23 abr 2010

El liberal, los periodistas astutos Por Ricardo Forster


Ricardo Foster
La escena era entre ridícula y patética. Dos periodistas avezados, acostumbrados a manejar las entrevistas y a fijar la impronta, el sentido y los tiempos de los entrevistados llevando sin grandes dificultades agua a su molino, no salían de su asombro ante una situación imprevista. Sus rostros, por lo general socarrones e irónicos, de esos que parecen sabérselas todas, no terminaban de encajar lo que estaban escuchando. Sus miradas perplejas parecían preguntarse qué es lo que estaba sucediendo mientras el extravagante invitado se despachaba a gusto contra la complicidad de los grupos mediáticos y su impresentable manera de invisibilizar la política exterior del gobierno argentino. Carlos Escudé, de él se trataba, revisaba con prolijidad exasperante los acontecimientos de la última semana y se preguntaba, no sin picardía, si los grandes medios de comunicación, esos que forman opinión pública y tallan a su imagen y semejanza el sentido común dominante, eran o se hacían. Con la simplicidad de quien enumera lo sucedido en esos días se dedicó, ante las miradas desopilantemente confundidas de Eduardo van der Kooy y de Julio Blanck, a desmontar el fraude informativo, ese mismo que viene desplegando un relato monocorde sobre la realidad alentando, al menos esa es su intención, la caída en abismo del país asociando el día a día del gobierno de Cristina Fernández con la desolación y la catástrofe. Su fe inconmovible no daba pábulo a lo que estaban escuchando de boca de quien esperaban, eso era evidente, que abonara con palabras sabias el terreno de la destitución. No entendían lo que estaba pasando ni cómo el invitado se había salido tan brutalmente del libreto. Algún productor, al finalizar el programa, no dejaría de pagar las consecuencias por haber invitado a un quintacolumnista.

Escudé, hombre de porte decimonónico y formas algo anacrónicas, no proviene precisamente del kirchnerismo ni mucho menos de alguna corriente nacional y popular. Su aspecto de viejo dirigente socialista puede llamar a engaño. Nada lo une, salvo tal vez el espanto, con la denostada y demonizada tradición populista ni con las tradiciones igualitaristas. Su mirada del mundo, como politólogo especialista en relaciones internacionales que es, está desde siempre anclada en un ultraliberalismo pro-estadounidense. Sus fervores siempre encontraron en el imperio del norte su fuente de recreación. Su retórica acompañó activamente durante la década menemista el discurso y la práctica de las relaciones carnales. Ese mismo Escudé, liberal de pura cepa, se dedicó con paciencia y algo de indisimulada satisfacción de niño grande a desmontar la mentira mediática delante de dos de sus espadas más afiladas, de esas que buscan siempre cortar la yugular del enemigo utilizando la ironía, el efecto espectacular, la satirización y, claro, la falsificación de los hechos. Julio Blanck, casi siempre canchero y socarrón, afecto a ironizar sobre las “virtudes progresistas” del kirchnerismo, apenas si atinó, cuando ya el incendio había sucedido, a despedir al desopilante Escudé que no dejó de mostrar, al público de TN, los fraudes informativos de Clarín, de Ámbito Financiero y de La Nación. Eduardo van der Kooy simplemente permaneció mudo y atragantado, tal vez pensando en otro tiempo en el que su colega y él no estaban en la primera fila de la brigada de combate del grupo multimediático y tenían la oportunidad de enlodarse un poco menos en la farsa discursiva que vienen propinando a los televidentes y a los lectores en los últimos años.

Carlos Escudé les dio una lección de política internacional pero, sobre todas las cosas, les enseñó lo que es el montaje de la información y el juego de la mentira asociado con el intento de hacer invisible lo que efectivamente está ocurriendo alrededor nuestro. Y no lo hizo, porque seguramente no le hubieran dado la oportunidad, un “intelectual K” como suelen calificar a quienes no piensan como ellos o que simplemente apoyan las mejores medidas tomadas en los últimos años por el Gobierno (y especialmente la ley de medios audiovisuales perseguida judicialmente por impulso de la corporación que busca impedir que circule libremente la palabra en nuestro país). No, lo hizo alguien insospechado, un liberal convencido que, en sus raptos miméticos con ciertas sensibilidades académicas de raíz bostoniana, puede darse el lujo de decirles a dos “periodistas independientes” que el poder mediático miente y que su relato es insostenible desde todo punto de vista.

Les propinó, a los impávidos conductores, una cátedra de liberalismo bienpensante que no puede aceptar la falsificación flagrante a la que la corporación mediática viene sometiendo a la ciudadanía (no crea, estimado lector, que los liberales no han dejado de dibujar su propio relato escandalosamente sesgado de sus propias felonías a lo largo de la historia, pero, en todo caso, Escudé estaba asumiendo el perfil de un liberal honesto que no puede dejar de mostrar aquello que es del orden de la verdad incontrastable). Les dio una lección de ética periodística y de veracidad informativa mostrándoles de qué manera se ocultaban las noticias y se ninguneaba lo que había acontecido en apenas 24 horas: la entrevista con Barack Obama –esa que negaban hasta el último instante los mismos periodistas que lo entrevistaban y el conjunto de los medios del establishment y que después intentaron minimizar diciendo que había sido apenas un encuentro protocolar que duró un cuarto de hora–, luego el encuentro con el presidente de China y, finalmente, la visita, por primera vez en la historia, de un presidente ruso, Medvedev, a nuestro país. Lo único que les interesaba remarcar con títulos amarillistas era la doble amenaza china y rusa de dejar de comprar aceite de soja y carne, transformando una normal controversia entre países que tienen relaciones comerciales significativas en un relato del fin del mundo. Son como aves de rapiña que cuando huelen cadáveres se abalanzan sobre ellos; y si no hay cadáveres los inventan.

El insospechado y extravagante Carlos Escudé desmontó con facilidad y simpleza, mostrando recortes de diarios, el funcionamiento de la máquina mediática; y lo hizo en las mismas narices de quienes defienden a capa y espada los intereses corporativos convirtiendo su oficio periodístico en una gigantesca y fraudulenta producción de relatos inverosímiles, de esos sobre los que nunca se vuelve y a los que nunca se revisa. Escudé desarmó esa maquinaria sin complicarse la vida al mostrar, desde la perspectiva del sentido común, lo imposible de una construcción de la realidad que intentaba tapar el sol con la mano. Hizo evidente, aunque tal vez no lo pensó así, el uso discrecional de la maquinaria mediática como núcleo de la verdadera oposición, no esa que se muestra como una tienda de los milagros en el Congreso de la Nación, sino esa otra que organiza, de acuerdo a sus intereses económicos y a sus necesidades ideológico-políticas, el relato que más le conviene.

Una oposición que conoce las estrategias de la comunicación y que domina el arte de la producción de información. Que actúa, cuando es necesario, en cadena nacional y de acuerdo a una estrategia compartida como quedó visible el último domingo en el que los dos principales matutinos pusieron como nota destacada de tapa al inefable Julio Cleto Cobos lanzándolo a la palestra del virtuosismo republicano y desfigurando, una vez más, sus enredos sibilinos y tramposos con la Constitución y su propio cargo de vicepresidente opositor. Para el diario de los Mitre y para el de la viuda de Noble sólo existen constitucionalistas que hacen académicas piruetas para justificar su punto de vista. El derecho constitucional es uno y unívoco y toda posición contraria a sus “catedráticos prestigiosos” no merece ni una sola línea ni mucho menos una entrevista para ofrecerle al lector una posición alternativa. A eso lo llaman libertad de prensa y pluralidad de ideas. Contra eso dijo algunas cosas simples y sencillas un liberal convencido como Escudé. Lo que quedó flotando en el estudio fue una atmósfera enrarecida, de esas que ofrecen la clara evidencia de un velo que se cae y que nos ofrece la oportunidad para mirar lo que se ocultaba; como si detrás de un rostro bien maquillado lo que hubiera no fuera otra cosa que aquello que ocultaba el retrato de Dorian Grey: la falsedad, la hipocresía y la impunidad del poderoso.

Apenas una rara perla de la monotonía discursiva e icónica que suele emanar de los medios manejados a discreción por el establishment comunicacional. Un desliz en una estrategia que busca clausurar cualquier muestra de tolerancia hacia un gobierno al que siempre y en todo momento muestran como una peste que asola al país. Un abuso del lenguaje transformado en maquinaria horadadora y destituyente que, de un modo azaroso, se tropezó con alguien de su propio universo ideológico que, sin embargo, no pudo dejar de señalar, con espíritu de encomiable sinceridad, que había algo mórbido, profundamente enfermizo, en el relato mistificador y deformante que emanaba de aquellos mismos que lo habían invitado para conversar amablemente sobre una realidad nacional convertida, gracias a sus floridas enunciaciones, en un remedo del infierno. Escudé no quiso ser parte de ese juego y se dedicó, mientras le dieron tiempo y cámara o hasta que se recuperaron de la sorpresa que los anonadó, a describir aquello que había sucedido en los últimos días destacando lo que cualquier persona honesta no podía dejar de señalar en una semana caracterizada por la hiperactividad internacional de un gobierno que lejos de ofrecer la cara del aislamiento no hace sino dar pasos contundentes hacia una política independiente, sólidamente afincada en un proyecto latinoamericano, y que ha ido desmontando sistemática y elocuentemente las formas vergonzantes que dominaron las relaciones internacionales durante la década del noventa. Apenas eso, no mucho más, es lo que se atrevió a destacar Carlos Escudé. Sospecho que no tendrá el gusto de volver a ser invitado por tan ilustres periodistas. 
http://www.elargentino.com/nota-87665-El-liberal-los-periodistas-astutos.html