28 feb 2010

El voto de oro y la siesta inteligente Por Orlando Barone

Estos últimos días dormí siesta. Según un estudio de la Universidad de Berkeley es un hábito que produce más inteligencia.
Lo afirma el científico Matthew Walter lo más despabilado y despierto. En mi modesto caso no sé si va a notarse en esta crónica. Solamente con una hora no creo se pueda subsanar lo perdido. Escribo el día en que un senador casi fantasma y además ausente se convirtió en protagonista del Senado. Ahora tiene en su poder el voto de oro. ¿Por qué no estuvo y se quedó en La Rioja? No me hagan interpretar ni hacer especulaciones vanas. Acaso le falló el cohete que lo puede llevar por la estratosfera.
O justo estaba en el momento de acertar su mejor hoyo. Al principio estaba por venir; después, tardaba; más tarde, ya era tarde y no vino. Carlos Menem usó algunos restos de su tamaño -no estándar políticamente hablando- para enanizar a quienes lo necesitaban como aliado. El conglomerado discorde unido con pegamento falso se anima a presumir como si fuera un compacto perdurable. Pero no pudo ganar un partido que hasta el último minuto creía ya tener en el buche. Menem debió estar pensando: el que quiere mi voto que lo espere sentado. El gesto de Julio Cobos en la escena final, en el estrado -y que no es difundido como aquel del voto del campo- fue de contenida sorpresa. Y de frustración indigerible. En tanto, a Miguel Ángel Pichetto, el jefe de la bancada oficialista, cuando instó al retiro de su bloque se le notó las ganas de gritar la frase de Maradona invitando a la felatio. No hizo falta que lo hiciera. Todos la escucharon. Hoy todo el mundo, a la corta o a la larga, escucha casi todo.
Si no es en persona o en la radio es en Facebook. De paso, y casualmente, mi asistente ha descubierto que he sido incluido allí con foto y todo, y como si fuera yo mismo, y no estaba enterado. Qué riesgos entraña el ciberespacio. Ya forma parte de la vida. Sigo creyendo en la palabra escrita e identificada. Leí al escritor Juan José Millás, quien escribió acerca del ajuste que acecha a España. Dice: “Será preciso devaluar, incluso, la autoestima. Donde creíamos que teníamos cien deberemos aceptar que tenemos setenta. Quienes medían 1,80 tendrán que conformarse con 1,50. Quienes comían en restaurantes de cuarenta lo harán en tascas de diez euros. Y así de forma sucesiva hasta regresar al tamaño  anterior (…). Delante de todos esos discursos enmarañados, sólo late una pregunta. ¿A quién empobrecer para recuperar el tamaño verdadero? ¿A quién recortar las piernas, los salarios, las medicinas, la enseñanza? Se trata, como ven, y por muchas palabras que se coloquen sobre el asunto, de una decisión ideológica”. ¡Ay! ¿Se acuerdan? ¡Nos habíamos miserabilizado tanto! A nadie se le ocurrirá, creo, ninguna utopía retrospectiva. Afortunadamente aquí no es como en España, donde Mariano Rajoy invocó el urgente relevo de José Luis Rodríguez Zapatero del gobierno. Aquí, en cambio, hay una oposición consciente, más allá de los chistecitos de Luis Juez, quien en poco tiempo más va a demoler la historia del humor de toda la provincia por hacerse el gracioso; más allá de los recurrentes desvaríos de Elisa Carrió; de la nueva esperanza dual: Eduardo Duhalde y Rodolfo Terragno, quien  debutó en el diario Clarín en una presentación en sociedad de inocente frescura compartida; y de que Gerardo Morales, Patricia Bullrich y Fernando Iglesias componen un friso de gesticulaciones sufrientes de la tortura oficialista. Por suerte tienen un escenario incesante en las señales y programas de cable, o en notas y espacios de radio donde los oyentes llaman mientras muerden los teléfonos maldiciendo a “los K”. Maldiciendo. Maldiciendo. Allí hacen catarsis a la par que periodistas opositores, pero objetivos e independientes, les sirven de parteners. No hago nombres. Muchos de ellos sirven -con mayúscula-, sirven. Y si a sirven le ponen acento en la última sílaba queda más claro todavía. Hagan la prueba y pronuncien esa palabra acentuada. No exagera Eduardo Aliverti en su crónica “El odio”, que concluye con este párrafo implacable: “(…) Más de cincuenta años después parece que volvió el ‘viva el cáncer’ con el que los antepasados de estos miserables festejaron la muerte de Eva”. Casual y ca-suísticamente, en el diario La Nación, Alberto Solanet de la Asociación de abogados por la Justicia y la Concordia nos llena de esperanza al proponer una gran amnistía que clausure la persecución y venganza contra las Fuerzas Armadas. Y nos dice dulcemente: “(…) La amnistía es un acto de recíproco olvido”. En fin. La realidad es infinita e inabarcable. Y uno se pierde entre el surtido.
Con lo que me resta del hipotético aporte de la siesta me remitiré a Superman. Acaso por contradecir a tanto enanismo contemporáneo del que no me desligo. Formo parte.
Me detengo en esa noticia del mercado que dice que el primer ejemplar de la revista donde aparece Superman fue vendido a un millón de dólares. Un “superprecio”, dicho esto con la misma originalidad con la que se dice “superpancho”. Paradójicamente, el personaje de historietas más poderoso de todos (más que Batman y que El Zorro. Qué curioso, todos con capa, que es tan incómoda), y consagrado referente del imperio americano, fue creado durante la época de la gran depresión por dos historietistas
judíos de izquierda: Siegel y Schuster. Sociedad que en 1932, por ceder los derechos de explotación del personaje, sólo cobró 130 dólares, una miseria. ¿Cómo fue que Superman, quien combate la injusticia del mundo, es el ícono del país que más la produce? Lo que no sé es por qué no lo enviaron a sostener a las torres gemelas, a lo mejor está viejo. Lo delata su valor de reliquia. Ya no tiene gracia que alguien vuele. Porque por los aires vuela mucha gente en el mundo, y en fragmentos y no voluntariamente.
Está esa frase que dice que el que no corre, vuela. Pero de lo que más hay es de los que se arrastran. Y no se sabe por qué se afanan por salir por televisión. Ahí sí se les nota que nunca durmieron una siesta.
Déjenme este final: el gesto de Menem prueba que en La Rioja duerme a pata ancha.

http://www.revistadebate.com.ar/2010/02/26/2679.php