La
palabra modelo genera confusión cuando se trata de analizar la política
económica. El kirchnerismo la utiliza como una cualidad de su manejo de
la coyuntura ante la adversidad de la crisis internacional o frente a
los embates del establishment a través de los hombres dedicados al
negocio de comercializar información económica. El pensamiento económico
convencional ubica el concepto modelo en lo más alto del altar de la
racionalidad, como si la economía fuera una sucesión de ecuaciones
matemáticas sin que puedan afectarla factores sociales y políticos
imprevistos, como sucede. Un modelo es estático y rígido, basado en
supuestos arbitrarios para alcanzar objetivos determinados. Cualquier
alteración de algunas de las variables prefijadas significaría una
profanación a las bases del modelo. El neoliberalismo es apasionado de
los modelos económicos, de planes cerrados ofrecidos al gobierno de
turno, como lo hicieron la Fundación Mediterránea (Cavallo), el CEMA
(Roque Fernández) o FIEL (López Murphy). Por eso la política económica
del kirchnerismo no es un modelo. Es un proyecto político con objetivos
económicos muy claros, que es bastante distinto a la definición de
modelo, porque va lanzando iniciativas y definiendo medidas frente a
urgencias con el horizonte de cumplirlos. Para no quedar enredados en
debates circulares sobre modelos, ya después de más de nueve años de
gobierno, sería más sencillo hablar de proyecto político de la economía
kirchnerista.
Desde el inicio, con Néstor Kirchner, quedó claro que la economía
estaría subordinada a la política, lo opuesto a la dinámica dominante de
las experiencias de gobiernos anteriores. Los principales
acontecimientos en materia económica que se desarrollaron a lo largo de
estos años tienen la marca a fuego de esa definición de origen. Por eso
no hay preaviso, planificación o previsibilidad en iniciativas
fundamentales de la economía kirchnerista. Entre las principales, la
cancelación de la deuda con el FMI, el fin de las AFJP, la Asignación
Universal por Hijo, el pago de deuda con reservas, la reforma de la
Carta Orgánica del Banco Central, las diferentes estatizaciones hasta la
de YPF.
La clave, antes y ahora, de la economía kirchnerista es bastante
simple para relativizar cualquier sofisticación analítica o
formalización técnica de un modelo económico: crecimiento del Consumo,
público y privado, más creación de Empleos (C+E) para obtener
legitimidad política y social para gobernar y, por lo tanto, gestionar
la coyuntura en un ambiente hostil. El intervencionismo estatal se
profundiza en función de cumplir con esos objetivos centrales. Todas
esas iniciativas mencionadas, con impacto en cada una de las áreas de
influencia y resistidas por sectores conservadores, fueron decididas
para sostener el objetivo central C+E. Es una obviedad, pero esas
variables implican inclusión social, puja distributiva, infraestructura
pública, fortalecimiento de las estructuras gremiales, ampliación de la
cobertura previsional y mejoras en las condiciones materiales de las
mayorías.
El proyecto político de la economía kirchnerista no transita por un
sendero sin obstáculos. Por el contrario, ese objetivo genera tensiones
porque se despliega en una economía desequilibrada (competitividad del
campo versus industria) y heterogénea (áreas de formalidad e
informalidad productiva), características de países periféricos
condicionados por la restricción externa, rasgos que aquí fueron
profundizados durante el régimen de valorización financiera 1976-2001.
Por eso mismo, el incremento del consumo sostenido en el tiempo como uno
de los principales motores del crecimiento para generar empleo deriva
en un aumento más que proporcional de las importaciones. En un estudio
para la Cepal en el marco del proyecto “Crisis, recuperación y nuevos
dilemas”, los economistas Carlos Bianco, Fernando Porta y Felipe Vismara
calcularon que, a precios corrientes, el coeficiente de la elasticidad
producto de las importaciones se ubica en 1,96. Es decir que las
importaciones aumentan casi el doble de la variación positiva del
crecimiento de la economía. Otros estudios estiman esa relación en un
escalón superior. En el documento “Hacia la búsqueda de una estructura
productiva equilibrada”, presentado en el último congreso de AEDA,
Nahuel Guaita y Silvio Guaita definieron con una serie de cálculos
econométricos que esa variable es 2,3.
Sin modificaciones sustanciales de esa estructura productiva, la
economía kirchnerista se acercó a la histórica restricción externa, que
no es otra cosa que la escasez de divisas por la evaporación del
superávit comercial. El recorrido que adelantaba la balanza comercial
energética para este año sumando la intensificación de la fuga de
capitales a lo largo de 2011 provocó la reacción oficial. El Gobierno
implementó el sistema de control de compra de dólares, limitaciones a
las importaciones con planes de compensación con exportaciones y la
recuperación de la petrolera nacional YPF, que pasó a control del
Estado.
Estas medidas apuntaron a alejar la restricción externa con la meta
de mantener el superávit comercial y de ese modo poder defender el
objetivo C+E del proyecto político de la economía kirchnerista. Y se
desplegaron cuando se había acercado peligrosamente la perturbadora
restricción externa. Antes “no existió una política sustitutiva
sustantiva entre 2002 y 2008 que haya tenido como objetivo fortalecer y
robustecer la matriz productiva nacional, además de combatir la escasez
de divisas”, señalan Nahuel y Silvio Guaita. Las iniciativas vinculadas
con el dólar, YPF y las importaciones, a diferencia de otras como la
AUH, el fin de las AFJP o el pago al FMI, tienen un período de
maduración para alcanzar las metas más prolongado. La sustitución de
importaciones como el cierre de la brecha del comercio exterior
energético demanda un tiempo hasta obtener resultados, lo que genera un
espacio de transición con incertidumbre y reacomodamiento en el
funcionamiento diario de la economía. La opción de comprar dólares se ha
convertido en un caso particular por la compulsión a la fuga de
capitales de los grupos con excedentes de capital, comportamiento que se
constituyó en una restricción adicional a la externa existente.
La propuesta para eludir la restricción externa por parte de la
ortodoxia es el endeudamiento externo y la devaluación. Esta última
opción es también la sugerida por un sector de la heterodoxia. Ambas
alternativas fueron descartadas en la economía kirchnerista porque no
aseguran defender el C+E, ni en el corto ni en el mediano plazo, además
de afectar la sustentabilidad política del Gobierno por sus impactos
negativos inmediatos en el frente sociolaboral.
Alejandro Robba, ex subsecretario de Coordinación Económica, explica
que el Gobierno no eligió la devaluación porque hubiera disminuido el
salario real, aumentado los precios y precipitado una recesión. Efectos
que hubieran erosionado la base de la economía kirchnerista que, a la
vez, enfrenta el desafío de mantener la competitividad del tipo de
cambio. Esto último junto a la promoción de exportaciones y la
sustitución de importaciones son tres instrumentos clave “que pueden
implementarse conjuntamente para relajar la brecha externa y poder
garantizar ondas largas de crecimiento sostenido”, afirman Nahuel y
Silvio Guaita.
La economía kirchnerista colisiona entonces con los grupos de poder
económico tradicionales porque, para sostener el C+E, está obligada a
impulsar medidas que los perjudica en su conducta habitual de dolarizar
ganancias a la espera de la devaluación. Cuando dolarizan sus excedentes
de capital y los fugan, esos sectores se independizan del destino
económico local, apostando a capturar una ganancia patrimonial adicional
con crisis cíclicas gatilladas por devaluaciones. Por ese motivo
presionaron, antes y después de las elecciones presidenciales, por un
fuerte ajuste del tipo de cambio para así mejorar sustancialmente su
poder adquisitivo doméstico con los dólares acumulados, como así también
para disminuir el salario real.
La respuesta oficial fue frenar la venta de dólares, limitar
importaciones, no devaluar ni endeudarse. Medidas que fueron ordenadas
no como parte de un modelo de laboratorio, sino con el conocido sello de
urgencia del proyecto político de la economía kirchnerista.
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