"Los revolucionarios creen que cambiando la estructura cambia el discurso; los reformistas
creen que cambiando el discurso cambia la estructura; nosotros sabemos que un discurso
es una estructura". - Michel Foucault
creen que cambiando el discurso cambia la estructura; nosotros sabemos que un discurso
es una estructura". - Michel Foucault
Foto Alejandro Horowicz
Vale la pena entender cómo pasó. Para que una sociedad tan habituada a las voces de ordeno y mando acepte de buen grado semejante ampliación de los derechos personales, el trabajo de esclarecimiento realizado por la comunidad homosexual no puede ser pequeño. Sobre todo, en un país donde no existe separación entre la Iglesia y el Estado, donde la jerarquía católica difícilmente pueda ser mas conservadora, y donde los prejuicios homofóbicos gozaron, durante largas décadas, de envidiable legitimidad colectiva. Y aún así, la voluntad de cambio quebró todas las vallas hasta abrirse paso en el claustrofóbico Senado.
La batalla que alimentó esa votación parlamentaria merece un reconocimiento que todavía no obtuvo; la lectura más convencional reduce todo el problema a la capacidad de presión del Ejecutivo; no se trata de ignorar que existe, pero perder de vista la sistemática lucha librada por la comunidad homosexual, en defensa de sus legítimos derechos, para modificar el patrón de comportamiento homofóbico imposibilita entender el acompañamiento colectivo. Por cierto que el reclamo fue recogido por la Presidenta, y ese respaldo aportó la sinergia requerida para el empujón final. Pero una cosa es el respaldo del Gobierno a un movimiento realmente existente, y otra muy distinta pensar que las martingalas parlamentarias alcanzan para sustituirlo. Esta es una conclusión insoslayable: solo venciendo en la batalla cultural es posible alcanzar una victoria democrática apabullante.
Repasemos las líneas argumentales de tan pedagógico enfrentamiento; tanto la carta que el cardenal primado elaborara repitiendo el discurso más tradicional de la Iglesia, so pretexto de orientar a una comunidad de religiosas, como las explicaciones que las organizaciones de gays y lesbianas sostuvieran a lo largo de décadas, permitieron a los hombres y mujeres de a pie entender el debate y encolumnarse. De un lado Satán se proponía debilitar la identidad católica pervirtiendo el sacrosanto matrimonio, del otro un derecho contractual universal fue sistemáticamente denegado a personas que no fueran heterosexuales.
La simple lectura del Código Civil alcanza para demostrar el carácter discriminatorio de la práctica anterior; derechos garantizados por la Constitución (principio de igualdad ante la ley, para no abundar con obviedades jurídicas) eran cruelmente burlados; esto es, un comportamiento no ajustado a derecho a fuerza de repetido condenó a un sector de la sociedad argentina a clandestinizar su existencia. A tal punto que ser gay no solo constituyó un capito diminutio, sino que bordeaba la zona gris que separa delito y marginalidad. Esa suerte de condena a perpetuidad comienza a quedar atrás.
¿Qué le pasa Horowicz, le agarró un ataque de liberalismo tardío? ¿Acaso ignora que muchas leyes se dictaron y no fueron mas que letra muerta?
Vamos por partes. Dictar una ley y cumplir una ley no es la misma cosa. Y por cierto ya se oyen las primeras voces que explican las enormes dificultades, con matrimonio y todo, que tendrá que vencer una pareja del mismo sexo a la hora de adoptar. Con seguridad van a aparecer, en una justicia inficionada por seguidores de la Santa Madre, "objetores de conciencia". Esto es, jueces que se nieguen a aplicar la nueva ley. Si así fuera quedan conformadas automáticamente todas las condiciones del juicio político por denegación de justicia. Como la sensatez siempre primó en la composición de la familia judicial, esperar una especie de rebelión no parece razonable. Y si tres o cuatro tirifilos creen que pueden cruzar la raya, el Consejo de la Magistratura tendrá que poner las cosas en su justo lugar.
Esto con ser importante, no es todo. La comunidad homosexual cambia su estatuto existencial. Atrás quedan las oprobiosas iniquidades policiales, y la necesidad mas o menos imperiosa de ocultar la naturaleza de los vínculos. Por cierto que la homofobia realmente existente no desaparecerá de un día para el otro, pero van a seguir una lógica parecida al antisemitismo: se van a tener que callar la boca, porque si no el INADI , la justicia y la sanción social se ocuparan del asunto. Además, los/las profesionales de diversa inclinación sexual no podrán ser tan fácilmente discriminados - hasta ahora dependían de la buena o mala disposición de sus jefes - y la posibilidad misma de la sensibilidad masculina, no necesariamente gay, tendrá mejor prensa. Y los estereotipos femeninos tenderán a cambiar. Otros modelos familiares enriqueceran el existente. En suma, ciertos motivos de malestar en la cultura tendencialmente se irán corrigiendo. Va a estar buena la Argentina plural y más igualitaria.
Esas no son todas las novedades. La derrota del integrismo católico es también una demostración de su incapacidad para constituirse en eje de reagrupamiento de la oposición política. De su carácter anacrónico manifiesto. Conviene recordar que en las últimas semanas la oposición tocó la partitura del cardenal Bergoglio, bajo su dirección personal. En política nada es gratis, y menos semejante música. De modo que la buena voluntad que el hombre supo granjearse entre pares y seguidores será sometida a dura prueba. Primero en la propia Iglesia, y después en el variopinto mundillo opositor. Conviene no apurar el tranco, la cancha se despeja solita.
Carlos Saúl Menem creyó que podía trampear la historia y evitar la derrota de 2003, a manos de Néstor Kirchner. Por eso no se presentó a segunda vuelta, para conservar el invicto, y quedó claro que ese no es el camino. Dos senadores repitieron en la votación del jueves a la madrugada idéntico comportamiento. Carlos Reuteman y Rodríguez Saá, cuando ya era claro que perdían, que la derrota no se podía remontar, se retiraron sin votar. ¿Se podrá ser presidenciable en 2011 con semejantes antecedentes? Veremos.
En el territorio del Peronismo Federal volverán a contar y repartir las fichas. Eduardo Duhalde, sempiterno acompañante de las propuestas de la curia católica, no será quien amplie tropa. Todos saben que las derrotas son huérfanas, hasta que se descubren los responsables de la indeseada paternidad. Y conviene no equivocarse, una regla inflexible organiza la vida societaria del peronismo, incluso del federal: se acompañan los dirigentes hasta la puerta del cementerio, allí se detienen; cruzar esa raya y abandonar la política es la misma cuestión. Y Felipe Solá no hizo todo lo que hizo para volcar en la recta final.
Claro que la crisis opositora avanza con lógica demoledora, y Solá lo sabe. Mauricio Macri también, aunque no lo aprendió del mismo modo. La Cámara Federal por unanimidad ratificó la decisión de Norberto Oyarbide. Esto es, salvo que el cardenal fabrique otro milagro, la suerte de Mauricio está fechada: juicio oral y público. La falta de reflejos del PRO (defensa incondicional de Macri) muestra que pese a sus fluidos contactos con el Peronismo Federal aprendió poco. Creer que con repetir hasta el infinito: la justicia es funcional al Gobierno cambia las cosas, terminará resultando suicida. Mientras tanto, Elisa Carrió está haciendo lo que debiera hacer la dirección de PRO si quisiera sobrevivir: desmarcarse de Macri, para quedarse con su electorado. La tragedia de Lilita es que la sociedad argentina ya no la toma en serio. Sólo es un vehículo que permite expresar odio incandescente al oficialismo. Eso es todo lo que la directiva del PRO tiene a su favor, y nadie sabe por cuánto tiempo. Mientras tanto, AnÍbal Fernández se atusa el bigote y sonríe, nunca creyó que terminara siendo tan fácil.