24 abr 2010

Enfrentar la restauración conservadora es la política Por Carlos Girotti

El correo electrónico es escueto: el abogado David Iud, uno de los tres integrantes de la delegación de Carta Abierta a la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, ha sido elegido por unanimidad copresidente del grupo de trabajo sobre el Protocolo de Kyoto. Nada más, pero nada menos. La conferencia, convocada por el presidente Evo Morales tras el fracaso de la reunión de Copenhague, comenzó a funcionar en Cochabamba con la acreditación de más de 18.000 delegados provenientes de 129 países. ¿Morirá el capitalismo o será la Madre Tierra quien deba morir?
La pregunta, en verdad, es parte de la sentencia pronunciada por el presidente boliviano, quien prefiguró esa disyuntiva de hierro ante la irracionalidad e insensibilidad manifiesta de las grandes potencias mundiales que no quieren ni saben desandar el fracasado camino de la cumbre de jefes de Estado realizada en diciembre de 2009 en Dinamarca.

Por ello es que la convocatoria a Cochabamba se asienta, fundamentalmente, en las representaciones designadas por las organizaciones populares. No faltarán los enviados gubernamentales –y hasta habrá algunos presidentes sudamericanos–, pero esta conferencia de Cochabamba tiene su eje dinámico en la conciencia y el protagonismo crecientes de centenares de organizaciones de base, centrales sindicales, de pueblos indígenas, agrupaciones ambientalistas y un extendido abanico de fuerzas populares que, no sin dudas ni contradicciones, procuran avanzar hacia un estatuto de defensa del planeta que el capitalismo les niega una y otra vez.

En Cochabamba, a diferencia de las sucesivas experiencias del Foro Social Mundial en Porto Alegre, lo que ha venido a tensarse es, precisamente, ese antagonismo, antes diluido o eclipsado por la búsqueda y afirmación de una autonomía de los movimientos sociales frente a los Estados y gobiernos cuando, en Sudamérica, ya muchos de éstos se encaminaban hacia el horizonte posneoliberal. Así y todo, hay que decir que la tensión actual no es un demérito para el Foro Social Mundial puesto que su sola realización en el Brasil de Lula ya estaba hablando de una particularidad de la región, independientemente de cómo fuera percibida por los movimientos sociales.

Pero entonces aquí es preciso enfatizar una cuestión central: tanto la Conferencia de Cochabamba, en la Bolivia de Evo, como en 2005 la Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata, en la Argentina de Kirchner, son pasos decisivos contra el sistema imperial de dominación que no podían haberse realizado en ninguna otra parte del mundo. Aquí, en esta región del planeta, la anomalía que representa la confluencia de iniciativas de pueblos y gobiernos antineoliberales, surgidas sin excepción de la multifacética resistencia ocurrida durante los ’80 y ’90, viene a establecer un piso de coincidencias que, por lejos, habrá de ser un invalorable aporte para avanzar en el futuro inmediato. En simultaneidad, la celebración del bicentenario en Venezuela ratifica esa tendencia.

Vale decir, si las diversas iniciativas gubernamentales, tanto en el plano de la cooperación como en el de la integración regional, así como la pronta y activa confluencia de los más variados movimientos y organizaciones sociales del continente ante la decisiva convocatoria de Evo Morales, subrayan un momento particular y muy rico para Sudamérica y el Caribe, así también es preciso poner de manifiesto que no todas las fuerzas populares entienden con claridad qué está ocurriendo.

Parece mentira que teniendo la rara oportunidad de ver crecer, en semejante terreno fertilizado por el antineoliberalismo de las respectivas resistencias nacionales, a un sinnúmero de experiencias organizativas novedosas, a nuevas propuestas de integración orgánica de los diversos movimientos y, sobre todo, a gobiernos que con sus más y con sus menos configuran una institucionalidad regional claramente posneoliberal, haya izquierdas que se postulen como alternativa a todo ello porque lo suponen un ardid del sistema, esto es, “más de lo mismo”.

Prácticamente, ello ocurre en casi todos los países y la Argentina no es la excepción. Aquí pareciera afirmarse esa construcción política y discursiva que, como en un tobogán, se precipita a toda velocidad a constituirse en el ala izquierda de las derechas de todo tipo. ¿Qué esperan los referentes de Proyecto Sur, Libres del Sur y sus aliados de las izquierdas sin representación parlamentaria para cruzarlo públicamente a Eduardo Buzzi que propicia la devaluación del peso, el achatamiento salarial en las paritarias y la expansión de la frontera sojera?

¿Desde cuándo este paladín del ajuste a los de abajo merece el silencio o justifica la distracción de quienes jamás dudan en asestarle un golpe crítico al Gobierno nacional cuando pretenden que se lo ha ganado por acción u omisión? ¿Por qué tanta celeridad en un caso y tanta parsimonia en el otro? ¿Qué suponen, que el Gobierno nacional es peor que Buzzi, Rattazzi, Duhalde, Morales, Macri, Cobos y tantos más? ¿Estos personeros de todas las derechas existentes mencionarían acaso el concepto de “segunda independencia”; asistirían a Cochabamba o a Caracas; acusarían al Reino Unido de colonialista; cambiarían el papel del Banco Central?

A ver, si alguna chance existe –tanto en el continente como en la Argentina– de afianzar una línea de ruptura con el neoliberalismo y, a partir de allí, de pensar en la posibilidad histórica de construir una base de sustentación poscapitalista, esa chance está dada, únicamente, por la consolidación y profundización de las nuevas experiencias gubernamentales emergentes. En su conjunto, todas ellas remiten al posneoliberalismo porque, más allá del grado de radicalidad de cada una y del soporte de masas que exhiban, por algo las derechas locales las enfrentan y les disputan el consenso social y la legitimidad política. Ahí, en esa cuestión, no debería haber discusión entre quienes se pretenden de izquierda, nacionales, populares y hasta revolucionarios.

Pero la hay porque, a pesar de la incontrastable beligerancia de las derechas, están los que se conciben a sí mismos como la única alternativa válida. Luego, hay discusión en torno de cómo, con qué política y en base a qué estrategia se avanza hacia el horizonte superior del poscapitalismo que, tal como se dijera ya en esta misma columna, debería ser concebido como la nueva independencia y sin que ésta negara otras posteriores.

Por ejemplo, ¿no es llamativo que esa izquierda alternativista nada haya dicho acerca de la decisión de la CGT y la CTA de encolumnarse juntas para defender a los trabajadores despedidos en Rosario por el Grupo Vila-Manzano? ¿No les parece nuevo esto? ¿No se trataría de un hecho que, por sí mismo, ya estaría indicando la necesidad de pensar en una estrategia distinta para potenciar a los organizaciones sindicales en la defensa de lo recuperado y en la lucha por todo lo que falta conquistar? ¿Y las convocatorias por Facebook hechas por los televidentes del programa 6-7-8? ¿Y la portentosa marcha en defensa de la ley de medios? ¿Qué le pasa a la izquierda alternativista que no sabe, no puede o no quiere dimensionar la enorme trascendencia de estos hechos cuando, en la práctica, todos ellos conducen a enfrentar al poder de la restauración conservadora?

Si, como sentenciara Evo, la disyuntiva de hierro es el capitalismo o la Madre Tierra, la alternativa de todo y cualquier proyecto de izquierdas jamás debería pasar por minar las únicas bases para un avance histórico sustentable que, hasta aquí al menos, son las que se configuran con las experiencias populares y gubernamentales del posneoliberalismo. Cualquier otra opción, irremediablemente, desemboca en el estuario de la gran derecha antes que en el poscapitalismo.

(*) Sociólogo, Conicet.
http://www.elargentino.com/nota-87602-Enfrentar-la-restauracion-conservadora-es-la-politica.html