25 feb 2010

Organizaciones Internacionales Por Jorge Gómez Barata

1.- LOS COMIENZOS
La idea de crear una organización que agrupe a los gobiernos de los países de América Latina y el Caribe, recientemente aprobada en la Cumbre de la Unidad Latinoamericana efectuada en la Riviera Maya, tiene antecedentes que se remontan a los inicios de la lucha por la independencia de Sudamérica y se suma a una tendencia que ha prosperado en los últimos cien años.

Aunque las concertaciones de alcoba, matrimonios de conveniencia entre las familias reales y entendimientos de diferente naturaleza y alcance son conocidas desde la antigüedad y existen evidencias de pactos y alianzas políticas, militares y comerciales, la formación de grandes organizaciones internacionales de diferentes perfiles es un fenómeno reciente.

Si bien originalmente se trató de entidades exclusivamente estatales destinadas a evitar la guerra y preservar la paz, facilitar el comercio y concertar políticas, en el último medio siglo han surgido decenas de entidades privadas de carácter internacional, unas derivadas de necesidades reales de una sociedad civil mundial que madura pareja a los procesos de globalización y otras por intereses de determinados países o grupos de ellos.

Del mismo modo, con perfiles mejor definidos, en la posguerra se formaron grandes bloques militares, que como la OTAN actualmente y en su tiempo el Tratado de Varsovia, han tenido una enorme relevancia internacional; lo mismo ha ocurrido con entidades enfocadas en la lucha contra el colonialismo y el imperialismo, entre las cuales tiene especial repercusión el Movimiento de Países No Alineados.

En todos esos procesos hubo concertaciones que como el eje Berlín- Roma-Tokio, basados en aberrantes filosofías racistas y militaristas se crearon para la promoción de la guerra, la violencia y la agresión.

Independientemente de que en todos esos procesos han intervenido de manera relevante los liderazgos y las hegemonías, al responder a necesidades objetivas de la sociedad, el surgimiento de grandes organizaciones internacionales no han sido cometidos excepcionalmente difíciles.

En medio de las complejas circunstancias geopolíticas que motivaron y acompañaron a la Primera Guerra Mundial, el presidente norteamericano Woodrow Wilson, utilizando la enorme influencia internacional alcanzada por los Estados Unidos concibió e impulsó la creación de la Sociedad de Naciones, primer esfuerzo por dotar a la sociedad internacional de entonces de un sistema de seguridad colectiva, que fuera capaz de evitar la guerra entre las grandes potencias.

Para alcanzar sus propósitos, en 1917, en medio de la primera Guerra Mundial, Wilson puso en circulación la idea de abrir negociaciones para alcanzar una “Paz sin victorias”, cosa que no funcionó. Quizás Alemania hizo una lectura errónea de posición norteamericana de no intervenir en el conflicto e incrementó los ataques submarinos a los buques estadounidenses en el Atlántico. El 2 de abril aquel año, el Congreso le declaró la guerra.

De modo simultáneo Estados Unidos puso en marcha una intervención militar abrumadora que involucró a más de cuatro millones de efectivos, dos de ellos combatientes, puso su gigantesca economía en estado de guerra y expuso un programa de paz basado en los famosos 14 puntos del presidente Wilson, que fueron a la vez la base del Tratado de Versalles y de los estatutos de la Sociedad de Naciones; a tenor con ellos en noviembre de 1918 Alemania levantó bandera blanca y se puso fin a la Primera Guerra Mundial.

Con su actuación, Wilson sacó a los Estados Unidos del cómodo aislamiento que disfrutaba detrás de la barrera atlántica, los mezcló en un sangriento conflicto de naturaleza mezquinamente imperial y que costó la vida a casi 130 mil de sus jóvenes. De ese modo la potencia emergente abandonó el perfil de una democracia que había fascinado al mundo para convertirse en un imperio de nuevo tipo.

En aquellas complejas y contradictorias circunstancias, cuando se hundieron los imperios austro-húngaro, otomano y ruso y debutó el estadounidense, el Senado americano dio la espalda a la idea de una organización mundial. Paradójicamente, Estados Unidos que inventó la Sociedad de Naciones, nunca perteneció a ella.

No obstante, el poder presidencial norteamericano era tan grande que la organización sobrevivió al veto del Congreso y siguió adelante. Su fracaso no se debió a un asunto de procedimiento sino a su incapacidad para impedir la II Guerra Mundial.

El fracaso de la Sociedad de Naciones se debió a que no se dotó de una adecuada base jurídica y no logró crear instrumentos que le permitieran adoptar decisiones vinculantes y estar en capacidad de hacerlas cumplir. Tal vez el mundo estaba ya maduro para asimilar una entidad supranacional pero faltó el talento que aportó Franklin D. Roosevelt, creador de la ONU. Mañana les cuento otro capítulo.
http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=3825429997506975941

2.-El difícil camino a la unidad

Descontando las Capitulaciones de Santa Fe (1492), las Bulas Alejandrinas (1493) y el Tratado de Tordesillas (1494), transacciones que involucraron a los territorios iberoamericanos como botín, no fue hasta 332 años después, cuando varias repúblicas convocadas por Bolívar, en el Congreso de Panamá (1826) dieran discretos pasos para materializar la idea de crear una confederación americana. Se necesitaron otros 184 años para que en México, como acaba de ocurrir, se abriera un nuevo capítulo que, dicho sea de paso, no tiene hoy mejores posibilidades de las que tenía entonces.

El empeño de Bolívar no prosperó porque en 1826, con la independencia inmadura (todavía lo está) era demasiado temprano para crear una organización internacional de estados que fuera viable y eficaz y demasiado tarde para hacer lo que hicieron las Trece Colonias de Norteamérica, que fue formar una república y no más de treinta como ocurrió en América Latina y el Caribe.

Todavía es un enigma el origen de la madurez que explica no sólo el hecho de que los ciudadanos británicos que fundaron las colonias norteamericanas acordaran no sólo aliarse militarmente para enfrentarse las apetencias colonialistas de la Corona, sino unirse para constituirse en Estado y luego en Nación.

El origen de la diferencia de opciones que ha determinado el destino de una y otra región hay que buscarla en la naturaleza de las empresas colonizadoras de España y Portugal que fueron proyectos asumidos, financiados y realizados por los respectivos estados y la protagonizada por colonos ingleses, que a pesar de ser súbditos del rey, no eran empleados de la Corona Británica.

El hecho de que en sus colonias España y Portugal instalaran grandes ejércitos de ocupación y burocracias dependientes de las metrópolis que rigieran el comercio y lo decidieran todo, anulando la iniciativa de los europeos que venían a América a hacer fortuna y de sus propios funcionarios, creó contradicciones insalvables que fueron dilucidadas en cruentas y prolongadas guerras, en las cuales nació no sólo el odio al ocupante, sino también una especie de nacionalismo que dio lugar a liderazgos oligárquicos que han dificultado los empeños unitarios bolivarianos.

A todo ello se añade que, a diferencia de lo ocurrido a finales del siglo XVIII cuando los colonos norteamericanos, actuando con independencia y sin injerencia foránea, forjaron la unidad que los llevó a constituir un poderoso Estado, a mediados del siglo XIX, los patriotas latinoamericanos estuvieron sometidos a intensas influencias externas, no sólo políticas sino sobre todo económicas e incluso religiosas, en particular las de los propios Estados Unidos que no apoyaron los trabajos del Congreso de Panamá.

Aquellos procesos en los cuales se gestaron poderosos intereses y que dieron lugar al encumbramiento de las oligarquías nativas dependientes del capital extranjero, así como colosales deformaciones estructurales que dañaron al sistema político, indujeron al caudillismo, dieron lugar a que se exagerara el papel de los ejércitos y han dificultado el desarrollo las instituciones civiles por las cuales transita la democracia, explica lo difícil que para nuestros pueblos resulta alcanzar la unidad y la capacidad para concertar políticas.

La dificultad para crear un vínculo orgánico eficaz que una a los gobiernos latinoamericanos emana de la vigencia de los factores que desunen a las elites gobernantes de nuestros países que, más allá de identidades entre algunos estados, están profundamente desunidas. La unidad política necesita de la cohesión ideológica y de la existencia de metas compartidas. Los adversarios no se unen hasta que dejan de serlo.

Naturalmente que los esfuerzos valen la pena y cada palabra y cada compromiso es importante y significan avances. En cualquier caso nunca antes hubo un ambiente tan propicio ni fueron mejores las posibilidades para dar pasos decisivos. El acuerdo adoptado en la Riviera Maya no es un comienzo sino otro paso adelante.

http://www.argenpress.info/search/label/Jorge%20G%C3%B3mez%20Barata

3.- LA ONU

A pesar del triunfalismo de algunos analistas que parecen convencidos de que: “Al fin se ha realizado el sueño de Bolívar”, la decisión recientemente adoptada por los jefes de Estado de la región de crear una organización política de países latinoamericanos y caribeños ha sido resultado de un consenso difícil y precario, alcanzado en medio de una intensa polémica. De hecho el primer acuerdo fue diferirlo todo para dentro de un año. Nunca antes había ocurrido así.

La ONU, como tampoco la OEA, más tarde la OUA y la UE, nacieron sin adversarios. Tal vez se trata de que la unidad orgánica, allí donde se le necesita, aparece como un resultado de circunstancias objetivas que dan lugar a compromisos cuya entidad rebasa los límites de postulados y declaraciones políticas.

Aprovechando la capacidad de convocatoria del discurso antifascista y el liderazgo que le otorgó el encabezar la coalición aliada, sin mayores dificultades, Franklin D. Roosevelt condujo los trabajos fundacionales de la Organización de Naciones Unidas, esfuerzo respaldado por Winston Churchill y Iósif Stalin, principales líderes mundiales de entonces, cuyas decisiones fueron endosadas por los 50 estados independientes que existían entonces.

Además del legado de los 14 Puntos del presidente Woodrow Wilson y de los esclarecimientos alcanzados durante los debates políticos en torno a la constitución de la Sociedad de Naciones en los años veinte, la imagen de Roosevelt, que asumió la presidencia en 1933, el mismo año en que Hitler fue nombrado canciller de Alemania, fue favorecida, por administrar eficazmente la crisis de los años treinta y por conjurar a la Gran Depresión.

Aunque contenido por las leyes de neutralidad con que, después de la experiencia en la Primera Guerra Mundial, el Congreso norteamericano trató de impedir que Estados Unidos se involucrara en guerras que no le concernían, Roosevelt alcanzó un gran relieve internacional por su intenso discurso en defensa de la democracia, frente a la embestida nazi que después de doblegar a Polonia ocupó toda Europa Occidental, excepto Inglaterra.

Con aquel capital político, a pesar de que en el interior de Estados Unidos existían poderosas fuerzas contrarias a que el país se mezclara en la guerra, no sólo por razones de seguridad y apego al pacifismo, sino porque el rearme alemán y la guerra representaba buenos negocios, en agosto de 1941 a bordo del acorazado británico “Príncipe de Gales”, frente a las costas de Terranova, Roosevelt y Churchill suscribieron la Carta del Atlántico, a la cual poco después se sumó Stalin.

La Carta del Atlántico, documento sin precedentes mediante el cual tres grandes potencias se comprometían a no buscar conquistas territoriales, no repartirse a los países vencidos como un botín y favorecer el restablecimiento de la democracia en los territorios ocupados, fue el eje del consenso para forjar la coalición aliada y el fundamento para la creación de un sistema de seguridad colectiva y el borrador de la Carta de la ONU, hasta hoy el más importante documento de derecho internacional que haya existido.

Con aquella premisa, las bases del contenido y estructura de la ONU y sus aspectos técnicos y políticos fue negociada por los líderes mundiales en las conferencias de Teherán, Yalta, Potsdam y San Francisco en un ambiente de avenencia que nunca más se ha alcanzado.

El resto de los asuntos fue la obra de orfebrería de expertos que en representación de 50 países en Moscú, Dumbarton Oaks y San Francisco, trabajaron durante meses para el 25 de junio de 1945 redactar y adoptar por unanimidad la Carta de la ONU que al día siguiente fue firmada por todos los países independientes de entonces.

Los dos asuntos que provocaron los mayores debates y no pudieron ser resuelto por los expertos sino por los jefes de Estado en Yalta fueron los relativos a si debía considerarse el uso de la fuerza para aplicar las resoluciones vinculantes de la organización, a quien correspondía tomar tales decisiones y con qué fuerzas se contaría para ello.

Finalmente se adoptó el Capítulo VII de la Carta que prevé el uso de la fuerza en situaciones que en las que peligra la paz, se facultó al Consejo de Seguridad para adoptar tales decisiones y se ideó la clausula de “unanimidad” según la cual semejante decisión sólo podía ser tomada con el voto positivo de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Así nació el veto.

La fundación de la ONU, fue resultado de una coyuntura especial y de circunstancias históricas irrepetibles en medio de las cuales prevaleció la idea de que era preciso evitar a toda costa que experiencias como las guerras mundiales se repitieran y si bien se consagró el predomino de las grandes potencias en la política mundial, no resultó un esfuerzo fallido.

Lo que no parece tener lógica es que, sesenta años después, no exista una mentalidad y una determinación como la de entonces para actualizar la organización y hacerla contemporánea con los tiempos que corren.

http://www.argenpress.info/search/label/Jorge%20G%C3%B3mez%20Barata