19 jul 2010

Mañana se podrá discutir… Por Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Entre los aportes del pensamiento liberal, adoptado y enriquecido por el marxismo y el nacionalismo, figura la separación de la iglesia y el Estado; hecho que la Revolución de las 13 Colonias de Norteamérica y la Revolución Francesa integraron a los sistemas políticos modernos.
Paradójicamente la pérdida o renuncia de la Iglesia al poder temporal, no significó un debilitamiento de la religión o de la fe, sino todo lo contrario. Al convertirse en una fuerza predominantemente espiritual y tomar distancia del acontecer político temporal, la Iglesia pudo asumir una visión más ecuménica, plural y tolerante del mundo y del devenir.
Tampoco la separación de la Iglesia y el Estado implicó el alejamiento de los creyentes y de los hombres de fe de la actividad política y del activismo social, entre otras cosas porque los creyentes y los participantes en la política, incluyendo a muchos líderes políticos, son las mismas personas y porque las religiones universales forman concepciones del mundo y doctrinas sociales. Mañana se podrá discutir cuáles son las mejores opciones para cada pueblo, pero tal cosa no será posible sobre millones de cadáveres. Dios no tiene armas, ni quiere uranio, la fe no las necesita y la democracia y la revolución tampoco. Hoy sólo es honrado luchar… por la paz.

Un elemento extraordinariamente positivo fue que en los momentos en que tenían lugar los avances sociales que caracterizaron al siglo XIX, época de transformaciones tecnológicas, de la consolidación del capitalismo y del liberalismo, así como del surgimiento del marxismo, la iglesia católica fuera conducida por un líder con la visión del papa León XIII.

Vicenzo Gioaccchino Peci, nació en 1810, ocho años antes que Carlos Marx y ascendió al trono de San Pedro en 1878. El hecho de que ambos líderes, en el mismo tiempo y en el espacio europeo compartieran la experiencia del capitalismo salvaje, condicionó sus respuestas, plasmadas en obras que influyeron poderosamente en la evolución política de occidente: el Capital de Marx y la encíclica, Rerum novarum de León XIII, hasta hoy el más importante documento de política social de la Iglesia.

Se trató de formas nuevas de pensar para el mundo que emergía de las tinieblas medievales y que con la democracia y las libertades, ponía fin al elitismo que caracterizó a la política y al poder político en las sociedades preindustriales, confiriendo a las masas y a la fe un protagonismo que estremecieron los reductos del conservadurismo y del clericalismo.

No obstante, la historia real fue en todas partes un contradictorio rosario de hechos inconexos e interpretaciones torcidas que, con frecuencia enfrentaron al clero con el pensamiento social avanzado o convirtieron ciertas doctrinas, el marxismo y el liberalismo entre ellas, en artículos de fe que conllevaron a la implantación de virtuales religiones de estado plagadas de dogmas políticos e ideológicos que a veces las tornaron disfuncionales.

Entre aquellos contradictorios procesos históricos, como subproducto de la Primera Guerra Mundial que puso fin al imperio otomano y a la dominación de los sultanes y califas turcos sobre el Medio Oriente, surgió en Europa el fascismo, la más grande de las aberraciones ideológicas de todos los tiempos, ponente de puntos de vista geopolíticos imperiales, concepciones racistas y antisemitas y de un nacionalismo extremo que condujeron a la humanidad a la más terrible de la guerras.

Los horrores del fascismo traumatizaron al mundo provocando reacciones emocionales que incluso forzaran hacía atrás el curso de la historia. La compasión hacía el llamado “pueblo hebreo”, erróneamente identificado con los judíos europeos que eran en realidad alemanes, austriacos, polacos, húngaros que practicaban otra fe, en extraña connivencia, Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética, acordaron dividir a Palestina para crear a Israel, un estado de raíz teocrática.

Aquel incalificable error histórico introdujo en el Medio Oriente, una de las zonas donde menos había avanzado la separación entre la religión y la política, elementos ideológicos y clericales que deformaron el proceso histórico y modificaron la matriz de las luchas políticas y sociales en la región, reduciendo la confrontación histórica, ligada a las batallas de clases entre opresores y oprimidos al pseudo “conflicto árabe-israelí”.

De ese modo el auge de la modernidad política universal impulsado por las revoluciones norteamericana y francesa que avanzó por Asia con la restauración Meiji en Japón, se consolidó con la derrota del imperio otomano, avanzó de la mano de los bolcheviques que pusieron fin al imperio de los zares en la sexta parte del planeta y se redondeó con el triunfo del nacionalismo de Sun Yat- sen y luego con la proclamación de la República Popular China; se frenó en el Oriente Próximo donde la presencia y la confrontación con Israel, ha polarizado el proceso político en los últimos sesenta años.

Aquellos polvos trajeron otros lodos y, como si en esa región la historia se moviera marcha atrás, algunos pueblos, en lugar de avanzar hacia la modernidad y respetando sus valores culturales autóctonos profundizar la separación de la religión de la política y construir autenticas democracias endógenas y laicas, lo hicieron en sentido inverso.

La fe de judíos, musulmanes y en cierto sentido de budistas ha sido manipulada para promover opciones políticas primitivas y confesionales, incluso estados teocráticos o para conservar antediluvianas monarquías y dinastías que como anacronismo gobiernan caprichosamente en algunos de los estados más ricos del planeta.

Afortunadamente, hubo en la región líderes nacionalistas, entre ellos, Nasser, Arafat, Ben Bella y otros que dieron a los procesos políticos encabezados por ellos un perfil confesionalmente laico y políticamente avanzado.

No voy ahora a sumar argumentos a las brutales actitudes con que Israel y el imperialismo occidental combaten a fuerzas de matriz confesional como Hamas, Hezbolá o a los ayatolas iraníes, y el modo como se coaligan para enviar Irán a la edad de piedra, asumiendo la absurda posición de proscribir las armas nucleares lanzado bombas atómicas.

Cristianos, hebreos y musulmanes debieran comprender ahora que ninguna victoria es viable si habrá de celebrarse sobre montañas de cadáveres, poniendo fin a civilizaciones milenarias como las de los persas o los coreanos, ni promoviendo odios que estarán vigentes por toda la eternidad.

La única manera de ganar la guerra que parece inminente es evitándola, aun si para hacerlo fuera necesario hacer concesiones tácticas, deponer metas que pueden luego retomarse y aplazar aspiraciones, entre ellas algo tan mundano y alejado de las prioridades de los pueblos como enriquecer uranio, para lo cual no faltará tiempo.

Asusta la frivolidad con que los líderes políticos del mundo, la gran prensa y las jerarquías religiosas, asumen las alertas, las denuncias y los llamados a la cordura de Fidel Castro que, sobreponiéndose a la adversidad y a la enfermedad, se priva del descanso merecido y esta vez, alegrándose si estuviera equivocado, trabaja intensamente y clama por una oportunidad para la paz.

Fidel Castro no lo hace desde el poder de que disfrutan Obama y Ahmadineyad, no puede como hubiera querido que ocurriera, vetar en la ONU las sanciones que nada resuelven, pero trabaja con los recursos a su alcance, pone en movimiento su enorme capacidad de convocatoria, aporta su experiencia, arriesga su credibilidad y lucha por evitar la guerra. No lo hace como los hebreos, musulmanes o cristianos en el nombre de Dios, sino a favor de los millones que van a morir y que incluso no nacerán sin saber por qué se les negó esa oportunidad.


http://www.argenpress.info/2010/07/manana-se-podra-discutir.html