1 feb 2010

Acerca de la deuda externa: tres ejemplos históricos y un colofón Por Mario Rapoport


Primer ejemplo. A mediados del siglo XIX, un club de Londres prohibió a ciudadanos extranjeros el acceso a sus instalaciones porque su país de origen no honraba los compromisos de la deuda externa. Los socios del club pensaban quizás que no podía haber peor castigo que el no poder beber la cerveza británica. Pero en ese caso, la sanción no era para los argentinos, sino para los norteamericanos. A principios de la década de 1840, nueve estados de nuestros vecinos del Norte habían dejado de pagar su deuda con los bonistas ingleses y el gobierno británico presionaba para que la administración de Washington se hiciera cargo de esas deudas, acuciado por la Baring Brothers, una especie de FMI privado de la época y que también tuvo mucho que ver con la Argentina.

Sin embargo, los Estados Unidos no se vinieron abajo por eso y, aunque la situación financiera se agravó con la guerra civil y perdió parte de su crédito internacional, el país del Norte experimentó un crecimiento espectacular: hacia fines de siglo ya superaba en poderío económico a su madre patria. En contraposición, la Argentina tuvo una abundante entrada de capitales en la década de 1880 y una profunda crisis financiera en 1890, que arrastró a la misma Baring Brothers. Primera conclusión: el crecimiento económico no depende necesariamente del financiamiento internacional.
Segundo ejemplo. Después de la Primera Guerra Mundial, la Alemania derrotada fue punida en el Tratado de Versalles con una inmensa carga de reparaciones y deudas de guerra, imposibles de pagar. Un economista inglés entonces poco conocido, John Maynard Keynes, hizo en 1919 una crítica feroz al tratado mostrando que “una política de reducir a la servidumbre a Alemania por toda una generación, de degradar la vida de millones de seres humanos”, es “odiosa y repulsiva”. La terrible hiperinflación que experimentó Alemania en 1923, la depresión posterior, la caída de la República de Weimar y la llegada de Hitler al poder, fueron en parte consecuencias de esas obligaciones imposibles de cumplir.
Pero, luego de la Segunda Guerra Mundial, los aliados occidentales aprendieron la lección y movidos por las urgencias geopolíticas de la Guerra Fría aceptaron finalmente, en 1953, una reducción apreciable de las deudas alemanas, incluyendo las de guerra y las de posguerra, mediante una quita directa del 50%, el perdón de intereses acumulados y otros beneficios, que hicieron que la quita final fuera de cerca del 80 por ciento. Se tuvo en cuenta, en especial, la capacidad real de pago de la economía alemana y la necesidad de que estuviera ligada al crecimiento económico. Segunda conclusión: ahogar a un deudor, como pasó con el Tratado de Versalles, puede conducir a desastres tan grandes como los que padecieron Alemania y el mundo con la llegada de Hitler al poder. La historia fue diferente después de 1945.
Tercer ejemplo. Hubo dos casos de deudas “odiosas”, ilegítimas, que reconoció el gobierno de los Estados Unidos. En 1898, ese país resultó victorioso de una guerra con España con el pretexto de liberar a Cuba del yugo español. La consecuencia fue que la isla del Caribe cayó bajo el protectorado de sus “liberadores”, pero de inmediato España reclamó el pago de deudas mantenidas por su anterior colonia. Sin embargo, el gobierno de Washington sostuvo que esa deuda era “odiosa” porque había sido impuesta por España sin el consentimiento del pueblo cubano, y Cuba no tuvo que pagarla.
Ocurrió algo parecido más tarde con la proclamación, en 1949, de la República Popular China y el repudio, por parte de Mao Tse Tung, de la deuda externa impaga contraída por el gobierno imperial, para sostener sus esfuerzos militares frente a intentos revolucionarios que desembocarían en la primera república de Sun Yat-Sen, en 1912. En este caso, el gobierno norteamericano reconoció que hubo un cambio de régimen y que correspondía al nuevo gobierno chino determinar si era justo o equitativo pagar esa deuda.
Ahora pretenden hacer algo similar con Irak. Siguiendo los mismos criterios, el Gobierno argentino debería reconocer como “odiosa” la parte de la deuda externa tomada bajo el régimen militar, y considerada ilegítima por la Justicia local, y no hacerse cargo de ella. Tercera conclusión: para las grandes potencias, la posición en estas cuestiones responde a razones interesadas o geopolíticas, pero han aceptado en el pasado la existencia de deudas “odiosas”.
El colofón: la economía que representa casi una cuarta parte de la producción mundial ha acumulado una deuda externa que en junio del 2009 ascendía a cerca de u$s14 billones (trillones, según la nomenclatura norteamericana), convirtiéndose en el mayor deudor planetario. Este monto equivale a casi todo el producto bruto estadounidense, a siete años de exportación de bienes y servicios de este origen, y a algo más de la quinta parte del producto bruto mundial. ¿Cómo pudieron los Estados Unidos sostener ese nivel de endeudamiento? La respuesta es simple: a partir del ahorro acumulado en gran parte del planeta, principalmente en los países en desarrollo.
Como señala Michel Hudson, desde que el gobierno estadounidense abandonó la relación del dólar con el oro el nuevo patrón dólar le permitió obtener un doble estándar: drenar recursos de otros países sin reciprocidad, gobernando financieramente al mundo a través de su posición de deudora no de acreedora “[…] las deudas en dólares han reemplazado al oro como respaldo de las reservas de los bancos centrales y, hasta aquí, para la oferta de crédito mundial […] Ninguna nación antes ha sido capaz de invertir las reglas clásicas de las finanzas internacionales […]”. Los EE.UU. han convencido al resto del mundo “a reorientar sus economías para facilitar la evolución estadounidense de acreedora en deudora” (Superimperialism, The Economic Strategy of American Empire, Pluto Press, Londres, 2003).
De ese modo, como emisor de la divisa utilizada en las transacciones internacionales, los Estados Unidos pueden incurrir de manera persistente en déficits externos sin necesidad de endeudarse en otra moneda más que la propia, como deben hacerlo las demás economías del mundo. Así, el 80% de la deuda externa norteamericana –unos u$S10,4 billones (trillones estadounidenses)– se encuentra denominada en dólares; sólo la décima parte en moneda de otros países.
Pero continuar gozando de este privilegio requiere que las otras economías poderosas acepten este señoreaje, que ya China comenzó a cuestionar, al proponer la emisión de una moneda mundial independiente de las decisiones de política monetaria de cualquier país en particular. La conclusión del colofón: qué fácil es ser deudor teniendo la posibilidad de pagar emitiendo más de su propia deuda.
http://www.elargentino.com/nota-75609-Acerca-de-la-deuda-externa-tres-ejemplos-historicos-y-un-colofon.html