicamente, discutiendo
sobre hasta qué punto se debía apoyar o rechazar la simulación de
elecciones democráticas puesta en escena por Karzai. Finalmente, después
de vehementes denuncias de fraude de altos funcionarios en Washington
y de una segunda vuelta para cubrir las formas, Obama consumó
la farsa felicitando a Karzai por una victoria más descaradamente amañada
incluso que la de Ahmadinejad dos meses antes, y sobre la que el presidente
de Estados Unidos –al más puro estilo de Uriah Heep– no había
ahorrado sus reproches. A diferencia del régimen de Teherán, que conserva
una base autóctona aunque disminuida en la sociedad, lo que se
presenta como el gobierno de Kabul es un implante occidental que se desintegraría
de la noche a la mañana sin los pretorianos de la OTAN enviados
para protegerlo.
Apoyándose en Islamabad
Desesperado por proclamar la victoria en la que ha declarado como una
«guerra justa», Obama se ha sumergido en la clásica fuite en avant al enviar
una fuerza expedicionaria todavía mayor y extender la guerra al país veci-
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14 Más recientemente, el 27 de diciembre, cuando en una operación encubierta Estados Unidos
mató a diez civiles el mismo día en que las milicias de Ahmadinejad mataban a cinco
manifestantes en Teherán.
15 Véase la carta de Matthew Hoh, antiguo capitán de los marines que sirvió de representante
político primero en Iraq y después en Afganistán y dimitió en septiembre de 2009. «La
insurgencia pastún, que se compone de múltiples, aparentemente infinitos, grupos locales,
se alimenta de lo que el pueblo pastún percibe como un asalto continuo y sostenido, que
se remonta a siglos, a la tierra, cultura, tradiciones y religión pastunes por enemigos externos
e internos […]. En los mandos regionales del este y del sur, he observado que el núcleo
de la insurgencia no pelea por el estandarte blanco de los talibanes, sino más bien en
contra de la presencia de soldados extranjeros y de los tributos impuestos por un gobierno
no representativo en Kabul […]. Siendo honestos, nuestra estrategia de proteger Afganistán
para evitar el resurgir o el reagrupamiento de Al Qaeda exigiría que además invadiéramos
y ocupáramos Pakistán occidental, Somalia, Sudán, Yemen, etcétera.» Véase Ralph Nader,
«Hoh’s Afghanistan Warning», CounterPunch, 4 de noviembre de 2009.
no, donde se sospecha que el enemigo encuentra ayuda. Desde el principio
de su Administración, se anunció que Pakistán y Afganistán serían a
partir de entonces considerados como una zona de guerra integrada: «Afpak
». Una lluvia de emisarios se abalanzó sobre Islamabad para dirigir el
Estado pakistaní hacia las tareas represivas que se le encargaban realizar16.
Los 2.460 kilómetros de frontera entre Afganistán y lo que es ahora Pakistán
han sido porosos desde que la Línea Durand fue establecida por el Imperio
británico en 1893. En el sur de Afganistán viven 16 millones de pastunes,
y en la Provincia Fronteriza del Noroeste, en Pakistán, 28 millones.
La frontera es imposible de controlar y el movimiento a través de ella difícil
de detectar, ya que tribus que hablan el mismo dialecto y que a menudo
están unidas por lazos matrimoniales viven a los dos lados de ella. Que
los insurgentes afganos buscan y encuentran un santuario en esa zona no
es un secreto. Para que la OTAN o el ejército pakistaní detuviese esa corriente
se necesitarían por lo menos 250.000 soldados y campañas de aniquilación
como las de Chiang Kai-shek en la década de los treinta. Con
Musharraf –y con las amenazas de los fanfarrones del Pentágono de bombardear
el país y devolverlo a la Edad de Piedra si no accedía–, el ejército
pakistaní ha pasado de ser el patrón a ser el enemigo de los talibanes en
Afganistán, pero nunca un enemigo de corazón; estaba muy claro que estaba
siendo obligado a ceder a India influencia en Kabul y que no perdió
tiempo en tomar a Karazi bajo su tutela. Musharraf se esforzó en complacer
a Estados Unidos permitiendo la actuación en el país de fuerzas especiales
y drones estadounidenses, y lanzando donde podía operaciones contra
Al Qaeda. Pero mientras que se las arreglaba para ganarse el desprecio
de la mayoría de los pakistaníes por su servilismo con Estados Unidos, nunca
convenció a Washington de que estaba siendo suficientemente diligente.
En el momento en que Obama llegó al poder, dos acontecimientos habían
alterado este escenario. Espoleado constantemente por el Pentágono, entre
2004 y 2006 Musharraf envió en nueve ocasiones al ejército pakistaní a
las Áreas Tribales de Administración Federal (ATAF), los siete sectores
montañosos fuera de la jurisdicción de la Provincia Fronteriza del Noroeste,
donde la autoridad del gobierno central siempre había sido insignificante
para aplastar la infiltración talibán. El resultado fue simplemente provocar
la solidaridad con la resistencia afgana y un creciente deseo de
emularla. Esto condujo en diciembre de 2007 a la formación de Tehrik-i-
Taliban Pakistán (TTP), una brutal guerrilla local dedicada a llevar la guerra
a la misma Islamabad. (Contrariamente a las suposiciones occidentales,
esta formación no es un grupo subsidiario de los neotalibanes afganos,
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16 Inter-Risk, la filial pakistaní del contratista de defensa estadounidense DynCorp, fue recientemente
registrada por la policía local, que requisó «armamento ilegal y sofisticado». El
dueño de la compañía, un capitán retirado de nombre Ali Jaffar Zaidi, manifestó a los periodistas
que funcionarios de Estados Unidos habían ordenado la importación de armas
prohibidas «en nombre de Inter-Risk», prometiendo que el pago lo realizaría la embajada de
Estados Unidos. Anwar Abbasi, «Why the US security company was raided», The News, 20 de
septiembre de 2009.
como pone en evidencia la diatriba del mullah Omar contra ella. De manera
reveladora, Omar insistía en que era un error apuntar al ejército pakistaní
cuando el enemigo real era Estados Unidos y la OTAN.)
En 2008, el propio Musharraf fue depuesto y, huyendo de la amenaza de
impeachment, se fue a La Meca. Su sustituto como presidente fue el infame
viudo de Benazir Bhutto, Asif Zardari, un sinvergüenza desacreditado
que se ofreció como el hombre de paja ideal para Estados Unidos. La embajadora
de Washington, Anne Paterson, después de cumplir con su tarea
de armar a Uribe en Colombia, pronto estuvo entusiasmada con su buena
voluntad para cooperar. Sus frutos no tardarían en llegar. En abril de
2009, Zardari ordenó al ejército ocupar el distrito de Swat en la Provincia
Fronteriza del Noroeste que dos meses antes había sido tomada por el
TTP. Un asalto militar generalizado llevó al TTP de vuelta a las colinas y
a 2 millones de refugiados a abandonar sus casas. Envalentonado por este
éxito humanitario, Obama presionó en octubre a Zardari para que mandara
el ejército a las mismas ATAF, para hacer salir a los combatientes talibanes
–sin que importara ya si eran afganos o pakistaníes– de Waziristán
del Sur y Bajaur. Cientos de miles de personas de las tribus de la
región se vieron desplazadas, con los bombarderos estadounidenses tronando
sobre sus cabezas mientras se dispersaban a los cuatro vientos17.
En noviembre, el ejército pakistaní anunció que la «ofensiva había acabado
». La guerrilla había desaparecido.
Hasta dónde puede llegar una limpieza étnica de esta clase y qué clase
de resultados pueda arrojar, es algo que todavía está por ver. Lo que está
claro es que, forzando al ejército pakistaní a dirigir sus cañones hacia sus
propias tribus, con las que mantenía buenas relaciones, Obama está desestabilizando
ahora otra sociedad en interés del Imperio americano. Las
bombas suicidas están explotando semanalmente en las grandes ciudades
de Pakistán, en vanos actos de venganza por la represión en la frontera.
El Tribunal Supremo ha revocado la inmunidad por los cargos de
corrupción que les concedió Musharraf, dejando a Zardari y a su séquito
tambaleantes. Incluso existe la posibilidad de que el podrido Partido
Popular Pakistaní (PPP) –una maldición para el país desde el segundo
mandato de Benazir Bhutto– se pueda romper y desaparecer tras él18.
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17 Para el número calculado de refugiados de Swat y de las ATAF, véase Mark Schneider,
«FATA 101: When the Shooting Stops», Foreign Policy, 4 de noviembre de 2009. Schneider es
vicepresidente del intachable Establishment International Crisis Group.
18 El acuerdo patrocinado por Estados Unidos que permitió a Zardari y a su última mujer regresar
al país durante el periodo de Musharraf, fue aprobado gracias a la apresurada improvisación
de una «Ordenanza de Reconciliación Nacional» que concedía el perdón a políticos acusados de
diversos delitos. El pasado noviembre, la Asamblea Nacional de Pakistán se negó a votar a favor
de renovar la ordenanza. El reinstalado Tribunal Supremo hizo el resto. El 16 de diciembre
de 2009, una tarde fría y despejada en Islamabad, el Tribunal Supremo de Pakistán al completo,
dieciséis jueces y el presidente del mismo, declararon la ordenanza nula y sin efecto. Pocos
dudan de que el interregno de Zardai no esté prácticamente acabado. Este drone especial de
Estados Unidos puede devolverse con toda seguridad a alguna base en Dubai o Manhattan.
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Washington se mostrará reacio a dejar irse a un títere tan servicial, pero
sin duda puede apoyarse en los mandamases del ejército para encontrar
un sustituto adecuado, como siempre ha hecho en el pasado. El ejército
pakistaní nunca ha producido oficiales jóvenes patrióticos capaces de
eliminar al alto mando, expulsar a las agencias extranjeras y promover
reformas, esto es, la clase de oficiales que América Latina o el mundo
árabe han visto en algunas ocasiones. Su sumisión a Estados Unidos es
estructural, sin que nunca haya llegado a ser total. Dependiente de las
masivas transferencias de dinero y equipos estadounidenses, no puede
afrontar el oponerse abiertamente a Washington, aun cuando se le obligue
a actuar en contra de sus propios intereses; de manera encubierta,
siempre busca mantener un cierto margen de autonomía mientras persista
el conflicto con India. Acosará a sus propios ciudadanos a instancias
de Estados Unidos, pero no hasta el punto de incendiar irremediablemente
las áreas tribales o de ayudar a extirpar por completo la resistencia
a través de la frontera.
¿Replicando Saigón?
Con esta expansión, ¿cuáles son las perspectivas de la «guerra justa» de
Obama? Comparando la ocupación estadounidense de Afganistán con la
ocupación soviética, se encuentran dos grandes diferencias. El régimen
creado por Estados Unidos es mucho más débil que el que protegía la
URSS. Este último tenía una base auténticamente local por mucho que
abusara de ella; siempre fue algo más que un injerto extranjero, y el PDPA
generó un ejército y una administración capaz de sobrevivir a la partida
de las tropas soviéticas. El gobierno de Najibullah fue finalmente derribado
solamente gracias a una masiva ayuda exterior de Estados Unidos, Arabia
Saudí y Pakistán. Pero en esa ayuda se encuentra la segunda gran diferencia.
Al contrario de los combatientes que entraron en Kabul en 1992,
financiados y armados hasta los dientes por potencias extranjeras, la actual
resistencia afgana no está completamente aislada: por mucho que le
desagrade no sólo a Washington sino también a Moscú, Pekín, Dushanbe,
Tashkent y Teherán, sigue siendo capaz de contar con una tolerancia
esporádica, furtiva, de Islamabad.
Por esto, las comparaciones con Vietnam, aunque contundentes en muchos
otros aspectos, morales, políticos e ideológicos, en términos militares
no lo son tanto. Por una parte, la arrogante escalada de Obama en la
guerra de Afganistán podría decirse que combina el orgullo de Kennedy
en 1961 con el de Johnson en 1965, e incluso con el de Nixon en 1972,
cuyos bombardeos de Camboya presentan más de una semejanza con las
actuales operaciones en Pakistán. Pero no hay ningún reclutamiento forzoso
que haga perder el apoyo de la juventud; no hay ayuda soviética o
china para sostener a la guerrilla; no hay ninguna solidaridad antiimperialista
que debilite al sistema en sus tierras natales. Por el contrario, como
le gusta explicar a Obama, no menos de 42 países están echando una
mano para que esta lamentable marioneta de Kabul pueda ofrecer un
buen baile19. Ningún espectáculo mundial sería mejor recibido que el del
procónsul estadounidense huyendo de nuevo en helicóptero desde el tejado
de la embajada y las variopintas fuerzas expedicionarias y su surtido
de lacayos civiles expulsados sin ceremonias del país con él. Pero un segundo
Saigón no está en perspectiva. Las monótonas conversaciones sobre
el fin de la hegemonía estadounidense, el cliché universal del periodo,
son principalmente una manera de evitar una oposición seria a ella.
Si se necesitara un ejemplo de manual para un libro de texto sobre la continuidad
de la política exterior estadounidense en las sucesivas administraciones
y sobre la futilidad de tantos ridículos intentos de considerar los
años de Bush y Cheney como excepcionales en vez de esencialmente
convencionales, la conducta de Obama lo ha proporcionado. Desde un
extremo al otro de Oriente Próximo, el único cambio material significativo
es una nueva escalada de la «Guerra contra el Terror» –o contra el «Mal»,
como prefiere llamarla–, ahora con Yemen como el nuevo objetivo20. Por
encima de todo, la historia sigue siendo la misma. Los secuestros extrajudiciales
y la tortura por delegación se establecen como norma, mientras
sus autores pasan a relajarse en Florida o en cualquier otro lugar ignorando,
bajo la protección de Obama, las peticiones de extradición. Las escuchas
telefónicas internas continúan. Un golpe en América Central está garantizado.
En Colombia se establecen nuevas bases militares.
Emulando a Wilson
Sin embargo, sería un error pensar que nada ha cambiado. Ninguna administración
es exactamente igual a las demás y cada presidente deja su
sello propio. En esencia, el cambio en el dominio imperial estadounidense
con Obama equivale a cero21. Pero desde el punto de vista de la pro-
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19 En Oslo, Obama pudo debidamente felicitar al comité del premio Nobel por el contingente
noruego en Afganistán; junto a los de Albania, Alemania, Armenia, Australia, Austria,
Azerbaiyán, Bélgica, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria, Canadá, Croacia, Dinamarca, Emiratos
Árabes Unidos, Eslovaquia, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Georgia, Gran
Bretaña, Grecia, Holanda, Hungría, Irlanda, Islandia, Italia, Jordania, Letonia, Lituania, Luxemburgo,
Macedonia, Nueva Zelanda, Polonia, Portugal, República Checa, Rumanía, Singapur,
Suecia, Turquía y Ucrania.
20 El 27 de diciembre de 2009 Obama anunció la multiplicación por dos del gasto militar estadounidense
en Yemen. The Economist señaló que «durante la guardia de Obama, los drones
y las fuerzas especiales estadounidenses habían estado más atareados que nunca, no
sólo en Afganistán y Pakistán, sino que también había testimonios de su actividad en Somalia
y Yemen». The Economist, 30 de diciembre de 2009.
21 De aquí viene en parte el desencanto de muchos de los antiguos partidarios de Obama,
que ha surgido con llamativa rapidez comparado con el relativamente largo enamoramiento
liberal con Bill Clinton. A pesar de todo, sus explicaciones tienden a echar la culpa a las
limitaciones estructurales más que al propio titular: Garry Wills ve al bienintencionado presidente
atrapado en los engranajes del aparato estatal del Imperio estadounidense. («The Entangled
Giant», The New York Review of Books 56, 15 [2009]), mientras que Frank Rich ha ata-
paganda ha habido una mejora significativa. No es un accidente el que
un destacado columnista –y uno de los más inteligentes– pudiera, con
una ironía a medias, señalar los cinco acontecimientos más importantes
de 2009 como otros tantos discursos de Obama22. En El Cairo, West Point
y Oslo, el mundo ha sido convidado a una reconfortante homilía tras otra,
cada una de ellas salpicada con los mayúsculos eufemismos que los redactores
de la Casa Blanca pueden reunir para describir la encomiosa misión
de Estados Unidos en el mundo y la modesta confesión de respeto
y sentido de la responsabilidad para llevarla adelante.
«Debemos decirnos abiertamente las cosas que tenemos en nuestros corazones.
» Éste es su tono característico. «Nuestro país ha soportado una
carga especial en los asuntos mundiales. Hemos derramado la sangre estadounidense
en múltiples continentes. Hemos gastado nuestros ingresos
en ayudar a que otros reconstruyan desde los escombros y desarrollen sus
propias economías. Nos hemos unido a otros para desarrollar una arquitectura
de instituciones, desde Naciones Unidas y la OTAN hasta el Banco
Mundial, que proporcionan la seguridad común y la prosperidad de
los seres humanos.» «La lucha contra la violencia extremista no acabará rápidamente,
y se extiende mucho mas allá de Afganistán y Pakistán […]
Nuestro esfuerzo supondrá desórdenes regionales, Estados fallidos, enemigos
difusos.» «Nuestra causa es justa, nuestra determinación inquebrantable.
Seguiremos adelante con la confianza de que es el derecho el que
otorga la fuerza.» En Oriente Próximo hay «tensiones» (el término en su
respuesta a la camarilla de Mubarak en al-Azhar) y en Gaza, una «crisis
humanitaria». Pero «los palestinos deben renunciar a la violencia» y el
«pueblo iraquí está finalmente mucho mejor» gracias a las acciones de Estados
Unidos. En Oslo: «No nos equivoquemos: el mal sí existe en el
mundo». «Decir que la fuerza puede ser algunas veces necesaria, no es
un llamamiento al cinismo, es un reconocimiento de la historia; un reconocimiento
de las imperfecciones del hombre y de los límites de la razón.
» En El Cairo: «La resistencia mediante la violencia y el asesinato es
una equivocación». En resumen: si Estados Unidos o Israel declaran la
guerra, se trata de un ineludible deber moral. Si los palestinos, iraquíes o
afganos ofrecen resistencia, es un punto muerto inmoral. Como le gusta
decir, «todos somos hijos de Dios» y «ésta es la visión de Dios»23.
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cado furiosamente a los grupos de presión por socavar «la promesa de Obama de hacer que
los estadounidenses vuelvan a confiar en el gobierno» («The Rabbit Ragu Democrats», The
New York Times, 3 de octubre de 2009). Para Tom Hayden, la «expeditiva» decisión de aumentar
las fuerzas en Afganistán es «la última de una cadena de decepciones», al margen del
hecho de que Obama hubiera prometido hacerlo durante su campaña; pero aunque Hayden
está quitando la pegatina de su coche, seguirá «apoyando a Obama en el futuro». («Obama’s
Afghanistan Escalation», The Nation, 1 de diciembre de 2009).
22 Gideon Rachman, «The Grim Theme Linking the Year’s Main Events», Financial Times, 23
de diciembre de 2009.
23 «Observaciones del Presidente sobre un Nuevo Comienzo», El Cairo, 4 de junio de 2009;
«Observaciones del Presidente a la nación sobre el camino a seguir en Afganistán y Pakistán
», West Point, 1 de diciembre de 2009; discurso de aceptación del premio Nobel, Oslo,
Si la banalidad grandilocuente y la hipocresía blindada son el distintivo
de este estilo presidencial, eso no lo hace menos funcional para la tarea
de servir y reparar las instituciones imperiales sobre las que presiden
Obama y Clinton. Nada crispaba más a la opinión internacional que la falta
de la requerida unción con la cual Bush y Cheney demasiado a menudo
se ocupaban de los asuntos, exponiendo a aliados y audiencias, por
ora parte bien dispuestas hacia el liderazgo estadounidense, a verdades
inconvenientes que hubieran preferido no oír. Históricamente, el modelo
de la actual variante de presidencia imperial ha sido Woodrow Wilson, un
cristiano no menos pío, cuya segunda palabra siempre era paz, democracia
o autodeterminación, mientras sus ejércitos invadían México, ocupaban
Haití y atacaban Rusia, y sus tratados entregaban una colonia tras otra
a sus socios de guerra. Obama es una versión de segunda mano de lo
mismo, incluso sin Catorce Puntos que traicionar. Pero puede recorrer un
largo camino para satisfacer a aquellos que lo añoran, como ha demostrado
gráficamente la concesión a Obama de lo que García Márquez una
vez llamó el Premio Nobel de la Guerra. Después de mentir lo suficiente
a los votantes, Wilson fue reelegido para un segundo mandato, aunque
no acabó bien para él. En épocas más combativas, Johnson fue obligado
a retirarse en la ignominia por su belicismo, sin ser capaz de embaucar
de nuevo a los electores. Doce años más tarde, una debacle en Irán ayudó
a hundir a Carter. Si los recientes reveses de los demócratas en Virginia
Occidental y Nueva Jersey, donde los votantes demócratas se quedaron
en casa, se convierten en el modelo, Obama podría ser el tercer
presidente con un solo mandato, abandonado por sus seguidores y ridiculizado
por aquellos a los que tanto intenta conciliar.
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11 de diciembre de 2009; «Observaciones del Presidente al Parlamento de Ghana», Accra, 11
de junio de 2009. Los tropos del «hombre imperfecto» y de la «razón limitada» están tomados
de los efluvios de Reinhold Niebuhr, pastor de conciencias en la Guerra Fría, respecto a los
cuales véase, en este número, Gopal Balakrishnan, «Sermones sobre la época presente». Niebuhr,
sin embargo, podía ser en ocasiones menos farsante que su pupilo. En vez de la piadosa
tontería sobre «dos pueblos que sufren», tenía la honestidad de llamar pica a la pica
sionista: en 1942, mientras señalaba que la «hegemonía anglosajona que se producirá en el
caso de una derrota del Eje estará en posición de ocuparse de que Palestina quede para los
judíos», sostenía que «los dirigentes sionistas son poco realistas al insistir en que sus exigencias
no suponen una “injusticia” para la población árabe». Estos últimos tendrían que ser
«compensados de otra manera». «Jews after the War – II», The Nation, 28 de febrero de 1942.