28 mar 2010

La cruzada procesista del ex bañero de Lomas Por Ricardo Ragendorfer

Tal vez para evitar los incómodos efectos de una contractura en el cuello de la República, el ex presidente interino Eduardo Duhalde recomienda “no mirar para atrás”. Se refiere, claro, al pasado; a las lecturas colectivas sobre la última dictadura militar y también a su correlato actual: los juicios por delitos de lesa humanidad, a los que pretende poner fin a través de un plebiscito. Ello es sólo una parte de su cruzada por un país que –según sus propios dichos– respete “al que quiere a Videla y al que no lo quiere”.
Lo cierto es que el veterano bañero de Lomas, quien en vísperas al golpe de 1976 fue un ocasional informante del Batallón 601, convirtió esta prédica en el eje de su candidatura a los comicios de 2011, al punto de tener entre sus consejeros a ex represores de fuste, como el coronel Rodolfo Solís y el general Ernesto Bossi. Secundado por semejantes personajes, no dudó en fustigar al gobierno nacional por la orden de detención librada por la Justicia misionera contra el coronel retirado Luis Sarmiento. El hecho de que éste sea el progenitor de la jueza María José Sarmiento –quien saltó a la fama por suspender el decreto para crear el Fondo del Bicentenario–bastó para que el esposo de Chiche pusiera el grito en el cielo. “Es una acción coordinada por el oficialismo para intimidar magistrados”, fueron sus exactas palabras, a pesar de que el anciano militar –conocido entre sus camaradas de armas como El mago de la picana– es en realidad investigado desde enero de de 2008 nada menos que por 43 privaciones ilegítimas de la libertad agravadas por torturas seguidas de muerte, las cuales ocurrieron durante su gestión como ministro de Gobierno de Misiones entre 1976 y 1977. Sin embargo, su tardío vía crucis procesal desató una oleada de indignación republicana que arrastró a personalidades tan notables como Patricia Bulrich, Gerardo Morales y Lilita Carrió. Esta última, por caso, además de atribuir el asunto a una operación de venganza urdida –de acuerdo a sus fuentes– en la Casa Rosada, no se privó de apelar a su fineza humanitaria con las siguientes palabras: “Presionar de este modo a la familia; usar a una persona de 85 años muy enferma, es terrible”. Y lo dijo sin un ápice de duda; como si el advenimiento de la vejez, acompañada por una leve chochera, pudiese atenuar el carácter criminal de una vida. En tal sentido, Duhalde fue aún más lejos, y no escatimó expresiones de elogio hacia “los acuerdos europeos para olvidar el horror de la guerra”. En ese marco –tal como aseguró el 19 de marzo en un diálogo irradiada por la radio FM Metro–,  “se abrazaron los comunistas y los de derecha”. Luego, diría: “En Europa ya no miran el pasado”.
En ese mismo instante, a miles de kilómetros de donde el ex jefe de Estado despachaba sus opiniones, el juez Gerd Nohle, quien preside el único tribunal de la ciudad alemana de Aquisgrán, leía con voz pausada la sentencia por un triple asesinato cometido en Holanda durante la Segunda Guerra Mundial.
A la derecha de la sala, un geronte que permanecía casi tumbado en una silla de ruedas bufaba una y otra vez,  sin ocultar su contrariedad al oír que acababa de ser condenado a prisión perpetua con cumplimiento efectivo. 
Se trataba de un ex oficial de las SS. Su nombre: Henrich Boere. En sus años mozos había encabezado el comando Feldmeijer, un escuadrón de la muerte cuyos blancos preferenciales eran los integrantes de la resistencia holandesa. Y se le atribuyen 54 asesinatos. Aunque en esta ocasión fue juzgado por sólo tres: un comerciante que había refugiado en el sótano de su tienda a una familia judía; un farmacéutico con 12 hijos y un militante antinazi. Dichos episodios sucedieron entre julio y septiembre de 1944 en las localidades de Wassenaar, Breda y Voorschooten, en represalia por un atentado cometido por un grupo de resistentes. “En ningún momento actué con la sensación de que se estaba cometiendo un crimen”, fue la única frase que pronunció el acusado durante el juicio. En la actualidad, Boere –un holandés asimilado a las tropas hitlerianas– tiene 88 años. Y, al igual que sus pares argentinos, llegó a gozar por décadas del beneficio de la impunidad.
En 1947, tras ser capturado por los aliados al concluir la guerra, logró huir del campo de prisioneros. En 1949, un tribunal de Amstardam  lo condenó a muerte en ausencia, pena que luego sería conmutada por una cadena perpetua. 
Por siete años estuvo oculto en Holanda, después se traslado a Alemania, y en 1957 se estableció en las afueras de Eschweiler. Nunca ocultó su identidad. Y hasta solía ufanarse en público haber integrado las filas de la SS. Recién en 2000, el fiscal Ulrich Mass, quien estaba al frente de la Oficina Central sobre los Crímenes del Nazismo, abrió una investigación sobre su caso. En el listado de criminales de guerra del Centro Simón Wiesenthal, Boere había escalado al sexto lugar.
Desde su silla de ruedas, el viejo genocida escuchó el veredicto sin dejar de refunfuñar. Su defensa había solicitado la absolución en virtud a su edad. Tal pedido –ya se sabe– sería denegado.
Boere –en una entrevista publicada el año pasado por el diario alemán Der Spiegel– declaró que no quería saber nada de lo que ocurrió durante la guerra. Y lo hizo con las siguientes palabras.
–No me interesa mirar el pasado. 
Duhalde, en cierto modo, tenía razón.
http://www.elargentino.com/nota-83791-La-cruzada-procesista--del-ex-banero-de-Lomas.html